Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales
1

Adjuntos a sus verbos, los costillares padecen sus amarguras. Se van de mar en mar y se marean para mejor leer las cartas náuticas sin remitentes.
Un océano veloz transmuta en piélago. Unos piratas se asoman por la borda de navíos fantasmales y sus pupilas avisan de los peñascos que los ofuscan.
Al abismo ha arrojado la tempestad a los barcos ablandados por las mareas de moluscos y repuntes de cuadernos de bitácora ya escorados. Las arboladuras, de improviso, se acometen en un acaso que las enajena. (Peces en su multiplicidad se aprestan a no morir ahogados).
Golpes de agua entrometen sus accidentes de óxido y escorias en lo profundo de los costillares, donde las olas se adiestran para los bautismos con algas y bromas y algazaras de cangrejos.
Desde las fosas marinas llaman con urgencia a la asamblea de costillares, pero ellos se niegan a acudir, se aferran al habitáculo de los muelles y no aflojan.
Agonistas de lo salado, los costillares se habían adiestrado en los escollos con perfiles de adversidades y en las bravezas logradas refulgieron con sus miserias.
Costillares que el tiempo atrapa a través de ventiscas en las albuferas o por medio de caños en las restingas de las semanas sin remolinos o, más azarientamente, valiéndose de tumbos con fortalezas de acantilados. (A la lengua del agua salada le convienen esos vocablos que no naufragan en certezas).
2

En la mar de pasajes, las aguas se avivan para fenecer entre los buques que zozobran. Extintos marinos se acogen al navegar sobre sus tumbas de piedra. Los costillares habitan todos sus recuerdos.
¿Qué cosas moran y mueren en la vecindad íntima de los costillares? Las ilusiones no serán, ni las ortigas que los batientes arrastran, ni mucho menos las ardentías, ni las crestas. Entonces, ¿qué? Undísonos silencios.
El chillido de las gaviotas aguijonea los malos presagios eslabonados a las adivinanzas de los embarcaderos. En los costillares se acelera un ahínco y el aire se carga de meteoros y nieblas como naftas. Se ausentan los truenos y se retrasan los alambres que funden con eficacia los relámpagos.
Por alguna abertura del cielo se desprende un cohete y anuncia la ficticia partida de los barcos tajados por la moriencia del abandono. La talasocracia de aquellos navíos se signa con un discurso inerte, sin réplica.
Se sabe: desde abundantes almanaques se alientan alaridos de putrefactos maderos. Los costillares, a duras penas, toman aliento y medio se balancean hacia el albor que rápido cruza. Con lujuria, las almejas les amortajan las curvaturas.
No amainan las tristezas de los costillares. Aunque adquirieran de nuevo patentes de anfibio, sus entrañas vacías se anegarían de inmediato y definitivamente la oscuridad sería, en firme, su sustancia escondida.
Se van estrechando los costillares. Se les amañan las formas en ángulos que son andrajos y así los hieren garfios de toda condición y herraje. Lo venidero no viene, no se allega nunca, queda atascado. Ya en sus anatomías se cuelgan áncoras ahítos de herrumbres. Las mallas de soleamiento los esquinan y temprano se han amansado y las amarras devienen en garitos para las polillas.
3

Cuadernas que atruenan con el cansancio y el pesimismo de astrologías que hacen agua. Costillares que el avieso azar lanzó hasta sus horas menguadas. ¿Cómo desanclar la aflicción? ¿Cómo extirpar lo desvencijado?
Costillares con los dientes de lo aciago clavados en sus roturas y la prohibición de quejarse y retorcerse. Un desvío de la mala suerte resulta, categóricamente, impensable. Descuadernarse y ceñirse a la desidia.
Buscan la arenación los costillares, con desespero. Mas todo afluye hacia un mal desenlace. La repugnancia se les torna en barro y las marejadas los empalidecen con detritos y un escozor que es ley de impurezas y certeros desaires.
A sabiendas, un astrolabio se rompe en astillas sobre la armazón de cuadernas y origina una atmósfera sin latitud y horas sostenidas por rumores de cuerdas.
La aberración se funde dentro de las texturas de las tablas. Lo fortuito no se desancla. Braman las toxicidades de los mariscos y, en pos de las aguas de menguante, una asignatura de barco enfermizo se titula encima de las olas.
Continua navegación en el reposo. Vaivén y traqueteos de junturas de listones. Historia acuñada por ojos persistentes que indagan, sin cesuras, en las contramareas y sus signos marginales.
Ya no le crecen estuarios a los costillares, sólo albergan estancias de impermanencia, visiones de un pasado con hedor de nubes reventadas. Empero, ¿yacerán los costillares en paz algún día, algún mes, algún lustro incinerado? Seguirán contendiendo contra el destino que sopla sobre las velas tiesas.
4

Contrariedades que no encuentran culmen. Impulsos no oferentes de los costillares. Mordiscos de una serie de mares, afijos de la venganza. Las cuadernas pretenden soltarse y dormir, morigeradas. No obstante, sus pieles se corroen con celeridad y en medio de un viento con aspas y rudas maneras se amarillean hasta el nivel de los rastrojos.
A prudente distancia, los costillares se obstinan en sucumbir, en desnucarse y acabar con candelas que, a la sazón, no queman. De despojos desean quedar perforadas y anhelan llegar a ser monumentos de desolación y mengua y ruinas sin memoria. Se hincan con anzuelos, cuyos actos los obligan a ahuecarse y rescindir sus pasadas glorias.
Pocas brazas para terminar en la insignificancia y el maderamen, solícito, en busca de la depauperación. Las cuadernas descruzan el total de las direcciones y, al cabo, siguen apuntando hacia el nadir semejante a un ombligo de marino beodo.
La travesía yerta de costillares y cuadernas es recogida en desinflados hilvanes y cuando se presentan las furias de los elementos, la descompostura es el fiel que señala la caída.
Abandonadas maderas que ya no predican itinerarios ni algarabías en alta mar. Ahora únicamente enarbolan inhóspitas sombras, repulsivos reflejos carcomidos por el desvanecimiento.
Alternan sus fiebres con esputos de serrín y la carcoma alude a su condición de menesterosas. Desmenuzables, se corresponden con el chasco que les propugna la intemperie. Nadie les custodia los flancos y los valiosos antecedentes se han remansado en una derivación de superficie sin fondo.
5

Truncados por el mar y por los mares, los costillares se agitan de poco a menos. Sus rompientes se transforman en litorales y durante las resacas deben resignarse a la intensa humedad y a los piojos que los asedian. Si sienten mugidos inubicables, ululan con el resto de sus travesaños.
Acostumbrados a convulsionar, se pierden entre mareos y torceduras más que siniestras. Desarmarlos consistiría en alargarles la vida. ¿Acaso sus cicatrices no se enredan a cambio de no desvelar nada?
Apenas les va auxiliando una triste bahía, un pedazo de agua amarga que es su jurisdicción de inocuidad. Sus orillas se pacificaron a fuerza de deslastres, de excentricidades y desembolsos. De entonces acá, proyectan horquetas para levantarse de nuevo y máquinas que les traerían bonanzas y artilugios para acelerar su inexistente movilidad.
Ora se imaginan levando anclas; ora se ilusionan con navegaciones de cabotaje. Empero la tiesura los conduce cada vez más a lo hondo. La sima inminente los azora y les adentra un frío que les hace crujir. Su estrella ya está chocha de tanto gimotear.
Se engañan con falsas marejadas benefactoras que les aportarían tráfagos de maletas y mercaderías. Vana esperanza que los abraza. Su exterior en decadencia ha trascendido sus propias fronteras y los cabos agitados los salpican con befas.
En un piélago de hipótesis, los costillares escarcean sin éxito entre los vientos que fabrican espumas. No se avienen a su manifiesto sino y prosiguen enganchados a mascarones de proa que ya se evaporaron entre las brumas de lo pretérito.
¿En un cementerio de barcos no se aclimatará a propósito su estado y un responso dicho por náufragos encajará la quietud entre los costillares expectantes?
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