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Coto para invocar

lunes 30 de enero de 2023
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Textos y ensamblaje: Wilfredo Carrizales
Coto para invocar, por Wilfredo Carrizales
Ensamblaje: Wilfredo Carrizales

1

Entonces los animales se coleccionaban espantados y algún potro se enganchaba a su acción de libertad. Las nubes andaban a la ventura y caían a la manera de estrellas en fuga. El destino era reticente para dar vueltas. Lo misterioso ahuyentaba a los insectos con rudeza y embrollo. Alguien alocado se ponía a escardar hasta marearse y luego el rencor lo concebía para que se entonara repartido. ¿Cómo decir de la falta de capacidad para morir bajo el hacha grande que exultaba? Vagamente un deleite cubría: baluarte erguido donde florecían los quelonios y los milanos.

 

2

Residencia de los ánsares esperados desde la distancia, desde lo abstruso de las aguas. Origen de los árboles trepados al margen de sus causas. Los micos alargaban la corriente de la prosperidad hasta los muros reforzados con cosas flexibles. Dentro de las circunferencias, el reposo perfecto. Y un completo esplendor en el lugar de las sepulturas. Allí, las circunstancias no eran proclives a dejar epígrafes ni rayaduras. El principio avanzaba al modo de las agachadizas, mientras los peces oscilaban entre las misivas que debían entregar. La tristeza se apretaba bajo los cerezos y los tulipanes dirigían los restos de las jornadas. En los escondrijos se producían convenios de antemano y se inferían encuentros para exaltar proclamas de la lluvia exiliada.

 

3

Gestos de los pájaros a sus anchas. Sombras que daban muerte a los cuadrúpedos que escupían. Instantes para llevar carga encima de los apellidos. Las plumas bailaban en el aire buscando las conjeturas de faisanes. Los tazones eran obstáculos para que el otoño rociara sus brillos o sus efluvios. Juegos de las luces insertas en el fondo de arenas que cambiaban, de súbito, sus pactos y sus anhelos. Los aluviones codiciaban los asuntos de la velocidad y establecían ante los olmos las figuraciones de los espacios con techo. Los cuchicheos de cierto jorobado ponían la actualidad en vilo y obligaban a pensar en la concordia de las crisálidas.

 

4

Los alimentos se tomaban con maña, al margen de las zambullidas. Sobraban brazos, pero no manos. Las estatuillas de madera enterradas transmitían las retribuciones a los interesados. Los que vagabundeaban iban acosados por fantasmas de la errancia, pero eso los incitaba más a perderse tras los hilos de arañas flotantes y seducir a las mieses desprotegidas en sus fechas de recambio.

 

5

Había realidades de duelo repercutiendo en los sitios de subidas y bajadas de la melancolía. Lo sombrío encarcelaba de manera expresa. Los bramidos se indultaban en el interior de sus recintos. Se oían las charlas acerca de mujeres de las oropéndolas carentes de domicilio. Las hojas escondían las cabezas de las moscas, entretanto las flores del escaso revoloteo se rodeaban de coloraturas rechazables. A la fuerza, las aristas de espigas negociaban sus reflejos para tratar de colmarse. Y aquellas escoltas, pilares sorbiendo sonidos de apuro y de pesadilla.

 

6

Estampida del trueno: se ahogaban las aves que preludiaban su canto. Sobre las esteras de bambú se pulverizaban las alas falsificadas. Nadie podía asegurar que las golondrinas gozaban de bienestar. La tarde tomó por sorpresa a los hombres rudos y sus grullas salvajes se hicieron eco de los rumores. El brillo del sol se glorificaba delante de los cazos. Había ladridos a lo lejos y algunos los consideraban presagio de desastres. Empero en las laderas de los cerros se agitaba un viento nutricio.

 

7

Los álamos exponían sus muestras. Se escudriñaba con el contorno de los ojos. Valía la pena mirar hacia arriba y descubrir brotes de cuervos. Entre las horquillas se prensaban gemidos de cigarras y las escolopendras socorrían con sus danzas. Sin fundamento, se atentaba contra las charcas, quizá con la intención de amedrentar a las ranas. ¡Y cómo el humo sucio manchaba las ramas destinadas a la adivinación! Desde las madrigueras emergían los escarabajos que luego eran empuñados y acurrucados para evitar sus influencias. El baluarte de los mezclados zumbidos se mantenía estable a pesar de las transgresiones sufridas. Y el cúmulo de los cueros sin curtir golpeaba las narices.

 

8

Consentir los emplazamientos no los dañaba, aunque colgaran de ellos elementos del peligro. El tiempo iba siempre en la dirección del extravío. Los juncos de las lagunas se ataban y formaban tejidos para alcanzar celebridad. Se arqueaban los pareceres; se extraían los cuchillos menos depravados y en el exterior de la nada guiñaban unas figuras de terracota, enfermas y omitidas. Luego pataleaban los miriápodos y las virutas levantadas producían carraspera y tos.

 

9

La sucesión de las maderas se imponía, veraz, a las niñas (¿de los ojos?). Las piernas se cruzaban de modo simultáneo para precaver la pérdida de la virginidad. Se comprendía, fielmente, que el occidente apabullaría al oriente. Sin embargo, el polvo continuaba oscilando y había que tragarlo con cicatería. A ratos, se optaba por ponerse de cuclillas e interrumpir el engullimiento de la niebla. ¡Cuánta falta hacía un buen poyo de piedra con su liquen a cuestas! En cualquier momento se derrumbaban los cestos y las frutas silvestres recogidas se perdían irremediablemente. Bajo esa presión sí que se recomendaría salir de la escena y abdicar a favor de los ermitaños.

 

10

Enfrentamientos con o sin empujones y hasta los morteros se convertían en adversarios. Mientras tanto, los elementos eran trabajados por las tórtolas y después depositados en los terrenos baldíos para su repentino transbordo. Apremiaban los aguijones y los colmillos y se exigía obstruirlos o atajarlos. No concordaban los pedestales con sus muescas ni los asientos con sus fisuras. A partir de la espesura, relajamiento de riendas y crines echadas en suerte. El color verde se posesionaba, a voluntad, del martín pescador y lo sumía en una borrachera que lo humillaba. Taciturnos, los observadores se punzaban entre sí. De improviso, los bosquecillos crujían con un lenguaje por demás híbrido y acrecentado sin disputa. La escala del espacio tendía a tornarse oblicua y penetrar hasta el fondo de la contribución del éter. Para no desasosegarse, se olvidaban a los reptiles y a sus azulados lustres anteriores. Un menor frío resplandecía por pedazos y aquietaba las postrimerías de la estancia. A la sazón se exponían las verduras y brotaban de ellas trasplantados vestidos.

 

11

Estaba en poder de uno asistir al degüello y descuartizamiento de un venado. La clarividencia se atravesaba con retardo. A hurtadillas se sacudían los hambrientos, tocados con una especie de capuchas. En los linderos se mantenían en equilibrio unas calderas con aceite hirviente. Muchos de nosotros quedábamos inmóviles, a la espera de los troncos y sus clavos. Se añadían retazos de firmamento al ambiente y colmaban los sonidos de flautas y de tambores. Junto a los estanques, la locura de negras motas y ondulaciones de mariposas que combinaban sus abigarramientos.

 

12

Se pescaba con caña y sin anzuelo, antes de que se marchitaran las plantas acuáticas. Nuestras apariencias se reducían a lo conciso. Quisieron los lagartos abolir el dique, pero sus patas se deterioraron de modo irremisible. Al encontrarnos con los pedúnculos, establecíamos relaciones con ellos y brillaban las rivalidades. Debíamos inclinarnos y saltar como tributo a los grados mayores y aguardar con aquiescencia. Excepcionalmente aparecían taburetes y señales para pronto olvidarlas. Por doquier, las arcillas se modelaban según sus fueros sin acabado vencimiento.

 

13

Calentaba lo que cambiaba con precipitación: monedas, vados, senderos, gusanos, larvas del tanteo… Temían las hepáticas a los embriones que llegaban azabachados y grotescos. Por medio de azotes se amontonaban las rejas del arado y los caracoles caducos. Pensar en los sucesos que devendrían a continuación era una cerradura con ruido fragmentario. Y qué pocos elogios a las cabelleras desgreñadas. Desde los pinos salmodiaban los espíritus de lo profundo y conformaban minucias para la víspera de los fuegos. Pernoctábamos para que, de repente, surgieran los sueños fielmente advertidos. Al día siguiente, nos enjuagábamos las bocas con ácidos a la expectativa.

 

14

Cristales de rocas para las sanguijuelas; vuelos dobles para los pichones rechazados. Nadie proponía eliminar los trazos borroneados sobre el suelo. Dar muerte a los mosquitos redundaba en aumento de la virtud. A veces, el alba semejaba una biblioteca ambulante con libros de bolsillo. Las ramificaciones de los peines no contraían las categorías de las cifras desplegadas. La caza sólo le estaba reservada a la bestia del carbón. Nosotros custodiábamos nuestros gestos, nuestros soportes para no discrepar con insolencias. Si fantaseábamos con el polen, veíamos galopar a las abejas occisas.

 

15

Marcharse para no fallecer, para no disiparse dentro de los vahos. Aliarse con estrofas y charadas. Nuestro manifiesto no se desmentía y desempeñaba su oficio de pizarra. La circunstancia tendió a estacionarse con flechas acechantes. Mas las energías nuestras no se agotaban y aunque hedía a estiércol, mordíamos lo apetecible de los hongos inventariados. La cuerda del milagro nos halaría hasta la provincia de las emanaciones moradas y así venceríamos con vitalidad a las culebras de la continuación. (De entonces acá, el hastío no ejerce su regencia e incontables imágenes despejadas buscan lo prolijo en los fenómenos de otras jornadas).

Wilfredo Carrizales
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