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Del aire como taumaturgia

lunes 24 de mayo de 2021
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales
Del aire como taumaturgia, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

1

Un látigo en el viento y un espíritu que se modifica con flaqueza. La voluntad se precipita a tierra y luego se enfurece. La magia acaece en el lugar que gira, pero no se nota ni deriva. Hay una amplitud para la candela y otra para los terrenos. Las lenguas absorben brisas y se secan y ya no causan verbos. Las impresiones se mueven entre los estrados de los meteoros y allí se van muy largas, engendrando lluvias, aprehendiendo cometas, capturando rayos, asiendo rocíos y haces.

 

2

Es la espiral que se dice de la física en división. Se hubiese hecho de vorágine, pero las aberturas la halaron hacia la contención que saltaba. Sigue buscando la codicia dentro del granizo, aunque mude, de continuo, su textura y su ruido. Cuando irse puede, cobra un vigor para los entalles. Quien la busque, la encuentra dispersa sin consideración alguna. Al chocar contra los rostros les trueca los tiempos y los aja y les barrunta los pesares para las ligerezas de infinito.

 

3

Pasa encaramado encima de los sufrimientos y toma los recreos si provienen de lo oscuro. Se sosiega y también se ciega, mas de todo hace burla o un abanico de befas. Desde su música le pone término a la división de los tañidos. Aniquila a las aves en vuelo y elude las respuestas del cazador.

 

4

Nos airea, aunque seamos herejes y luego nos consustancia sin valerse de dogmas. Da más de cerca que de lejos y su decisión es fe. Nos halla valientes sobre las telas de montar y, aquí y después, nos vence al retirarse. Es capaz de arrastrarnos como muertos y, en el ínterin, cambiarnos los emblemas que traíamos bajo las axilas. Para sus enemigos, cuentas de chispas. Y, al fin, nos ocasiona con espadas muy sublimes y nos obliga a mojarnos con nuestra sangre saturada de hierros.

 

5

Venerable y nos señala con su tremor, cuyas piritas nos obligan a fingir que iluminamos. Un su infierno nos espera para robarnos, yéndose la noche hacia la vergüenza de la lechuza. Del pardo avecina los corpúsculos que más trabajo ceden y a nosotros nos queda una tristeza del tamaño de un blancor y un consuelo partido por el medio.

 

6

Se distrae con el marfil del amanecer y se tumba encima de su vasto paisaje. Soporta los regalos de reyes destronados y caducos, por el solo placer de distraerse con las ondas de sus cabellos. En lado aparte, peina los lomos de los leones de circo y levanta montañas en oriente y derrumba abismos en poniente. Sus orejas mantienen la constancia de los ecos del cielo y separa a los simples mediadores de los verídicos suplicantes. En cada ocasión que lo desea comanda luces y divinidades y articula una cosmogonía asociada a la resurrección de los cuerpos etéreos.

 

7

Uno abre la ventana o la puerta y, aína, le azota la mirada con un garbo al compás. Entonces, uno debe guarirse, tastaz, en procura de un ejercicio para las visiones. A la sazón, nuestra cabeza simboliza una atmósfera cargada de misterios y en cada paso se cifra un corte de adornos. La velocidad mueve sus caballerías y al irradiar relinchos nos confía una capa de dejos.

 

8

Bajo los soles, el aliento donde el carbón imagina su metabolismo. Me planto con un fuete al lado de las estampas de animales que no respiran y los impulso a sintetizar los violetas de sus recuerdos. Sé que me vuelvo magro, pero aumenta mi caudal de trazas para las conchas que resisten. Mi alma se atemprana con el gris en su levante y ninguna enfermedad suelta su vaho a deshora.

 

9

Han fenecido los fantasmas encima de sus platos. De veras: el medio ha sido disparatado. Las cosas tremolan, abundosas, empujadas por corrientes de volantes. (Alguien canta recostado en los trazos de las flamas y una tensión le destruye la base de su edificio). Allende las tardes, se agrietan los chubascos y apenas refrescan a los gusanos de la modorra. Las guarias se ocultan detrás de su frigidez, a la espera del flujo de los tornados. Lo impoluto no existe o acaso sea una tumba.

 

Del aire como taumaturgia, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

10

Los asuntos de la alquimia se destilan y los vapores se idean, coligados con los granos en suspensión. El rol de las formas aéreas se pone pronto en evidencia. La conciencia ejecuta su salvaguarda en contra del sofoco y nada la fuerza a parecer de traslaticia mudanza. ¿Qué se arguye frente a un ariete que sopla blanduras? Quienquiera no lo sabe y, por ende, asume el castigo.

 

11

Para los cierres se oficia el celedón, porque si no se inflan los silfos que aún perduran. El agente asaz cercano sería el mercurio y sus volutas acontecerían pegadas a las tormentas. Una misma época se airea con diversos placeres y las nubes que les estiren sus alas sucumbirían bajo los sellos de la deflagración. Las palabras se recogen, todavía palpitantes, y se echan a volar con sus mitos y sus creencias. Desde las cumbres, aúllan los recuerdos, con sus arideces y sus liviandades.

 

12

Hacia las sensaciones de las estelas en el descampado. Hacia el ámbito donde lo ígneo provoca ennegrecimiento. Un viaje librado a los nudos de los gemelos. Lo invisible considera su esfera para estrechar los espíritus de los halcones. ¿Cuál magno personaje osaría profanar el orden que dinamiza? En muchos agujeros la vida chasquea con responsos de abejas en pasividad.

 

13

Desde lo austral se carga la humedad, sin que aumente el rocío. Los perfumes residen al fondo de los helechos, en íntima comunión con el signo de los decesos. Mientras los huesos se curan, los planetas consumen sus rincones. Los oxígenos secretean en silencio, al amparo de estrujados ahogos. Lo que subsiste flotando, se agita con la suerte de la metamorfosis en tránsito. Alrededor del vacío, me confundo con los mugidos eólicos y luego me sitio, hallado por el remolino de las direcciones.

 

14

Céfiros familiarizados con las gracias de los dioses de altanería. En el exterior comprimen sus ademanes, con la intención de portar sus globos. Desde sus cimientos, eslabonados con faros, el neuma se certifica a través de puentes de centellas. Las piedras son perforadas y, en su momento, acusan la pulverización. Hacia delante debería haber castillos de arena, mas un freno obsta y sorprende.

 

15

Las auras turban cuando acosan con quimeras que parecen vejigas. Las lumbres soplan sobre las pajas y ya ninguna defensa es posible. Sólo resta el registro de las rutas del incendio o, ¿quizá las huellas del flogisto en su atávico desprendimiento? Un respiradero se agita en su recorrido y va emitiendo radiaciones de humos que se desmayan de primera intención.

 

16

Fluyen las calenturas, las bocanadas de molestias. En lo inmenso, se sustentan los asideros que se demudan encima de nosotros, los languidecientes. Con suficiencia, nos mareamos y nada resolvemos. (Los chorlitos no paran de hablar y el firmamento se retrae, avergonzado). El aspecto de los soplos nos confirma en las apariencias de las familias que se elevan en pos de cometas.

 

17

Futilidad de las mezclas que impelen vértigos. Lo suplementario se desliza hasta los alvéolos y trastorna el radio de las inspiraciones. Como sea los relojes se comprimen para aminorar los recintos del moho. Una explosión llama a su grisú y con ímpetu se liquidan de consuno. De lo residual me sujeto y me guardo de lanzar quejidos o lamentos. Sin embargo, sigo pendiente de atemperarme.

 

18

Bebo los aires trepanados por los claudicadores de oficio. Me refrigero en la eventualidad de mi genio, en tanto que las agudezas viajan en serpentinas. A menudo curioseo en el interior de las temperaturas no inertes y me percato de una insensible cuchillada que cruza mi rostro. Bajo tales circunstancias no me fatigo en vano. Mi nitrógeno se desprende entre las rarezas de una sonata.

 

19

De airones discurren los aislados, sometidos a extremas presiones. Donde desembocan las corrientes de los gases, el descuido deriva hacia el amianto bajo su fruta rígida. El ambiente se ablanda con la elasticidad de los polos. ¿Y qué le hace tan residido cual lisonja? A causa de los vidrios que incluso se condensan, los aires abandonan sus iones y se convierten en lámparas.

 

Del aire como taumaturgia, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

20

Aeromancias con el sombrero perdido. A vista de pájaro, entre cuatro paredes, nada queda oculto. Muy expuesto a lo irrespirable, a solas, entierro mi almiquí para que resude su miasma del trópico. Tengo el éter en tanto cuestión de pulso de fuelle. Me meto en la cama, meteorizado, por consejo del búho que transmuta. No olvido orear mi intranquilidad y reanimo los gastos que producen mis abanicos. Paseo mis contenidos espirituales por los territorios de la somnolencia, aunque sobre mí gravita la amenaza suprema del bandoneón fugado de su facundia.

Wilfredo Carrizales
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