Textos y collages: Wilfredo Carrizales
1

La paloma bajo observación y no significa mostrarse, reforzada en la orilla donde vela. Ella, la columbina. Nunca contrapuesta al viento. Riza los lados de la domesticidad, por el puro placer de restringir el ámbito de las casillas. Ella, la arrullada. Envía mensajes en blanco y negro hacia los carentes de plumas. Ella, la que no sabe zurear, porque perdió su ramo de olivo.
2
El niño de las paredes desacertado en Beijing, atinado en Hong Kong. Las paredes del niño recomendadas con graffiti. El niño de las paredes colocado en la continuidad del juego, en Seúl y también en Tokio. Las paredes del niño apartándose en secreto, aferrando la palidez de las calzadas. El niño de las paredes ataviado igual que un paje de palacio, dispuesto a perder la cabeza por no cumplir una orden. Las paredes del niño pugnando para escaparse de las ruinas, de los paréntesis y las sogas. El niño y las paredes de su agarre: defensa contra las crecidas y las confusiones del tiempo.
3
Merodea el agente secreto. Su perfume es para morirse. Espía sin disimulo detrás de un madero de exigüidad o tras celosías con vueltas de cruces. Su firmeza molesta, incomoda hasta en el próximo capítulo. Puede constituirse en hurgón y nadie lo detectaría. El acechador, a veces, se solivianta y expele humos color de espanto. Él esculca y se infiltra dentro del fluido de los aconteceres sin causas. Atisba con profesionalidad y aspira a figurar en el estandarte de los que escucharon los pasos del enemigo ausente.
4
Adonde las penitencias se aderezan, allí valdrán los recatos. Los hombres, a solas, encantados por los calderos y las pitanzas adormecidas encima de sus semillas. Los bienaventurados caminan por sus propios desiertos y van en busca de adornos para sus pies. Hubo ventanas desde donde les lanzaron aguas de cólera. Así, sin embargo, fueron a beberlas y se condenaron en las postreras galerías. Un empeño se eslabona a otro empeño como la taza a su cebada y los ciegos se sientan en las orillas de las aceras a picotear los kilómetros que les faltan por recorrer.
5
Tener las noticias adelantadas: confesarse de ello. Añadir un cajón para el levante de la fatiga, un engaño para que more con amplitud. Después el albacea se aclimata a su ritmo y recibe algo que carece de nombre. (Al atardecer los pajaritos se perdonan). El alma rinde lo suyo, alejada de las nueces y los métodos del pan. Alguien se irroga los accidentes de los puestos, aunque las cartas se desagüen temprano. Luego, dícese de las sombras del mediodía, de la manera que afectan los dorsos de los seres. Tales fenómenos ocupan espacios que pulsan las iras hasta la extremidad del arrebato. ¿Quién osa soplar sobre las bocas de las ánforas para que envejezcan más pronto? El gritar sin fijeza desmaya y los abrazos no se confirman por esa vía. Más vale acudir con los deseos, riendo, demorando los traspasos del habla en semejanza con los bufones del mundo.
6
Unas uñas antepuestas a lo enfático. Una mujer mimada y sin primaveras a la vista. Un golondrino doblándose en su valle ínclito. ¿Saldrán las compensaciones para aupar a los habitantes de la lucidez? Un distrito en plena errancia y sus márgenes envenenadas. Unas raíces nacidas de un torcimiento en apuros y sus terrones en oficio de rapacidad. ¿Se pondrán los afanes detrás de las noches sin hacerlas vivibles? ¡Qué pasajeros los chismes que vacilan! ¡Qué tendidos y móviles!
7
Hágase: cosecha de zafiros en los zaguanes y luego cursar mientras se nazca. Zacarías entregó la brevedad de los pepinos a un papa con caspa y nadie le adversó por eso. (Ella será —¿quién?— lo que yo no seré y la yunta, entre ambos, sucumbirá). Ya los desasosiegos van cercando a los videntes y caen truenos entre vueltas y revueltas. Aquella luz no se adivina y complacen sus imposibles. De lo antiguo, un palo se faja y del suelto ocio se genera un carácter ancho, pero mortal. ¿Cuándo las mesas mías han estado sacras, atosigadas con prudencias de hostias y atajos de espermas?
8
Xilema creaba bullas desde sus regiones pélvicas y le sobraban admiradores y detractores. Ella pudo haber sido la heredera del averno más libre. Mas la borrasca la devoró con su hambre de loba.
9
Rasantes pasaron los elementos de las órbitas. Ningún aparato fue capaz de medir sus esencias. Sólo ciertos pensadores sintieron unos zumbidos en sus oídos y se los achacaron a los perfumes inaugurales de las asepsias de los mataderos.
10
En el primer esquema, un ala raquítica sin dedos, volando sin posarse; en el segundo, un arranque de patas en descenso, con nula visibilidad; en el tercero, unos cubitos irradiando húmeros hacia la metonimia por inventarse. Cuando se espera mucho y es sobrante la imaginación, se fuerza natura y tira de sus imprevisiones. No obstante, si usted posee derechos tradicionales, el vuelo lo torna leyenda o leyendo revolotea en torno.
11
Prendedores de plata que salen de donde los escondiste. ¡Recula y contesta! ¡O dame mi piñata que me robaste antaño! ¿Por qué andas metido tan de oro, tan de frío? ¿Acaso te mojas con varias cristianas o moras entre moras? Poco ves con tu tamaño de muchacho espantado y con rosario de cuentas despojadas de misterios. Pienso que tus desvelos caen en las horcajaduras y tú con ellos.
12
Absalón de la Santa Cruz, pederasta y putañero, hermano de locos y suicidas, onanista en la ventana, armador de orgías… ¿Te orientas ahora por las veredas del infierno estruendoso, con música de burdel arrabalero, que tienes que transitar eternamente, desnudo y flagelado de continuo por los diablos que moldeaste con pasta de marihuana, debajo del mostrador de tu bar a medianoche?
13
Thérése Seigle evoca: “En el período de convivencia en la matriz con mi hermana gemela, ella comenzó a manifestar criterios muy diferentes a los míos y una exasperante impaciencia. Discutía conmigo por fruslerías, la atacaban pataletas de temer, abría la puerta de la vagina y escapaba al exterior, dando un feroz portazo. Afortunadamente eso ocurría de madrugada, mientras mamá dormía y no se enteraba. Al regreso, mi hermana venía con cara de juerguista, me hacía a un lado y, de inmediato, se ponía a roncar. Sospecho que su fisonomía se alteró a la sazón, porque, en principio, nosotras éramos como dos gotas de rocío y después de la expulsión del paraíso uterino, ella adquirió un feo semblante y una tendencia a los desaciertos… Rememoro lo precedente, de modo intempestivo, para mi propio cacumen”.
14
Los mimas y siguen siendo saurios. Te excedes y nunca alcanzas la estatura de los titanes. Más te valiera que te lanzases dentro de un satélite, vanguardista tú, circunvolucionaras cualquier fase de la luna y te fotografiaras delante de su cara oculta. Así, mucho hablarían de ti, y a tu retorno —si se diera— te nombrarían “El protector”, “El maquetado” o algo por el estilo.
15
A Salomé le crujían los dientes viendo su retrato en la carnicería. Parece que sufría una influencia perniciosa y se enamoraba de los héroes de cartulina. La última maestra que osó criticarla yace decapitada en una tumba anónima y cubierta de hiedra.
16
Salir en el bote, con tu aspecto inconfundible de avariento. Mascullar competencias que no te atañen. Ambicionar a la hembra del prójimo, antes de que la hembra del prójimo te ambicione… Y los ojos de las gentes pendientes de ti y tú, pendiente de un hilo de calzón femenino. Hay tantas invenciones atrevidas a lo largo y ancho de las avenidas. (¿El presidente salmonete no te ha telefoneado?). Tienes que procurar salir con más frecuencia en las portadas de los periódicos más importantes. ¿Recuerdas que tu papá emergió triunfante de aquel cónclave del partido y la prensa le dedicó no sé cuánto centimetraje en sus páginas? ¡Pégate una avispa de la lengua y zumba a placer!
17
Sagitarias que atacan cual flechas y rozan tu frente de ilusión. Y si se te clava una en la rabadilla, ¿qué pergeñarás? ¿Flotarás en aguas agitadas o sobre ondas del zodíaco? Sí, es temprano para predecir cualquier evento. Tus sábanas no han sido repensadas y las cápsulas todavía se estremecen. ¿Tus frutos toman aún la siesta? No ignoramos la precedencia de tus talismanes, la perennidad de los tercios del otoño ni la simetría de tu risa de crustáceo. ¿Qué harás cuando los cerdos con uniforme comiencen a devorar tus vísceras? ¿Gritarás o te convertirás en corriente de heces?
18
En traje de pontifical, Alejandro, el de la vida destructiva. Quería donar su lumbre a los ancianos encerrados en torres, pero con la condición de que primero se arrojasen por los ventanucos. Luego él pondría una fecha de jubileo y el movimiento de las ánimas en pena. Todo, según su manera de quebrantar las cosas y llevarse por delante rejas, prebendas, vestíbulos y jergones.
19
Del bulbo a la pirámide más ceremonial, más semejante a sarcófago con peldaños. Un corte sería ocasionado al nivel de la inclinación que indica los equinoccios. Frente a su fachada, las facciones de los constructores en cuclillas, mientras unos cuerpos, pretendidamente sagrados, se rasgan las vestiduras. Unas sillerías se levantan al compás de las dunas: esto consta desde antaño. La época termina entre fanfarrias con resonancias clásicas. Sobre terrazas de ladrillos, los esqueletos se juegan a los dados sus epitafios y bandas de vendedores de ataúdes descansan bajo los sicomoros. Mucho antes arrastraron a los esclavos hacia las canteras, sin verse rodeados ellos por buitres mercenarios. Muy cerca de los canales se apilonan los destinos astronómicos, a la espera de su definitivo encaje en la escena. En lugares aparte se atraviesan hileras de ibis, previniendo una tormenta de arena que daría al traste con el conjunto.
20

Cierra los ojos y surgen los prodigios. (El diablo se siente empequeñecido). Evoca a los difuntos y les aclara su porvenir tras las cien columnas que los protegen. Respira profundo: los elementos acuden y se van transmutando, de modo paulatino, sin turbulencias. La felicidad ajena es su principal norte y sus ritos ordenan los estadios para el ascenso de ella. A la eternidad la disgrega en asambleas para mejor manipularla. Solitaria, ella preside los aquelarres en su buhardilla y los espíritus de las cuevas y de los bosques acuden con premura. Lanza al espacio los signos machos de las mudanzas como si estuviesen concebidos entre corrientes espesas. Pronuncia, al son de cuernos, los sortilegios que gratificarán a los clavos rodantes. Unta su rostro con pomadas hasta lograr un brillo que compita con los planetas de la magna línea. Al cabo, consume su festín consistente en hongos con formas de corazón, patas de grullas sazonadas con beleño y ensalada de berro, estramonio y belladona y parte a horcajadas sobre su escoba itinerante.
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