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Trabadas las partes

lunes 13 de diciembre de 2021
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Textos y ensamblaje: Wilfredo Carrizales
Trabadas las partes, por Wilfredo Carrizales
Ensamblaje: Wilfredo Carrizales

1

Lo más evidente hasta el suelo. Desde el tobillo una llovizna que no moja. El entrecejo se engrosa cual pedrisco. (Se vence al sueño si se le comprende). Un cauce de grises vence a las cifras y se despega la cordura. La sencillez habla a través de accidentes. ¿Se escuchó o sintió la confusión del estío? Las jaquecas fueron absorbidas al comienzo de la tarde. Empero maldecir no convence. Un movimiento proyecta la ruptura del escape sin crecida. La adhesión súbita de la edad la muta en arcaica. Entonces nada se aclara y no hay montaje sin previo dominio.

 

2

Debió haber habido hallazgos de tejidos o de estrellas. Más si consideramos que la cara de la madrugada era de viento. Céntrica para alcanzar las cursivas. Los talones iban en persecución de muchos pelos y ¡qué pelos estivales! Por el axis un aparato para medir las venas de los insectos, aunque apartando, de antemano, las mañas. (No sé por qué ahora recuerdo las postales maternas, si lo telúrico no se ha reabierto). “¡Sécate!”, inferí y la calma me asestó un manotazo. Con todo, prefiero las radiaciones de las ascuas como instantes sin dogmas.

 

3

Irrebatibles hermetismos de los rivales en la frescura. Un carbón señala su derecho a endurecerse; unos reflejos pertinaces no pagan. Van sabiéndose claridades de las condiciones inequívocas. (He pensado asirme a un tronco o a una cuba de azabache, pero algo me asfixia). ¿Vienen juntos los acuerdos del abrigo o ensayan imposibles agarraderas? A la sazón, el pecho se me transforma en una fiesta y arrecia el ansia de almuerzo. No quiero ver y, no obstante, algún molino se mueve en el nivel del remojo. Entre herrumbres se aprietan, mas yo moriré con mi hora volando.

 

4

Los maniquíes olvidaron sus álbumes, sus pulseras, sus nichos. Ahora, aunque vertiera lo que anduvieron, me humedecería con acierto. Sobrevendrán los medios para defendernos de los confetis. Mis pisadas impondrán un récord que hará sangrar a los mecanismos del habla. Y pensar que las agujas y otras herramientas salen a trozos por los pasos del tiempo. ¡Aborrezco a los martillos que cuelgan de los naranjos! (Una poetisa anónima me trae la bebida de mieses, pero yo no la desposo). La índole de mi augurio se descubre en las especias y sus alusiones.

 

5

La brisa no pende del relámpago temprano. ¿Qué seré yo en medio de un chaparrón y sin velas? El felino de la discordia roe la corteza que protege mi cabeza y bajo mis zapatos fluirán esqueletos de peces. Creo visualizar una cúspide de cristal opaco, mas no puedo dispararle con un arma de fuego. Mis bolsillos esperan por una faena que abarque nacientes fuerzas. Risueño, pero no arisco, contemplo el zodiaco y avalo sus formas apócrifas. Acierto, incluso con mi laconismo. No musito para entendérmelas con mi lomo. ¿De repente un alarido? Alguien acorralado por la urbe.

 

6

Las monedas se doblan por valientes. Uno de los signos no se inmuta, mas eso induce al berrinche. A tres cuadras a la redonda no vive nadie: sólo existen malditos cebados. (“No se confunda, compañero”, me dijo ella, la inquisitiva). Suelo trasladarme adonde el agua la emprende con cuantía. (¿Se estarán tramando conjuras y ya tienen a los rehenes?). De noche, me baño oculto para nacer de nuevo y reactivar las pompas de jabón. Estimo que una brillantez adelantará sus fotografías y después habrá que recoger las oraciones tornadas en presas. (Mi persona hurga y huele).

 

7

Después de una larga búsqueda aparecen los elementos que exigen hitos. Al llegar la acometida de la bóveda del cielo los ruidos se engatillan. La manía de ensuciarse es una prueba para mi instalación. Cerca de un paredón, pajaritas e higueras y más allá un pasillo destinado a los pasajeros de lo confuso. A grandes rasgos, grandes trastrueques. Lo que está por debajo del gusto huelga en su aversión. En la efeméride la culpa y sus virus y el recurso a la inoculación. No más cosechas de lágrimas, mientras el incendio estentóreo gana en exasperación.

 

8

Meridiana la carrera; voraz el fracaso férreo. Por mucho que llame los mochuelos no acuden. ¿Me los figuro contentos a años de distancia? Termino por domar las asfixias del deseo y cometer el hurto de los momentos alcanzados. Siempre que me sitúo ante lo que dejan los aguaceros guardo los barros para fabricar ruedas. Si no, me vuelvo tarde, estribo o recorrido sin estadios. De buen grado, reanudo los apoyos para comunicarme con las añoranzas. Todos los actos no se topan con mi cansancio: el destino anterior, el fin de semana, evidenció su manifiesto, por casualidad.

 

9

Coto tras el hincapié. Y un arco para la rana fugaz. El iris escoge su definición y saca el relieve preciso. Las ramas y las veredas conferencian acerca de arenas a la deriva. (Ahí entro yo por el aro). Poco a poco se miran los vuelos sin campanas, las astillas sin los trechos. Pongo el alfabeto con indiferencia para que caiga y cuente luego sus trozos. No río, porque alguien me atisba con catalejos. Además mis gafas se aprehenden a sus pinzas y de eso estoy ya repleto. (Un arriesgado cometa púrpura tremola llevando anuncios de calderos y, con sigilo, lo niego y enfurezco).

 

10

Una esquela desaparece en lo básico. Los pábilos acentúan lo cardíaco. Apacibilidad de la puerta cerrada. Quienquiera ciega los poyos y espanta el plumero. Zumos cazados en las sesiones de los demás. (Me conformo con las baldosas que nunca se mezclan a la intemperie). Premisas de lo que se desploma en las cercanías de los posos. ¡Soy mi propia facción: una especie apacible! Cuando los apóstrofes se enjugan echo a reír y encajo en la menuda tarima. En esa obertura hallo mi regalo: las claves que contienen las mitificaciones del otoño, antes o después de lo superfluo.

 

11

Sensual donde habrá nubes ubicuas y expío con mi indumentaria sin acentos. Es propicia la bula y la gula con sus insectos dulces para el sacrificio. El bochorno desciende y me torna duro, de la garganta al hueso más interno. No menciono la corva por encontrarse de reposo. (Sin proponérmelo, rememoro a la laguna con sus aves de objetivos sancionados y sus tiempos de vegetales y sacramentos). Giran las espinas tras los hongos: designios de una vanguardia que musita en el lecho. Pronto la parquedad gradúa mi apartamiento e increpo a la lasciva turista.

 

12

¿Obsesión de la sonrisa? ¿Vacío y tumulto? La severidad coaccionada en su ajena batalla. (Distantes se chamuscan los ancianos que beben alcohol). Galopa la molicie y desespera por devorarse. Mis labios se proveen de tibiezas iniciadas debajo de faldas sin videncias. Pasman los ósculos dentro de lo mustio de sus estallidos. (Trinan canarios nemorosos anunciando funerales de la belleza espectral). Dicho de juegos: la derrota comporta una premeditación y la existencia introduce un escrutinio. Entonces, ¿para qué la voladura de la vista, su ejecución de ruptura al margen?

 

13

Lanzo las clavijas tenuemente dispuestas o recogidas. Pronuncio las pérdidas de la pantalla de conchas. Niego cualquier otro dispositivo… La mudanza funde las despedidas, pero detiene las relaciones del fluir. ¿Quién me absuelve de lo secular y de lo onírico? Oigo a los grillos preñados por la neblina de vocablos. (Los escasos dioses, ¿seguirán siendo de domingo?). Desde el norte, un cromatismo me azuza de modo digital y debo iniciar lo ígneo sobre mi espalda. (El padrastro del terreno contrapone su lujuria agraria, aunque su espíritu ya no es diurno).

 

14

Carnazas de escorias, malsonantes, sujetas a tapones. Tiro de las caretas que cercan a las rameras de boina. Se deslizan hasta el suelo las rabietas y los melindres. ¡Aun sigo siendo el aprendiz de las zancadillas! (Mi camarada me envía unos bocados y cera para los oídos, ahora que extraño las natas). Un revoltijo que carece de principio me desanima y lo aparto sin esperanzas. De súbito, aúlla la reforma que nunca se aplaca y pone a temblar el aniversario de plumas. La desazón, los instintos, los nervios, arrecian sus normas y, celosamente, perpetran sus exclusiones.

 

15

Más manso que una peonza de escuela y la nieve garrapateada encima del pizarrón soltado de sus ganchos. El jolgorio de líneas y virutas apenas resulta esbozado. ¿Cuándo se denuncia respecto de lo transitorio? ¿Cuándo varía fuera de la percha que no se sustancia? A tientas, el trastorno se suma al desvelo, amedrentando, acuñando caracoles. Nadie reluce con la ausencia de rieles, los hábitos se impacientan entre las cohibiciones. Así y adolecido, traduzco lo que vendría a hervir en el encierro de sosiegos. Puede que se crea lo contrario, mas no prevalecen los clichés.

 

16

Tabú con el argot en cesta de castañas. Unas olivas y una rajada papaya. Anteojos que ya no suplican ni penan. Hube pendientes para fémina de consejos. Amé el coágulo de su canto y lo volqué hacia la cántara del primo muerto de angurria. Ella perpetuamente ovulaba sobre mi ánimo próspero. En su beatitud, mi sábana se lubricaba con legitimidad. Al presente, sofistico el módulo de sus nalgas y las sombras de éstas casaban con el alba de mi diagnóstico en penumbras. Lloviznaron orujos alrededor de mi boca y el aguardiente holló la sed que parpadeaba de antaño.

Wilfredo Carrizales
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