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Bambú en la puerta

lunes 15 de junio de 2020
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Bambú en la puerta, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Helo ahí en su permanente verdor. Auspicia los eventos de la felicidad y la bienvenida. Se adorna de sagradas formas que congratulan los discursos sobre la longevidad y la altura. El erudito lo contempla y se subordina a su lentor. Del bambú dimana un gesto desde lo antiguo, desde la elegancia pretérita.

A poco de surgir lo visitan los orioles. Cuando sopla el viento abre su canto de hojas susurrantes. En el instante de la lluvia charlotea acerca de los puntos que se unen en su espacio de despejes.

La madera lo desafía y el bambú amuela su agudeza. Cruza un tigre de las paredes y un paisaje se hunde en la lejanía inmediata.

Una cortina de gotas de rocío trata de aislarlo, pero sus sombras se mueven en un juego que dormita.

El corazón del bambú acude recto hacia la honestidad. La luz del sol lo empina y luego lo suelta para que cosquillee en el gozo de las horas que van ágiles.

Trata de seducirlo el fuego, lo empuja hacia la quema. El bambú evidencia su temple en la invención de nuevos acodos que incluyen sus palabras de lucha y dedicación.

Dentro del bambú los segmentos del agua fluyen con lento quehacer. Los sonidos de pinceles y flautas se esparcen cual pensamientos entre las cañas de la vida que se agita.

El bambú retorna, una y otra vez, a la ubicuidad que lo sustenta frente a puertas y ventanas. Él expresa de sí mismo las líneas curvas de la constancia.

Aunque el invierno sea crudo, el bambú sucede en su propia primavera portátil. En su memoria, la lealtad necesita de la savia para endurecerse y magnificarse.

Recuerda a la perdiz el bambú, subida a las láminas hechas de su ser, escribiendo los fundamentos del otoño: ya era una costumbre bajo el firmamento de corteza.

Sobre el caballo de bambú, un niño retoza y retoña. Su madre le balancea las noticias pueriles del día y el infante se da al color de la esmeralda para alisarlo y sacarle más brillo.

Se bambolea el bambú al sentir al ratón que roe y corroe sin escrúpulos. Mientras tanto, el insecto andador divaga entre los nudos y los desanuda para enmudecer con ellos y fantasear.

La puerta se ha tallado despacio para no gravar al bambú. Dentro de una cesta se insinúa el vano y hacia allí zigzaguea el licor de la víbora que se unta con alargadas hojas que serán su viático.

Encima de la piel del bambú, poemas al estilo clásico. Peines combados para el uso de beldades y en la estrechez del umbral una cajita que contiene los aromas locales.

Nace de su vientre un cuchillo y enseguida corta el cordón umbilical de la aurora. La muerte se restringe a su lugar, al tiempo que, en el interior de la morada, la versatilidad se vuelve un creíble flujo. Pronto el bambú se integra a su ceremonia de verdín y crujidos, asaz leves.

 

2

Bambú en la puerta, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

En el portal del norte, cántico del bambú para una bella mujer. Entre los ñudos y los extremos una constante vinculación. La brisa lo hace seguirla y lo mueve a meditar. Se aleja del sol declinante, pero abrasarse desea bajo el alero expedito. Oye a la nieve como añoranza de un estanque emblanquecido.

Al lado de la puerta tallada, su residencia raigal. Antiguos rectángulos para nuevas frescuras y un glauco que se dispone a yacer encima de la hojarasca aún no desprendida. Llovizna con un rumor de rara inquietud. Un aliento pasa recostado a las ramas, cuando una anciana cigarra se sienta a descansar.

Siempre rejuvenecido el bambú y siempre puro más allá de un símil. Sin dudar un soplo frío lo templa y así borda la tela de luz. Los brotes se aglomeran para ocultarse en redor, en tanto que su vigor los hace acometer madrugadas.

Ama el bambú la nostalgia de lo salvaje. En lontananza su imagen perdida, su inclinarse sobre piedras rugosas. Y las montañas envolviendo a su parentela en el vacío a perpetuidad.

Ladrillos y losas a su servicio en la originalidad de una apertura súbita. Sus nervios se frotan para defenderse de la clepsidra que se ha vuelto loca.

Al borde del mediodía, el bambú seduce a ciertos pájaros y luego los envía en misión de mensajeros. La urgencia los disuelve entre espigas en cierne y vapores. El bambú alarga el día, aunque se rehúse y lo traslada a su ámbito de delgadez para que se torne patio o redondel de admiración.

No es un árbol el bambú, pero sabe crear su sombra. De través también puede fluir y ganar un esplendor para la senilidad. Se contenta con hacer brotar de su seno aires que no decaen.

Huérfano de nidos, el bambú prohíja a un cuclillo. Lo viste y lo arropa con la verdura que entraña. Después le enseña a repetir los chillidos que serán célebres en muchos festivales.

Sólo en sueños posee copa el bambú y no se ajusta como leña ni le dice adiós a la moción. Su celo es pleno y prudente y lo primigenio del dolor nunca se instaló en su consistente oquedad.

Cruje una silla cual un erecto tambor. Suda el bambú e ignora qué hacer. Pronto halla un espejo enterrado a sus pies y las huellas de unas manos que le dieron fin.

Se separa el bambú de la prevista cita con el forastero ahondado. Se retira a un rincón y permite que enmudezca la seda de su talle. A pesar de su poder, el peregrino se desecha, cabizbajo.

La tarde retorna porque el bambú lo desea. La ley no se entrampa en el limen ni se tachan las salpicaduras del tiempo. Avanza lo sereno con su grato bendecir, mientras una cadencia estalla con suavidad.

Una plegaria al vaivén de su espesura. Un cielo ríspido por altura y un suelo amadrinado con razón. Todo se comprende en una súplica y, sin embargo, se dislocan las uniones y llega el quiebre.

 

3

Bambú en la puerta, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Escucha a las azaleas a través de sus postales. ¿Adónde van los atisbos que mutan? En medio de sus recuerdos, el bambú aguarda el pasado que monda. Un riachuelo se ajusta a la evocación y nortea con las formas ondulantes. ¿Quién cavila acerca de las nubes que ya no mojan?

Un arco iris tan ancho como un dedo cuelga de la jamba. Un dulzor se desflora en homenaje a la fertilidad. El bambú todo se colma de mañanas con aristas. Su orden fiel se revela hacia el firmamento.

Se mece el bambú en la orilla de su parla. Un grande gozo para un solitario. ¿Qué se pierde en los intervalos de los destellos? Fuera del polvo se destila una caridad y arriban unos pasos.

Menos brillo para una defensa innecesaria. Lances de un bastón en su ornamento de jardín. Géneros de la fortaleza signando el nombre y el porte del bambú. Un abanico se abre y con él, un suspiro nada grave.

Vendrá el reposo y el retorno de las arañas. La trama estará al servicio de otros. Con su sed infinita, el bambú se agacha y abreva en el pozo que no se ve. En el subsuelo se escucha un chapoteo.

Las veces que han pasado asimiladas a un solo mes. También las hierbas se suelen encuevar durante el invierno. Un sol inaudito no se atisba, pues el bambú le teme a lo extraño.

Espigado y no ofende a nadie. Barrunta siempre lo que hay tras los biombos. La aprensión no existe y es un caso de normalidad. Bambú encauzado tejas abajo para abreviar los hechos que obturan.

Breve el sendero hasta su ámbito de inserción. Antes agregaba novedades; en el presente, junta noticias de los lapsos emergentes. Su hito no se malgasta y se desliza con época.

Bambú que aplaca los gritos del viento y de la lluvia. Desde su entalladura el gallo lo admira y lo estimula. Los asombros abundan para quienes los sepan disfrutar. Un brillo ronda, protector.

Dos vertientes y una puerta y aun los placeres se desbordan. En el centro de la cámara las rodillas se tocan. Un cachorro le ladra a los gestos del bambú y, gallardo, él lude con justeza.

Aromas de albaricoque sin origen cierto. Abejas y moscas zumban en parejas. ¿Cómo pesquisar lo que domina al olfato? No se logra néctar del bambú, mas una confitura al dueño entretiene.

El muro acaricia al bambú con su argamasa de sustento. Lástima que no proceden nenúfares al este del sitial. Una cita a través de una pintura ingresa en la entrada y henchidas hebras se colocan delante.

No se avizoran los grillos, empero se sienten sus chirridos en la penumbra con exceso. ¿Deberá medir el bambú cada rechinar con sus segmentos? Los tiempos de la maldad acuden subrepticios y el arranque de las nervaduras amilana apenas al bambú alerta.

¿Habita un difunto en el virtual bosquecillo de bambúes? Alguien lo dijo y caminó en círculos, tropezando contra larvas en mora. Una mano femenina escribió una elegía sobre papel ocre y la escurrió por debajo de la puerta. Un apagado sollozo fue auscultado entre las interesadas raíces.

La máxima energía en el cenit y el gallo canta en su momento de labra. Magnificencia del bambú a toda prueba. En el patio interior se retiran los seres volantes: se marchan a bordar los retazos de horizonte. El ave cantarina saca cuentas para evitar quedar desmadrado. La gramínea deja de crecer y profesa un sonido que aporta alargadas imágenes que acicalen la techumbre.

Wilfredo Carrizales
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