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Invocatorias palabras a Henri Matisse
(con motivo de un aniversario más de su deceso)

miércoles 3 de noviembre de 2021
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Invocatorias palabras a Henri Matisse, por Wilfredo Carrizales

Desde aquel rostro trazado con tinta india, te invoco, Matisse, te evoco, este 3 de noviembre, a sesenta y siete años de tu muerte. ¡Ah, y el desnudo yacente y voluptuoso frente al espejo, realizado con plumilla y sobrias líneas! ¿Adónde fue, al fin, tu modelo Wilma Javor? ¿Recuerdas a tus palomas blancas posadas sobre su jaula, mientras sostienes a una de sus compañeras con la mano izquierda y la mano derecha la dibuja? Tu alargada pipa aún humea en el retrato que te hizo André Derain y parece que miras diferentes cosas por cada ojo y tu barba salpica el reducido ámbito.

 

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La tristeza del rey se atenúa ante la visión del desnudo y la planta de plátano. Hay la seguridad de que los frutos caerán a su tiempo encima del terreno y el mar se asomará desde su precipicio para no retornar. Y quizá la esperma de las ballenas salte con la armonía de la sangre cuando murmura.

 

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Invocatorias palabras a Henri Matisse, por Wilfredo Carrizales

Sueño en tus mil y una noches y obtengo un nombre de infinitas formas y canciones secretas del tiempo de las odaliscas. ¿Cuántas composiciones florales te trajiste de tu viaje al Pacífico del Sur? La sensualidad de aquellas mujeres perturban con insistencia, al verse convertidas en semidiosas… Las bestias del mar navegando dentro del guache, debido a su naturaleza de papel y la danzarina criolla con sus regalos del verde y los negros cortando corazones en la distancia.

 

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Y los azules creando más desnudos para acordelarse a la magia de los saltos sin altitud. Y Katia, despojada de ropas, de pie, con la cintura rota para que el bronce localizara el centro de la diminuta unión. Reviviste tus energías, Matisse, entretanto el silencio moraba en las casas con la luz del mediodía que tú procurabas. Cruzabas las ventanas a través de sus cortinas para palpar mejor la frescura de la penumbra. Y las posibilidades de los helechos incluían su alianza con la oscuridad.

 

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Invocatorias palabras a Henri Matisse, por Wilfredo Carrizales

Sentado en aquella silla, muy abrigado y con sombrero negro, te veo, en el interior de la Capilla del Rosario, de los Dominicos, en Vence, que diseñaste y habías comenzado a decorar con pinturas y vitrales. Tú mismo te preguntaste: “¿Creo en Dios?”. Y te respondiste: “Sí, cuando trabajo. Cuando soy sumiso y modesto, siento estar grandemente ayudado por alguien quien me hace realizar cosas que están más allá de mi capacidad… Mi única religión es ésa del amor por la obra que será creada…”. En la capilla te afanaste para que los colores alcanzaran su completa complejidad y los materiales lograran el balance de su humilde y preciosa naturaleza. Y hasta un altar con un Cristo en bronce y cerámica dedicaste a Santo Domingo.

 

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Por medio de tu prodigiosa energía y método, condujiste, de hecho, tu vida para convertirte en un recluso de la más fértil y activa existencia. Anhelaste integrar la versión de cada uno de tus temas y culminar cada una de sus técnicas. Desplegaste una “pirotecnia” de las coloraturas, sin olvidar el negro que no oscurecía, sino que daba brillo. La continua alternancia de sombras negativas y positivas creó un asequible eslabonamiento entre la profundidad del espacio y las superficies.

 

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Invocatorias palabras a Henri Matisse, por Wilfredo Carrizales

Al papel y a las tijeras les exigiste su uso en términos de franqueza y rigor de diseño y ejecución y tu modo de creación te imponía una gran vigilancia y así tu estilo ganó maravillas en las formas recortadas por su pureza y por su austeridad. En Vence, afirmaste: “Cortando directamente los colores me recuerda a mí el recto corte del escultor”. Y, de tal guisa, surgió Jazz con un repertorio de figuras específicas, en donde estrellas, hojas y algas marinas iluminan el curso de las imágenes hacia la fuente del arte moderno.

 

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Y el poeta René Char solía ir a Vence a conversar contigo acerca de “El Tiburón y la Gaviota”. Luego ilustraste con un dibujo tuyo, trazado cuarenta años antes durante tu estancia en Tahití, ese poema de Char. Y quizá el “azar objetivo” hizo que el poema y tu dibujo se casasen de manera perfecta…

 

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Invocatorias palabras a Henri Matisse, por Wilfredo Carrizales

Aunque en Tahití tomaste pocas fotografías, los ojos de las gaviotas te asistieron en la captura de vuelos emplumados, oleajes, promontorios y riscos. Y también cocotales y su abundancia de sombras sobre la playa y el viento curvando las palmeras hasta convertirlas en signos para descifrar por conducto de esbozos sobre el papel. Y el encuentro con los hacedores de películas, Murnau y Flaherty, que te sacó de tu letargo y te dio la oportunidad de vivir con los filmes. Tu lucidez impresionó a Flaherty —quien creía en oscuros poderes— y así mismo, tu quemante “romanticismo” y tu vocación de “científico racionalista”. Y las motivaciones de Gauguin siempre presentes en tu itinerario y en tus descubrimientos. Gauguin te había revelado una nueva aproximación al color.

 

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Te atisbo en tu estudio, Matisse, y observas con inquisición hacia adelante, hacia lo que se expresa sin testigos. Tus dedos de la mano izquierda apenas reposan sobre la sien. Creo que meditas y el destello de la luz se refleja sobre los cristales de tus anteojos. Detrás de ti cuelgan tus diseños sobre tela, tal vez remembranzas rescatadas de Argelia, Marruecos y la Alhambra de Granada. Encima de la mesa baja, una pequeña campana quizá aguarde la señal para ponerse a tañer y convocar los cantos de los ruiseñores, los pétalos de escarcha, las tierras verdes que danzan como grillos acrobáticos, las rosetas con metales en pendiente, las cruces del cinabrio y del carbón, los flavos entre la niebla de cúrcuma, las hélices de sargazo y las barbas de árboles punteados por las horas magníficas de la espera y el crecimiento de veras… Los folios se amontonan, ahítos de tinta y guache, y quisieran desplazarse encima de breves rodillos hacia los planos verticales de la vidriera y allí trabajar sin lágrimas, poseyendo los matices que les proporciona la luna matinal y serena.

 

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Invocatorias palabras a Henri Matisse, por Wilfredo Carrizales

De tu taller de sueños salieron tejidos, telas para ser bordadas y coloreadas, trajes y vestidos y decoración para ballets… y hasta casullas para el sacerdote de la capilla de Vence. Desplegaste un universo de exotismo y fantasía, de cautivante seducción. Y entran en escena tus odaliscas desnudas o semidesnudas, reclinadas, de pie, sentadas, tumbadas y en ese “harén” marroquí, turco o persa emerge el esplendor de las curvas femeninas. La suntuosidad de la carne y la sensualidad se manifiestan entre arabescos de tu especial “orientalismo”. Recogiste y reconstruiste el escenario para tus “huríes” exhibiéndose en esos menudos paraísos, en donde los rojos y las flores y los azules nos incitan a atrapar con miradas salaces a esas hembras que nos reconcilian con la ilusión.

 

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Tus danzas se movían sin cesar en tu cerebro hasta que ya no pudieron permanecer más tiempo adentro y saltaron al exterior, a las telas, a los grabados y a las paredes. Viven subsecuentemente con la alegría de la fluidez de los corros infinitos y su ímpetu se proyecta hasta más allá del comienzo de las estaciones. Los minerales han aportado sus cualidades de piedras fluentes conferidas y los danzantes se metamorfosean, híbridos, para que lo orgánico y su contrario devengan en pilares vivientes, con una anatomía que se sustrae de las siluetas y alcanza la tensión de huesos y músculos. No fatiga contemplarlos y hacer de ellos cuestiones subjetivas. Las visiones danzarinas se modelan, a cabalidad, con las distorsiones reminiscentes de otros humanos similares en arcaicas épocas.

 

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Invocatorias palabras a Henri Matisse, por Wilfredo Carrizales

Las “venusinas” figuras femeninas en bronce comunican directamente con tus deseos expresados en dibujos y pinturas sobre lonas. El erotismo está manifiesto y también las fantasías y la impulsividad del creador. La tendencia hacia la desnudez es altamente sugestiva. Esos magníficos cuerpos provocan apetitos, ansias, pulsiones lascivas. No son mujeres ideales, pero sí atrayentes por su voluptuosidad y sus posturas de hechizo y sus sonrisas que nos excitan con sus sinuosidades.

 

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Fuiste simplificando tu pintura a través de tus momentos de reflexión. Te anticipaste a los fovistas, pues mucho antes soñabas con un arte de balance, en donde la pureza y la calma estuvieran transcritas con simplicidad. Y abrazaste los colores como a descifradores compañeros para atrapar “lo convulsivo” del reino que pretendías. Y así el absurdo no encontraría eco en ti.

 

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Invocatorias palabras a Henri Matisse, por Wilfredo Carrizales

Ahora descansas en el cementerio de Cimiez en Nice y rememoro la inauguración del Museo Matisse en Cateau-Cambrésis el día de tu octogésimo tercer cumpleaños. A tu tumba acuden a diario las descendientes de tus palomas blancas y hojas secas y florilegios de amor van a residir en tus sueños de papel y tinta y en noviembre llega un barco de Tahití cargado de palmeras que ondulan, azulosas.

Wilfredo Carrizales
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