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Clavos y piedras

lunes 18 de abril de 2022
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

1
Piedras

Clavos y piedras, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Ecos de las piedras en su propio silencio de clausura y sujeción. Piedad no logran; piel nueva, tampoco. Sólo se escuchan piejos en su tácita mudez. El pedrero apenas se descuida; apenas pierde chispas. Una tembladera le pisa cuando se le habla de litolatría y un morro estorba su lengua. Quisiera ser él de zafiro blanco para engastarse nubes que llovieran menudencias.

Obstinan los caminos si se las suelta y se afilian a los filos de los vagabundos. Ellas se usan a trozos para levantarse muros exentos de cal y arena. Se construyen sillares para su colectivo y son preciosuras que se alisan y tallan a merced de miradas puntiagudas. Algo extraño las atrae para convertirlas en lápidas y luego se arman con la paz de los difuntos.

Desde las mechas se producen en pedernales, calculando la cantidad de granizo que cabe por mampuesto. Jadean si piensan en molinos y se acercan a ellos: las asusta lo inerte y la rutina.

También salivan a escondidas, con la sensibilidad de tantos juegos expósitos. De inmediato, se expresan con la reconditez de sus entrañas de pulsos. Y se anteponen al rayo que las aguza.

Cortan las herramientas más llevaderas y no se mellan y más bien canturrean al modo ancestral. Puestas de lado atraen a las águilas, aunque éstas no se vean por el entorno. Ollares oscilantes serían en las páginas de las mitologías en curso. De los soles de mañana extraen sus amoladuras que las convierten en esquinas de arrebato. Facilitan la ubicación de nidos en las espesuras.

Labor de ahorita, la de la inquina que exuda ónice. Se les señalan los negrizcos, capas que resisten los despojos de la erosión, y ellas rondan las hierbas a su alcance y les ciclan quilates.

De los aerolitos provienen sus remotísimas ascendencias y las locas espumas del mar les ondean constancias que no son pasajeras. Y hay murmullos que imitan sus restregamientos mediante cascajos flotantes. Y mantienen ellas un arte con propiedad, laude que cauteriza y raja a la vez.

Indispensables resultan sus incrustaciones dentro de las acequias donde palidecen fósiles de metates y ciertas desgracias se apretujan al compás de los testigos de las grosularias. Al abrigo se oponen muelas y almendrillas y la destrucción casi no ocasiona repulsa. A ese paso, se elucubran lastres, se ablandan pedrerías, se fundamenta lo saxátil y placen las recuñas o las esquirlas.

Cálcense los monolitos de cuerpo de animales y se obtendrá solitarios lechos de balastos o su simulación en pos de pedradas fuera de registro. ¿A quién es capaz de inspirar un astro de gravas muelles que no terminan de consolidar su ventura? Más valiera cejar y volcar los corundos hasta verlos de doblete y fastidio de fisuras. Empero, la sangre de guijas emprende sorpresas para los jergones azulados. A la sazón, se requiere lo necesario de la hechura que bruñe y atina a levantarse.

¡Qué de claves en los escrúpulos pétreos y contrahojas idas hacia las canteras del habla sólida! Desde los cinceles se podría restañar la veta que alcanza al megalito de los talleres y el lodo, mejor que oscile, en comparación con la recogida que lo espera al pie del fastial en escombros.

 

2
Clavos

Clavos y piedras, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Sujetos de la madera por tener cabeza en punta y metal carente de aderezo. Unen, con su delgadez, extremos distanciados entre sí para que cohabiten, aunque sus caracteres no lo merezcan. Otra y otra pieza los roza y puede encenderlos: capullos secos alumbrando en las cocinas. Forman una especie proclive de cariarse, huérfana de perlas y esporas, enemiga de los garios.

Gustan de las orejas, están pendientes de ellas. A la primera ocasión, las perforan y luego clavan el secreto en el cabo de su cimiento. Y en los abanicos pasan dirigidos con cuerdas.

Claviformes designios hechos con tuercas apostando presunciones, al tanto que horquillas se atortujan sobre platos. Desde los hombros descienden claves que aseveran los aguantes muy rudimentarios. Antes de la víspera rayan la fisonomía de lo habitual y avanzan con las bardas.

En algunas partes enlutan callosidades y se pronuncian en contra de los agujeros. Se endurecen con sus abscesos de encogimientos, insensibles a la dureza y a los espolonazos. En medio de grietas se rellenan con supuraciones de la herrumbre y no se doblegan. No padecen jaquecas, pero sí una histeria que los daña y los disgrega. Arbitrarios, ensanchan sus recados hasta lo fatídico.

Asen los estambres del desarrollo mental de las superficies a su cargo. Hierran los hechizos de los asuntos baladíes, estabilizando con el alma en vilo. Sus vilezas mancillan el entorno y lo allegan.

Se arman en las techumbres, echándose con tosquedad, y tienden a agrandarse con tachas para ejemplo mal usado. Chillan ante la perseverancia de las tablas sin ley ni orden y escarpan tras los ganchos y las alcayatas. Y gotas de sebo pueden tornarlos esféricos, no susceptibles a ninguna belleza.

Traban, de modo especial, las vigas en su proceder de longitud y estiramiento. Luego se retraen, aunque en lo transversal se atornillan y consumen los ángulos. Las flores de azafrán los someten ardiendo o los execran humedeciéndolos. Esos apuros son la demasía que los hieren.

Se introducen donde los agarran con fuerza y con pasión: capacidad puntual que permanece allí de siete en siete. Y sus intenciones ferazmente aciertan, sin que se explique nada y no se suma la esencia. Y sus protestas no llegan a ruegos y reclaman la paciencia con emulaciones de antaño.

En las carreteras se afirman y punzan a los holgazanes y rajan al patetismo con creencias que crispan. Insisten en librarse de dolores y de pérdidas y vislumbran lo abismal en cada rincón, en cada coyuntura y botan y rebotan si la necesidad los convoca. Elementales, entregan sus dientes de lobo.

En los calzados clavetean los hitos de las andanzas y esa prez no les aprieta la entereza. Puntas les son saetas que hacen tambalear parihuelas y cercados. Tiran a las chinches al modo de las espigas y remachan sus ansias de estaca. Agarran los entierros para que no se hundan y no se hincan para no dormirse y sucumbir. Quien toca sus uñas huye enclavado y con los nudillos chispeando hojalatas.

Las clepsidras los llaman para retardar sus fundamentos, pero ellos les aguan el conjunto y las agrietan desde abajo. Con ese pasado, no enarbolan anomalías, sino agudezas de sentido y promisión. Y con sus cuerpos de púas tocan la música, cuyo recipiente es el tiempo envarillado.

 

3
Clavos y piedras. Piedras y clavos

Clavos y piedras, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Clavos y piedras en cooperación transitoria: faena sujetada por cuerdas que no se miran, por energías que pronto se dispersan. Colocados juntos semejan un puente de siluetas en contención.

Piedras y clavos calculando besos que alumbren las posibles rajas. Ambos se inscriben con los disparos que rastrillan el ámbito de encuentro. Cada cual aporta su porción de esmeriles.

Clavos y piedras midiéndose en cuartos de hora, desprendiendo falsos adornos que caen en derrota. Tercian de un lado a otro, cojeando y flameando con diminutas llamas que, puntuales, molestan.

Piedras y clavos perdiendo pie, más adelante que atrás, mientras los peligros extienden sus pescuezos y se confunden al no hallar la salida. Piedras y clavos jaspeando a los sapos incógnitos.

Clavos y piedras con tumores que no se pasman si se les arrima un tizón. Clavos y piedras que no enmiendan sus desaciertos y se esponjan para consumarse y se libran a lo espinoso.

Piedras y clavos penetrando los nódulos de lo amargo, escalonando consistencias que traslucen resinas de las casillas variables y que matan murciélagos con centellas ferríferas.

Clavos y piedras dentro de la moción de la estabilidad en cierne, aquella que casa con las maceraciones a través de la humedad. Clavos y piedras adivinados por secciones y comprimidos con artificios de brujos.

Piedras y clavos normando los peces dibujados por la intemperie sobre su epidermis de tensión. Piedras y clavos en el intento de preferir lo oval y que finalizan pardos y afectados.

Clavos y piedras anteriores a los argumentos del martillo y que, por azar, conviven entre riñas y roces de negatividad y después gritan al no poder alcanzar los techos que los urgen.

Piedras y clavos creyendo solazarse sobre arena movediza, al tiempo que avivan las más extrañas porosidades y acaban sulfurados, sin ocasión de ser amuletos para su propia consagración.

Clavos y piedras cobijados hasta los bordes de sus excrecencias y después remachados para que calen dentro de los montículos de virutas que les causan pavor por la naturaleza de su flojedad.

Wilfredo Carrizales
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