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Sucintas reseñas

lunes 10 de octubre de 2022
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Textos y dibujo: Wilfredo Carrizales
Sucintas reseñas, por Wilfredo Carrizales
Dibujo: Wilfredo Carrizales

1

Con rosas rojas adheridas a su espalda sudada, ella se sentó en la cama y se puso a observar, a través de una ventana, el muro que estaba enfrente. Había dos puertas que se abrían y se cerraban de modo intermitente. A ella no le extrañó que nadie saliese ni entrase. Permaneció en la misma posición durante horas hasta que los pétalos se le desprendieron de la piel y tiñeron de púrpura su aliento y su mirada.

 

2

El velocípedo corría, con exceso de aceleración, de izquierda a derecha, sobre la acera cubierta de lodo. Menudas pelotas de barro salían despedidas por el aire. En un descuido, el velocípedo resbaló y rodó, interminablemente, por sobre el concreto y de él sólo quedó una forma, negra y circular, que giraba sin asidero posible.

 

3

El hombre negro y calvo, bien trajeado y con corbata, tomó asiento encima de la pila de escombros en que había sido convertida su vivienda. El bulldozer aún rugía a sus espaldas lanzando un espeso humo. El hombre se forzaba a dominarse para no emprenderla en contra de la máquina destructora. Mas, al cabo, se declaró magro y se le llenaron las manos de puntos oscuros que le hicieron verter indistintas transigencias.

 

4

El conjunto de los miembros masculinos de aquella familia —diez en total— decidieron meterse desnudos dentro del estanque de los peces para atenuar el insoportable calor del verano. El agua apenas ondeaba, ya que ellos permanecían estáticos. Si alguien los hubiera visto habría pensado que estaban ejecutando una pieza teatral. Sus gestos habían quedado congelados y los individuos de su comunidad les desearon una feliz integración al cardumen que allí moraba.

 

5

Trayendo largos panes aprisionados contra su pecho, el hijo, al son del chirrido de sus zapatos nuevos, se dirigió hasta donde estaba su anciana madre parada en un rincón y le introdujo todos los panes dentro de su vestido. La anciana hizo una mueca, porque su hijo una vez más se había olvidado que ella padecía de la enfermedad de Alzheimer.

 

6

El gimiente ubicuo con frecuencia decía que “ellos” lo señalaban con signos y que nadie deseaba descifrarlos y por eso él quería que le declararan una salvaje insania por haber sido contumaz gemebundo.

 

7

No era sumiso quien enviaba cartas insultantes a las autoridades. Los habitantes de su casa le temían y lo evitaban en la calle. Cuando él se topaba con extranjeros les exponía su caso, pero ellos se hacían los sordos. Entonces él, ya en casa, se dirigía a la cocina, cerraba las cortinas y apagaba las luces. Luego sus ojos seguían la dirección de las anticipaciones de castigo y un frío desconocido le recorría el espinazo y lo turbaba brevemente.

 

8

Mientras acariciaba la porcelana, él le dijo: “¡No seas tonta! No eres fea, no. Todo lo que haces es tonto. Tú no eres fea y todo lo que haces es feo”. Entonces ella bajó la cabeza, se quitó la ropa, miró sus pies y se puso a reír hasta que se le contrajeron los músculos.

 

9

La pared divide el ámbito iluminado del ámbito en penumbra. Unas sombras se movilizan y se capturan entre sí. Ruidos espontáneos llenan la escena: una alegoría del desquiciamiento del universo. Un gran peligro físico se acerca y amenaza a los seres extraños, quienes desaparecen de inmediato.

 

10

El color ocre lo enriquece mientras está echado boca arriba sobre un sofá. Su rostro es una combinación de pietismo con clemencia. Sus ojos se le reaniman por la acción de una pintura que se desplaza en lo alto. A ratos, siente una frialdad que le sacude el mentón, pero él está condenado a degradarse como figura de cera.

 

11

No duda ella y lo zarandea. Están tumbados encima de un diván con una intensa aberración granate. Ella ya lo ha desnudado sin ninguna oposición de parte de él. Ella casi lo cubre con su anatomía a medio desvestir. Sus cuerpos se leen en un presente de igualdad, abrazo y deseo. La terneza de la mujer se evidencia de un modo un tanto opresivo y ella asume su rol de poderío, mientras el hombre cruza las piernas y pone de manifiesto su intimidación. Entonces la pareja se queda quieta para trasvasarse los sudores y la dilapidación de los minutos.

 

12

Faltó poco para que a los destartalados buses los cubriera por completo la intensa nevada caída esa tarde. Los desnudos árboles daban al lugar un aspecto sombrío y de desolación. Imprevistamente, emergieron dos mujeres jóvenes del interior de uno de los buses. Protegían sus cuerpos con gruesos y largos abrigos de visón. Juntas se detuvieron ante la trompa del bus y comenzaron a cuchichear. La escena aumentó su blancura y unos elementos de historia invernal insensibilizaron —quizá para siempre— al par de féminas identificadas con la nieve.

 

13

Alguien mira a través de una celosía hacia el fondo de un breve salón de estudio que permanece vacío. Un pizarrón cuelga, algo ladeado, de una superficie de madera y se nota que recién han borrado unos diagramas hechos con tiza. Un globo terráqueo, abollado, ha sido convertido en desecho y desluce en un escritorio sin fortaleza. Sobre un taburete redondo se observan manchas de leche y sangre… La mirada de quien fisgonea se llena de sorpresa. ¿Qué drama ocurrió allí adentro? ¿Qué personajes abandonaron de manera abrupta ese espacio cerrado? El husmeador se percata de que lo están vigilando y finge con un cabeceo para distraerse. Mas su capítulo ha concluido y cuando intenta desplazarse una tenaza le quiebra el cuello.

 

14

Las plantas ingresaron de modo brusco y sin pausa al interior de la mansión. Los mastines huyeron entre ladridos de terror. Ningún morador se encontraba presente. Las plantas rugían y se convulsionaban y en cuestión de minúsculos intervalos coparon todas las paredes y sus raíces se introdujeron a través de las hendiduras y las taponaron. En un último esfuerzo, los rayos solares intentaron colarse por los resquicios de una alta claraboya y las ramas trepadoras los inutilizaron. La luminosidad cedió su puesto a las plantas invasoras y éstas implantaron una lobreguez que convirtió a la mansión en un aposento de espectros vegetales.

 

15

El agua bajó rauda por las escalinatas y formó un espejo en el amplio vestíbulo. Los reflejos se reducían y aumentaban haciendo de la frágil superficie un cambiante calidoscopio. No hubo amenaza de inundación, porque el líquido derramado se contuvo en un espacio que le convenía para su aislamiento progresivo. Sólo las imágenes que reverberaban sin evitar los choques desaparecieron muy rápido masticadas por las columnas del entorno.

 

16

Terminaron de construir la biblioteca en forma de anfiteatro. En seguida instalaron los anaqueles semicirculares en cada uno de los doce niveles —alegoría de la revolución del tiempo anual— y los colmaron de libros antiguos y modernos. Mas los lectores no se presentaban, no acudían ni siquiera a hojear los volúmenes. Pasaron los meses y la situación no cambió. Entonces la biblioteca comenzó a mutar hasta convertirse en un circuito completo carente de libros y el espacio redondo se vio invadido de robots que se movían, sin cesar, de un lado a otro ejecutando tareas imposibles de describir y enumerar.

 

17

Caminaban para gastar las horas deambulando por el campo. La estación que les acuciaba los tenía sin cuidado, ya que llevaban dentro de sí su propio ciclo. El paisaje se transformaba, de modo raudo, ante sus ojos y tampoco prestaban atención a esto. Al llegar a un terreno desprovisto de vegetación enfocaron sus miradas hacia unas cárcavas excavadas por doquier. A continuación se dirigieron rumbo a las fosas y se dejaron caer dentro de ellas. La humedad reinante no tardó mucho en descomponer los cuerpos, obligándolos a integrarse al detrito para respaldar a la extenuada natura.

 

18

La beldad pulsaba, de manera inconsciente, las cuerdas del laúd y las hería en oficio profano. La configuración humana de ella respondía a una medieval representación icónica, empero en sus muñecas se notaban sendos relojes de pulsera de reconocidas marcas actuales. Recientemente la beldad había servido a una reina histórica, quien siempre la incitaba a interpretar olvidadas composiciones. El carácter de la beldad era impredecible y la reina lo ignoraba. Un día la beldad estalló en un arrebato de ira, al no más palpar el laúd, y estrelló el valioso instrumento de cuerdas a los pies de la soberana. Ahora en su sitio de reclusión, la beldad pulsa cuerdas en el aire enrarecido.

 

19

A ojos vistas, el muro se desconcha irremediable y velozmente. Se hace muy difícil precisar de qué color estaba pintado. Por un ventanuco de cristal aparece un exiguo esqueleto pendiendo de una cuerda. Se balancea y resuenan sus metáforas de abandono y dilapidación. Se expande la resolana y retorna el desarrollo de la claridad. Mas donde estuvo el esqueleto, en la actualidad reside un aviso que anuncia la próxima demolición.

 

20

Una intriga visual: un charco de fluidos en el dormitorio. Las sustancias esparcidas no conceptúan nada. Unos pies empujan hacia lo derramado un balde y un estropajo: cosas que no se respetan. En rigor, ni siquiera podría hablarse de una “naturaleza muerta” improvisada. Sólo obliga la escena a una insípida meditación y a una eliminación rotunda de la suciedad.

Wilfredo Carrizales
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