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Hilanzas

lunes 11 de septiembre de 2023
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Hilanzas, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Cavilo y la hilaridad se aleja. Los gusanos convirtieron en esfuerzos sus laberintos. Puedo encajar dentro de las tertulias y las hilachas. Tienden a envejecer las hileras al zafarse de las noches del algodón. Así como se extienden las cosas, así mismo se alargan las capas del silencio y en mi puesto —asta o huso— logro los tizones para su enroscamiento y me estrecho en la rueca de fantasía.

Otros seres de las menudencias —arañas, quizá— piensan y no exhalan sus pensamientos y de tal manera se asemejan a capullos en tránsito. (Quiero expresarme mejor, pero me interrumpo a trechos). Percibo alegrías serpenteando sobre suelos de la humedad sin tacto. La sutileza se sostiene con presencia de los vicios de los trapos. Los apéndices se debaten bajo raros metales.

¿Qué me apartó de los hileros, de sus principios de agua y cristal? ¿Mi porción de cáñamo convertida en retorcimientos donde no los admito? Por congregación, se escuchan máquinas enhebrando suturas y mi sangre se torna lino en busca de pañuelos. Mas lo textil no sucumbe: desarrolla su relato a cabalidad e induce a la coherencia de todo o de algo.

Al cabo, conduzco bramantes al palomar hacia lo aquello de la corriente. Visiono perlas y plumas para ensartar y cursos de vida zureando. Mi unidad no se apaga, a pesar de los cortes y las tijeras. Del mediodía halo al viento y lo asilo en mi dirección. Las condiciones desearían pender y ser velos con asuntos carentes de amenazas. (No sé si me tocan las trazas de pelos en albura, mas me recubro de estambres y basta).

 

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Hilanzas, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

La voz se va apagando en la dirección de los hilos y de las fibras de una madera en evolución. (Las aves vigilan bajo condiciones de sus almas). Da cuenta de sí el verano sobre mi piel en lanzadera y la seguridad se integra a lo mojado. Algunos asuntos se han encubierto y ahora ya nada me distrae. Me pierdo en mis divagaciones, lizo a lizo, y hay briznas regalando fervores con fuerza.

Prosigue lo interrumpido; imagino cartas sin cerrar y a los oxiuros membretando formas no segmentadas. (¿Oí estopas entre sus hipos de acomodo o fugacidad?). De súbito y sin razón, me acecha la filástica usada por las viejas de cabo a rabo. (Pica y huye lo que lame la mercería del escolástico de paso). Por momentos, la maraña me impone su temporada y entonces no adelgazo.

Ahílo un cántico y él resume los mechones en el espacio de las preces. Betas para los aparejos de la memoria naufragando. Meno la seda buscando los hiladillos doquiera mis dedos informan y también hinco los enredos hasta que la madeja himpla en un amanecer de “¡saliérele!”. El trato con los carretes recuerda rasgos del himeneo y de la hilatura del pubis.

(Entreví a Hilda bajo la higuera y su lana era muy fina y derivaba con presencia. Me prendí a su ombligo de capullo y alcancé la cima de la debilidad. Luego me apunté en su hilván y amarró mi envergadura e inferí su deseo y satisfizo su gozo. Hilda, la cabrilla, la de la grieta cual hilera, la de los axiomas de hilandera, la llamada a gustar de la torsión entre mis manos, brazos y piernas).

 

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Hilanzas, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Había pensado en quebrar los hilos y después construir tapices, colores suspendidos, pero, ¿mediante qué método? Desistí, entonces; desistí, de modo irremediable. Luego afronté muestras de ovillos sin principios, sin sequedades y no me atreví a ejecutar ninguna acción halada por la temeridad. (No ignoro el tenor de mi desgracia, mas me dejé llevar por un completo desánimo).

La flaqueza llegó hasta mi estómago y perdí la antigua hilada conversación con mis falanges. No obstante, fui capaz de explicarme los riesgos de la continuidad, aunque la ruina amenazante no era asunto fútil. En realidad, ¡toqué donde dolía! Sin intermisión, me volví a conectar con las señales de las tripas delgadas, con las hilas usadas desde siempre y me devané, en definitiva, concrescente.

Me atajo los cabellos; los reduzco a hilos. Al través, tajo sus discursos de falsas sedas. ¿Y cómo no aceptar la idea de lo hilachoso inserto dentro de las torceduras? ¡Si las venas disienten, ellas serán responsables de los cortes en paralelo! Lo correcto sería rememorar al rayón y liberar sus números, sus longitudes habituadas a sufrir elucubraciones. (Confieso: conocí un acicate de cuerdas y pulsión).

Por darme a volar velas quemé los hilos: promesas de bronce con sus fósforos para alumbrarme en el oscuro espacio de las faenas. Mucha blancura no es suficiente para encerar mis zapatos de trajinar texturas. Me resultará asaz cómodo unos cáñamos en la regularidad de los tropiezos del pulso. ¿Para qué pensar en bejucos de brujas con oros en depuración y embriones invasores?

 

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Hilanzas, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

(Un camello surge ante mis ojos: sus madejas advinieron a mi oficio de manipulación serena. ¿Cómo pudo emerger sin erupcionar, sin arrastrar arenas ni tiempo de roscas? Me digo: su ingrata esbeltez guarda los esbozos de antaño aprendidos. Juego con las jorobas del rumiante y localizo las fisuras conducentes a Bactria. Intuí la muerte ya mezclada entre su grasa, sus extremos flotantes y sus hebras garañonas. Al cabo, lo elevé sobre su túmulo de gruesa gualdrapa y guardé a perpetuidad su cuello largo de culpable jirafa y su cabeza acortada, de poco afecto).

Hecho el hipócrita, deshilo las indecisiones. Me confirmo en mi incertidumbre y transito las historietas de las tumefacciones. Ya me negaba a seguir trazando proyectos, mientras las vetas pasaban a ser olvidables. Con mucha sobriedad inferí profilaxis del coraje. Las gradaciones se interrumpieron, dejándome unos cordones de puras creencias o de impuras presunciones.

Trato de encanillarme al inexistente regocijo. Me embasto, me pespunto, me coso y recoso: todo a posteriori. La mutabilidad concluye su forja o eso conjeturo. Si las separaciones se rematan, arrojo cadenas de retazos para demostrar los alientos del discurrir. (Abro paréntesis y me envuelvo en el rechazo a lo bastardo, pero tejo lo híbrido y lo despliego delante de la candela del desapego).

Diciendo de algunos insectos en sus parajes donde hilan, me animo a confirmar los dogmas relativos al lino en su congruencia. Otras sutilezas pierden sus cuidados por depender de los cardazos. Al unísono, mis líquidos me impregnan de una goma dominada por algazaras y esto me obliga a subsumirme bajo una carga de orillos, abandonados al sinsentido.

 

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Hilanzas, por Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

También pueden brotar las hilanzas de la fragua sin fragancia y del frío aun para endurecerse a continuación y averiguar un vacío. Se ven los acordes y los zurcidos sobre sábanas de medianoche y pico. Si un miedo se sale de control, la inquietud se torna en rompimiento de grapas. Así, me muestro en la oreja una narración de huida, unos andrajos de diezmos ajenos y una semilla inútil.

Estuve estando cosido a unos hilachos de guantes con sabores cercanamente perdidos. Ignoré por completo quién deglutía lo briscado, mientras la devanadera aprendió deprisa las vejaciones sin pulir. ¡Malacuendas de la traición iban y venían a su gusto, a su aire de estaciones poco consistentes! De modo tenue, escucho llegar las afrentas desde el rocadero robusto y trepado.

Desdevanando hojuelas en los vigésimos escrúpulos del manoseo. Eso carece de imágenes, empero unas manchitas suplen la falta de nitidez. ¡Más me valiera un torzal o su relleno de almorí! Hilosos, los abejorros me enseñan la pita callando. Y prosigo refinando la metamorfosis de mi vida, lo invitatorio definitivo. (Hincadas criaturas breves estambran sus alabanzas sobre mi pecho).

Vicios o defectos mantenidos a resguardo. El hilandero ignoto trasiega por su curso nunca exangüe. Ha de manifestarse el oficio de encerotar y trancar la razón y después surjan los bosquejos precipitándose. Me proveo de plazos para comentar las gorlitas, entretanto los nudos discutan sus enredos y yo sobrevenga por la pendiente al uso y me devane los sesos.

Wilfredo Carrizales
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