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Pergeño de la poeta colombiana Matilde Espinosa

jueves 6 de junio de 2019
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Matilde Espinosa
Matilde Espinosa tenía un apellido doloroso. Y la poesía delata lo escondido en el secreto de la vida.

Matilde Espinosa Fernández es un nombre dulce. Matilde viene de mater, madre pequeña, humilde, escondida. Pero es, tal vez, la más importante poeta mujer colombiana. De baja estatura física, de conversación agradable y no esquiva para el trato, escribió como si hubiera hecho un posgrado en las escuelas de Emily Dickinson o de sor Juana Inés de la Cruz o Teresa de Cepeda y Ahumada. Tierna y, a la vez, profunda, exhibía un lenguaje de oro.

La conocí hacia el año 2000 en su casa, no muy al norte de Bogotá por la Avenida Circunvalar. Abrió la puerta y apareció como una diva: risueña, atenta y plena de voz y canto. Efusiva, entregaba su palabra como una dama que sabía hablar y escuchar. Risueña, alegre y casi exuberante, su charla era vivaz y brillante.

La escritura que nos ha dejado Matilde es transparente. No es amiga de retruécanos extraños y su poesía va corriendo suave como un hilo de agua o como la sangre de sus venas.

Matilde tendría unos 70 o 80 años, pero se conducía grácil como una jovencita caucana en su casa. Había nacido el 25 de mayo de 1915 en la población de Huila, Cauca, y conservaba la movilidad y andadura de una mujer bien conservada. Murió el 19 de marzo de 2008. Su voz salía de su boca como a sorbos de agua pura. Elegante y sobria, en su personalidad, era asidua colega de su coterránea y también alta poeta Gloria Cepeda Vargas.

Recoge su poesía del ambiente que la rodea. De la brisa, la lluvia, los pájaros o las campanas, y se adentró a conocer la problemática social, de la cual es testigo y precursora en abordarla. No se quedó en melifluas aguas personales sino que se preocupó por introducir en sus poemas los temas de la llamada “cuestión social”. Con razón es apellidada “precursora de la poesía social”. Sin que sea considerada por eso revolucionaria o partidista.

La escritura que nos ha dejado Matilde es transparente. No es amiga de retruécanos extraños y su poesía va corriendo suave como un hilo de agua o como la sangre de sus venas. Pareciera que su poesía hubiera nacido de sus ojos, de la tierra o del viento del ambiente. Van apareciendo imágenes y al tiempo se oirán “campanas luminosas” que piden ser sólo voz de viento que pasa. Como si presagiara su futuro, se adelantó a quienes comentarían sus versos y hablarían de su obra. Describe cómo concebía su vida, su ternura y la grandeza de su estro. Nos cuenta cuál era la fuente de sus sueños y qué llevaba en sus venas.

Un día

Un día se borrará el paisaje,
se apagará la luz para mis ojos.
Debajo de la tierra, de la fría tierra,
buscaré otras raíces,
tal vez las venas de un amigo,
tal vez la sangre combatida
de alguien que amé al respirar la brisa
o al mirar el cielo
de promesas inocentes,
el cielo pesado de las lluvias,
o de las nubes, sudario de los pájaros.

Un día, quizá
de campanas luminosas,
alguien dirá cómo se escribe
el nombre de una mujer
que fue un poco, sólo un poco
de ternura dispersa,
de ala clamorosa
pidiendo ser no más viento que pasa.

19751

Sus metáforas brotan en sus versos como sin pretenderlo.

“Matilde Espinosa es una de las poetas que más libros nos ha dejado”, nos dice en una reseña Milcíades Arévalo: “Su poesía aparece en 1954 y entre sus libros destacan Los ríos han crecido, 1955, Por todos los silencios, 1958, Afuera las estrellas, 1961, El mundo es una calle larga, 1976, Memoria del viento, 1987, Estación desconocida, 1990, Los héroes perdidos, 1994, Señales en la sombra, 1996, La Tierra oscura, La sombra en el muro y ¿Uno de tantos días?, 2007. La vida de Matilde Espinosa Fernández se apagó en la madrugada del 19 de marzo de 2008 en el barrio El Castillo, de Santafé de Bogotá”.2

Su poesía es intimista en gran medida, con utilización de un lenguaje casi obvio para expresar los sentimientos. Sus metáforas brotan en sus versos como sin pretenderlo. Son tan sencillos los pensamientos que se dejan oír y sentir en el recorrido de cada verso. Los secretos del corazón hacia el amante los expresa la poeta como si ella los estuviera oyendo.

Nada más cierto

A Luis Carlos Pérez
In memoriam

Nada más cierto
que tu ausencia
y este incansable viento.
Revestido de sombras
el color de los días
se recoge en silencios
los tuyos y los míos
y toco tu pensamiento.

A veces se me quiebra
el mundo entre las manos
y oigo un clamor que se perfila en tu frente.
“¿Dónde caen las horas
sin el terror nocturno?”.

La pregunta se pierde
y los goznes dolidos
de la puerta entreabierta
son pasos misteriosos
de este implacable viento.

Febrero 24/2004

La aparición de la poesía de Matilde Espinosa es un acontecimiento literario en Colombia. Su escritura es transparente, habla, discurre, va —como volando y cantando— como un pájaro o como el viento. Su escritura es nítida, sin fisuras, y sus figuras pertenecen al imaginario más urbano y familiar. “Los goznes dolidos de la puerta entreabierta”, ¿quién no los oyó quejarse en una casa cualquiera cuando arreciaba el aguacero?

La facilidad, la exquisita diafanidad de su lenguaje poético, la propiedad en su léxico, son cualidades en ella que la hacen merecedora de un alto puesto en las letras colombianas. No hay lugar a inalcanzables tropos ni a forzados pensamientos. Como una maestra, va andando con seguridad y sin dejar dudas del alcance de su escritura. Cómo suena el eco de su afirmación al describir su trabajo poético: “A veces se me quiebra el mundo entre las manos”. Cada verso en el poema obedece a una construcción orgánica: es una joya pulida a cincel, sin fisuras, una pequeña sinfonía.

El poeta tiene en sus versos la ocasión perfecta para narrar la tormenta que sufre su barco y las causas de su tragedia.

Los títulos de sus poemas, al igual que todo el cuerpo de palabras de los mismos, es recatado, escueto, sin rebuscamiento. Sólo intentan guiar el sentido de los versos que vendrán enseguida. No desgasta el lenguaje ni lo adorna más de la cuenta. Se limita a decir lo necesario.

La lírica de Matilde, la poeta del villorrio del Cauca, sus expresiones con razón y sin razón —salidas del corazón— están cantadas con interrogantes y lágrimas o gotas de lluvia. Oscuridad, sombra, temblor, vacío, lluvia, nube negra, derrumbar, muerte, tiniebla. Las palabras no tardan en ilustrar la clase de día y el estado del corazón estremecido. La poesía tiene esa virtud más que la prosa. Es más directa y son dardos que llegan al alma.

Hay poemas de amor, a secas, y hay otros que llevan reclamo y dolor, tienen acíbar por dentro y rastros de desamor y rabia. Lo sabe el poeta, mas no lo sabe el lector y de pronto lo adivina. Matilde Espinosa tenía un apellido doloroso. Y la poesía delata lo escondido en el secreto de la vida.

El lenguaje del poeta o del ciudadano de a pie y mudo es uno y el mismo para ambos cuando se trata de medir amor y desamor. El poeta tiene en sus versos la ocasión perfecta para narrar la tormenta que sufre su barco y las causas de su tragedia. La poesía es treno, queja y lenitivo para su trago amargo. Nadie adivina su dolor y lo tenía.

Un día sin nombre

¿En qué momento, amor,
se oscureció tu calle
y tu casa fue el blanco
de la sombra?
Una ola de polvo
lloroso y amargo
se estableció en la hora.
Desde entonces el tiempo
madeja silenciosa
va corriendo sus hilos
para la dura tela
que defiende mis lunas
secretas.
Lentos trascienden los días
a donde sólo llega
el temblor de la luz
en el vacío.3

Ser poeta es ser muy humano y estar expuesto a naufragar, a temblar bajo la tormenta, como cualquier descendiente de Eva y Adán. Nos lo sentencia Matilde, serena y sabia. Somos embarcaciones sin madrugada avisada. Las sombras llueven y los reinos de amor también se derrumban. El título no alcanza a avizorar el fenómeno del amor humano cuando mariposas blancas lo rodean.

Llueve

En esta embarcación
sin madrugada
llueven las sombras.
Se derrumban
los reinos del amor
y vuelan las mariposas blancas
como flores silvestres.
Tras la nube más negra
se concentran los vientos
noticiosos, sedientos, llueve.
Desfilan los recuerdos;
historias de pasión con incendios,
temblores o viva muerte.
Mágicas visiones en el aire
ruedan a la tiniebla, llueve.
En esta embarcación sin madrugada
no hay recobro posible;
cerrado el horizonte, llueve.

31 de agosto de 20054

Leopoldo de Quevedo y Monroy
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Notas

  1. Muestra de poemas inéditos de Matilde Espinosa en El Otro Mensual, Nº 31 (julio-agosto de 2004).
  2. Arévalo, Milcíades: “Matilde Espinosa, un canto de amor al dolor humano”. En: Mundo Cultural Hispano, octubre de 2010.
  3. En: Cuadernos Culturales, Nº 6: “La ciudad, la pintura, la violencia, el erotismo y el humor en la poesía”. Universidad Externado de Colombia, 2015.
  4. Rivero, Mario: “Poeta Matilde Espinosa”. En: Revista Aleph, Nº 138, 14 de septiembre de 2006.
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