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Y los hilos

lunes 23 de agosto de 2021
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Y los hilos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Y los hilos cortando con sus bordes de agudeza. (Desde lo arcaico las hilanderas afanadas en curar las heridas). Los lienzos comenzaron a deshilacharse y a marcar los pasos de las tramas. Hilaturas mal hechas causan hilaridad, mientras un sopor de sueño se lanza desde lo tardío.

Adelgazan los filamentos hasta comportarse como hileras que se anudan y cuelgan al compás de hipos y mitos que alejan los mohos. Las hilachas, de las puntas a los cabos, no adolecen de asiduidad para lo inextricable. Les incumben los incisos de los nervios en oraciones de paz y de obligación.

Hay una médula que se hilvana y toma las rectas para curvarlas en paralelo. Desfilan las alburas para invitar al influjo del estío y a su jofaina con asientos de cal. Quizá penden nudos y dobladillos en naturales variantes del ronroneo de la pureza. (No siempre enlaza la retahíla con lo excesivo).

De soslayo, se acerca un desfiladero para tratar de hinchar los ajustes de los gemidos. La duda se toma para no distanciar la urdimbre y afincar su heredad. ¿No se escucha acaso un rumor de filoseda en busca de su huso aún no torcido? ¿Más granos volátiles para el contorno de antojos?

Se impregna el ambiente de almáciga y se mullen los blanqueos en aras de pelusas donde privan. (Justamente un animal de nubes de adentro se insinúa con filigranas de argento, pero apenas llovizna y, sin embargo, nutre). Un filón de larguras esplende con blasones de cálida nieve.

 

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Y los hilos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Trayendo lo propio se aduce la lana, el algodón o el lino. Llámanse a las hilanderas y ellas mismas se advierten con cerraduras de cartas de presentación. Sus testamentos les van a la zaga a los hilos en cada uno de sus días. De allí guindan sus esperanzas con lo albo del asunto.

Los hilos no se van aunque lo deseen: hacen sus vías entre enredos y menores embrollos. El fluido que les otorga vida los continúa hasta un horizonte poco común. (Detrás de los ovillos todavía se oyen balidos de mérito y estación). ¿Alguien pita por las cadenetas de perlas cosidas?

El ejercicio aporta camisas que se tuercen, pero la calidad les aparece. Las hacendosas copan la perseverancia y desbaban sus vientres en procura de la travesía de los hilos. Consumen agujas de metros y cantan en alabanza a las telas que despiden. Los lizos pasan y suben la vertical.

Madejas que se destramaron; formas que recordarían a las mazorcas entre nebulosas. El espacio no se vacía ni lo afecta lo pulido. Figuras laborando inmersas en desigualdades, echando sutilezas para el descuello prematuro. Surgen salmos blancos en auxilio de los heridos.

En lo hiladizo se envuelve todo. Los incipientes tejidos recuerdan a las ruecas y siguen su discurso ante las hojuelas que, de súbito, emergen. (¿Observarán y cavilarán las arañas acerca de tanta complejidad?). El estambre en su cadencia y aleluya para el tiempo de los capullos.

 

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Y los hilos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Ya está aquí la temporada de la hila. La delgadez compite con la largura, pero no se contraponen. (Un sudor fluye con sigilo por entre los intersticios de los hilos trabados y lava lo amarillento que pugna por colarse). Hasta que sobrevengan las interrupciones y al través unos vermes de metal halen el ombligo del anudamiento. Sólo así se celebra el encanto del vaivén de lo sucesivo y su blancor que se extrema y no se parte. (Implícitos se leen la lentitud y el alcance hasta el piso).

Los ovillos conocen la suma de los principios para vibrar con las corrientes del éter o de la luz sin hipótesis. Se activa la esencia de la animación para empalomar y se conduce el relato de las hiladas a través de sus puntos. Hacia los números elongados del céfiro estático fluyen unos breves destellos en cuadrículas. Entre tanto, las entrañas del tejido se agitan y forman una agudeza de garcetas.

Hace a la fibra el órgano del deseo evitando las roturas insinuadas en los palmos. Se hacen señales de estrellas con cicatrices en el nivel de las semillas que se deshilachan y luego se bambolean. Placeres concéntricos al alcance de dedos y retinas. Y unas moléculas que entran con afán de tornillos briscados.

De antemano se mojan los cadejos y las trenzas mismas sin tiznes de candeal. Sintaxis en la complicidad de las torundas y una inmensidad que se desplaza para calcarse en el izamiento del armiño cual mechones. Atisbos del gurbión revoloteando tras la concepción de la torcidilla triunfal.

 

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Y los hilos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

¿Dónde el numen de la hilandería? La continuidad de los argadillos, ¿dónde? Se teje y se cose y los hilos no mueren: no pueden fenecer así no más. Las precipitaciones de nudos cayendo por la necesidad de no perder los enlaces. Nada resulta extraño: ni arriba ni abajo y el centro retuerce.

Únicamente sigue consigo el hilo del recuerdo y señala su fortuna. Iba grande porque era magnánimo. Muy de mañana siempre deviene en conductor de auras y aquellas semejanzas de gaza con la coherencia en el alma. Y aquellas lazadas que cogen por sorpresa y sueltan su linfa.

En el mismo rumbo de la gravedad coinciden los hiladillos que pronto se abultan con creces, lejos de las cruces, muy íntimos ellos, de las colgaduras. (Una música de violín prima por encima de cualquier confusión y unta con su cera a las falanges que laboran). Y abundancia de albo se riega.

Para sentir los hileros se les amarra con los ojos, asaz cerrados. Es de admirar la rebosadura de silencios y semigiros. Quedan expulsadas las manchas y los tiznajos al acaso. Se distienden las suavidades que del techo se halan para resolverse en elipses.

Oqueruelas imaginadas durante el trajinar de la hiladora y su sonido construye pétalos de almidón. La parte más fina inventa los cilindros para las texturas del sílice y se conoce su resistencia con sólo templar en probidad de mercería. Y muchas hileñas enarbolan sus astas para golpear al curioso sol.

 

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Y los hilos, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Hijos ligeros, casi impalpables, nacidos para estar colgados en los balances de los momentos anudados. Sin embargo, no van al garete. La alegría se les consigue, de inmediato, al vórtice de las paralelas. Se destacan y se dejan catar por los axiomas que rezuman dentro de ellos.

Trinchan con el ejemplo de los cordones y sus venas imantan. Contra las maderas escinden los sentidos de la intriga, con aplomo, soldados a la imagen soñada de los espinos. De vez en vez, telegrafían mensajes que acuchillan. Siguen el curso de los estiramientos sin ponerse frenos.

Jamás la fugacidad los atrae a su entorno. La gravitación es su fiebre de templanza y se figuran dentro de estopas coágulos desperezados. De la brisa se le avecinan husmeos para captar miniaturas a su medida. Y su ardor llamea, se estabiliza y se atiene a las fijas ataduras en horas de fondo.

De nuevo, se abundan y se comprimen en el olor que los fustiga. Se agitan con el revoloteo externo de las articulaciones de alas anónimas. Ganan mucho en aislamiento, mas su sino está engastado en el conglomerado de fibras. El vestir sucede para habilitar sus oficios múltiples y decisorios.

Se filtran sus continuaciones y acarrean para las velas los pabilos de aljófar. Directamente miden su radio de acción, sin perder las huellas de lo que son sus intrínsecas hipérbolas. Fecundos en ideas, se cubren de desnudeces exentas hasta danzar con la inventiva esparcida por el oreo.

Wilfredo Carrizales
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