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Confluencias

lunes 11 de abril de 2022
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

1

Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

BAJO EL ÁRBOL de la primavera que ya se insinúa, los guerreros se alinean para que los nutra la claridad. Es un ámbito donde titila lo frágil, lo rompible y las formas en el vacío buscan circundarse y trazar cercos de magia destinados a invocaciones hacia lo celeste.

De las ramas del árbol cuelgan invisibles decretos de renacimiento. (Muy temprano, unos pájaros han devorado las flores que sostenían sombrillas). Ha llegado un momento de un astro en desarrollo, triunfador sobre la decadencia. No es posible que se eleven ilusiones: no habrá telas sembradas al alcance. Los colores jóvenes, esas anchuras con vellosidades, saben que se marcharán con prontitud.

La vida se sitúa en lo transeúnte y, pasando, se atribuye duración. La jornada no es para las oropéndolas, las cuales sólo se retrepan y retozan sin retraso. La preterición se afirma en el lugar doquiera muta la hojilla del principio o el escudo que alterna con la vasija que suelta el humo.

 

2

Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

LA NIÑA imagina a un cervatillo que estaba camuflado bajo el verdín y la certitud del breve rumiante se le aparece enfrente. Lo mira y lo mira cada vez con más curiosidad y como ella proviene de un álbum de fotografías, lo retrata con su técnica de tiempos pasados. No puede haber miedo cerval en ella, aunque parpadea de continuo: es su manera de acertar en el enfoque y certificarlo.

(Hay para la escena, el respaldo de un edificio gris, cuyo nombre (que recuerda alguna flor de verano) contradice lo hirsuto de su estructura. En las cortinas de su ventana la tarde busca transparentarse en vano).

La historia tiene que continuar en el interior del portfolio: un viento de envidia bate las circunstancias del encuentro y despeina a la niña y asusta al cervatillo. Una comunión se graba para siempre entre las hojas y se reparten raciones de júbilos y liberación de ataduras. Nadie merodea y no se ocasiona el anochecer, pues el horizonte ha quedado empeñado y sin palabras.

 

3

Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

SE ABRE el azul todo del marco y muestra el árbol retorcido y seco, inmerso en una calima que recuerda un soplo de cenizas. Y el árbol quisiera hablar, ya casi lo hace. ¿O es apenas un murmullo aspado? ¿Y ese árbol daría la exudación del incienso, clamores de falsas legumbres, giros que levaban de los nidos sus antojos? ¿O un fuego lento dio en su diana y lo hizo descender?

Azuza el azur con su semejanza con los canes del firmamento y el árbol habría dejado de ser comestible, si lo fue. Y el árbol ahora será laureado por la canela, alejado del amor de las manos ciertas, simbolizando una cruz de múltiples brazos, con clavos simultáneos hincándole.

La longevidad del árbol ya pronto no será un lizo alto y no podrá recoger sus urdimbres de otrora. Acaso los hierros han sido su mayor sufrimiento, su máxima tortura. Árbol que acariciaba con sedas, a la par de los relojes, y cuyos amentos se celebraban por sus aromas depositados sobre cristales.

 

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Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

EMITIÓ LA ESTACIÓN el deterioro y el arrinconamiento de unas flores asaz conocidas: rosas y lirios de las celebraciones. Ahora flota una tristeza para largo rato y la energía anterior desde ya no fluye. ¿Terminó el desafío contra la sequía? ¿No se pudo atrasar el envejecimiento y sus astillas?

¿Fueron más erosivos los días desprendidos de semanas inertes o el descalabro transportó veloz sus cintas? Nada resulta evidente, a menos que se piense en lo yermo de las nociones de sobrevivencia. Sin embargo, no dejan de arremolinarse eventos que dan cabida a tercas elucubraciones.

En el escenario de hogaño el escepticismo no se escinde. Los medios comienzan a proyectar sus sombras con premura. Demasiada incredulidad repulga los bordes que hostigan. A plazos certeros avanzan las hendiduras que trazan los listones de la mala ocasión. Una trabazón rezumba tirando de las larvas que palmean detrás de sus escondites. Al cabo, no llegarán las manos para contener la invasión.

 

5

Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Vívida vitrina para los beodos, para los dipsómanos. Aplicados vasos y copas en su oficio de aplacar la sed. Botellas que acumulan licores, líquidos con capacidad de calentar y decretar guerras.

Los alcoholes bien proceden con sabiduría o con temeridad. (El agua puede permanecer macerando hierbas: es su licitud). La ardentía se avecina y luego intima con los sitibundos. Para ellos se destilan fermentos que van directo a la cabeza, no al corazón. Mezcla de entusiasmos y pareceres.

Vodka que se escucha vocinglero y canta entre enredos. Coñac exaltado ante lo agradable y que empuja la flojedad de los ánimos. Whisky aguerrido y saboreado entre rocas que hielan y giran gustosas. Vino en su tránsito de abogado de los tímidos hasta que punza las lenguas. Anisados que se cuelgan de la memoria y cultivan recuerdos con menuda pulcritud. Pisco rodeado de pistilos que allanan el piso en caso de caída. Y más que de la caña de azúcar se desgajan los rones.

 

6

Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

ESQUELETO. Es que le to… ca a usted casarse. La catedral la tiene al frente y usted se ríe con mucho nerviosismo. ¿Siente miedo, pánico, terror, aprensión, espanto? ¿Se le arruga el ombligo inexistente? ¿Se le hacen nudos en la nuez de la garganta? ¿Es o no es horrura? ¿Dónde se meterá?

¿Es que le toma a usted la situación de improviso? Entonces, ¡sitúese con toda su armazón y soporte la ventolera externa! ¡No se esconda bajo esa capucha de plástico: ya sus blandos tejidos hace largo tiempo se fueron a la inserción del olvido! ¡No flaquee: su osamenta puede rellenar huecos!

(Y el esquema planteado por el esqueleto cuelga: esquila para convocar a sus congéneres que nunca lo asisten y él, tallo joven, esqueje por injertar, sólo piensa en vanos discursos, en sermones prensados por su terca actitud y los bosquejos que, antiguamente, poseía quedaron en lamentables esquicios, en deplorables bocetos, inútiles argadijos que no le sirven ni siquiera para menearse).

 

7

Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

ALLÍ ELLA fue siendo y será ella sin contrincantes, con flores en la puerta que emanan lo que ella ordene. Ello es que no disimula sus atributos y se antepone a las contingencias y su talento parece no ser chico y ello no obsta para que reciba a la gente con cortesía. Su elocución fácil acomete con poder de convencimiento y la claridad del lenguaje le ilumina el rostro por venir.

Donde ella aguarda, la fachada se muesca para marcar los ángulos de su falda y la carencia de brazos la inhiben de gestos airados. Quien pasa a su ámbito se establece en su otredad y no se ausenta.

Señora sin vocativos y, sin embargo, anuncia respetos. Su arte vive en su gobierno y si se enamora no padece. Seduce con ofrendas de feminidad, mientras los reflejos se atribuyen los espacios que ella requiere. Mujer de reloj oculto entre los senos y las horas no la detienen ni solas ni en conjunto. Donde estaciona su mirada no notable, rastrea antigüedades para su tienda que estallará de satisfacción.

 

8

Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

LA NIÑA le cartea a su madre en una pequeña máquina de escribir: “Hoy me acuerdo de ti en demasía y en un espejo se refleja la imagen donde nos estamos abrazando y nuestros corazones retumban al unísono. Estoy en una callejuela de la capital y un viento cálido agita con insistencia las cortinas blancas que penden frente a mí. Sudo en abundancia y a cada instante bebo agua, pero el sudor me empapa la ropa y tengo miedo de resfriarme. Si pudiera me quitaría toda la vestimenta y la colgaría de la percha que, a mi lado, me aguarda y me vigila. ¿Qué harías tú en mi lugar, mamá? Mientras te escribo, suena en un piano mínimo la melodía de ‘La gallina de los huevos de oro’ (¿la conoces? ¡Me imagino que sí!) e ignoro quién la toca ni por qué… ¡Ah, un momento! Acaba de aparecer una gallina muy hermosa, de rojísima cresta y de plumaje pardo grisáceo. Se echó debajo del piano (que continúa sonando) y sobre unas revistas de moda. Me da la impresión de que, INESPERADAMENTE, pondrá un huevo y será dorado y yo lo recogeré de inmediato, lo guardaré para ti y a la gallina la protegeré hasta que anochezca. Luego la meteré dentro del piano y yo me marcharé a mi habitación en el colegio. ¿Procedo bien, querida madre? ¡Cierro los ojos y te acaricio el pelo para sentirlo más mío! Te quiere, tu hija soñadora”.

 

9

Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

LA NÍVEA PORCELANA muestra (¿o exhibe?) un albaricoquero trajinado para que no crezca, mientras la penumbra hace de las suyas y trastoca la agenda del control de los agrandamientos. (Uno se guarda de la merienda que tenía prevista y el deleite adviene con antelación). ¿Quién halará la puerta para que la completa claridad ingrese como soberana o déspota? Un abejorro zumba y taladra los oídos.

(No hay rival para mi acompañante femenina y entonces ella puede hablar sin tapujos. Un ritmo silencioso nos riza a razón de jadeos por segundo. De la plática se encargan los ojos y las manos. Lo saturable se aparta de nuestra afinidad y extraños enlaces se acomodan a la persuasión).

Debiera haber una hornacina para la comodidad del árbol constreñido. Se intuye lo que lo aprieta, lo que lo puntea con saña. Quizá si tuviera una salpicadura a un costado su cuerpo se refrescara y su actual mudez se tornaría en eclosión de capullos. Mas lo idóneo continúa aferrado a una hipótesis.

 

10

Confluencias, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

CENIZAS DE LOS INCIENSOS en ausencia de chispas de carbón y una vela roja deja caer el resto de sus lágrimas para que se endurezcan de prisa. ¿Desde cuándo reposan las oraciones junto con esos polvos de la ruina del gris? ¿Se acendran las virtudes al borde del cenizal, con haz y con envés?

Un monje solitario dio vueltas en la madrugada alrededor de las pavesas. Los budas lo observaron y sonrieron y lo descalzaron con reverencias. La discreción flotó ligera entre lo vacuo y la brisa tiznada. En ramillete, las exhortaciones caldearon el ambiente y aportaron vías a la mente.

Alejados de las favilas, los gorriones atan sus madejas que luego serán sus ofrendas, que después serán los conjuntos de los giros que nunca se abandonan. Y los gatos creyentes se postran sobre sus bancos y elevan sus pesos hacia la Rueda de la Ley. Y un centelleo desde el badil anuncia el ímpetu con el que los peces de madera percutirán al compás de los rezos de los bonzos tras los nichos.

Wilfredo Carrizales
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