Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

Ciudades con alma

miércoles 24 de mayo de 2023
¡Comparte esto en tus redes sociales!
Ciudades con alma, por Efi Cubero
Basta sentir la atmósfera de Londres para abrigarte de las intemperies dejando que los pasos me conduzcan, a través de la niebla, atravesándolo.

Urbana, antología digital por los 27 años de LetraliaUrbana. 27 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2023 en su 27º aniversario
Lee el libro completo aquí

Compás de tres por cuatro
Viena

Como las aguas bajan a posarse en las manos
los recuerdos nocturnos de luna pensativa nos desvelan.
Otras veces con su lumbre de siglos o de horas
nos dictan el secreto de las revelaciones.
Bajo distinta luz de agua despierta,
bebes así la irrealidad del mundo,
y eres tú y no eres tú.
¿Cómo explicarlo?
Son los días centrales de una calma aparente,
estamos a merced de lo improbable
tras el albur de un drama inesperado,
en esta tarde vuelvo de la ausencia
olivo verdiplata, crecimiento en bancales,
sobre un silencio que azulea en los muros
conformándose a solas las capas de la voz.
El mundo se inaugura en lo profundo,
la sed de la mirada abarca por sí misma un universo,
hay un patio interior en cada vida, una calle vacía
que llenamos con el acero de la desmemoria.
Somos supervivientes escuchando un crujir de recuerdos
tras los pasos inciertos como advertencia de lo ya perdido.
Volvemos al origen, somos viento, algo de brasa y de melancolía,
rastros que hemos dejado entre las hojas o las simas profundas,
de tiempo y soledad.
Te dije: la mañana es de oro como un beso de Klimt,
tan alegre como una partitura…
—De Mozart, desde luego —respondiste.
Allí estábamos ambos, hombre y mujer a solas, vulnerables,
prendidos del vacío centrados en un mundo sólo nuestro,
expuestos en el vértigo cóncavo del vivir, de alguna forma ajenos,
emanando la fuerza poderosa de lo que emerge siempre
más allá de la piel de los prejuicios o las imposiciones.
Cada vez más ligeros, tan altos de horizontes,
ascendimos al sol igual de vivo que la vieja noria,
suspendidos allí fuimos felices, la tarde no mentía.
Sobre el desasosiego de sus vetas profundas,
el mundo zozobraba en lo inestable bajo la tensa calma
de todo lo precario de las líneas en la fragilidad del balanceo,
pendular movimiento de interiores entre interrogaciones
de un tiempo concentrado sobre el instante mismo
en la fragilidad de las certezas
frente a la noche armada de lámpara encendida.
Llega esta incertidumbre de perdernos
mas no quiero pensar en la tristeza
al descender de pronto hasta la cripta
que encogió nuestros cuerpos.
Tan sólo partitura, la mirada en la nieve se deshizo,
rotunda y blanca, como el epitafio de recordarme
que es razón inútil el rescatarte mediante palabras
o a través de los órficos sonidos, de donde ya no vuelves.
Transformamos en aire los recuerdos
y el recuerdo nos niega.
Es lo confesional que inclina a la pureza
de un algo inextinguible que elige sus principios
esta noche de lluvia donde convoco al sol.
Abrir la puerta, cerrarla tras de mí con noche dentro,
la noche que tirita sin consuelo
sabiendo que aunque vuelva ya no vuelves
que bajo nuestros pies no existen rosas
en la ciudad que danza entre cristales.
Carente de señales identificatorias
regresas hacia el borde de aquel tiempo escindido,
por la imantada noria que vuelve sobre el sueño
de una tela de araña —sin araña ni presa—
tejiendo en la memoria la alegría que fue lo indisoluble.

 

Vaho
Florencia

Cuando en la nada, nada, se abandona
envuelta en agua a solas y entre espuma
cierra los ojos ortodoxamente.
Tiempo azul de Florencia.
Una húmeda sonrisa bajo el puente
tejiendo redes sobre los vitrales.
Hay un silencio de impasible luz.
Cuando alza a Botticelli, el cielo la sostiene.
Porque aún es primavera,
se iluminan las rosas sobre la galería.
Frente al alicatado cierra el grifo.
Hay una blanca luz de claraboya
en el impersonal cuarto de hotel.
Se inclina hacia otro tiempo cuando escribe,
a veces la palabra llena de un fulgor frío
la noche errante de las convicciones.
El vaho es un sfumato que proyecta al espejo
su vaga y fantasmal fisonomía.

 

Mordiente
Nápoles

Un sincrónico tiempo de ventanas en la ciudad,
tras la alzada tibieza de sábanas al aire,
con el desequilibrio en sintonía
mis pasos transitivos persiguiendo
la huella del mordiente.
El fuego del volcán dibujaba en las olas
la intensidad del verbo.
El claro centro, tumba de Virgilio,
con delfines de Creta y almiares en la luz,
moldes que silenciosos sucumbieron
al yeso de los siglos.
Ojos tan ciegos para ver futuro
mientras la lava borra los imperios.
La tarde suntuosa iba levándose
como un beso de sol turbio y dorado.

 

Aterrizaje
Lisboa

Y sentir lo insondable de la niebla desde tan corto vuelo
cuando el aterrizaje es una incógnita y todo es irreal
lo mismo que la vida, tan incierta.
Viajar hacia el lugar que ya conoces es siempre
prematuro pues una travesía es constatar
lo que engaña nuestra propia memoria
enfrentándote a un tiempo que es ya irrecuperable
sabiendo que has perdido la alegría.
Sin nostalgias. No deseas la nostalgia.
Clausuraría este ritmo
para asirte a un pasado que
—por mucho que quieras— ya no regresará.
Te basta a veces reencontrar el delicado nervio
que sube y baja entre las catenarias
por las cuestas amenas o las plazas armónicas.
Por los bares antiguos signados por la voz,
ebria de verbos, que los habita aún, eternamente.
Le escribías a él por la ciudad.
De ella le hablabas, curvándote en la herida
sobre aquel promontorio
que el sol te devolvía incandescente. Tan vivo,
espejeando sobre los azulejos y el silencio.
El cielo como un faro, como un fado, tu fatum,
tu destino —que viene a ser lo mismo— para ti o para mí
para cualquiera que sea semilla sobre los cuadernos
y prosiga su marcha en la intemperie
bajo el dolor abstracto del lenguaje.
El filo de esta daga nos penetra —también nos interpela—
lo mismo que la nieve, ese póstumo frío que atraviesa
en noches de resaca, borrachos en la luz del verbo huidizo,
cuando vas más allá, palabra, y es imposible
el prisma helado, senderos, desventura, cristal y sombra
y duro desconcierto. Aire que respiramos
estos emancipados náufragos del asfalto de caminos
y agua, desde el tajo profundo e incruento que hiere sin motivo
con sus fintas de escama, donde la piel de un verso
nos
………desploma.

 

Desenfocado
Londres

(Para Eduardo Moga)

Basta sentir la atmósfera de Londres para abrigarte de las intemperies dejando que los pasos me conduzcan, a través de la niebla, atravesándolo.

Avanzar por sus calles como si me internara por un bosque de rótulos; árboles centenarios que soñaron a Dickens y miraron de frente los ojos de Virginia, los de Turner tal vez, agitando las ramas a su paso como si fueran olas de metálicas crestas abismáticas.

La ciudad, recelosa, nos muestra el laberinto mientras aguarda inevitables desmoronamientos.

Esta imagen palpable, y tan contradictoria, entre líneas sutiles habla a los ojos.

Su doble condición sólo se alcanza en una suspensión del movimiento sobre el propio vacío.

No hay aquí autoindulgencia, sabe que buscas siempre algo que funde y funda. Apariencia y verdad: lo que puede rozarse y lo ilusorio.

Caminar por el borde de su acerado río es toda una experiencia.

Aguas turbias de un Támesis donde duerme sin paz el sueño del suicida.

O este frío luminoso de un lenguaje que nos hace temblar y arde a la vez, el cristal que traspasa soplado por el fuego que se templa detrás de los conceptos. La simultaneidad de una escala esencial de superficies que modula el silencio, y allá, al fondo del fondo, revelada en su fuerza, frágil y primitiva, la palabra quemada junto a Shelley navegando tan limpia sobre el agua de Keats en desnudos exilios. Tan libre junto a Byron en las costas de Grecia al expirar con él y su destino.

Los vectores pintados nos indican distintas direcciones a seguir.

Pero debo tomar la línea de autobuses 11 en Kings Road.

Desde la ventanilla, la abadía de Westminster donde duermen los nombres no olvidados, paso muy cerca de Downing Street donde el poder se ordena, y siguiendo la Whitehall, alzo los ojos hacia el yerto bronce de Trafalgar Square, y luego me detengo, duplicada e inmóvil, en acecho y alerta, impenetrable como la mirada o el objetivo que captó secuencias frente a las imposturas de lo que observamos.

Son los paralelepípedos de tantos laberintos como Londres contiene. Gestos en la saturación de un espacio marcado donde dejar la huella que nos ata. Escritura y sonido de los pasos, la construcción sonora donde auscultar los rastros de senderos borrados como una imaginada geografía que articula la propia realidad, hecha de vivo tránsito, o de esta incertidumbre que impide razonar frente a la mueca de nuestra calavera.

La experiencia se empapa de algún sueño. Detrás de la ventana alguien mira y también es observado. Un mundo abstracto de dolor y magia donde entender la misma complejidad del mundo, ser partícipe de la propia extrañeza, crear una metáfora del fragmento de un plano que se extiende y se dobla al infinito.

Aquí, en esta ciudad, se hallan las marcas de los encuentros y de los desencuentros, del azar y la vida que es inmortalizada en el instante mismo en el que los ojos creen descubrirla, o atraparla, como una realidad que es abstracción y que nunca podrá desvanecerse.

Es silencio y quietud; desasosiego que te permite ver los cambios más sutiles mientras la vida fluye inexorable. Un reflejo que fluye en la mirada, en ella se demora, y así llega al final…

(Tal vez fuera el cansancio o la debilidad del andar mucho, pero sentí que un vértigo de olvido me empujaba a la luz desde su torre.)

 

Ciudad
Sevilla

Desde siempre me fascinó Sevilla, la ciudad tensa y clara, y para mí enigmática, con poso y peso de Historia y de Cultura de siglos y milenios. Sabia y antigua, y a la vez tan nueva, con esa ligereza leve como las alas de los pájaros que la pueblan. He jugado en este poema, de largo alcance, con las esferas, ya sean las canicas irisadas del recuerdo de la infancia, o las naranjas amargas que embellecen la ciudad pero que no pueden saborearse. Círculos o esferas de eternidad que, como la Poesía, lo contienen todo. El río que divide Triana y Sevilla y parte en dos los sentimientos, los matices, como la propia vida, la sensación de fugacidad entre huir y quedarse. Obra donde prevalecen los conceptos que un buen poema ha de poseer: la inmediatez de lo observado en el instante mismo de la contemplación y la eternidad expresiva que cruza los tiempos todos y logra hacerse universal.

 

Sevilla

Para Pilar Fuertes Aguilar, tan sevillana.

Te deslumbra este cielo
decidido en matices,
disperso de colores,
cambiantes como el río
que resbala en tus ojos
igual que las canicas
de cristal de tu hermano,
en la lejana infancia…

El agua parte en dos
los sentimientos.
El agua, como el cielo,
presente de la tarde
que baila en la mirada
expresando el porqué
de la alegría.
Una ciudad de pájaros,
—tan antigua, tan nueva—
te acompaña.
Un sabor a naranjas
escoltando las calles.
La fruta resplandece,
no la puedes probar
y tú lo sabes:
La mirada lo sabe.
La mirada lo sabe.

La pulpa va cayendo
para dar paso al sueño de azahar,
ese dormido aroma que siempre
se despierta en primavera.

Y aunque la luz se oculte
en el abrigo que cobija del frío
y la noche te llene —quizás—
de incertidumbre;
te queda en el bolsillo, esa esfera
irisada de ilusión fugitiva…

Una ciudad de pájaros,
—tan antigua, tan nueva—
te acompaña.

Efi Cubero
Últimas entradas de Efi Cubero (ver todo)

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio