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Desplazamientos

miércoles 23 de mayo de 2018
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“El naufragio”, de William Turner (1805)
“El naufragio”, de William Turner (1805)

Exilios y otros desarraigos. 22 años de LetraliaExilios y otros desarraigos. 22 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2018 con motivo de arribar a sus 22 años.
Lee el libro completo aquí

Cuidado con los hipotéticos paraísos. En todo Edén habita la serpiente.
Efi Cubero

Se reúnen en torno al árbol como los hititas.
Quedan para entonar antiguos cantos
palabras como signos
que descifran el mundo que han perdido.
El vino saborean y la delgada lámina comparten
fundiendo los sonidos, los sabores,
el amasado pan de los matices que abriga las ausencias.
Cobijando certezas y rumores, se afirman los acentos
con un fondo distinto al recordado.
Y es nostalgia la prisa,
y es rescoldo la brasa
que enciende la mirada.
Los cerca el gris, los cerca la costumbre,
el armazón alzado y el acero
o la delicadeza del diseño
apuntando a la altura.
El asfalto los cerca.
En la precariedad de las laderas
no hay nada horizontal,
salvo el reflejo
del mar que se adivina,
un espejismo inscrito en el suburbio,
o en los aconteceres cotidianos.
La metáfora fiel de los desiertos
donde se desorientan los deseos.

 

Uno

(Cuentan leyendas áureas los que vuelven.
Nada dicen de angustias ni fracasos.
Hablan de ensueños y de atardeceres
donde el rumor del mar sólo acaricia
y te acoge desnudo… Y te redime)

Cruzan de dos en dos, de cuatro en cuatro,
las nubes y las naves.
La realidad de un mar sin asidero
ha vuelto el aire calmo y transparente.
En la idealización del objetivo
brilla la sed de suelo, el espejismo
de edén sin promisión.

A todo errado o errabundo aguarda
si tiene suerte y vida el purgatorio.
O un infierno si se hunde o si naufraga…
—siempre esta tierra fue cielo invertido—
¡largas colas al mar!
Nunca jamás en este paraíso
lograron ser los últimos primeros.

 

Dos

Algo se funde en el crisol del agua
sobre el sesgado acento de otro entorno
en una identidad no establecida
errática a la búsqueda de un tiempo
donde plasmar lo mismo que se añora.

(No hay brújula que marque los caminos
del corazón… esa imantada estrella)

 

Tres

Cuando el árbol impone
su rúbrica de frío,
los pájaros se marchan
a las tierras de luz.
Una uve sin victoria,
ese vector sutil,
cruza la imagen.
Hay barcas en precario
que a la inversa navegan
hacia el mismo lugar
que abandonaron.
Los dos grupos se observan.
Alguno quedará por el camino.
Los pájaros constatan
que el sol también
cuartea la esperanza.

 

Cuatro

Sabor de yodo y sal;
frialdad de acero.
Nada que retener sobre las manos.
El mar absorbe y tensa voluntades,
doblega al hombre duro, acostumbrado
a sostener un duelo con la vida
a medir con sus pies surcos abiertos
a empaparse de lluvia en tierra firme.

Sentir cómo el sudor salobre y frío
corre venas abajo, se desliza
mezclándose viscoso con la espuma.

La barca es un cantil sobre el abismo
que antecede a la muerte y al olvido.
Vuelve a surgir la duda del regreso
sobreponiendo el miedo a lo ignorado.

 

Cinco

Frente al mar
abre el mundo
otra mañana.
Despiertan los
sentidos embotados.

El paisaje se ciñe al viejo sueño
—íntimo y dulce—
de apresar la aurora.
Limpia la tierra eleva la mirada
sobre una ebriedad táctil de colores.

 

Seis

Siempre buscar el más allá del aire
donde la flor soberbia
recobre humilde el brote campesino,
alas regias planean
sobre la viva y ascendente palma

Cambia el árbol su saya de estameña
y el ruiseñor su canto franciscano.
Temblor de ocaso roja amanecida,
y el mar entre dos mundos:

iguales-diferentes.

 

Siete

Pues no basta mirar
la tierra a solas
ni basta este esplendor
de amanecidas
si no señalo
el río con los ojos
el vuelo con la mano
el sol con la palabra.

Si no hay con quien
gozar este prodigio
vivir sobre esta vida
que a todos pertenece
y no es de nadie.

 

Ocho

Por la herida del agua
los rosales florecen
con espinas de sangre.

Por la herida del agua.

Por la herida del agua
Se filtra el sol que ciega
los ojos asombrados.

Por la herida del agua.

Llamarada y ceniza
la mano que aprisiona
un poco de la tierra
arrebatada
a este paisaje unido
a la memoria
que no se cierra
al diálogo del tiempo.

 

Nueve

Ebria de ti
despierta la mañana
todo el dolor amargo del deseo.

Apasionado afán
roto en pedazos
para el torpe consuelo
de nombrarte.

 

Diez

Frutos de blanda pulpa
se le deshacen tibios
en los labios.
Tienen nombres extraños,
un fulgor de lujuria
arracimada
como el vibrante verde
del paisaje.

Quema el recuerdo fresco
del granado,
del áspero crujir
de los membrillos,
de la sábana alzada,
de los besos,
de la noche despierta
y encendida.

Duele tanto el sabor
de las ausencias,
que se le vuelve odiosa
la hermosura.

 

Once

No hay fronteras que frenen
la andadura del interior.
Ni cartógrafos hay que delimiten
voces heredadas.
A veces sólo un muro,
un simple muro,
quedará de testigo
frente al sueño.
La casa que habitó,
que aún pertenece
a la herencia interior
y a los vestigios
donde las manos
repartieron dones.
El encalado anhelo
donde brotaban pájaros,
cantos que siempre acuden
al roce de la brisa
en los goznes del tiempo
y abren puertas,
ventanas y quimeras,
Quietud que sobrevuela
en el alzado, blanco, sencillo muro,
donde estampó su mano la inocencia.

 

Doce

Para saber que existen
los naufragios
no importa la inmersión.

Una mirada siempre
buscará otra mirada
para emerger del agua.
para ahogarse.

Una palabra sobra
para arrancar la historia
del hastío.

 

Trece

Imposible esquivarte singladura,
cuaderno de bitácora,
amada irrenunciable transparencia,
elipse de este fuego suspendido
sobre el amplio fanal
del alma abierta.

(Aunque a veces leviten las palabras
llenándote el espacio de silencios,
tiende la red al sol, que yo deseo
enredarme en la sal de tus amarres.)

 

Catorce

La vida, este cansancio donde la tierra gira,
guarda entre manos sílabas
para abrigarnos cuando arrecia el viento.

Sobre la eterna noche

las palabras imantan

el terco anhelo de los exiliados.
Las palabras alumbran, alimentan,
acompañan el paso silencioso

del apátrida, fiel a los motivos,
obediente tan sólo a los designios
por los que alienta el alma en la grafía.

 

Quince

Desandemos el bosque de retamas
para formar pacientes la jábega de anhelos.
Navegar este río
bordeado de adelfas te seduce y deslumbra…
Fugitiva,
una gota salada se desliza
y avisa, al fin,
que el mar está cercano.
Ciega de luz, madera de salitre,
alta vela de viento desplegada
y esa pereza táctil de la espuma
recorriendo tu pulso peregrino…
¿Puede un nuevo paisaje
a voluntad alzarse en la memoria
como un blanco sudario que arropara
la agónica frialdad de las estatuas
sobre el desnudo mármol del silencio?
Se busca en el recuerdo de la infancia
un mágico rescoldo de pureza,
el destello de albura en la memoria
para inundar de claridad las sombras.
Nada queda después, sólo el cansancio.
La lasitud del agua entre las manos.
El lento, interminable balanceo.
La vaga incertidumbre… Y el silencio.

 

Dieciséis

Retornan las pisadas de un silencio
que conoció el sabor de las derrotas.
el abandono secular. Se afirma
que, lejos del lugar de los presagios
y en un turbión de espermas y de espumas,
feroz fue la batalla.
Otra rotunda estela ultrajadora
marcando con la culpa al no culpable
testigo de una herencia no buscada
que en el recelo encuentra simetrías.
Contrarios ¿para qué?
Dioses de tierra.
Arcilla en las pupilas extrañadas.
Barro en los pies que manchan o fecundan.
Sobre el épico asedio
Se encienden vanas luminarias.
Dolor sobre la paz.
Nada se reconoce en tal espejo.
Nadie lavó la sal de estas heridas.
Una mirada alerta permanece al acecho.
Desde el cebo del viento no hay respuestas.
De injusticias y olvidos se encadena la historia.

 

Diecisiete

Algunos navegaron.
Esquivando tormentas
regresaron ufanos
con su exiguo botín.
Supremacía que la palabra insiste
en proclamar,
¿Quién rubrica a la sombra
de las manos vencidas,
el arco eterno
del desplazamiento?
Frente la indiferencia
del que intuye o advierte las señales
de incontables naufragios.
Lo que omite el silencio:
la apariencia, el afán.

(Difícil ocultar tanta derrota)

La mirada te acerca,
aún más que la palabra,
al abolido héroe.
Victorioso
sobre el lugar común
de hábito y tránsito.

 

Dieciocho

Late el orgullo aquí.
Lucha en voz alta, azogada y opaca,
la palabra perdida
que entre la niebla de las voces prende.
Pronto el discurso sonará inconexo,
vacilante y letal como los pasos.
Los codos se afianzan,
se deslizan por la barra del bar,
resbaladizos, torpes e inestables,
asidos a la tabla perdida en el naufragio.
Sin brújula el espejo duplica
su apariencia de espejismo.
Del vaso turbio y de los ojos limpios
bebe la luz.
El verbo es bronco, la conciencia clara
—y nadie escucha—
el coro canta y cuenta el corifeo.
Sobreviene la náusea.
Gira el techo del mundo vertiginosamente
y enmudece la noche.
Como un ojo de Cíclope,
el destello del rótulo confuso parpadea
señalando este sitio
que siempre será el foro de los desheredados.

 

Diecinueve

Siempre el mar es el mismo.
El espacio habitable
de su eterno desnudo,
de su eterna memoria.

La tersura engañosa
de un abisal vacío,
y el suplicio salino
donde la sed sucumbe
a merced, como siempre,
del naufragio infinito.

Efi Cubero
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