Textos y fotografía: Wilfredo Carrizales

1
Feliz con el pasaje de la humarada
La altura me obliga a subir y mirar las montañas que van descolgándose. Lo inalcanzable se encuentra donde uno menos piensa. Una estación puede ser una chupada de aire de frescor.
La muerte es capaz de flotar ante nuestros ojos y eso uno lo repara de inmediato. Ignoro por qué recuerdo de pronto a un niño que se creía rey y tenía viejos pollos y caducos perros. (El mundo se hace inmortal si sólo cae en un abismo lleno de flores sin espigas).
2
Un amigo se encuentra en parte alguna
Únicamente él transcurrió y pareció sumido en un caos mental: su miseria no era nueva para mí. Después miré a través de sus ojos y mi vista chocó contra un obstáculo que los frecuentaba. Reí y alisté mi despedida.
Cuando regresé a casa, allí no vivía nadie y blanca polvareda flotaba libre en su interior.
3
El pensamiento viaja de chasco en chasco
Unos pies cruzan el vado y montan en cólera y los puntos del lodo crecen entre huacales. El agua gorgotea y las piedras confluyen en sus alteraciones. El norte sopla con eneros y el frío derriba hojas más de mañana que de noche innata.
Dudo, pero lluevo y me ayunto con la humedad: soy un pedestre que no toma cuidado.
4
Filtrantes los ojos sofistas
Odio las noticias de la ciudad y aun más si dentro están los recién casados. Los automóviles avanzan con sus faros ciegos y pronto desaparecen. Las ilusiones se alargan a semejanza de mangas de camisa que cuelgan de los balcones.
Haga lo que haga no tengo piedad de mí. Me regalo un poder ficticio y convoco las quimeras. (No logro rememorar el olor del otoño ni sus noches de mujeres tan jadeantes).
5
Cargo vinos con la frecuencia deseada
Cargo vinos y no me dejo ver: cuido mis años y sus zumbidos. Aun sobre las palmas de mis manos se manifiesta una gracia inefable. Mi chaqueta se casa con la estola de la señora que endentece y sonríe con discreción.
Por fortuna, he deseado muchos retoños de hangares y es mi plena responsabilidad si logran quicios o no. El último mes las avenidas de la ciudad se agusanaron y se volvieron dúctiles. Desde las ventanas lanzaban verdes residuos que manchaban las aceras y me hacían sentir demasiado asco.
6
Espiar con la tibieza wagneriana
En lo angosto viajan las terribles cuitas del oeste. Las concubinas se alinean para carcajearse, mientras sus hombres imitan danzas de los peces boqueando. Alguien, en las cercanías, golpea un tambor y espanta a las ratas que nunca fueron bienvenidas. Se fortalece el malestar hasta cien grados a la sombra y se sueldan las impresiones a las cancelas que interrumpen los fisgoneos. ¿Valdrá la pena ponerse a silbar en esas circunstancias?
¿Cuánto costará una buena flauta de hierro? Es claro que nadie lo sabe y, por ende, no vale esperar ninguna respuesta. Resulta mejor señalar a una salamandra imaginaria con sus listas de colores y su vientre inflado.
Los niños han estropeado los trajes de las damas que hedían y ellos salen a cobrar los estipendios que los aguafiestas les prometieron. ¿Quién registró el evento para divulgarlo entre todos los hogares del entorno?
7
La nostalgia más suave también se hunde
Se escuchan los relámpagos que no caen y los sonidos resuenan, quizá, por el sur de antaño. En el este se pusieron a tono unos vagos decadentes.
Los papeles blancos fueron a parar al sanitario y luego no hubo dónde escribir mensajes impertinentes. Los enemigos aprovecharon entonces para coludirse.
Cambios en la atmósfera y nubes con olor a naftalina. Los basamentos fueron abandonados; los irredentos dioses clamaron y las ondas lavaron un poco las caras de tristeza. Una carroza fúnebre fue vista trepándose sobre la calzada y el chofer borracho se puso a insultar al cadáver que llevaba dentro. Una batalla colectiva era necesaria en ese momento.
8
La luna se puteó y no dejó rastro
Noche de charla junto al puente de las marimachas. Debajo corría un agua turbia, sorpresiva y espumeante. Un mendigo hacía retratos escondido detrás de un pabellón y sus manos no cesaban de moverse y lanzar trazos por doquier.
De modo imprevisto, se presentaron lágrimas en las pupilas más grises y el abundante alcohol no sirvió ni para un adiós de prisa.
9
De menos se permite cerrarse
La grasa se escurre entre las grietas del piso. Se liberan las fiebres largamente represadas. El boato sucumbe a la profundidad de su fiasco.
Estrenos del humo sobre botones de pija. La bruma ingresa por una ventana y ninguno ignora de dónde procede, pero reconocer este hecho implica sacar la lengua con desmesura.
Hay dos o tres ruidos ineludibles y en el interior de los floreros guabinea una nata. Los amantes se emparejan con los huéspedes y entre todos abren las cortinas de brocado. Los ventiladores pujan y flaquean.
Un músico con faz de pichón toca una melodía dedicada a la liviandad y lo expulsan del piano de inmediato.
Se estrechan las conversaciones y se tornan indelicadas. Además se crispan los labios y después se entumecen.
Afuera las luces de neón lanzan sus reflejos que vienen a rebotar sobre las lentejuelas de algunos vestidos. Unos militares con aspecto de cebollas crudas se rascan las narices y eructan.
Los licores ya están casi exhaustos y el ambiente todo mueve hacia el bostezo e intoxica los finos sentidos.
¡Adiós, adiós!, se escucha en la madrugada y se distribuyen obleas que justifiquen la vida.
10
El mundo está sufriendo de infinitud
El mismo día fue afirmada la sentencia en lugares diferentes. Las almas estaban enojadas y además en debacle. Los traidores no morían tan fácilmente como era de esperarse. Las fijezas negras una y otra vez se palpaban. Resultaba preferible que los perros aullaran sin detenerse, sin control. Ya el general que estaba en todas partes barajaba sus triquiñuelas y les compraba vehículos nuevos a sus hijos y familiares cercanos.
Ronda de caracteres entre los predecesores de los vómitos en el jardín. Músculos desfondando las puertas; casas teñidas por la angustia y el inacabable padecer. El tiempo hacía castañetear los dientes de los inermes.
Unas garras aferraron las jaulas de los loros. A continuación volaron las plumas y quedó el sangrero. La emergencia no cavó su trinchera y las pocas cejas levantadas fueron quemadas por la lumbre de los cigarros.
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