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Mira por dónde

lunes 8 de abril de 2019
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Mira por dónde, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

1

La amenaza desde arriba, desde el pudridero de lo rojal. En aquella cosa que llaman “paz colectiva”. Algo he sentido por la vista, por el olfato, por el tacto y el contacto. Se me aplica “admirarme”, adueñarme de la maleta de los dolores. Registro mi récipe y pienso en el cuidado no posible. Lo negativo se decide a oscuras, en los sótanos de la muerte. De muy atrás se han lanzado las dificultades, la serie de ruinas, la gangrena ad hoc. Me ponen imperativos sobre los pies para que no camine, para que aparezcan pronto los muñones. El dinero no es mi complemento: es el engaño para que vaya y no vuelva, para que me quede en el atasco.

 

2

Reflexiono no con “muy”, ni con “mucho”. Casi sin pelo, ni ropa. Los zapatos se han determinado a ser elásticos, pero pesados, sin puntos de suficiencia. El gerundio se aparta del porvenir, por su propio interés. ¡Míralo, mirando! En aquella costra miman en montón a los presos: golpes y escupitajos. La fachada viene en mi dirección, me tragan sus huecos para la ilusión y al mediodía me chupo los espejos y devengo en jardín con frutos y flores podridos. Me concierno y miro, lejos.

 

3

Por allí llegan los protectores de la patria. ¡Mirémoslos: así los buscábamos! Impolutos con dudosas fortunas; obesos de mazamorra; esponjados por las plagas y los parásitos. Ya están hablando; ya están defecando; ya están donde siempre quisieron estar. Van a hacer las reconvenciones, las llamadas a la ternura, al amor más universal que nunca, a la conversión de los buenos en malos. ¡Lo veremos: lo superfluo no tendrá cabida, ni la mistificación tampoco!

 

4

La brújula ha sido regalada a los sin dientes, a los sin esperanza, a los humillados sin recato. Mirarán hacia todos los lados, hallarán sus viajes en aumento, con toques de fragilidad. Encimarán los hombros para recibir los rellenos que se soportan, que no asombran. Los aguantes salen a cualquier hora y lo inesperado se torna cierto: ¡nadie mintió! Fue sólo un sueño.

 

5

Mirando hacia sí y arriba el norte sin oriente. Cada hijo es un regalo de los señores purpurados, de rumba y cascarón. ¡Mentira que no merecen los premios! Sacamos cuentas y contamos: los millones con ellos; con nosotros, las migajas. ¡Qué bien se mira todo! ¡Sonriamos! ¡De arriba abajo y viceversa! ¡Sonriamos! ¡Y que nos pase por encima la gloria de la patria putrefacta!

 

6

Me llevo a juicio: ya no razono. Los dogmas dejaron de procurarme y aunque me advierto, no me empleo. ¿Miraré en el gran libro rojo a ver si el defecto aparece o miraré las biografías de los prohombres que nos rigen, rijosos? Unos comen de los silencios inmundos de los otros y la nada los mira de través y no los corrige. Perplejidad: ¿adquiriste nueva forma, nuevo lustre?

 

7

¿Por dónde los contras me examinan? Con mi ojo de girasol equivalgo al gramo de lo grotesco. Como soy cultísimo, alterno con mis páginas y mis espigas cosmopolitas. Una equivocación me formula sin cesar y no vuelvo la cara y por la mirilla que me corresponde observo los congorochos en sus peroratas televisivas y bato mis mandíbulas para acrecentar la befa, su ácida función.

 

8

Mimetismo para piar sobre las escogidas víctimas. Ellos, los asesinos, son de palustre y alma de escarabajos; poseen cabezas de búhos y vahos de serpientes mefíticas. Mirábile visu! Parlan las miras de fusil acerca de los agujeros sobre la piel. (La vulgaridad levanta su muro y advierte con cuerdas sanguinolentas. Todo el infierno nos quema desde el despotismo de su argumentación). Sobre el agua, el provecho de los gusanos, las estridencias en repetición. Bien miradas las náuseas ante los retratos de los pérfidos que acumulan carmesíes para embutirse cada mañana de sus vidas.

 

9

Explícame la extrañeza de las mujerzuelas con poder, con sus eructos de guano, con sus coronas sepulcrales. Desde los miradores me envuelven sus atrofias, sus minestras uterinas. Y los hambrientos socorridos con pellejos y filosofías de mistagogo. Y la melancolía de las niñas en su aridez, al modo adverbial.

 

10

Aguaitan los batracios las infamias de sus vómitos. Orbitan más allá de las anatomías que han descuartizado para solaz del usurpador. Y dominan la distinción de las melodías fúnebres. También hacen suyos el arráncate y el humíllate y los huevos trabajados por nada. Nadie con nadie y llora la geografía y gime el urbanismo. Las larvas nos derriban y apestan los nutrientes de las falsías. Las matanzas se esconden para no producir cargas al erario. Necrosis en los verbos que obran para eximir a los mentirosos: mamarrachos en los conciertos de la canallada. ¡No más perdones y la memoria no resta! ¡No a los desasosiegos y al derrumbe de los corazones! ¡No a las prisiones con composturas fecales! La neutralidad se refracta y envilece. ¿Quiénes admiten la ignorancia para sacralizar sus tiempos de nalgas flojas? La apología, ¿será su ungüento? Primero los orines hacia su libertad y los grumos del sabañón sobre sus miradas de cuervos entrampados. (Ventisca que se empareja a ras de la miseria: ¡haz arder las caries de sus nombres, las niguas de sus latrocinios!). El gran patán atisba desde su sentina la maravillosa destrucción secular que ha logrado y sus acólitos se carcajean, felices, impunes, apestosos a rabiar.

Wilfredo Carrizales
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