Textos y dibujo-collage: Wilfredo Carrizales

Primero
Día del señor: del señor que viene a cobrar el alquiler de la casa. Y escucharan los vecinos, los comentarios a todo gañote que hace el casero. Quisiera, de buenas a primeras, seccionarme. Desea practicarme la ley pretérita, a mí, que soy tan moderno. Mientras él iba a la brava, yo celebraba y en mi memoria sabía que habiendo creado yo el sábado, pues el domingo era para el descanso y debía cesar cualquier obra de cobranza. Mas el casero no estaba en estado de gracia y el hombre tomándome por un brazo me anunció grave y gran desgracia. Le opuse mi verbo con un divino desparpajo y puse a cubierto mi humanidad. Triplemente indignado, el casero, sin reparar en su pasión y sin sentir compasión por mí, me predijo muerte sin resurrección.
Segundo
Día en recordatorio del enorme beneficio que disfruté durante la celebridad y fiesta dedicada al continente que me reportó múltiples satisfacciones, por haber salido de su interior el vino más dulce y embriagador que mi paladar nunca antes disfrutara. ¡Qué gloria y magnificencia me fueron concedidas! Imposible permanecer impasible ante tanta exquisitez, ante tanto prodigio de vides con facultad para dar nueva vida. Me costó mucho esa redención, pero digo que todo fue hecho de modo perfecto y no me abrevio para exaltar las antiguas bacanales, cuyos ecos todavía resuenan en mi jardín de las delicias.
Tercero
Día encarnado: color de carne, cualificado para abstraer conflictos y atraer armonías. Día representado por el macho cabrío y su potencia viril, cuyo espíritu se aloja en el cuerpo y lo transforma en espada, en lanza, en puñal con cabeza de perro. Día para mirar las entrañas de la tierra y también del universo y para cebar a las hembras a quienes se les impresiona el ánimo y las caderas. Día para cicatrizar las heridas de la dispersión y para estampar tintas rojas sobre nalgas esculturales, femeninas, recias. Día para rodear la casa con guirnaldas de bálanos.
Cuarto
Día para no trabajar, para no sudar, para tenderse sobre la hierba, con los ojos atrancados, para escuchar los arroyos que vierten sus aguas más allá de nosotros, en otros confines, y que no mueren en encrucijadas y que se cuidan, porque son sagrados y porque es muy solemne la remembranza que me enlaza a ellos.
Quinto
Día que canta de diez a diez y domina y se exulta y no enlentece. Es principal y laudatorio y siempre se denomina en sus ramos de hierofanías y ovaciones y bizcotelas y que, con triunfos, nos sana, me sana, a mí, que soy hijo de un bonachón, quien vino a nominarse para una carrera de beodo, después de la independencia de los apóstoles de las lujurias, sabios en sermones placenteros y competentes en dar en el blanco de grupas negras.
Sexto
Día de las trinitarias y de la trinitrina y de los trinos en semitono. Conmemoro el quincuagésimo aniversario del primer mordisco a la pierna de cordero asada, cuarenta horas después de que me fuese enviada por la Cofradía de los Alborotados. Así, según Agustín, mi portero, me gané el derecho a ser primitivo cuando me convenga y a vestir sayo blanco y bautizarme con leche de cabra e ir en procelosa procesión por las calles donde se ejerce el oficio de enderezador de entuertos.
Séptimo
Día del introito para explicar el argumento de la obra teatral que se escenifica, cada mañana, en las plazas de las ciudades y pueblos de toda la república que nos desampara, que nos descalabra. De esa guisa, se engendrarán infantes con sana inclinación hacia la concupiscencia. Razones se verán durar imponiéndose a los ritos del eclecticismo y catando los sitios donde los imperativos sean verdes y rojos como los lagartos fabulosos de las Antillas.
Octavo
Día del lobo que caza a los misántropos, menos a mí, porque lo desuello y desoigo sus amenazas. Además es mi día para ser travieso y andar de consuno junto a mis liviandades. Luego me retiro en la fecha referida y me escondo para hozar al público en secreto. Sayón honorario y por capítulos, si me viste, disimula y ¡gaudeamus!, que el gato anda viejo por escaldado.
Noveno
Día del soldado que pasa hambre y su vestimenta son andrajos y se lo pelotean los jefes y tiene que salir a robar para comer o busca desechos de alimentos entre la basura amontonada en las calles. Esto no es primicia ni invención, sino pila que alumbra verdades y no pajas coloradas, festivas y apetitosas para quienes intiman con las metamorfosis y vulneran a los espíritus abiertos, porque ellos son fieros con los cuernos que les irritan la travesía del oprobio.
Décimo
Día de la antonomasia y para llamar, por ejemplo, al salvador de los pueblos, al elocuente de risita maricona, al repartidor de mortadelas. Día compañero para el vientre afectado de martirologio y huérfano de caridad y acostumbrado a lo que no le aprovecha. Día para no hospedar a los que presumen de honradez y probidad y obran en comunión con los delincuentes de toda laya. Día para construir puentes que se caigan dentro de un mes. Día para deambular por las calzadas con los pies desnudos y para edificar la inteligencia con el coraje libertario.
Undécimo
Día del viento que aboga en cada uno de los cuatro rincones y que doma las cúpulas donde habitan los bandidos que secuestran el alba. Día del domicilio para los vuelos que no se piden y que, sin embargo, se posan sobre las mesas y encuentran lo que han traído con antelación y presteza. Día de los agradecidos atardeceres para dormir siestas grandes en cuartos pequeños. Día para la existencia del abuelo y sus chubascos, de la moza de dote alta, del abrigo incluido en su centro, de la veracidad situada en su punto. Día para acariciar una cabellera salpicada de cocuyos y meridianos.
Duodécimo
Día para insertar la inmunidad, el retrato del último mastodonte, las quejas que queman. Día para provocar ruidos en las quincallas de los chinos y de los árabes. Día de las endechas por tantos muertos anónimos, de quienes ni siquiera un simple boceto quedó. Día de las espumas y las espinacas incorporadas a las orillas de los elíseos. Día de los légamos para extraer panoramas de blandos cuños, destinados a los escindidores de jerarquías o a los porfiados que hurgan al ras.
Decimotercero
Día de los herejes que heredan bienes de difuntos, porque establecieron un código al respecto y ninguna autoridad estéril puede anularlo. Día de las rejas reiteradas para los valientes que no conocen la genuflexión. Día de los airados, aunque los destierren, aunque los sometan al pillaje, aunque les frustren el futuro. Día para cavilar acerca de los empellones de los esbirros y las necesarias respuestas de los atropellados y humillados. Día para ajustar cuentas.
Decimocuarto
Día para macerar las lluvias y convertirlas en párrafos para inundaciones con hipérbole. Día de los sapos trotando sobre sus rieles, tratando de alcanzar el tren de los arriates. Día del incesto de los genios y de los feligreses con dientes de cachorros. Día de las esfinges escupidas por los ladinos en los laberintos donde nunca rutila. Día de los gallos y las galletas, del moho y los mochuelos, de las duelas y los duelos. Día para poner el hombro y ayudar a transportar la mochila común y prolija.
Decimoquinto
Día para rescatar a todos los rehenes sin cómputo de relojes y ondear banderas para estremecerse. Día de los taumaturgos que tejen tazas y filtran flechas con flecos. Día de la no congoja, del no balbuceo, de la no podredumbre. Día para desechar los mendrugos y lanzarlos a los rostros de los hambreadores, de los parásitos y los gorgojos. Día para repudiar a los corifeos de quienes se burlan de nosotros con colmillos de oro. Día para no desmayar en contra de los desmanes.
Decimosexto
Día para desperdigar a los espantajos, a los fanfarrones, a los desovados. Día para desnucar las limosnas y para bajar con garabatos a los dialogantes de las dichas nefastas. Día para amputar los cogollos y las cogullas. Día de hacer correr a los crápulas en estampida hasta que perezcan desmayados. Día para el enojo múltiple que avasalle a los falsarios cuádruples, tejedores de fárfaras y lamedores de guarapos. Día para más nunca caer de hinojos ante los manipuladores de la inopia. Día de arrojar por puertas y ventanas las colecciones de lastres para comenzar a moverse ligeros en pos de la libranza. Día de estallar en las esquinas para no ser más esquilmados.
Decimoséptimo
Día para no estancarse ni para adquirir estrabismo. Día para salir al encuentro de los disidentes y abrazarlos y escandir con ellos versos de la ira y del ímpetu. Día para impeler la inanición propugnada por la banda escarlata. Día del lápiz sobre la lápida, de la madera y su madrigal, del músico que compone tras los musgos. Día de las ojeadas encima de las ondas y del palpar los paradigmas de los recuerdos recíprocos. Día para saltar dentro del rescoldo que sabe de tácticas.
Decimoctavo
Día de la iguana que no es camaleón y del lince que no es gato de cojín. Día del pulcro poseer y del pubis como púa. Día súbito con pan mojado en aceite de oliva y tomate sin sospecha. Día de la transgresión absoluta para no verter más víctimas en vano, para beneficio de quienes manipulan desde el cuadrivio. Día de la yesca agazapada, a la espera de su momento. Día del zarpar contra la corriente, con zuecos adheridos como vestigios. Día de la paloma torcaz sobre la torre del torpedo. Día para la emoción de los testigos de lo perentorio. Día para no esparcir las costras y para fluir con los astros fogosos. Día en que nadie acude a recibir nada. Día del samarugo que acompaña los salmos. Día para labrar la muesca del huso, a la antigua usanza, con estilo y cremallera.
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