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De cómo se fue disgregando septiembre

lunes 17 de octubre de 2022
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales
De cómo se fue disgregando septiembre, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

I

Septiembre 1. El aroma de los jobos ludía el ambiente todo, anunciando el preludio de la disgregación que comenzaba. La ilusión aún combinaba sin retorcimiento y mi deuda con el parentesco del mes era una obligación que imponía su cota. Bandadas de cotorras picoteaban los espacios y sus chillidos aturdían simulando reclamos. Un viento de levedad arrastraba desde el norte las briznas sin origen. (A mi lado reposaba el brebaje que se perdería después entre hendiduras del suelo). El cariz de la atmósfera no presagiaba erizamientos. Ningún meteoro se asía.

 

II

Septiembre 4. Olía a ozono y ondulaban semejanzas de randas. Tiritaban los gatos del hambre, mientras trastabillaban las pértigas recostadas sobre las rejas. La situación no arrancaba peligros ni pujanzas. Sólo las lagartijas vertían unas lágrimas debajo de las lajas. Sin embargo, se intuía el ardor de la arena y de la arcilla. Me incliné un poco para probar el zumo de unas hierbas nacidas durante la humedad de la noche. El vigor del viejo ya pertenecía al vínculo del viernes.

 

III

Septiembre 6. Un sosiego alterado de súbito. El polvo se rizaba en contra de mi gusto. Quería yo incluso aquilatar los huesos de frutas desperdigados por el patio. Unos chirridos comenzaron a escucharse: acaso las bisagras necesitaban su lubricación. Aún existía el albayalde moteando las nubes del cautiverio. Mi expectación aumentaba a ratos y no me eximía de explayarme. Por el oriente se vislumbraron unas formas de orquídeas, pero, de modo incierto, se orillaron para no servir de testigos. Y unas plumas fondearon dentro del rescoldo del día que moría.

 

IV

Septiembre 9. Llovía desde la madrugada y las macollas abordaban las barquichuelas de agua. Los lugares llevaban sus padecimientos de lo húmedo. Las cuerdas vibraban con una música de relleno y ni pensar en llamas surgidas de improviso. El fenómeno más profano retumbaba con su carga de fango y fantasía. Me puse un saco para probar su tejido y lo encontré de gloria. De golpe, desertaron las pocas golondrinas que por allí revoloteaban y legaron marcas de monedas con brillos. Menguaban los ojeos y acontecía en el orbe un pendón para los riegos frustrados.

 

V

Septiembre 11. Alguien regía con su cumpleaños y sus vértebras se trastocaban entre la hojarasca. Por los poros se alteraba el púrpura de la sangre. Un pan sin levadura me fue ofrecido y lo rechacé. Valía la pena arriar la bandera y permitir que bramaran las bestias de las botellas. Confesé la embriaguez en puertas. Un hereje me hirió con su enojo y en un lapso tuvo que escaparse. Los vapores se magnetizaban y mataban a los insectos del momento. La nostalgia por las obras del sueño tendía a hacer mella en el espíritu. En mi pelvis ocurrió un ensayo de sufrimiento.

 

De cómo se fue disgregando septiembre, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

VI

Septiembre 13. Inicio del plegamiento de los plazos. Los recuadros perdían su rectitud y se cubrían de sabañones y larvas sin etimologías. Abundaban las tarántulas en los huecos de los recuerdos. Las piltrafas deparaban párpados con infecciones. ¿Cómo no mencionar a los cachorros que aullaban sin parar? Y abundantes ruidos llegaban a la manera de telegramas. Barruntaba yo la aparición de basiliscos encima de las azoteas. Menos mal que mis bártulos permanecían a salvo. Así, pues, me enjuagué y engullí la merienda y, de inmediato, hipé e icé la mano de las jácaras.

 

VII

Septiembre 16. Hedores de septicemia por los cuatro costados del vecindario. Muchos pensaron que era una distracción, pero los gérmenes no jugaban. Las tinieblas se prolongaron post meridiem. Los niños se cansaron de preguntar “¿Qué hay para comer?” y sólo recibieron coscorrones. La irritación no invalidó las tajaduras de los estómagos en vaciedad. A la vuelta de la “normalidad” los ojos saltaron revueltos. La ocasión no estaba para panqueques y, a trompicones, se verificaron las vergüenzas. ¡Hechos unas lástimas, los quejumbrosos trataron de que se les pasara por alto!

 

VIII

Septiembre 18. Empezando a clarear y ya los marcos del horóscopo mostraban el deterioro. Se improvisaban los intérpretes de los agüeros: bárbaros queriendo adornar los sepulcros. Empero la Libra deseaba, a todo trance, continuar unida al planeta que le asignaron. El aire se enrareció y calentó hasta niveles de mengua y en los riñones se manifestaron unas dolencias de tornasol. Los humores exacerbaron sus influjos, atemorizando y espantando a niños y a viejos. Mientras las mujeres se hicieron las simples y trasladaron sus dobleces y sus rencillas hasta la imprudencia.

 

IX

Septiembre 20. Un día de sequía y de sol sin corrección. Se abarcó lo que tendría tiesura, mas los sarpullidos vinieron a estropear las pieles. Los residentes ya no poseían garantías para su resguardo y las pestañas casi ardían con inquina de animal. ¿Cuántos soberbios se pusieron tontos y se aporrearon los alardes? ¡Más les valió cerrar los ojos y taponarse las bocas con pellejos! Un conjunto de fenómenos se declaró a lo largo del itinerario de las iguanas y, al borde de la locura, los fanáticos pugnaban por lincharse entre sí. (Quieto y oculto, yo masticaba a dos carrillos).

 

X

Septiembre 22. Los instantes ciñeron cual brazaletes y las señales de luto se prodigaron a discreción. Estaban los vagos para el arrastre y si hubiera habido buhardillas a mano, allí habrían ido a parar. ¡Ah, y los cieguecitos implorando sus latas de sardinas! Dechado de perfecciones fueron los amos de los resuellos, los dueños de la elasticidad. De la roña, prosperaron los de la pasión y la maravilla y entre garabatos ganguearon hasta el encuentro de sus hormas. Nadie osó explicar las eflorescencias aparecidas sobre los muros de la iglesia, entretanto el clima olía a bahareque.

 

De cómo se fue disgregando septiembre, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

XI

Septiembre 24. Los angelotes fueron echados a escobazos de los umbrales de las casas. Tal vez aspiraban a inhalar las fragancias de los zapatos de paseo. Unas candelas se zafaron de sus equilibrios y tendieron a chamuscar todo lo que existía en su redor. Delirios tras escándalos y afecciones de borrachos sin transiciones. Los elementos ligados al carbono aumentaron sus envenenamientos y las autoridades gruñían detrás de sus asientos. Griteríos y ladridos se mezclaron con avance y cultura y de las bocas se desgajaron alijos de brutalidades.

 

XII

Septiembre 25. Estallaron los cristales de las ventanas —sin causa aparente— desde las once de la mañana a la dos de la tarde. Alocados, los canes corrían de un lado a otro, temerosos de ladrar. Con antelación habían volado extraños documentos por los aires. Se improvisaron astrólogos, pero no dieron con ninguna influencia de los planetas a su alcance. Si hubiera habido vacas cercanas, los bramidos lastimeros se habrían prolongado quién sabe hasta cuándo. La calamidad y la desdicha se anunciaron sin defectos. Y al firmamento no se le ocurría nada bueno.

 

XIII

Septiembre 27. Malos olores denunciaron que algo fétido había sido arrastrado por las corrientes de los periodos previos. La frigidez se manifestaba en las mujeres que conducían automóviles y en las que montaban en motocicletas. Herían los rayos del sol con un rumor de espanto, productor de costras y peladuras. La extenuación estaba para pocas fiestas. De la decadencia, en particular, se pronunciaban quejas sin dilación. No obstante, las calumnias en los cotarros no disminuían en lo más mínimo. Adrede se adquirían botines de las conquistas policiales.

 

XIV

Septiembre 28. En los arrabales, la rabia proliferaba con mayor fuerza. Las bienandanzas no existían en esos sitios. Todo llevaba camino de hundimiento. Lo cenizoso se había metido a repartir sus texturas. La gente hacía lo que no le decían y decía lo que no hacía. La realidad era que las dobleces corrían por sus fueros, a semejanza de la pólvora quemándose. A voz en cuello, se censuraba lo que estuviera por delante y se declaraba enemigo hasta al más insignificante detractor. Nadie quería deshincharse, la presunción y el orgullo servían de ejemplos y la estridencia se ejercitaba libérrima.

 

XV

Septiembre 29. Machaconamente se iniciaron las refutaciones desde las primeras luces del día. Lo verdinegro se aplicaba con tenacidad y con persistencia. Los yantares quedaron relegados ante la incredulidad general. Los zafarranchos no se hicieron esperar mucho y los zaherimientos se instalaron entre apuros. Lo mismo servía para un barrido que para un berrido y ¿a quién le importó, a quién le incumbió la impertinencia? Traspuesto el ocaso, la obcecación fue en aumento y los sustos se propagaron en el conjunto triste de los hogares. Los cinco sentidos sufrieron desmayos.

 

De cómo se fue disgregando septiembre, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

XVI

Septiembre 30. Comenzaron a juntarse adiciones sucesivas de nefastos signos. La nebulosidad se había apropiado de cielo y tierra y un caldo de pesimismo exhalaba sus humores. Alguien se atrevió a preguntar con estentórea voz: “¿Qué peste vendrá por aquí?” y sobró quienes temblaron. Muy arduo se hizo asentar las plantas de los pies, pues asperjaban refunfuños y la humedad reinante provocaba estornudos. Y a las seis de la tarde, la lobreguez impuso su cerrazón, los truenos lanzaron su horrísona artillería y, de inmediato, se inició un torrencial aguacero que se prolongó hasta medianoche con su consiguiente interrupción de la corriente eléctrica.

Wilfredo Carrizales
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