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Aquí, el día…

lunes 18 de junio de 2018
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

1

Aquí, el día..., por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Aquí, el día se llama lluvia, simplemente lluvia, y contiene minutos para lavar los fangos hasta que algo se aclara y, aunque no lo podemos ver para siempre, los hombres solitarios (y también las mujeres, por supuesto) bromean bajo las gotas y recuerdan con frecuencia el tiempo de las locuras y las cosas mistificadas dentro del lodo, temblando, con suavidad, temblando.

 

2

Aquí, el día crece o se expande, a miles de millas de distancia y la luz es un tejido de seda que capta todas las maravillas y una espada corre tras los señores ratones, mientras el tema de sus audacias y misterios retumba desde mucho antes de que se cabalgaran los calendarios y existieran los arcanos.

 

3

Aquí, el día vacila, a veces, y atrae nimbos gualdos que son preludios y prolegómenos para armar rutas y aprensiones de nieves que luego caerán dentro de cajas con falcas que recuerdan paisajes de una soberbia escatológica que pasman a los niños y a sus canciones.

 

4

Aquí, el día viene como si viniese a un hogar donde se obstinan los muebles y la holganza se embellece con buqués de vinos y ramos de nomeolvides que sirven para los viajes de la imaginación y las fiestas.

 

5

Aquí, el día navega sobre maderas cuando nos vestimos de blanco y merecemos las calles que desembocan en nuevas encrucijadas, donde las malas muchachas nos aguardan con orgullos extraños y modos de escarda y más allá los ladrones hurtan en los templos y apologizan y atan sus dientes para que los dioses no se los derriben.

 

6

Aquí, el día flirtea con las fantasías y canta un bingo de mentiras y se obtienen diferentes ritmos para diferentes personas y todos se van hartos y avanzan y así hasta encontrar al gran hermano que cruje cuando está trabajando y que no se conoce a sí mismo y flojea en los momentos perezosos que pueden durar largos años y mientras tanto la oscuridad se apropia de sus lados y le hace tajos que él no logra ver.

 

7

Aquí, el día danza en una oscurana asoleada que proviene de un vagón de bandas y que se desliza desde la colina de los tejidos, donde las damas abultan los accidentes para mejor aprehender la grandeza de los esfuerzos y luego bailan valses tan hermosos como chispazos sobre las brisas y que una vez —en ambigua época— hicieron a los peces resonar a la manera de los pianos y las piezas y los cuartos y habitaciones quedaron encantados y desde entonces hubo que imaginar noticias de posibles huéspedes en reuniones de frenética pompa.

 

8

Aquí, el día se pica adherido a su albedrío y se sentencia durante la lluvia y birla la tierra al oeste de donde fenece el astro rey y manda a ingresar en sus alrededores a quienes saltan enfermos con síncopas de verano hasta sentirse altos y briosos, hasta desear las concepciones de los lunáticos y recordar de prisa las vidas fáciles que no vivieron y en periodos de solitud desconocer lo que no fue siendo y lanzarse, al fin, al rincón justo donde mora lo no lozano.

 

9

Aquí, el día lude, circunstancial, y se habla del pueblo que hace reír por logrero y de cuánto se eleva la montaña en cada locación y de lo bajo que los pájaros lobreguecen con los reclamos de las mariposas que los tienen sin tenerlos y de cómo las estancias hierven con las sales del sueño y de cómo las azuritas se enviscan sin llegar a la lujuria.

 

10

Aquí, el día..., por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Aquí, el día suele ponerse pardo y levitar con facilidad y hacer que las cosas se entontezcan y se adapten a ciertas primaveras de febledad y se saquen del suelo pedazos de firmamento y se comience a besarlos como yescas y después hacer con ellos sahornos de una fineza rombal y los significados serán más que obvios para todos los presentes y tal vez se icen pendones y se cambien las asunciones de los infantes por muecas de hechiceros.

 

11

Aquí, el día posee pájaros de fuego y fantasmagorías de lotos que logran una suprema devoción de nadie y detrás de las lejanías se escuchan voces de guardianes de ángeles o de príncipes que aspan los sombrajos y luego preguntan ¿quieres uno, quieres uno? y danzan sin desmayo hasta un tal tiempo signado por la superchería.

 

12

Aquí, el día aún no es misérrimo y las ondas del estío justifican su carácter de amigas y te hacen pensar en soles estacionarios o en candelas tan múltiples como se puedan concebir y las cercanías que te acaezcan te harán llorar lágrimas de café y nada podrás hacer para remediarlo y no podrás obtener de ningún modo ni la mina de un simple lápiz y la sentencia para ti será: ¡Hombre, debes largarte ahora!

 

13

Aquí, el día también cría aves de tierra y su hechura te lo recuerda a cada instante y te traslada a un mercado de negruras, donde se regatean camisas desflecadas, feos sacos y mojigangas para viajeros que aman los misticismos y unas máscaras de color naranja para visitar los poblados de las quinceañeras.

 

14

Aquí, el día no es mejor que en tu mente, pero los cerdos dicen ¡adiós! mientras devoran pasteles con formas de sombreros y se instalan retratos descoloridos de soplones de antaño y zumban moscardones al son de disparos de escopetas y cómo y cómo se clavetean los zapatos para los pescadores de bahías secas y sus esposas sujetan sus nalgas de mulas para no caer de espaldas y les ruegan a sus maridos que regresen al mediodía para que miren saltar a las sardinas fritas.

 

15

Aquí, el día construye reflejos, enteramente, sobre lugares que pasan y la empatía chilla entre las horquetas de los bosques y los nómadas de suma palidez sufragan los sonsonetes con ebriedades de quinta categoría y fuera de las casas, el agua besa a quienes se mueven al compás del aire.

 

16

Aquí, el día, de lunes a lunes, es balanceado por un orate que hace crecer sus violas de justeza y en las horas de la mañana un sitio se lanza en busca de una centella, a pesar de que solas andan por el mundo, y en la batalla se fijan, así, así, melindres de patinadores y nadas de un plano de elegancia y de un horizonte de quimeras que se autentica, vibrante.

 

17

Aquí, el día hipea y apenas dialoga y dimana brocados parecidos a hierbas de piedra y los aljibes se sumergen en meditaciones al margen de las canículas y los fantasmas patean las postales de las ciudades desconocidas y en julio se sonsacan sus nombres y se las pinta a la sanguina y se juega tras las mamparas de los bananos para supeditarse a las alegrías de indignos payasos.

 

18

Aquí, el día coquetea con los malos espíritus y les ofrece diagramas que las madres no querrían para sus hijos y el tiempo semeja una agonía que marcha en círculos y semiresbala y en las grutas zanjan las deudas los zancudos y ocasionan jarabes de cortas fortalezas y no más y la tierra se torna malsana mientras se compara con un qué que no se emula cuándo.

 

19

Aquí, el día gana ocasiones y algoritmos y a cada instante hay blusones de niebla y no bajan los báculos y los dolores del hartazgo se mueren y las rocas se enrollan y abandonan las letanías que antes gozaban y ningún zíngaro golpea el rito de la sangre y no bulle la fe y se mantiene en la base de los goznes y lo contado y el absurdo sentimental se espanta con el estado de la mención yodada y los indecisos blavos se conjugan para perturbar el arte de las tormentas.

 

20

Aquí, el día..., por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Aquí, el día fluye por el resto de nuestras vidas y ejecuta las facturas de lo que no se domestica y de las hojas muertas extrae almas para convertirlas en girolas y para que aparezcan bajo todos los cielos que ya se han visto y para recordar setos, empalizadas y tranqueras y establecer el juego del escondite y tender hacia el lugar que está dentro de las escenas evocadas y permanecer atento a las marcas de la grava y los pedruscos y realizar tonterías con las vocales renovadas y moverse en los sucesos tan comunes y fugitivos y volver atrás, a los deseos subterráneos, y andar a la manera de las esponjas, absorbiendo harijas, tersuras, miniaturas de los calderos, estolones con raíces dictantes…

Wilfredo Carrizales
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