Textos: Wilfredo Carrizales
Fotografías: José R. Loyo

I
1
Orgullosa de sus truenos la lluvia cae sobre la ciudad sin aprecio. Antes bien la pluviosidad apostó por sus avances, por sus privilegios. ¡Dichos de gigantes fluyendo a lo largo de las calles! Chubascos de intermitencias con amarguras y acideces y la calma se tornaba pesada y a los calzados les trajeron grandes defectos. El amo del agua de arriba insultaba al dueño del agua de abajo: impostor sin importancia y con causas de un tiempo deshecho en plomo. (No hubo nacido el ayer más mojado: la inmersión aportaba mondaduras y una vista para fregar trapos).
2
Los cántaros llevaban descargas y muchos veían llover con las bocas y los estómagos abiertos por el hambre. Desde los tejados afluían chuzos y en las canales se cernían repeticiones de noticias ya pronosticadas. Se improvisaban cobertizos y nuevos remolinos cundían en las bocacalles y las alcantarillas dejaron de canturrear para dedicarse a lo torvo de la desidia oficial.
3
A intervalos, un sol de pobres se medio desgajaba del cielo asaz quejumbroso. Las tórtolas temblaban de frío y preocupación: ¿y si la tormenta asciende en intensidad y ya no es chapaleo? Copiosamente se oían los insultos en contra de la falta de previsiones, mientras las cortinas de agua se desflecaban con el transcurrir de las horas y en cierto momento ni los perros vagabundos se atrevían a cruzar la turbonada sobre el asfalto de mala calidad.
4
Si existió arco iris antes del lloviznar con espuelas de chanclos, nadie se percató: los corazones no estaban para serenarse ni los ojos con fuerzas para mirar el firmamento y de la garúa pertinaz comenzó a sospecharse en circunstancias de diluvios y amenazas de desbordes y en viviendas con sus vierteaguas taponados y la calabobos convertida en tromba para hacer mear hasta al más valiente.
5
Gárgolas despidiendo escorrentías y bonanza de charcos que serían piscinas para los necios que se cubren de glorias con las capas hechas de toldos publicitarios o demagogias municipales. Pero, ¿por qué no se soliviantaron las ramblas y la meteorología sólo se tragó las nubes de oraje u orín? Chispas guarecidas bajo las molliznas de los móviles y nalgas empapadas de punta y goteos pertinaces. Y valía la pena mascar chicles de cartón para escupir grueso y cercado. Y el lodo ansiando estrellas del basurero y la dificultad para convencerse de que todo no era más que ilusión que se irradiaba de los espíritus con sus malas intenciones, porque, ¡no lo tomen a peor que vuestros lomos aguantan chaparrones de diversa índole y después de verlo se asienta eso en los anales de lo mohoso perfecto! ¿Cuál lombriz se devolverá mañana y hará de las torres llanuras en medio del estropicio del pueblo que nunca quiso ser ciudad?
II
1
El frío despierto a pleno día. Quien ladra se muerde las entrañas. Cajas acústicas de cartulina para acomodar los pronósticos del tiempo. (En alguna parte debe haber un cenotafio a la medida de las cenizas aun dispersas). Comprendo, de pronto, que los vectores son la causa de los chaparrones impuestos. Hay que buscar una oportunidad para descortezar las etapas y salirle al paso a la providencia. Luego, echar los dados, escupirse las manos y gozar arrastrándose por el suelo embarrialado. Turbación y más turbación no será obstáculo para la rabia latente.
2
De la candela se recibió la luz y ella era un betún que salvaba de la podre. (El teísmo del mono del llamamiento daba la vuelta al mundo y pasmaba a los zoólogos). Ninguna prisa fue recibida en los atolladeros del tráfico vehicular; nadie pensaba por temor a convertir su cerebro en un cenagal. Pena daban los ofendidos por los embates de la atmósfera, pero hubo alguien que interpretó los signos del agobio. La ociosidad, en definitiva, extravió su ozono y ahora patina sobre la mugre.
3
Se vendieron paraguas a altos precios, dentro y fuera de las tiendas. Se sacudieron las cabelleras empapadas y las gotas cayeron encima de los resignados, no de los resentidos. Y el azar lanzaba sus suspiros para terminar de embobar a los aguachientos. Cuesta creerlo, pero las llaves no dejaron de oxidarse al instante y entonces se extendieron los arqueos y un estado de bienestar se allegó tiritando. El tamaño de los estornudos fue colosal, cautivo de la mucosidad y del espanto por los virus. Se dijo que en los solares se hundieron las superficies sucedáneas y nada mutó.
4
Sígome con el zodiaco asaz testarudo y el azúcar que venía sin rumbo se me adosa al hígado y me place en onda sísmica. Las variantes de los vaticinios no conmueven mi vejez. Por allí ahorro atisbos de temporales y, cejijunto, pienso en un navío que atraviese los canales de mi ciudad casi flotante. Con urgencia, mis vasos sanguíneos necesitan vasos de sangría (mejor si ésta fuera preparada con vino de primera y brandy previamente puesto al baño de María). Vendrán, vinieron, están viniendo, las plagas posteriores a las primeras lluvias y en mis libros no encuentro remedios para el caso. La incredulidad avanza por un espacio digno de compasión, mientras el himno nacional se atasca entre los maleficios de las toses y un gordo que no puede saltar, eructa cual cerdo a quien le ha ido muy bien en la piara a la cual pertenece. Y se exacerba la lluvia sin barómetro.
5
Mayoritariamente me lavo los pies sin quitarme las medias en los charcos que marcan las fronteras de la hidrofobia. Ahora la campana de la iglesia parece de cera, de lo cuajada que se percibe. Hosco, en mi espesura de cristales cegatos me fusiono con las nubosidades del entorno y luego desemboco en una indiferencia huérfana de relámpagos. La armonía se ahoga sin anuncio.

III
1
Invocación a la censura de lo borrascoso, mas lo resplandeciente flaquea, no concilia. Aguaviento con total impunidad y la lozanía se marchita. La plenitud se enrumba a los sepulcros ahítos de légamo y hojarasca. Los días siguientes prometen entierros y fantasmas cubiertos de alabanzas inocuas. Es siempre lo mismo: parapetos destrozados y paranoia y una triste sinfonía entre garabatos. Y las porciones de huesos, ¿cómo festejan?
2
Recuentos de mortajas sin escrúpulos. La tromba se vuelve ciénaga en los domicilios confinados. Los peatones se transportan valiéndose de sus angustias y sus ilusiones de sequedad. Empero los fluidos en arrebato se trasvasan a las bocas de los vehementes y las acallan y las ensucian al máximo. La vulnerabilidad es auténtica y, de modo simultáneo, tan de ocasión. Y las bandadas de cotorras en vuelo brutal no pueden alzar sus líneas.
3
Encierros dentro de automóviles; desplazamientos de almuerzos y citas. Y enganches de desperdicios a las ruedas que se endurecen. ¿Ha llegado el conjunto de los que aguantan sin discutir? ¡Los mendigos se fueron de vacaciones a las montañas desiertas! Tal vez regresen con las espaldas menos dispuestas a las pendencias.
4
En pos de una garúa que resultó turbión y pulular de descargos y humedales. Algunas veces se marra con respecto a los volúmenes volcados y entonces, ¿de qué sirve protegerse de las precipitaciones? Mejor sería echarse a un lado, empujar las ondas y sacrificar los pañuelos. Mas los trámites son costosos y las sombras, al punto, oscurecen el entorno y luego adviene la maceración y las pieles cuarteadas y la coyuntura aun no cesa.
5
Huecos de la astrología en pleno casco de la ciudad en ayunas. Día de difuntos por unanimidad e interpretación. Los borrachos se embriagan con las aguas represadas en las esquinas, sin guijarros ni excrementos de gatos. Todo es un cuadro achispado, agrandándose con los tumbos del antro celestial. Y nacieron guiñapos en las calzadas y el prodigio no tuvo ni hacedores ni respaldo. ¿Qué rebulló entonces? ¿Qué rebosó lo grumoso del interés económico, de la falsía política? Sin embargo, el polvo volverá por sus fueros y los embarazados romperán sus bombos a patadas. (Aprovechando una pausa en el fragor, me deslizo hacia mi madriguera y voy gritando a voz en cuello y no me doy por vencido y me agarro a las palabras menos hinchadas y pienso en la pesca en un río imposible).
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