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Un instante

lunes 26 de julio de 2021
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Textos y dibujo-collage: Wilfredo Carrizales
Un instante, por Wilfredo Carrizales
Dibujo-collage: Wilfredo Carrizales

1

UN INSTANTE en la oreja que mira el futuro, mientras el peligro se acerca de modo veloz. La parvedad de los humores se desgaja con patología de torpeza. Los pellejos dan vueltas entre los beodos; los pescuezos que comprenden son pocos. Se conserva una democracia de maicena: útil para embardunar rejillas. Cantan los jefes allende los respingos, pero no se aflojan las riendas. Algo con hedor a pólvora roza la rubefacción encaramada encima de una horquilla. Salta una calandria.

 

2

Un instante para abreviar los símbolos. Repercuten los réquiems por los masacrados. Nunca saber haciendo los puntos de metralla. Las promesas de indultos infestan el ámbito público. Horas y horas en honor de la mentira. ¿Nos quitamos la piel y nos excluimos? La aversión corre con patas de gran tamaño. ¿Qué falta para completar el armario? ¿Un avemaría? ¿Una audición militar? ¿Una jerigonza culta? Es preferible prescindir de los presagios aunque no haya quórum.

 

3

Un instante cuando menos. Y en lo patibulario se mete la cuchara hasta el fondo. Y en los meretricios ladran quienes pueden. Por más señas: entrañas con amargura y un sentimiento de sentina. Algunos se cohíben para hacerse pequeñitos: enanos carentes de tímpanos. ¿Por qué vienen sin trechos ni rayas, agujereados? La compasión se resiente: sitio vedado. Y el otro que no fuera, será oveja descarriada, presa del porvenir de los mastines. ¿Empieza la pujanza?

 

4

Un instante y enseguida el conjuro republicano. Los soldados negligentes abonan sus caras de coyotes con el aroma de tostadas. Siendo ajenos los panes, los vinos se entierran bajo chapuzas. Hay que partir con los párvulos que fuman y sueltan con eficacia las cenizas. Y los granujas, temprano, se han provisto de enrejados y percusiones. También se mencionan los escapes en las mesas de billar. Las botellas de ron son persuasivas y expresan un estilo de purgantes en las plenarias.

 

5

Un instante dedicado a los pleófagos antes que a los raquíticos. ¡Qué bueno es reírse tras los batientes! Los tiparracos se lo cuentan a sus tías: viejas con tintura de yodo en los bigotes. Los bacines están colmados de posos soberanos, de células muertas y de zigotos semejantes a rodapiés. Por extensión, los palpos no se andan con melindres y las sospechas acaban en penitencias. Por poco los limosneros albergan una especial amistad hacia los próceres del panteón patrio.

 

6

Un instante con los magistrados y sus privilegios. ¡Saque de esquina y chutan los saprógenos! Se inflaman las termitas en sus colonias de palabras incorrectas y silogismos sacudidos en los terrados. A ultranza atraviesan los umbrales los concesionarios de ombligos. ¿Acaso no causan suspicacia las umbelas y las hiladas de la verdolaga? Son convenientes las edades de los asnos con título para la forja de paradigmas. ¡Mejor largarse después de raspar los hollejos de la uva sin quitar lo dulce!

 

7

Un instante de aturdimiento. Lo atroz aunque amanezca sin luceros y en la botica se venda pestañas para los lomos. Rasantes para el cambio de chamusquinas o para mutaciones de compresas. ¿A cuál mujer le sobresale de la falda una curva equivalente a un fogón? Estaría demasiado caliente la respuesta si se le considerara hasta la mitad. Hay elección porque hay voluntad de chispa, de masa, de fusible. Nada sería fallecedero y los escrúpulos al ruedo.

 

8

Un instante por instantes. Principia la inspiración, la tendencia hacia el innato olfato. Y el jadeo como adorno de comadres que anhelan pruritos. Las atenuaciones de las tarifas le incumben al repertorio que se lamenta. ¡Favor no olvidar las llamaradas y la apelación de las tripas! Así mismo recordar el sermón de las mandarinas y la auscultación de sus cáscaras. (En clausura, un sacerdote lava su trasero por imperativo de la época). Un manojo de fragancias compiten en el éter.

 

9

Un instante a mediados de la mitigación. Meras cerillas para ver la claridad del mediodía. Más que fantasía, negritud para un hombre sin barba. ¡Anda! ¡Que ya no se topa uno con chinches! De manera momentánea, las babosas alborotan en los salones de belleza, al tiempo que los moscardones chocan contra los cristales. ¿Cómo prevenir tales ocurrencias? ¿A cuál servicio público acudir? Por ejemplo, yo quisiera unos rulos a la hora de la merienda y un aparato digestivo docto.

 

10

Un instante en pos de los pájaros grises con picos aflojados. De astas, se revisten los terraplenes y más acá se derraman las llagas que sobran. (La moral me produce náuseas naturales e infinitas). Observado me siento por los amables moribundos, quienes juegan a las damas mientras aguardan sus cajones. Un fenómeno, a veces, se me acerca y me lo saco de encima con un refresco de coca. En perspectiva, me he compuesto con el aumento de la miopía, aunque estoy fuera de foco.

 

11

Un instante bajo las descargas del ozono. Apago todos los aparatos de sonido para no recibir más bofetadas desde la torre de los basiliscos. Los parvíficos han aumentado con súbitas cifras de espanto. ¿A cuál escuela habrán asistido durante sus inocentes puerilidades? Para mi tormento, un granuja robó mi peine y ahora soy poco referencial en mi cuadra. ¿Qué hacer para rastrearlo? Al peine, no al maldito granuja. Con puntas de acero lo perforaría: al granuja, no al peine.

 

12

Un instante recostado en la polisemia. En mi pueblo —que nunca será ciudad— me gobierno a mí mismo y propugno la formación de pólipos de radios verdes y bocas sin fondo. Me gusta sobremanera la sustentación de los aviones de transporte encima de mi tejado. Las iguanas se asustan, pero con prontitud las calmo y les hago entender lo que significa el progreso. Me cambiaron la estafeta por un estafador a domicilio, a quien debo distinguir con una ulterior tajada de mango.

 

13

Un instante donde fallaban las fallebas y los gritos escapaban hacia la noche acuciante. No estaba el silencio en lo absoluto. Las moradas no cuajaban dentro de la salud que se aletargaba. Nadie había para mosquear a cabalidad. Los ojos derechos se plegaron a los izquierdos y abscesos entraron en órbita. La mala partida andaba de cacería en los jardines y retorcían pescuezos a placer. La mansedumbre se atribuyó la totalidad de los predicamentos y el mesías no pulsó su vara.

 

14

Un instante aquilatando quitasueños. Echan raíces las cuadraturas de las sufrideras ante el moho trastero. Alguien, fuera de sí, ahora sabe qué es y cuál su agonía. Una sola versión para muchas creencias. En volandas, la sacaron con las brisas del levante. Transcurridos los intervalos de rigor, la barahúnda se abre incontinenti. Esa tarde se casa con su propósito y el ocaso la preña para rejuvenecerla por inclusión. (Ibídem: otra algarabía retumba en los confines del gineceo).

 

15

Un instante en vísperas de los lavamientos. Se sujeta una mandarria al mérito del hombre influyente y luego él es mirado con melancolía. (El otoño produce su prado, su humedad y sus gusanos). ¡Zumba el pandero en medio de la pandemia y los vahídos danzan entre las vacunas! Con zafiedad, yantan los sublimes sicofantes. ¡Ah, de los astros y del remolque! ¡Haberlo sabido antes y no esperar tanto! Las sanguijuelas avanzan a pie firme en su conversión y rosáceo es su bullicio.

 

16

Un instante de recudida y estupor. Mas el acento sobre los petimetres, mientras salvan los barros los guardas de la telefonía. Si se requieren, los tumores están disponibles y para el despojo, los utensilios a la moda. No hay porqué errar la vocación de las heridas vivas y el léxico muerto. Todos caben en las estampas exentas de vulgaridad. ¡Que es un primor el nosotros sin empadronamiento ni cartapacios! ¡Que sopla la mercadería donde se desnudan los laicos para augurar remojos!

 

17

Un instante ajeando las tijeras y las ondulaciones de la serpiente. No se debe hostigar al caballo agrietado de los infantes. Los partidarios de tal dislate sufrirán jodienda sin celo. Y sale la humildad sin prisa camino a la casa fantasma. Que persona alguna lleve puestas llaves muy rebosantes, pues las puertas avanzan por encima. Después, quienquiera, que diserte, que ayune, que entierre sus corotos. El abrigo nunca devendrá en barco, sino en armadura con furia puesta.

 

18

Un instante como empréstito de anochecer. So color de vigencias que se escurren. También las instancias se ofician bajo apéndices de luto. Pronto sueltan el pellejo las barajas malditas y las risotadas, iguales a exabruptos, se desprenden. Siempre habrá sonajas que capitulen y su modo significa riñas y pañuelos sin descendencia. Barruntos y bastones en las franjas al mando y baluartes para los bejuquillos con nomenclatura bejarana. Al pelo y floreciendo con agilidad de cielo piscícola.

 

19

Un instante alrededor de las ausencias y los ofendículos del estío. En honor de los preparados cualquier arbitrio sería pieza baja. Oeste o sur dañan con sus rehenchires. Gustaban de las herraduras los sufridos en los establos de vagancias. De manera contraria al tránsito de la brújula, se daban zurras los poseídos por los yambos. (La ritualidad era palmeada entre varios rivales a la vez, a manojos). Ulteriormente se consignaban las sandalias en el domicilio de la servidumbre.

 

20

Un instante hasta verter las jibias en el vaivén del pensamiento. Luego se extraían copos de artículos semejantes a trallas. Durante ese accionar, en los recovecos, se enfoscaban los odres del saber. (Aunque no se mencione, los imanes tenían su participación, escasa, pero la tenían). Y más de una cometa encumbrada sobre los muros de las imputaciones, con la salvedad a su favor. Lo ilimitable equivalía a tres cuartos de lo mismo llamado “hueso de pábulo” y promulgado, tal cual, era.

Wilfredo Carrizales
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