
Tanto como el aire o el agua a la lengua, la poesía le hace falta al oído y a la aorta. Pasan las horas y el calendario mueve apenas lentas sus aletas si la poesía no aparece sobre el horizonte. Casi que no llega julio con sus parapentes anunciando que es época de cosecha de versos y mujeres en Roldanillo.
Acaba de celebrarse otro aniversario más —el XXXII— del Encuentro Nacional de Mujeres Poetas Colombianas en el Museo Rayo. Águeda Pizarro lucía más lozana que siempre. Los años han hecho madurar la cosecha y la poesía ha acrecentado su corte. En número y calidad. Porque el museo mantiene sus riendas tensas y sus ilusiones más vivas que el día de su fundación. La semilla sembrada tenía los genes de Safo, de Laura, de Beatriz y Emily y de tantas otras mujeres en el viejo mundo y en América.

La realidad de la poesía en Colombia cambia a partir de la presencia y el tesón de Águeda Pizarro y otrora Omar Rayo en el museo.
Voces como las de Gabriela Mistral, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Juana Inés, Juana de Ibarbourou, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Rosario Castellanos, Blanca Varela, Carilda Oliver, resonaron como las pioneras de la poesía en nuestro continente. En Colombia la mujer poeta brilla por el silencio y las sombras en que la esconden los libros, las tertulias y casas de poesía. Sin embargo, sobreaguan sor Josefa del Castillo, Agripina Montes, Carmelina Soto, Dominga Palacios, Laura Victoria, Blanca Isaza, Amira de la Rosa, Sylvia Lorenzo, Aurora Arciniegas, Mariela del Nilo, Matilde Espinosa, Meira Delmar, Mercedes Carranza, Beatriz Castelblanco y ahora, Marga López, Dora Castellanos, Maruja Vieira, Olga Elena Mattei, Gloria Cepeda, Nora Puccini, Cecilia Balcázar, María Teresa Ramírez, Mary Grueso, Elcina Valencia, Lucrecia Panchano, Margarita Galindo, Amparo Romero, Piedad Bonnett, Guiomar Cuesta.
La realidad de la poesía en Colombia cambia a partir de la presencia y el tesón de Águeda Pizarro y otrora Omar Rayo en el museo. El encuentro dio cabida plena a la mujer en la poesía de Colombia y para el mundo. Desde 1984 abrieron las nubes y las montañas de Roldanillo sus ojos y sus oídos para escuchar por primera vez en Colombia a más de un centenar de mujeres ávidas de gritar en libertad sus versos. Se vieron aplaudidas y publicadas en los anales Universos al final de cada encuentro. Al decir de Águeda (1995), “la mujer siempre estuvo en el fondo de la poesía. Los hombres se alimentaban en el seno de su musa, para inspirar su creación literaria”. ¿Si era así, por qué estuvo alienada y ninguneada por tanto tiempo?
Este año, más que en otros anteriores, se ha visto este colmenar rebosante de abejas, de miel y de manjares diversos. Dos centenares de mujeres venían con sus panales repletos. Negras de las dos costas y blancas del interior y de los valles traían sus liras y sus zampoñas como juglaresas medievales. Sin pedirle permiso a nadie fueron llegando con su palabra labrada. Alternaron con grupos de la cultura indígena de Guambía, Embera-Chamí, Nasa y grupos folclóricos como Mujeres Cimarrón, el Chontaduro de Aguablanca y las Cantaoras del Patía.
Se sumaron al evento artistas de la plástica actual como Fanny Sanín y Érika Diettes, el grupo de teatro La Candelaria de Bogotá, con Patricia Ariza, y el grupo Cantos de Colombia y Latinoamérica, con Niyireth Alarcón. La poesía del encuentro de este año tuvo un tinte lírico en torno a la paz tan anhelada en Colombia. Las poetas Patricia Ariza, Carmiña Navia y la teatrera Carlota Llano con el estupendo monólogo Mujeres en la guerra ofrecieron sendos trabajos sobre esta crucial temática.
Un evento abierto, incluyente y alegre que no distingue caras ni colores y que aplaude las mínimas y claras muestras de la presencia de Erato o de Atenea en la palabra escrita o hablada.
La nueva poesía pasó a revisión desde el primer día con la llamada al micrófono de Juan José Madrid. Varias decenas de mujeres jóvenes y maduras fueron desgranando sus metáforas como lo han hecho millares a través de estos largos 32 años ininterrumpidos.
El encuentro de Roldanillo es una escuela en donde se ha tallado, a través de talleres y del estímulo de oír y ver el trabajo mutuo, una pléyade de poetas que año a año se destacan por medio del concurso de Ediciones Embalaje. Ahí están como muestras evidentes María del Pilar Paramero, Andrea Naranjo, Juana María Echeverry, Esperanza Jaramillo, María de los Ángeles Popov, Graciela Rincón, Piedad Morales, Adela Guerrero, Gabriela Santa, Teresa Alzate, Martha Patricia Meza, Gloria María Bustamante, Fanny Muñoz, Gloria María Medina, Leidy Janeth Vásquez, Yolanda Delgado, Clara Schöenborn, Myriam Alicia Sendoya o Camila López, dignas de cualquier escenario nacional o internacional.
El primer premio del concurso anual que propicia el Encuentro de Mujeres Poetas recayó este año en la poeta caleña Adalgiza Charria Quintero con el libro La cicatriz de los instantes. En su prólogo la poeta Águeda la calificó como una mujer que canta como los huracanes, por su fuerza emotiva y la vibración de su palabra. Al final resonó una ovación como el eco de un vendaval de imágenes y sombras familiares.
Después de este corto examen se podrá volver la vista y verificar que ha valido tanto trabajo y pulimento. A los encuentros no solamente entran las mujeres. Ciudadanos, jóvenes y féminas tienen asiento libre allí para darse cuenta de este portento que ha hecho posible la dulzura y tino del nido que tejieron Águeda Pizarro y Omar Rayo. Es un evento abierto, incluyente y alegre que no distingue caras ni colores y que aplaude las mínimas y claras muestras de la presencia de Erato o de Atenea en la palabra escrita o hablada.
Adalgiza Charria
Encarnación García
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