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Sólo en los adentros del agua subsisten las imágenes, los espejismos

lunes 18 de febrero de 2019
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Sólo en los adentros del agua subsisten las imágenes, los espejismos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Agua con la jurisdicción para fluir entre ramajes que los sueños del día aportaban. De esa agua bebí, beberé, estuve bebiendo, mientras el tejado cambiaba y permanecía igual. Una senda se le adhirió a un costado y fue la vertiente de los visos, en pos del amnios en su cavidad para la sedación. En su transparencia el agua me modificó e hizo de mí la señal de un hisopo de texturas y rugosidades.

Al azar del agua fui fiel y mi delgadez se diluyó en el reflujo que no menguaba. Su fortaleza se grabó en lo no sagrado de mi sacrificio de invierno. Me envasé dentro de sus propiedades, siendo yo continente y contenido, oposición de muchas moléculas en borboteo. Muy activa, manó: caldo de las ventajas de los pozos de las artes más que ancianas. Y varios mundos, en su brevedad, residieron como residuos, con arreglo al derecho de cristalizar a voluntad y a no perecer bajo la intensa presión de ningún equinoccio. Una estancada para el detrito y mayor felicidad de estelas.

 

2

Sólo en los adentros del agua subsisten las imágenes, los espejismos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Continuación de las horquetas acaso ya mustias y el agua camelándolas con sus ondas hacia abajo, hacia el vientre. Corría una terma y animaba a un molino de hojas para que girara con el fluido y su eficacia. Volvía el agua y no regresaban las arañas ni sus arcas y así se solía alejar el mal y desgarrar su cortina. Las cubiertas no incurrían en riesgos, en errores de atenuación y el apuro cesaba.

Nadaban las gotas sobre sus embarcaciones de suciedad y los cuellos de las grietas desprendían sus costuras y amenazaban con cualquier clase de ruindad. El agua no se aminoraba, aunque paladeaba del jarro su remojo. Los efectos de la sombra iban sobre la claridad de una lluvia inexistente. Y los opuestos se rajaban inmersos en la ruptura que sonaba. En definitiva, no resultaba, no ocurría nada de los peces y, sin avisar, penetraban unas algas por las pendientes. Me dotaba entonces de una escarcha y me trasvasaba en un estiaje sin cadozo, muy de la espita.

 

3

Sólo en los adentros del agua subsisten las imágenes, los espejismos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Mi cuerpo en hundimiento y el agua infusa, colonizada por tropos y elusiones. La hojarasca refiriendo la civilidad y el medio de apropiarse de mí. Hidráulico volví a nacer y no morí en aquél ámbito de restricciones casi opacas. Las líneas querían ser heredadas por los limos anteriores y yo deseaba librarme de los usos privados del agua. Reaccioné y me absorbí, básico, conductual.

Lo agrio se vertió a través de los poros sin artificios. Si no hubo blancuras, nada pudo agregarse al agua. Sin embargo, debió haber habido infusiones al alimón y sedantes y zumos de ciertos cascajos. De pie, bombeaba hacia el fondo mis socorros de deshielo y, poco a poco, atardecí freático, manchado por los intervalos de formas alargadas. ¿Pinceles de bambúes encharcados? La dignidad del agua me pesó: esclusa abierta a las barbas pretendidas. (Sé que alguien me miraba y su boca era agua de mansedumbre y ocasión y me deleité en la cautela y escribí ARENA con la punta del zapato).

 

4

Sólo en los adentros del agua subsisten las imágenes, los espejismos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

En principio, una sal saltando cual yeso y entonces pude contar las cepas introduciéndose al corredor de la humedad. Supongo que descendí mezclado con nubes de espumas. ¿Me concentré en tupida diálisis? Dudarlo sería distracción vana. Me refrescaron los extractos que recalaron de las pertenencias a las redes. Al cabo, se cerró el agua en sazón y el vapor se torció en su límite.

Libre sin destilación, el agua se mareaba allende el predio de los troncos accionados por esquemas de relampagueos y oberturas. De todas las sustancias que flotaban me decidí por la ondulación que verdeaba sin color. Con ligereza perseguí esferas que después resultaron tacañas. Y el agua se recopiló en mis manos y un azote de buril quedó al descubierto. Del alero elucubré el escenario para abismar las cosas que jamás se abrasan. Porque el amuleto calado, echado a pique, continuaba en su contorsión y levantaba del barro mi prédica para catar el agua plana.

 

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Sólo en los adentros del agua subsisten las imágenes, los espejismos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Halados por la plomada del agua se zahondaron el kiosco que quiso ser barca de mármol y el sauce abatido por el lugar del disgusto. El agua palideció, de súbito, y su cresta aguantó el arrastre, a pesar de la fruta que se le atribuía a su menstruo. Según mi ánimo del momento, reconocí mi fuero, mi capacidad de divagar y soltar las amarras de las culpas. Allí, a poco, un estorbo de sol.

Cualquier linfa no orinaba y el agua no se enturbiaba. De los géneros se emitían sonidos fluentes y un dulzor de ataraxia en la mirada. Para no empozarme, no manaba: prefería el remanso y sin llegar a ser llovedizo, me lubricaba, capital. Tranquilo, adelante, un atolladero se denotaba, de seguido. Y un baño se tornó en transporte. Y una cañería resbalaba en su nivel de acedía. ¡Cuánto se amortiguaba la acuarela en su derecho de dilución! Lo inodoro emulaba mi espíritu y el lecho de aquella agua destemplaba con los vidrios estando solubles. ¡Rasante aguar que daba dentera!

 

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Sólo en los adentros del agua subsisten las imágenes, los espejismos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Sorbí el árbol rehundido en su agua de marco de fulgores y rumiacos. Desmonté la efeméride de la escena que se me aventajaba y le di el viento que le incumbía, con rumbo pertinaz. El tiempo no era agua. El agua quizá fue bosquejo. Y brillaba el balneario de las alturas y una silla se colocó, maldita, tras el incidido manantial. La barca se arrimó al ascua y partió hacia el inmóvil sitio.

Me regía el agua con la naturalidad del caso. Poeticé su paseo de palmo en palmo. Y los retozos me enceguecieron y debí secundar la lejía más pasmada. Y rodé sobre el puente fantasma… Algunas herrumbres murieron en las orillas del agua que, con tardanza, se esponjaba. Un vaso accedió a romperse entre mis dedos menos aguantadores. De pasada, mis propios líquidos se tiraron a la fallida embriaguez que se rezumaba en contorno. ¿Para qué partir el agua? ¿Para qué partir por el agua? Mejor hubiera sido asomarse al dueto harto y acuoso, estorbado de bicheríos.

Wilfredo Carrizales
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