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Advertencias

lunes 25 de junio de 2018
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Textos y collage: Wilfredo Carrizales
Advertencias, por Wilfredo Carrizales
Collage: Wilfredo Carrizales

1

Advierto que no me dejen caer, que no permitan que me derrumbe. Abro los ojos y los pongo sobre aviso. Que miren lo que hacen, que lo hagan a conciencia, con cuidado. Que relacionen las cosas adyacentes, al mismo tiempo. Es un llamamiento que no quiere pasar en vano, de manera ineficaz. Tengo fundadas razones para sospechar. Que no pretendan vapulearme. La época de los pasatiempos ya caducó. Que con sutilidad no me afecten o bailaré el danzón sin la envoltura del fruto. O me replegaré hasta el señorío de los cirios, donde la frivolidad es tendencia de arranque. Que no determinen mi disolución, porque entonces soplo las brasas y les quemo las pestañas y más abajo, incluso. Que amonesten a los zumbadores, vuelen, salten o se arrastren, pero que les endilguen la amonestación que conviene. Nada de advocaciones, ni de vírgenes recostadas de los pilares, ni de santurrones sobándose las braguetas y oliéndose los dedos a escondidas. Hay que apercibirlos para que administren bien los líquidos de sus cuerpos. Avisarles que no se consagren al mal de los tontos, pero sobre todo adviértanles que no me dejen descender con brusquedad, con total falta de cortesía (aunque esto se estile ahora, en los actuales momentos tan siniestros, cenizosos y grotescos). Deben despertar sus conciencias y evitar que me desplacen hasta el lindero de la insania. Acuciar sus entendederas y no llamar a su dios por ningún camino, porque no acudirá ni disfrazado, ni con los afeites del caso, ni que le den puñaladas, ni que lo insulten diciéndole granuja. Prevénganlos, pónganlos sobre aviso, sobre cubierta de clavos, sobre abundancia de pretextos. Háganles comprender cómo se relacionan los ungüentos, cómo les incumben estas nociones, cómo azuzan a los perros contra sus amos… Háganles observar sus arrebatos, los privilegios de los que gozan y que denotan poderío exento de tartamudeo. Háganles notar el tamaño de sus bocas, las dimensiones de sus dientes, el sobrepeso de sus panzas, el estruendo de sus flatulencias en público. Que no desadviertan el ruido de los hierros (cadenas, cuchillos o machetes). Recomiéndenles actualizar lo concerniente a la navegación aérea y a las señales e impresiones del viento. Díganles que existen estrellas fugaces, meteoros que gustan mucho de la exhalación, asteroides que pasan tan raudos y no dejan estela alguna. Indúzcanlos a adivinar el porvenir por la extensión del canto de los gallos y si no consiguen estas aves, que escuchen con escrupulosidad el chillido de las lechuzas y mochuelos. Lo mismo da. Adórnenlos con emisiones de caros perfumes para que seduzcan y emborrachen a sus millones de seguidores, dentro y fuera del país, allende o aquende los mares. Particípenles que los bucares ya no producen simientes y que las úlceras se reproducen en las imprentas y que el hambre brujulea en las calles y prorrumpe con su origen no artístico en los más variados escenarios y que es semejante a un tornillo que taladra las entrañas. Que caten lo que bulle y aumenta en silencio y que paren mientes (no que paran mentes) en los animales invisibles que les devoran sesos y músculos y en los escarabajos y alacranes que los atisban con perspicacia para morderlos y en las espinas que se les incrustan bajo las axilas y los hedores de cobardía que los circuyen y en los hominicacos que legislan por ellos y para ellos y en las amenazas que ruedan con sus cuñas y en los sicofantes que cojean junto con ellos y en las estacas que últimamente calzan y en los olvidos de los biombos de vidrios y sus posibles cortaduras… Les advierto que no permitan que caiga porque me levantaré de inmediato y no meteré la pata dentro del cazo y proseguiré silbando el estribillo.

 

2

Manéjese con cuidado la materia gris, tan escasa en los predios actuales y tan difícil de lograr y después preservar. Manéjese con cuidado cuando se está al frente del volante de un camión cargado con explosivos y con el sistema de frenos dañado. Si ponemos maneas a las mulas gobernantes acaso podamos manejarlas con pulimiento. De la manera que sea, habrá que manejar las herramientas del necesario cambio y no admitir el manoseo a mansalva. Hay que estar atentos con quienes manipulan a los muñecos y monigotes y ventilan los asuntos primordiales como si se tratasen de fruslerías, de simplezas para extender la masa y moldear los bollos. Debe dar gusto el manejo de los ojos de las chicas para que miren por uno o por dos o por ciento. (Conmigo no contéis para chanchullos o intrigas). Al agenciarse los manuales de la decencia hay que hacer a un lado el desparpajo, la ligereza, la marrullería. De cuidados especiales, se sobrevive, sin llevar capazo y con un sombrero de papel. (Eludir el uso de turbante porque turba y no masturba). En función adversativa conviene venirse cuando se pretende irse. Todos quedarán contentos en ausencia de groserías o desconsideraciones. (De cualquier modo ponerle la vista a las porcelanas si los niños andan brincando alrededor de ellas y el estropicio se frustra de antemano o así). Al contestar los funcionarios de mala manera voltearles el rostro de una cachetada y que sea la realización inevitable. Las objeciones presentarlas con limpieza y lucidez: a la manera de los abuelos ilustrados. Conque, ¿queremos hacerlo nosotros en persona o por interposición? Ubicar la abertura lateral en las faldas de algunas mujeres y meter la mano por allí para localizar las cualidades morales. Barajar con tacto las posibilidades de penetrar en lo hondo como si sólo se rozase la superficie. En la misma evolución, armonizar los ademanes con las sonrisas, los gestos con las palabras pronunciadas y moverse hasta transformar el entorno en una ensanchada pieza. Aunque no sea con las manos, aplicar una espada muy grande sobre el cogote de un comerciante ladrón. Jugar con la vestimenta que martilla y refutar la superstición y la creencia en la infinitud de los días aciagos. Operar con reglas claras, con apego a la honradez. ¿Por dónde anda el manero? Cabildea y se ventila y sabe vivir de la rapiña o el desfalco. Su mano derecha conoce dónde hurga la mano izquierda y entre ambas se entienden y gobiernan y se ceban. Muñequean y lo dicen; se rebuscan y lo pregonan. ¡Cuántos prohombres con sus gramáticas pardas bajo los sobacos! ¡Manéjeselos con sumo cuidado, porque la patria, el Estado, la nación, los sindicatos, las asociaciones de viudas alegres, las cofradías y los clubes los requieren! De la tosquedad al silencio se industria un narcótico, una sustancia que absorba apetitos y placeres y opte por el derecho de enajenar sin cortapisa. La contrariedad sobrepasa a la veda; el antagonismo excede a la persuasión. Un estilo para componérselas está en la salida de emergencia, contra la pared que obliga y ahorca. ¿A quién le incumbe? Por la fuerza, aparecen los facultativos, los regidores del puñal y la trampa. Apremiar el cambio del Cristo por el de Fames, la de mejillas hundidas, labios lívidos y mirada mortecina. Entonces nos agujerearemos a placer y reinaremos con hojas atadas a las cinturas y creceremos con las formas fantasmales que nuestros ductores nos asignen. ¡Manéjense con exclusivo interés las advertencias, los avisos, las improntas de la malignidad y el desahucio! No sigamos a remolque de quienes nos aprietan las tuercas, nos comprimen las clavijas, nos condensan los sabañones. A estricarse, hablando de calzados para largos derroteros. No importa que los insultos se materialicen: procederemos contra ellos. ¡Manéjese con cuidado la prudencia y su brisa que mece y el columpio donde se cimbra la esperanza y el mecanismo de la fortaleza y la mesa de manutención y la orquídea que nos equipa y el pan con su alma de dolor!

 

3

No pisar los rieles del ferrocarril cuando el tren se desplaza a excesiva velocidad y uno va sentado en vagón de segunda clase y mirando distraídamente el paisaje que será muy rutinario. No pisar ningún tipo de sistema de frenos para no perturbar a las posibles parejas que estén fornicando a sus anchas en el coche cama. No pisar los zapatos ajenos de mejor calidad que los nuestros. No pisar la grama ni siquiera en sueños: podría haber restos de excrementos de mascotas escondidos entre los tallos y raicillas. No pisar la mano de quien escribe diferente a los demás y lo hace con estilo propio, sin imitar a las escuelas en boga. No pisar los adoquines (donde los hubiere) de las calles, con fiereza o brutalidad, sino hacerlo con garbo, al modo de los caballeros elegantes de otrora. No pisar a una persona que muera en la calle, excepto si se trata de un viejo y contumaz enemigo. No pisar los pies con juanetes de un desconocido: puede pensar que le queremos transmitir un mensaje secreto. No ir por la vida pisando huevos: podría usted endeudarse hasta el fin de los tiempos, habida cuenta del astronómico precio de ese producto. No poner alternativamente los “cascos” en el suelo al andar: hay que marchar con método estrambótico para mejor llamar la atención de los peatones y paseantes. No pisar las uvas con los zapatos puestos: el vino que resultara de ese proceso tendría un fortísimo sabor a cuero remojado. No pisar la tierra que nunca te pertenecerá: podrías ser acusado de invasor en potencia y, por ende, ser linchado sin contemplación. No pisar ningún instrumento musical que funcione con corriente eléctrica de alto voltaje. No pisar los colores de las casas de tus vecinos, aunque no soportes sus tonos chillones, sus brillos estridentes. No pises las sombras de las personas que están haciendo filas para entrar a los bancos: morirían con la sensación de una asfixia causada por una gran carga de billetes. (El suegro de un amigo mío no se deja pisar por nadie, pero él pisa a todo el mundo y la esfera terrestre continúa girando). Si las palomas machos de las plazas se niegan a pisar a las hembras, éstas se apisonan entre sí y perecen con una sonrisa angelical. No pisar los artículos que los novatos redactores olvidan sobre sus mesas de trabajo. No des pisotones en los umbrales que no conoces: saldrían los fantasmas, a montones, a zurrarte por trastornar la paz de sus oscuros comienzos. No pisar las calzadas donde haya cabuyas, porque son trampas para enredar los pasos hasta hacerte extraviar y perder el rumbo y el ritmo cotidiano. No pisar lo que otro pise, pues te podría acarrear retorcimientos pedestres. No pisar los verdes prados de consistencia parecida a serpientes: suelen ser ofidios metamorfoseados en herbazales. No pisar los bocadillos que caigan de la mesa durante un banquete de ocasión: luego puedes recogerlos, con disimulo, introducirlos en los bolsillos del pantalón y asegurar así la merienda para el próximo día. No hollar los parajes donde exista la holgura: resulta mejor echarse sobre los surcos y ver partir a las hormigas hacia su territorio de acarreos. No pisotear los mapas ni las ciudades y pueblos que señalan: sucumbirían aplastadas millones de personas. No ejercer con las pisadas las acciones para hacer fracasar a los levantadores de taludes: basta con provocar abundantes lluvias por concurso y asunto resuelto. No pisar la ropa tendida encima de las piedras de los ríos: esas prendas de vestir pertenecen a los espíritus que viven de lo mojado. No apretar con los talones los respaldos de los asientos de las salas de cine: las películas tienden a doblarse mal por efecto de esa estúpida presión y los diálogos se escuchan con defectos. No profanar el recinto de los sótanos que ocultan armas blancas cortas: la súbita claridad provoca el alargamiento de esos instrumentos para matar y el profanador resulta atravesado de parte a parte. No pisar lo que vibra, los órganos y las voces: el útil cortejo posee un piso sólo para forasteros, quienes se amontonan y embuchan por nosotros, sin bochorno.

Wilfredo Carrizales
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