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Aislado y prescindiendo de las cualidades

lunes 19 de septiembre de 2022
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Textos y pintura matérica: Wilfredo Carrizales

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Aislado y prescindiendo de las cualidades, por Wilfredo Carrizales
Pintura matérica: Wilfredo Carrizales

Abismado en el piso que golpea mis sentidos con suplantaciones y aditamentos. Era yo un hombre que volaba en un espacio aparte, ocupándome de la invención de mi mente. Me sabía reencarnado desde el techo, donde se había comenzado a instalar una desilusión. A mis pies todo se desintegraba, con el resultado de aparecer eventos reunidos en algo frustrante. Había un conflicto entre mi deseo y la restricción. La libertad se ordenaba, irguiéndose sobre sus talones de recurrencias. El día carecía de relevancia y sólo una narrativa de escape inmóvil tenía un escenario en medio de lo irónico. Un aroma de reptil magulló a la tierra esparcida y la hizo soñar.

No existían brillos de plata porque estaban absortos en mediatos rincones. Mientras tanto el vaivén de una polea muy distante hacía crispar las aletas de la nariz. Fundé mi mirada perdida en el abandono de nadie. Enteramente me consumía entre privaciones de los momentos coloreados por destellos inexistentes. Lo que parecía gris se juntaba a un espejismo de laca y los dos buscaban un rectángulo para medrar y sorprender con una variedad abstrusa.

Me ausentaba hacia el interior de mi alma. Experimentaba el privilegio de la pobreza, pero sin honor. Las referencias de lo salvaje se debatían por ser prominentes, aunque pronto lo asertivo dejaría la escena. Entonces clamé desde mi esencia y no quise enfocar ninguna estética: mi problema no era la conexión con la realidad. Un tiempo exponencial resucitó con sus implicaciones de inconsistencias y neutralidades. (Mi seriedad no se hacía ostensible y eso me tornaba en un basilisco hecho trizas). Un poder de evocación trató de embeberme, mas lo doblegué a punta de zarpazos. Mi conciencia se profundizó y entendí el conjunto de las metáforas provenientes del primitivismo más deliberado. Comencé a describir las sensaciones de mi cerebro cuando se quemaron las luces del entorno y las cenizas, de modo infrecuente, se relajaron a discreción.

Mi cabeza se cebaba para levantarse. Me convencí de su sedimento de borra y plomo de caza. Mi pecho era un álbum que constreñía paisajes evanescentes y dispersos. La saturación de sales me convenció de que la melancolía no podía existir allí. Dragué argumentos en el interior de rendijas para que nada simpatizara con mi arbitrio. ¿Acaso una pesadilla podía sobrevenir de súbito meneando sus mangas de suciedad? ¡La obviedad había nacido y había que apuñalearla! Logré sugerir sombras donde aparentemente era imposible hacerlo: gracias a mi no convencional manera de estrechar los espacios. ¡De un golpe capturé a tres de ellos y los revolví para mis propósitos!

Concentrarme equivalía a un latente laconismo. No quise inquirir por las muertes de las displicencias. Eso no envolvía mi carácter reticente y lo mantenía expectante, aguardando las lentitudes compulsivas de la discreción. Me decía que las complejidades de los sujetos no eran tales, sino miedos a desarraigar lo superfluo. Sin embargo, un ambiente opresivo repetía sus combinaciones para intentar contenerme. ¡Qué de tonalidades creando estaciones por la libre! Anhelaba que el pathos apareciera con sus pulsiones llenas de una vibración de gestos. La significación de lo perdido cayó en una abstinencia que seguía, de modo simultáneo, a una metamorfosis y a un cierre de utopía. De hecho, yo también devine en dualidad que consumaba el avance y el atraso de las salpicaduras desprendidas de los instantes ingobernables.

 

2

Aislado y prescindiendo de las cualidades, por Wilfredo Carrizales
Pintura matérica: Wilfredo Carrizales

Embelesado y embebido contribuyendo a lo no estricto, al caos combado en su proceso de autocreación. Con frecuencia los comienzos se borran y las falsías se parten. Los sudores mercenarios encuentran a quien se engolosina con ellos y juramenta despojos de líneas con toques de crayón. La sique bombea sus rupturas encima de los llantos del suelo. Se permite a las superficies vaciarse a través de las flotaciones que se enrollan. Algunas veces se combinan llamados de las sugestiones caligráficas para contrastar lo irracional de sus cuestiones.

De bruces y recogido se atisban mejor las cuerdas que no ajustan su prioridad. Una orquestación de retazos se ensambla a fuerza de raigambre y vidrios nunca proveídos. Cuando se consideran las cosas fuera de sí mismas, una vertiente emerge de las entrañas del observador.

Retroactivo e impersonal se desea un medio para atenerse a la cera deshilada e imperfecta. De esta guisa muere la funesta alfa, tatuada encima de una bandera elástica. Luego jaspean los encausamientos interpretados como triunfos de lo prescrito. Nada más chocante que tal envaramiento. El tiempo deja la conexión con lo ligero y su lugar común se acrisola con la sensibilidad de lo antiguo. ¿Era el yodoformo modelo para la deflagración? ¿O la argamasa argüía?

Pensativo dentro de la enormidad del desatino. Las turgencias escriben sus necesarias disciplinas, sus procederes de irreductibilidad. Una esencia se constituye en convención y arruina todo el conglomerado de limitaciones. Ya se abren los inspirados pigmentos; ya se retraen sus deseadas frescuras. Y, de modo paralelo, se muestra lo que se huele entre canales de la percepción súbita.

Sumergido en otro velo de rareza, colapsa mi influencia lútea. Me elevo o me arrastro desde mis fenómenos ópticos y rescindo lo que se yuxtapone y enfatiza lo céntrico del blanqueo. Acudo a sentarme en el tope de lo soasado y meramente se me agranda la tela desorientada.

Preocupado por mis brazos enfrentados a lo horizontal, acudo de lado y me estreso. Explotan los trucos de ilusionismo ante mí y recojo la insidia de la puerilidad espiritual. Una aguja salta en su cubil y mis ojos se tiñen de bronce. Quizá mi presencia corporal ha probado el silencio y se retrae en busca de ulterior dominio. El grado de deformación de mi hábito de escudriñar me obliga a asirme de los prejuicios y voltearlos sin que yo lo advierta. Atisbos de escorias pesan sobre mi tacto olfateado y una emoción indefinida se relaciona —no impedida ella— con el campo de la agudeza.

La reconcentración, por instantes, me pertenece. Y lo sublime responde por su propio encuentro. ¿Podría extasiarme frente a la tragedia de los matices en desbandada? Los puntos han donado sus usos de aparente realce, pero casi las texturas no llegan a manifestarse. La materia se sujeta a unos cánones nunca revelados, a pesar de las asociaciones de una belleza falsamente absoluta.

Engrifada quietud en la apertura de las rajas insinuadas. Franjas de evocación de un dinamismo algo violento. La experiencia insiste: alcanza a configurar unos diminutos puentes situados entre lo ocre y la cernada. Sin embargo, raras partículas se crispan hasta la exquisitez impenetrable.

Me he excavado bajo el ritmo de un espurio otoño y difícilmente no he logrado anteponerme a la resistencia del periodo que aguanta. Ha sido un aquistado dispendio de desechos lo que se ha patentizado. Y el encuentro de piezas machacadas para resaltar el entorno ha sido la reproducción más anónima e imaginada. Mas aunque no haya cautivadores brumos, se presienten por lo calmo. Y las inconstantes formas se adecuan a su única castidad.

 

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Aislado y prescindiendo de las cualidades, por Wilfredo Carrizales
Pintura matérica: Wilfredo Carrizales

No para distraerse: un trote focal asentado junto a un losange con énfasis. Provagadas solubilidades desplazándose sobre gelatinas ilegítimas. Se fuerza una expresión visual hasta que alcance la estadía para sobrevivir. Más después, una oposición, de modo directo, envuelve el retorno de los rangos de amplitud. Lo fijo pierde su estatismo y reanuncia un intento de temprana audacia.

Equivalentes de los fotones encima de un papel parecido a grama en descomposición. Unos pelos serían capaces de combinarse entre sí en la oscuridad sensibilizada. Lo mullido clama por lo plural de su condición y entonces se le facilita un invento menudo de chimenea. ¿Dónde comienza el caleidoscopio con llaves de humo? Hay un llamado a asociarse con bandejas de ausencia y aportarles borrones, esbozos, llamas de disipación, pero ninguna sacudida se pone en ejercicio.

Por elemental principio, descartadas las delicias de los campos magnéticos porque se colgarían de lo que está tras el aire y desnaturalizarían las prontitudes de vacancias. Lo opaco continúa lanzando sus disparates con la arbitrariedad más ordinaria. Y, de improviso, unos como objetos de la ambigüedad introducen sus afantasmadas presencias que translucen un morbo de captura.

Desgloses al interior de las absorciones y unas gomas que patinan para imponer sus incongruencias. ¿Qué cobre resentido no permitió explotar su audacia al filo de la madrugada? Se pensaría que una minúscula pesadilla efectuaría su transición de miedo. Mas el dramatismo de la emigración de los mensajes “divinos” paralizaría, por instantes de eternidad, al juego de las miradas de escrutinio.

Arrobos del infinito sin precisión. Ambages para restringir lo absurdo. La libertad estacionada nos permite aprisionar los medios para desmembrar a los metaloides rastreros y lanzarlos, a chorros, por encima de los rulos de la estética inoperante. Menores cantos nacerán de los vientres sucios extendidos en el pasillo sin vastedad. Lo subliminal se adherirá a lo hirsuto y juntos explicarán la interpretación de lo no existente. Quizá un frescor pueda ordenar la decrepitud de las formas desvaídas y un vuelo de proyecciones fugaces ocurrirá acá, en lo anémico del contorno.

Alelado bajo los profusos encandilamientos intuyo autómatas del enigma. Empero no resultan tales: sólo son espectros de las pátinas. Lo batido se ha despojado de sus óleos y atisba hacia el arresto del carbón. (De pronto recuerdo la rareza de lo implícito y huelo su versatilidad). Descienden unos símiles de plumas con la alevosía suficiente para perturbar el inestable equilibrio. Y los cuadrángulos tropiezan con dificultades para allanar sus sentimientos de clandestinidad.

Sumirse en lo suspenso de las luces mortecinas y rizar las empatías de las circunvoluciones. La continuidad del ámbito medianero luce abierto y acelerado. Los contrastes se simultanean y fermentan ligerezas que suenan deslocalizadas. El quinto arpegio retumba entre fricciones y luchas contráctiles. Una salvaje inocencia se incrementa y se ignora su culminación.

Ensoñación sin renuncia a los bordes subjetivos. Limpieza de los trozos de blancura a través de gusanos de cal y quien se aproxime a mirar se topará con factores equívocos que abatirán su mente en la dimensión rota por continuos desacuerdos de los arcoíris portátiles y cambiables.

Wilfredo Carrizales
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