Textos: Wilfredo Carrizales • Fotografía: Nelson Jovandaric

1
El delirio de grandeza se amplifica con la voz que, oculta en el cerebro, incita a la persona a ilusionarse con obras mediocres o a convertir la realidad en una ficción superior.
2
Ideas en penuria en lo abrupto del silencio. Vagan las reflexiones haladas por corrientes de aire, al modo de papeles edificados sobre las cornisas. El alimento espiritual preocupa más que la asistencia de preciosos bocados. Una flor, de pronto, puede convertirse en pasto de sombras.
3
Los insectos también inventan poesías y las forman con sus artejos y las despeñan por el más fútil motivo. Los poetas se hartan con sus porciones de huesos que no siempre son duros. Se saturan los versos con regodeos y extravasan sus humores para tratar de remansarse.
4
Se entienden los espacios en la medida en que estén acorralados, sometidos a los quinqués ya desvanecidos. La reivindicación tira de sus cuerdas a través de ventanas obrantes.
5
Transcurren formas etéreas a través de la impermanencia y suelen ser implacables con mi mirada que trata de permanecer fija. Hay unos órganos más vivos que otros y, sin embargo, aquellos sucumben primero ante el horario carente de luces. ¿Qué cualidad se lastra de impetuosidad? ¿Qué polifonía se hace insonora para el oído que prescinde del desagravio?
6
Una bruma comunica tanto como el retoque de una oscuridad. Se ensombrece el ámbito a mí adherido cuando me ensombrezco entre ósmosis. Un peso impalpable oscila en medio de mi tejido exterior: el mismo que obtiene pelajes del prodigio no electivo.
7
Las fotografías se consignan a mis órdenes y ellas atacan las coloraciones que pretenden colarse a través de fisuras sarmentosas. Las difracciones pueden leerse detrás de mis lentes, aunque una interferencia ocasione disgusto en la perspectiva inmediata y tienda hacia la imprecisión.
8
A tientas siento el cierre de la noche. Recambio mi necesidad de ocultamiento, mas un indicio de tintura se despliega ante mis recuerdos en tránsito. Vahos son expelidos de una materia anteriormente risueña y ahora trivial o hecha trizas. La mesura ha desaparecido por momentos; el ardid de lo postrero se torna presente y obliga a observar todo al revés.
9
El eclipse se ilumina con los astros inmediatos, los cuales trasiegan bajo los asientos. Acaso vea peñascos desplazándose sobre osamentas intemporales. Escucharé quizá resuellos de figuras no manidas, surgidas de griterías opacas. Simplemente simulo conducir una asamblea de espectros hacia el rincón menos abrasivo. Empero, no cedo en tomar unos atisbos de amargura.
10
Medito acerca del asombro de mi complacencia. Me importan los impulsos, sus emanaciones de tránsfugas con viñetas. Creo un zócalo que le permita a mis actos moverse a voluntad. Ya lo yerto se emociona lejos, transcrito por los amanuenses que nunca se manifiestan.
11
¿Por qué la turbiedad me azota con sus sudores exclusivos? De cerca, ninguna inflorescencia espiga mis obsesiones. ¿Cómo se junta lo que no busco que se asocie? Pronuncio palabras sin servirme de los labios y un madrigal anuncia su madrugada más que tardía.
12
¿Se enlutan las polvaredas que se separan de mi sitio? ¿Pierden anchura, lentitudes, señas de la sequía? En un instante, los seres sobrevienen del éter pertinaz para sucumbir en la más horrísona quietud. ¿Para qué huir de mis síntomas de taberna, de mi ebriedad no bulliciosa y antigua?
13
Osezuelos ofuscados por los géneros de la tiniebla a su merced. Asuntos que se deslizan atropellándose entre horas inconsistentes y prematuras. ¿Pensar la penuria? El rehielo se sume dentro de los vasos sojuzgados por los licores en desarrollo.
14
Era el osmio más claro y lícito y, sin embargo, se estuvo alimentando de la calígine que, de repente, brotaba. Y yo inmerso en mi marco, indagando acerca del susto sonochado. ¿Y qué más podía elegir si el pulso de mi mente respingaba con harta soltura? Réplicas semejantes a aves de afeites negros, cebándose sobre las afirmaciones apenas emitidas.
15
Entonces, ¿atenebrados los sufijos, las brocaduras de la paciencia? ¿Cuánta espesura para lograr una crónica individual, no desplazable? Por poco el ahogo comenzara, su pretérito desde mucho antes insinuado. La situación ocasional de la duda, su señalamiento sin clepsidra. ¿Tentación para retirarse? ¿Cuándo y cuánto? Y el uso profano del oficio de maullar con profecías inspiradas.
16
Rumiando a la manera de los lucífugos, con la candela porosa, densa. ¿Después muestrario de besos de hembras, dibujadas con los dedos pringados de orgasmos? Providencialmente se rasgaban las telas de gasa, las sedas violetas que perdían su tesitura. Entretanto, ¿las interioridades acrecentando sus creencias en los olfatos asaz sublimes? ¿Y ninguna interjección de las vísceras, corazón o hígado, y sus respectivos pecíolos, girando en la escureza que se integraba y desintegraba?
17
La intuición debió conducirme al estallido de corpúsculos ya extintos. Ninguna razón de idoneidad moró en los instantes que partieron de mis pupilas buscando envolver el entorno de los humores goteantes. Tenía yo que desaparecer tras las piruetas rápidas de las líneas bosquejadas. Un rescoldo procedió a serpentear con su ardor y me demostró la energía que arrimaba.
18
Continué recogido, impasible y sereno. Los designios que luego errarían anduvieron recorriendo mis manos en trance. Ignoro cuántas rudezas se suavizaron; cuántos enredos se acoplaron a la velocidad detenida. Atraje espejos ustorios hasta los límites extremos del peligro. Proseguí sin dejarme acabar por la combustión de alcoholes tendidos sobre alfombras de luces moribundas. ¿Advertiría que seguí siendo uno mismo, apenas aportando un desmayo de sorpresa?
19
¿Oscilaba la oscurana, apegada a su causticidad o funcionaba lo legible que imponía yo a través del tul que se descosía cual pergamino de servidumbre? Nunca estuve trémulo, aunque llevaba conmigo las estaciones del trueno y la crepitación. Soslayaba los elementos de las arritmias recelosas y mi sangre se esparcía produciendo un eco sólo audible por el postrimero encubridor.
20
Sin pena se esbozaba la gramática de la medianoche. Su palanca escalaba los atisbos de permisividad. (A punto habría estado de calzar una vela y lanzar lo negruzco al hoyo raudo y pertinaz). Ahí no sobraban explicaciones, sino que se enfrentaban cosas de los goces muy tardíos. ¿Quizá se apacentaban las indignidades pardas? Blancas heridas salpicadas de puntos grises y ejercicios de aposición. Duraban los abandonos, las posesiones viejas y desoterradas, los cocuyos suicidas y una vendimia entrevista más allá de los cuerpos mustios y copulantes.

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