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El escarabajo (de ida y vuelta)

lunes 10 de agosto de 2020
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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El escarabajo (de ida y vuelta), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

El escarabajo pertenece a una familia que batalla. Se sabe saciar en un lugar desierto, aunque haya sido capturado por sus enemigos. Su imaginación está vinculada a la poética de su propio mito. Él encarna la sacralidad y, aunque ya no propulsa al astro rey, se las ingenia para adormecerlo y atraerlo, por breves instantes, hacia la oscuridad donde posee un cielo con viajes de lignito. Con coraje, emerge del pozo nocturno sobre una barquichuela de sal, mientras el brillo de su orbe le da instrucciones para que nazca cada día.

Él tiene un extraordinario instinto para convertir en bolas los excrementos que encuentra en su andar. Con sus patas enrolla el estiércol con una perfección que pasma. Algunas veces logra pelotas tan grandes que para hacerlas rodar trepa sobre ellas y las impulsa con sus extremidades. Su persistencia y resolución causa, entre los demás insectos, ya envidia, ya admiración.

En el comienzo del mundo, el escarabajo era un bicho que no merecía ninguna consideración. Mas luego, debido a su fortaleza y voluntad de lucha comenzó a ser considerado una criatura con notables habilidades y, por ende, respetada y hasta temida. Incluso se compusieron baladas anónimas que exaltaban su surgimiento de los abismos de un agua inexplorada. Su voz aún resuena en los oídos de los antiguos.

Durante las mañanas, el escarabajo realiza sus abluciones con el rocío, a despecho de la frialdad que pueda haber en el entorno. Despliega sus alas y las bate con vigor hasta conseguir un calor que lo exalta por todo el día. Para divertirse toma algunos epítetos tales como “el hacedor de formas” o “el que vino para ser y existir”. Él suele evocar el sumario de sus éxitos y victorias y, sin empacho, se los restriega en la cara a los otros coleópteros. Valiéndose de su plena conciencia de las cosas despierta a figuras dormidas y crea movimientos perpetuos en el ámbito de su tránsito.

 

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El escarabajo (de ida y vuelta), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Se lanza el escarabajo, con el emblema del renacimiento sobre su lomo y la audacia en sus tenazas, hacia la elevación de la estrella más candente. A pesar del remusgo, se fortalece en el acto de besar el suelo porque de allí obtiene taninos, carcomas y breas. Su alimento rueda a la par que las pelotas que contienen los huevos y los nutrientes para sus larvas. Con gran arte y pericia embalsama a las pupas y las embebe con miel para que tengan un melifluo y promisorio porvenir. Después se olvida de ellas, en la certeza de que podrán conseguir la autocreación.

En el progreso de la oscurana, él se sienta sobre su taburete de ultramundo a evocar las cualidades que lo inmortalizan. En medio de una especial sublimación, trasciende hasta las estancias que se hunden dentro de subterráneos. Un poco después, emerge, agudo y vertical, hollando el pasaje donde se imitan antiguos catafalcos. Él los enumera, los cataloga y los convierte en amuletos para los miembros de sus cofradías. A veces se esconde dentro de lo que esconde: carbunclos foscos.

El escarabajo escribe su nombre en clave encima de diseños reales y ellos le permiten ganar poder sobre otros animales más corpulentos y feroces. Con su bandera, enarbola los rumbos de los difuntos para que lleguen seguros a su destino, sin desviarse ni un ápice.

Él ilumina los elementos y las nociones de lo fúnebre y pone en ello todo su corazón de textura articulada y conjuga el sentimiento con la acción y la memoria y sopesa los pros y los contras del orden y la proporción. Con su balanza, descubre a quienes mienten y los maldice y les desea un fin en las fauces de un monstruo. Aunque él no lo reconozca, usa a menudo medios mágicos para torcer vidas y derroteros.

Si alguna alimaña osa tocarle el pecho, la enceguece, ipso facto, y la sume en el silencio durante interminables semanas. En las noches de luna llena se cuelga de los agujeros del satélite y se hace acreedor a su benevolencia. No se contradice si ella lo juzga y no se hace eco de sus quejas. Atraviesa con parsimonia las imágenes de sus ojos y engulle pizcas de su autenticidad, misma que le servirá en los tiempos por venir al ser requerido por el yo de la infinitud.

 

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El escarabajo (de ida y vuelta), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

No desconoce el escarabajo lo que es el escarmiento. Él castiga, sin previa advertencia. Suele canturrear después de una de tales represalias. Para efectos particulares utiliza él semejantes medicinas. De improviso, puede sacar una doctrina y aleccionar al escarmentado, sin miedo a posibles escaramuzas.

El escarabajo no gusta de alargar los discursos y, con facilidad y presteza, cambia de dicción y se muestra negro, tal cual es. Él coteja los calendarios y les sigue el curso a los arcanos más abstrusos. Los astrólogos le honran y le adoran hasta el límite de la insania.

Estima el escarabajo, en mucho, su fuerza, pero tiene conocimiento de que no hay enemigo pequeño ni fugaz. Domina las apariencias y las realidades de los mundos y, a su albedrío, los forma y los deforma y les yuxtapone los movimientos que considere imprescriptibles. Dice en susurros que ciertas boñigas pertenecen a cuales jumentos y cuáles circulares pelotillas obedecen al giro del compás. Así, él va revolviendo suciedades y basurales del este al oeste y va rempujando traseros para que suelten lo apresado. No embargante, el firmamento le produce poca luz y mucha tenebra.

El escarabajo se asimila al novilunio, no por afinidad, sino por aféresis. Engendra a sus generaciones, con antelación, para que concurran en su preciso momento al lugar de las insinuaciones y las instrucciones. Se sospecha que el escarabajo opera en el oficio del bosquejo, aunque nadie, ni mujer ni hombre, ni joven ni viejo, lo puedan comprobar. Sí son notorias las figuras que acompañan a sus patas en su incansable devenir. (Resulta curioso y sorprendente que el coleóptero de marras muera al oler el suave perfume de una rosa).

Él no es tanto la causa como el efecto. Es bueno entre la escarcha escuchada y malo en mitad de un hábito escarlata. Como unigénito gana lo que se procura con autorías y dura mucho, mucho más que los de la especie de los mortales y a fe que muestra su voluntad para someter a los humanos. Con su talle de hembra no pudibunda va emborronando esquelas, manchando esquemas, garabateando cuartillas, borrajeando escrituras, garrapateando anotaciones… Y en agosto escancia julepe y no son escasos los zigzags de sus recorridos y se esclarecen ante la poquedad del prurito.

 

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El escarabajo (de ida y vuelta), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

El escarabajo sufre una insólita alteración temporal cuando se topa con leones. Sin embargo, procede de modo dialectal y supera pronto el impasse. Luego deriva hacia el sitio de los escaramujos y, chambón, les hace piruetas y burlas. Toma en cuenta sus calambres imprevistos y esgrime una atmósfera de refriega. Impávido, compone el desacuerdo entre los colores y del nuevo sentido extrae una escarapela, sin mayores escarceos.

En contra de la creencia más generalizada, se puede afirmar, sin caer en el error, que el escarabajo, de manera definitiva, no usa escarpín. (Resulta duro contradecir una convicción tan arraigada). Él tendrá defectos, pero los hilos de la trama los maneja con maestría.

Acata el escarabajo, sin chistar, las insinuaciones de los cuerpos ovalados y, por ese tono, asume las compresiones de las masas hojosas. Algo avaro puede haber en sus procederes, mas son explicables si nos atenemos a las dificultades que él confronta de continuo.

A quien aborrece sin ningún tipo de escrúpulo es al zapatero. La causa se mantiene ajena al entendimiento y preferible es no inquirir en ese asunto. Bajo ningún pretexto se puede obviar que el escarabajo posee un temperamento igual al de un cañón y feos son sus ataques de ira.

Ronronea mientras duerme o mientras lo acucia un pensamiento persistente. Por la escatofagia ha enfrentado pleiteos capciosos y de todos ha salido ganancioso. No escatima meterle el diente a una apetitosa escarola sin parar mientes en las habladurías posteriores.

Tras los tejidos, el escarabajo tiende a perder la compostura. Por fortuna siempre le ocurre eso mientras está solo. Brota derecho del percance y la confusión ni se le nota. Siempre articula lisuras para deslizarse por las depresiones que le salten adelante. Busca, con ahínco, tártagos desprovistos de flagelaciones para prensarlos y obtener su aceite.

Algunos entomólogos aficionados consideran vulgar al escarabajo. Es una afirmación hecha con gran ligereza y falta de respeto. De no ser por su existencia y sus valiosos servicios, la humanidad estaría condenada, irremisiblemente, a una pesada carga de sombras. El escarabajo, a propósito, no empareja su fisonomía con su excepcional sapiencia. No fluye de un extremo al otro por ocio o por vagancia, sino que persigue, en cada ocasión, una meta que aumente su caudal de logros.

No transcurre un minuto sin que el escarabajo roiga las hojas del almanaque y los ojales de las telarañas perdidas en los rincones. No se tiende de espaldas ni tolera que lo llamen tonto. Su ortografía se alza cual un monumento a la evolución.

Su rusticidad, como todo lo suyo, es aparente. Desprecia los lujos y sus itinerarios no son rumbosos. Ahorra y se sojuzga a este precepto. Traga lo necesario y no trafica con su industria. Recupera lo desechado por otros y lo reconvierte en bienes, quedamente.

De modo profundo, se introduce en el interior de las escaras y funge de cáustico para su excelsa gloria. Occiduo, atrapa las coyunturas para escapar de la holganza. ¿Y nunca descansa? Yace sobre la confianza de su hechura y, siendo así, conquista su solaz. A su nivel, no lo encaran pretendientes a rivalizar con él. A fe suya que pone, en directo, los terrones encima de las raíces. En resumen, el escarabajo relumbra y no es renco y se ajusta a la reliquia de su meridiano para escanciar el vino huérfano de las dehesas. “La suerte está echada” y no hay para dónde retroceder. ¡Escarabajo a su trabajo!

Wilfredo Carrizales
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