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Tres que se arrastran

lunes 14 de marzo de 2022
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Salamandra

Tres que se arrastran, por Wilfredo Carrizales

1

Salamandra, sal de Amanda, genio de las llamas, maestra de la alquimia. Te alimentas de salamundas en almácigos y así purificas tu corazón para separar las capas de las rocas estériles. Saltas de continuo para evitar la salazón de los mares que se consolidan. También sales hacia fuera y sueltas tu saliva y salpicas a los salmistas. No ignoras dónde se ubican las simientes de los olmos y sanas con ellas tus heridas. Sancionas y odias a los zafios y les destruyes sus sandalias de sangraduras. Teniendo en cuenta tu nombre enseñas las artes oscuras, a resguardo en tu cueva de resonancia universal. Sajas con tus dientes todo lo que se supone sagrado y te favoreces con las escaras. Jamás imitas a los bardos de sala y confluyes en la corriente que es tu saeta.

 

2

Salamanquesa que vas a la zaga del lagarto, recogiendo los signos de la cábala. En evolución lenta te coloreas para lograr una maravillosa combustión y, de este modo, logras la mitad de las correspondencias que le pertenecen a tu cola. Atraviesas los cilindros que salvan la tierra y no te desgracias, por más que te recorran frialdades y manchas. Dicen que te alimentas sólo de insectos, mas yo sé que te gusta tragar la gelatina que prepara la salangana para ver de lejos.

 

3

Salamandra que te adueñas de los charcos y de las aguas de riego y prolongas los ruidos por encima de tu lomo. Alojas en tu vientre colonias de moluscos cubiertos de babas y asimétricos por complacencia. Desde tu cresta, a veces, se desplazan granujas de lo pardo y terminan golpeando a las larvas que se descuidan. En el fango ganas aspecto de breve sirena, con las branquias ya adultas para vivir como anfibia, si te place. Observas florecer detrás de las tejas a los himnos de la virginidad.

 

4

Salamandra de las criptas, intuyo tu cabeza en constante anchura y robustez. Aplastas tus mandíbulas para recoger mejor los detritos que te nutren. Entrecierras tus ojos pequeños y todo lo observas de color verde, el mismo que respira con savias de arbitraje. Las verrugas invaden tu piel en la época de incesantes eclipses de sol, mas tú te las restriegas y ellas se abultan hasta darte mayor importancia. Por tus párpados pasan tolvaneras que te traen frescuras de los riachos. La caducidad no te preocupa en absoluto ni lo monocorde de las hendiduras del tiempo. Después de leer los opúsculos de tu interés, los guardas y los dispones en hileras para ubicarlos, con posterioridad, de manera fácil. Severo es el carácter que te surca el rostro: vacío sin cálculo, piedra floja y venenosa. Muchos se equivocan contigo, al suponerte de la fragilidad de las aceitunas. Empero tu rebelión estalla a la menor provocación y ardes en una candela que puede durar semanas y días, incluso años. En ocasiones, se te encuentra sumergida dentro de brillos vítreos, expulsando chispas y espejismos.

 

Iguana

Tres que se arrastran, por Wilfredo Carrizales

1

Y guano no consumes, por mucha hambre que te acucie. ¿No es así, iguana? De tu gran papada puedes extraer los productos indispensables que requieres. A las espinas de tu cresta estás en capacidad de lanzarlas contra tus enemigos situados a varios metros de distancia. Ellos, los devoradores de tus huevos y de tu carne, iguánidos también en el futuro.

 

2

Jadeante, se te trastrueca el bajo vientre y tus ilusiones juegan a perderse entre la hojarasca. De ahí te viene la combinación de un ludibrio y un preludio que ilustran tu imagen de largura infinita aproximada. De modo inequívoco, se escuchan tus ruidos antillanos en los lugares donde se fecundan las florestas. Por supuesto que no ignoras las ventajas que trae aparejadas el cruce de la línea ecuatorial y tu conversión en ídolo del equinoccio de verano.

 

3

Yo vi tu apariencia mucho antes de conocerte. Te movías en forma de lagarto y padecías de ictericia. La misma identificación se enlazó a la idea de tu nombre y un idilio campestre no logró torcer tu destino. Te has asemejado, a veces, a un icono de la sangre verdusca. Por eso, ahora te convoco, con total idoneidad, en tu propio idioma y aunque no te idolatro, dirijo hacia ti mi fuego.

 

4

Más que estar igualada al resto de reptiles, los superas por tu buen orden de desplazarte entre las ramas o sobre la superficie de las aguas. El olor de las bestias te causa pugnacidad y te hace aferrarte a las cortezas con justificada prioridad. Impeles los incordios, tú, la hábil imprudente, la que espera tributo para tu pecho. En los dichos existe una señal que valida tu ímpetu, tu furia estipulada.

 

5

Iguana, inferida y enhiesta, pagana que rasguña el purgatorio de los desdichados saurios. Inicuo siempre ha sido el tratamiento que te han dado los hombres. Empero, tú los gratificas obsequiándoles tu sonrisa y la insignia de tu sapiencia. ¿Cuántos que se arrastran sin dignidad no te envidian? La ironía desearía salir por tu boca, mas tú la reprimes e intimas con tus itinerarios.

 

6

Júntanse tus patas con los yunques e izan las pértigas y sus variados jugos. No crees en hisopos ni en liturgias de horqueta. Te son muy amados los intervalos de tus entrañas y los borboritos de las orillas de tu hábitat. Execras a las suciedades que inficionan los paisajes que tú proteges. Incitas indulgencias, pero no toleras infamias. Tratas de huir del bullicio del mundo y escapar hacia lo yermo. No obstante, te someten a constantes persecuciones y, fatalmente, vas a dar a las brasas o a las jaulas de los zoológicos. Iguana: ¡no esperes jamás justicia de los humanos!

 

Camaleón

Tres que se arrastran, por Wilfredo Carrizales

1

Del león conoces la cama y quién duerme en ella y cuántos sueños le produce. Tú, el de cola prensil, el habilidoso de la mudanza de los colores y las ventajas. Eres experto en cambalaches, en trueques de campanillas y camelos. Tu carácter resulta impenetrable, al igual que tu piel de empuñaduras. Deslizas tu armazón por las ramizas que forman tu paradero, mientras tus ojos giran en tornillo, protuberancias inquisidoras, ayudantes de tu lengua pegajosa adonde van a parar alelados insectos.

 

2

Chipojo te llaman quienes navegan en cubas y tú te cubres de chirimoyas para que no te incrusten los balines. Luego cambias de calzoncillos y escapas metamorfoseado a la barbacoa más próxima. Allí te forras de plumas y de astucia y te enorgulleces de tus aptitudes. De noche te acuestas y vigilas y los mosquitos se te postran en condición ventajosa. Los engulles y un sopor te aletarga.

 

3

Tú, león que vas por tierra, siempre has deseado conocer al tigre de las paredes de los chinos, pero todos tus esfuerzos tendentes a tal fin han fracasado. Sin embargo, no te comprimes por ello y metes un palito dentro de tu boca para contar los segundos. La tradición asegura que heredas los tartamudeos de las frondas, mas nadie ha podido demostrarlo y tú no te turbas.

 

4

En tus zonas se cruzan las más diversas coloraturas: resultado eficaz de tus afanes pictóricos. El azul te satura pronto y entonces lo desechas o lo arrojas dentro de los pozos. Un payaso te vio en sueños y quiso llevarte a su circo, pero declinaste la invitación cuando supiste que te harían rodar encima de una enorme pelota. Sólo te quedó como recuerdo una camelia y un antiguo camafeo.

 

5

Protáctil te conocí, arborícola y cromado, y remarcaste mi deuda contraída contigo. Me hice el viscoso y pretendí alejarme de tus ojos: enseguida me hiciste variar de posición. Mucho después te oí partir hacia las coordenadas de los lacertos, lacrimosos y tullidos, y sentí pena por ti. Al pronto regresaste a tu sitio de independencia y tu lenguaje denotaba una mayor prudencia.

 

6

Camaleón, ya no eres un animalejo, sino un potente señor, patriarca y con ribera en río de recíprocos motes. Continúas absorbiendo lo mejor del aire y de las rosas rojas que te imitan. ¿Cuáles hierbas no te han palpado? Y tú, en todo momento, humilde, mas no húmedo. En la actualidad frecuentas las magnitudes de los asertos y cruje tu vientre con harta asimilación. De modo tenue, prolongas los recesos de tus órbitas y tus pupilas versionan la circunspección que te designa. Tu caudal de proezas no se extingue y ese rubro se capitaliza con creces. Natura te creó mirador y tu visión se reditúa sin ansiedad, cerca de las calorías adyacentes. Exiguo no es tu cuerpo, a pesar de lo que afirman algunos herpetólogos. Aciertan quienes te describen tal como yo te describo. Y tu grandor ocupa mis dos manos y una jaula de calidad y un décimo del tiempo lo regalas a los piojos del laurel y las estrellas jamás te han visto llorar, aunque los cuervos se burlan de ti. El frío es tu amigo y no te atormenta su aparición y la exacta luz te transforma y, por ende, no mueres.

Wilfredo Carrizales
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