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Diez poemas de Theodore Roethke

miércoles 18 de enero de 2017
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Theodore Roethke
Theodore Roethke. Esta fotografía fue tomada casi dos semanas antes de su muerte, en 1963. Fotografía: Mary Randlett

Theodore Roethke nació en Saginaw, Michigan, EUA, el 25 de mayo de 1908. Su padre fue un alemán inmigrante, quien murió cuando Theodore tenía catorce años. Además su tío cometió suicidio. Estos sucesos influyeron en él y lo hicieron sufrir de abandono y pérdida y su falta de autoestima le impidió competir con sus compañeros.

Roethke asistió a la Universidad de Michigan, donde adoptó un fuerte y rudo aspecto (llegó a pesar 225 libras) e incluso desarrolló una fascinación por los gangsters. Él a sí mismo se definía como “odioso” e “infeliz”.

El poeta y escritor James Dickey llamó en una oportunidad a Roethke “el más grande de los poetas de Estados Unidos”. Decía Dickey no haber conocido a un poeta con tanta profundidad como Roethke al desentrañar la vitalidad. Su difícil infancia y sus ataques de depresión maníaca y su incesante búsqueda de la verdad a través de su poesía lo guiaron así mismo hacia una problemática vida, pero también le ayudaron a producir un notable cuerpo de obras que influyó a las generaciones posteriores de poetas estadounidenses para que persiguieran los misterios dentro de cada uno de ellos.

La poesía de Theodore Roethke se caracteriza por el uso constante del ritmo y la abundancia de recursos imaginativos procedentes del mundo rural donde transcurrió parte de su niñez. Obtuvo el Premio Pulitzer de poesía por su libro The Walking en 1954. Su carrera literaria comenzó en 1941 con Open House. Roethke afirmó sobre su poesía: “El invernadero es el símbolo de toda mi vida, el útero, un cielo en la tierra”. Murió a la edad de cincuenta y cinco años en Bainbridge Island, Washington, el 1 de agosto de 1963.

 

Diez poemas de Theodore Roethke

Casa abierta

Mis secretos gritan en voz alta.
No tengo necesidad de lengua.
Mi corazón mantiene la casa abierta,
Mis puertas se despliegan ampliamente.
Una épica de los ojos
Mi amor, sin disfraz.

Mis verdades son todas previstas;
Esta angustia autorrevelada.
Estoy desnudo hasta los huesos,
Con la desnudez mi escudo.
El yo mismo es lo que llevo encima;
Mantengo el espíritu frugal.

El enojo perdurará,
Los actos dirán la verdad
En lenguaje estricto y puro.
Detengo la mentirosa boca:
La rabia tuerce mi más claro grito
A una necia agonía.

 

Orquídeas

Se inclinan sobre el sendero,
Bocas de víboras,
Oscilando cerca de tu cara
Creciendo, suaves y engañosas,
Relajadas y húmedas, delicadas como la lengua de un pájaro joven;
Sus aleteantes labios de polluelos
Se mueven lentamente,
Aspirando en el aire cálido.

Y de noche,
La tímida luna cae a través de vidrios enjalbegados,
El calor desciende
Entonces su almizclado perfume deviene más fuerte,
Goteando desde sus musgosas cunas
¡Tantos devoradores infantes!
Suaves dedos luminiscentes,
Labios ni muertos ni vivos,
Holgadas bocas fantasmales
Respirando.

 

Niño sobre el tope de un invernadero

¡El viento abultando el fondillo de mis calzones
Mis pies haciendo crujir astillas de vidrio y masilla seca,
Los crisantemos medio crecidos mirando hacia arriba como acusadores,
A través del vidrio rayado, destellando con la luz del sol,
Unas pocas nubes blancas todas precipitándose hacia el este,
Una línea de olmos corcoveando y agitándose como caballos,
Y todos, todos señalando hacia arriba y gritando!

 

Dolor

He conocido la inexorable tristeza de los lápices,
Pulcros en sus cajas, el dolor del bloc y del pisapapeles,
Todo el sufrimiento de los sobres de manila y del mucílago,
La desolación en los inmaculados lugares públicos,
La solitaria sala de espera, el lavabo, el conmutador,
El inalterable pathos de la palangana y la jarra,
El ritual del multígrafo, del sujetapapeles, la coma,
La infinita duplicación de vidas y objetos,
Y he visto el polvo de las paredes de las instituciones,
Más fino que la harina, vivo, más peligroso que el sílice,
Cernido, casi invisible, a través de las largas tardes de tedio,
Goteando una fina película sobre uñas y delicadas cejas,
Barnizando el pálido cabello, los aplicados grises rostros comunes.

 

El ciclo

Agua oscura, subterránea,
Debajo de la roca y la arcilla,
Debajo de las raíces de los árboles,
Ingresó en el común día,
Surgió de un musgoso túmulo
En niebla que el sol pudo atrapar.

La fina lluvia enroscada en una nube
Virada por aires giratorios
Lejos de la más fría fuente
Donde los elementos se pegan
Densos en la piedra central.
El aire se tornó flojo y sonoro.

Entonces, con disminuida fuerza,
La plena lluvia cayó directamente,
Se canalizó con deslizante sonido
Hasta debajo del suelo cerrado de la roca,
Bajo una fuente del río,
Bajo la prístina piedra.

 

Un ligero respirador

El espíritu se mueve,
Aun así permanece:
Se agita como una flor se agita,
Todavía húmeda de su capullo,
Lentamente desplegándose,
Girando en la luz con sus zarcillos;
Juega como un pescadito juega,
Trabado con una floja hierba, oscilando,
Colas alrededor, avanzando dentro y fuera de la corriente,
Sus sombras sueltas, un dedo acuático;
Se mueve, como el caracol,
Quieto hacia adentro,
Tomando y abrazando sus contornos,
Nunca deseando alejarse,
Sin temor de lo que es,
Una música en una capucha,
Una pequeña cosa,
Cantando.

 

El cielo raso

¿Supón que el Cielo Raso saliera
Y luego tomase Frío y de repente Muriese?
La única cosa que tendríamos como prueba
De que se ha ido, sería el tejado;
Pienso que sería la Mayor Revelación
Encontrar cómo se siente el Cielo Raso.

 

El hipopótamo

Una Cabeza o una Cola, ¿qué le falta?
¡Pienso que su Delantera está retrocediendo!
Vive de Zanahorias, Puerros y Heno;
Comienza a bostezar —le toma Todo el día—

A veces pienso que viviré de esa manera.

 

Canción

Mi ira, ¿dónde está el borde
Del finamente formado pensamiento
Que acarreé por largo tiempo
Cuando era tan joven, cuando era tan joven?

Mi rabia, ¿cuál será
El privilegio del alma?
¿El corazón se comerá al corazón?
¿Qué vendrá? ¿Qué vendrá?

Oh, amor, tú que escuchas
El lento tictac del tiempo
En tu oreja enterrada en el mar,
Dime ahora, dime ahora.

 

Una vez más, el círculo

¿Qué es más grande, Guijarro o Estanque?
¿Qué podemos conocer? Lo Desconocido.
Mi verdadero yo corre hacia una Colina
¡Más! ¡Oh, más! Visible.

Ahora adoro mi vida
Con el Pájaro, la duradera Hoja,
Con el Pez, el Caracol que rastrea,
Y el Ojo alterando todo;
Y danzo con William Blake
Por amor, por respeto al Amor;

Y todo retorna al Uno,
Como si danzáramos, danzáramos, danzáramos.

Wilfredo Carrizales
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