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Animales de mi galería (I)

lunes 26 de abril de 2021
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales
Animales de mi galería (I), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Pórtico

Uno puede ir por la vida domesticando animales con una cámara fotográfica y después aprovechar sus imágenes para exponerlos ante la gente. Quizá sean desaprobadas por el vulgo, pero aprobadas por las personas de gustos renovables. En todo caso, la galería se alumbra para recibir ejemplares de la zoología que son de preferencia propia y quedan allí como colección que designa a un grupo de seres vivos con sensibilidad y alta capacidad de respuesta. No son bichos desconsiderados, sino compañeros y cómplices del fotógrafo, quien, aunque no practique la zoolatría, les tiene un gran respeto.

(A la entrada del zaguán, unos sapos retozan en el sucinto estanque y charlan acerca de lo infernal de su aspecto. Ellos quiebran la luz astral al absorberla según su peculiaridad innata. Sus miradas fascinan y guían a los visitantes por el laberinto de signos y de letras. Triangulares son los sapos y en la humedad realizan la ceremonia para que la lluvia se torne en riqueza).

 

El burro

Animales de mi galería (I), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

EL BURRO es capaz de poseer un carácter áspero si se lo propone. No acepta insultos porque serían una carga que le impediría andar con las orejas erectas. Su estabilidad lo hace legendario y conoce el destino de su peregrinaje como el que más. Es mentira que anhele convertirse en un unicornio: su piel no soportaría los trajines de la magia. Se sabe un vehículo de la trascendencia y por ello preserva su humildad. Se para de modo abrupto al percibir un obstáculo invisible en medio de su camino. Su sombra se restaura con tanto esplendor que alumbra los momentos místicos. Le sobra delicadeza cuando se lo plantea y su aparente brutalidad resulta un recurso eficaz para que no lo molesten. De los sinónimos que le atribuyen le gustan en especial el de asno y pollino. Este último le recuerda a las polleras que usan ciertas mujeres para cabalgarlo y para que mude su estampa. Mas el burro suele ser un madero duro de aserrar y sus virutas no entran en el juego. De la tautología, el burro extrae las albardas y las redundancias que lo asnean. Los burreros provienen de una raza de cegatos que rompen las reglas del buen andar y el burro no se permite semejante contravención. Afortunadamente nadie muere de una cornada de burro. Si alguien le grita al burro “¡Éramos pocos y partió el asno!”, él no se lo toma a mal y ofrece su panza para que reboten los niños encima de ella. Goza una barbaridad con los libros que lo mencionan. Su lectura favorita sigue siendo Platero y yo. Toca la trompeta y un rebullicio se forma tras sus rebuznos de felicidad.

 

El gato

Animales de mi galería (I), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

EL GATO capta la emoción y es feliz aunque se mueva de lado. La fealdad se guarda de él y extrema sus cuestiones alusivas. Negro, nadie consigue llevarlo al agua, porque está protegido por su infierno. Se lava a escondidas y emplea agua que no salpique sus zapatos clandestinos. En la oscuridad se encierra en sí mismo para que no lo confundan con una liebre asombrada. El gato conoce cuántos pies ostenta la bruma que viene de improviso. Él observa las ciudades en silencio y a los puertos, maullando hasta cansarse. Es capaz de atravesar los bosques sin mirar hacia atrás ni hacia los lados y sólo gira su cabeza al final de la jornada. Durante la noche participa en los aquelarres de brujas y hechiceras, pero manteniendo, a toda costa, su autonomía e independencia. Ni aunque lo torturen divulga los secretos que ha acumulado a lo largo de su extensa vida. Cuando ocasionalmente se vuelve doméstico las ratas escapan por los más insólitos agujeros. Él emerge fortalecido de cualquier batalla y se siente afiliado a sus admiradores. Lo sinuoso caracteriza a su naturaleza y eso le permite atrapar a sus presas en los ámbitos menos sospechados. Él cierra los ojos y viaja a través de la luz hasta paraísos primordiales, donde fluyen riachuelos de leche y peces enroscados. Su curiosidad no escapa a ninguna apreciación seria, pero como él es capaz de saltar de través, se torna inescrutable y movedizo. En apariencia ofrece mansedumbre, mas su ferocidad puede manifestarse de manera harto imprevista. Como él practica la ubicuidad su energía se sublima para generar entes fértiles, dotados de incontinencia.

 

El saltamontes

Animales de mi galería (I), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

EL SALTAMONTES fue atrapado mientras brincaba a la pata coja por encima de las hierbas. Ahora habita, prisionero, dentro de una jaula de bambucillos. De día, devora sus pedazos de zanahoria; de noche, chirría y su color verde se propaga por las plantas de la sala. La angosta escena de su acción se amplía con su voluntad de sobresalir y ganar laureles. Añora su peregrinaje, signo de su trashumancia voladora, por llanuras, por bosques y por sembradíos. Unido a sus miles de compañeros establece la voracidad como símbolo de la desertización y es temido cual plaga de castigo divino. Su testamento nunca cae en el olvido: su visión alude a su potencia infernal. Él es capaz de perturbar el orden cósmico con el frotamiento de sus élitros y de arrancar las manchas amarillas del cielo. El verano lo convoca, de modo especial, para sesiones de canto que duran desde la puesta del sol hasta el amanecer. En su cabeza bullen, de continuo, novedosas composiciones dedicadas a los cortones. Trae buena suerte y prosperidad a su poseedor y cuando éste muere lo ayuda en la transmigración exitosa de su alma. Él jamás ha emergido del humo, sino del aire de los árboles y a ellos se junta en el tiempo que los sabe heridos. Sus dientes de león tienen la capacidad de destruir y construir simultáneamente y en su rostro se manifiesta una loriga de hierro y jade glauco. En su condición de cautivo, embelesa con su porte y gallardía a los efímeros libertos.

 

La leona

Animales de mi galería (I), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

LA LEONA duerme con sueño no prisionero y escapa a diario a su antigua estepa. Desde que mora en el interior de una celda no hace sino aletargarse y tumbarse, pero lejos del holgazán león se siente muy dichosa: ya no tiene que salir en grupo a cazar para alimentarlo y después tener que soportar su mal humor y su pestilencia. Ella posee correspondencia secreta con el oro subterráneo y el sol la busca para calentarla y salvarla del terrible frío del invierno. Cuando estaba en libertad presidía las riadas que se producían durante la canícula y su piel brillaba con destellos de astro en el umbral del alto dominio. Sabía localizar el azufre aunque estuviera oculto en las simas más recónditas y lo hacía arder con intensa llama azul para que se emparejara con el firmamento. Ella es poseedora de un fuego que logra doblar los metales de las lanzas y las flechas. Por ello, el problema del combate lo coloca al margen y se constituye en verdadera reina terrestre con poder que se fortalece sin cesar. A través de una breve claraboya en su cuarto con rejas se cuela la claridad del plenilunio y entonces añora su llanura africana y ruge durante toda la noche. Con recurrencia, le llega a su aposento la imagen de un extraordinario félido alado que le anuncia su futura liberación. A la sazón, late en su seno una exaltación de victoria y como magna madre devora cualquier estrategia que busque domarla.

 

La lechuza

Animales de mi galería (I), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

LA LECHUZA absorbe la leche nocturna y esto no le impide seguir siendo rapaz y controladora de su insomnio. Es mentira que no se dedique a actividades diurnas, pero las realiza con calculada pasividad para no alertar a la muerte revoloteante. Ni las heladas logran socavar la integridad de la lechuza ni el cautiverio ni tampoco las maldiciones que le endilgan los ignorantes. Bajo el horizonte suele conversar con los hijos difuntos de los soles del ocaso y dentro de las cuevas tantea las tinieblas para calcular sus posibles amenazas. Ella produce sordos ruidos, levanta vuelo y, casi de inmediato, se la descubre con la presa entre las garras. Puede aparecer de súbito desde el corazón de la arcilla y rendirse a la más provecta edad. Con los penachos de sus orejas moldea su redonda cara y con su cuerpo sugiere lo común que no es percibido. Se alía a la oscuridad para rogar por la infinitud de los sucesos faustos y simultáneos. Su ulular hace énfasis en la permanencia de la melancolía, mas ella sabe reírse con intensa delicadeza. Observa con atención el paso de otras cazadoras y las sigue, con cautela, para descubrir sus maniobras. Su visión penetra las florestas, los muros, las nieblas y los ecos del éter y es capaz de localizar a una hormiga debajo del plumaje de un pájaro ilusorio. Su ambivalencia como criatura alada que escudriña y escucha todo, la convierte en un misterio que muta sin previsión. Además, por ser ella sabia y poco locuaz, se la invoca para que esclarezca los enigmas que aturden los cerebros humanos, mas ella se desentiende de esas minucias y se envuelve en un velo de gasa cenicienta.

 

El mico

Animales de mi galería (I), por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

EL MICO piensa faltar a la cita porque no podrá atender a todos los invitados. Entonces se aturde y se avergüenza, mas pronto lo olvida. Gesticula un poco mientras vira su rostro hacia un lado. Aunque es muy joven no se percibe insignificante y aúlla con cierta disposición para acortar distancias, sobre todo tratándose de su reducido ámbito de esfuerzos. De ningún modo es el primer chango, pero tampoco el último. Monologa con recurrencia sobre una idea fija: la fuga, el escape en silencio, sin dejar huellas. Él es también poseedor de una doble faz que le faculta para actuar en lo sombrío y simular inferioridad. A escondidas, estudia antiguos manuscritos acerca de medicina hierática y gana poder mes tras mes para otorgar salud a otras víctimas en estado de cautividad y, además, las impulsa hacia el éxito y las relaciona con entes del submundo. Su inteligencia no conoce parangón y con su vivacidad atrae a muchos adeptos a su causa. Bajo determinadas circunstancias se torna irascible y agresivo en contra de los imbéciles humanos que lo imitan pésimamente. Así mismo la malicia y la lascivia lo atrapan, por momentos, entre sus cuerdas flexibles. Domina el arte de la prudencia cuando le conviene y puede hacerse el sordo y el ciego de acuerdo con añejas usanzas. En época de plenilunio se arrodilla y ora recogido en un rincón y esto lo anima y le otorga un excepcional vigor para continuar en la brega. En su espejo portátil descubre sus vicios y los frota con energía hasta que se desvanecen.

Wilfredo Carrizales
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