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A mi modo leo y hojeo

sábado 22 de mayo de 2021

El arte de la lectura, antología digital por los 25 años de Letralia

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2021 en su 25º aniversario

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

Preámbulo

Cada cual posee su propio arte de lectura, una personal vocación de introducirse en los libros para sorberlos, para devorarlos, de acuerdo a sus contenidos y al tempo del lector. Leyeres poesía, novela o cuentos, el tempo cambia y también cambian las emociones y las sensaciones. Leyeres ensayo, historia o biografía, libros de viajes o semblanzas… el ritmo adquiere una velocidad signada por las pausas, las reflexiones y los repasos mentales. Leo con voracidad y me guía la avidez por conocer nuevos y buenos libros y por indagar a profundidad en los autores. Mas es en la relectura donde muchas veces encuentro placeres escondidos que se ocultaron durante las primigenias lecturas.

He seleccionado a quince autores que con frecuencia me invitan a volverlos a visitar. No son los únicos a quienes les place hacerlo. Sin embargo, si incluyo a todos mis favoritos esta relación de hoy se prolongaría en exceso y cansaría. Así que los poetas, novelistas y cuentistas escogidos son los que ahora me acompañarán en un itinerario que no pretende ser memorioso.

 

A mi modo leo y hojeo, por Wilfredo Carrizales

1
Elizabeth Schön

Tomo El abuelo, la cesta y el mar y emprendo viaje hacia Puerto Cabello, Tucacas o Choroní. Es en alguna playa donde el agua repose tranquila y donde haya barcos o barcas y la arena rezuma a través de los poros del tiempo y las gaviotas picoteen las bajas nubes, el lugar ideal para disfrutar de ese hermoso libro. (Durante mi segunda estadía en China y cada vez que partía hacia una ciudad portuaria, Qingdao, Xiamen o Sanya, por ejemplo, llevaba siempre en mi morral el ejemplar que me obsequió Elizabeth en su casa y lo leía y releía muy despacio, recostado de una roca, al atardecer). Acaso peque de romanticismo. ¿Y eso importa? Yo también era el abuelo que dejaba sus vestigios en las orillas mientras el mar brindaba sus postreros fulgores. Conversaba con las colecciones de espumas e inhalaba todos los fósforos que traían las brisas. Y el otro abuelo sonreía y me palmoteaba los hombros. Entonces lanzábamos la cesta al mar, a los mares, y múltiples peces lectores venían a nuestro redor y sentían que ahora el espacio era más nítido y que valía la pena zarpar encima de conchas que descifraran los horizontes y los tornaran en radas que contuvieran páginas y páginas de poesía, anhelos y música. ¿Verdad, Elizabeth?

 

2
Jack London

Con The Call of the Wild me gusta volver a lo primitivo e internarme en lo profundo de un bosque o de una selva acompañado de un perro parecido a Buck, excelente escolta para bañarse de noche en ríos y lagunas para conservar la salud y fortalecerla. Así no sería el oro el que brillase, sino los colmillos del perro para defender a su amo. Y la lectura tendría una sensación de equipaje ligero, pero estremecedor a cada instante. Y Buck secuestrado y apaleado y el atavismo convocándolo desde entonces. Viajé con el perro en el interior de vagones y escuchaba sus gruñidos y su indoblegable deseo de libertad. Era brutal la enseñanza a que lo sometieron y yo crispaba los dedos y retorcía los dientes. Con Buck también descubrí la nieve y su sensación de ardor al tocarla. Él lanzado a un mundo de brutalidad, lindante con lo primitivo, y eso fue el inicio de su regreso hacia el salvajismo. Y mi cabeza sumergida dentro del libro y no querer salir de allí y las horas ya no eran un escándalo porque Buck se imponía a la jauría, hubiese o no grandes nevadas o tormentas gélidas. Y el libro seguía su trayecto por mis manos y ojos y no dejaban escapar las líneas. Buck sabía manifestar su amor por quien se deleitara en su historia y le obsequiaba voces de la naturaleza recóndita. Y Buck salvando a mis volúmenes que iban en los trineos y esa hazaña fue todo júbilo para mí y acrecimiento de mi respeto por él. Y la lectura a paso redoblado anunciaba su llamada desde el misterio de la madrugada y Buck desde entonces convertido en jefe de una manada de lobos y en ocasiones manifestándose en mis sueños o en mis duermevelas.

 

3
José Emilio Pacheco

Tarde o temprano tenía que reposar en el fuego breve de José Emilio Pacheco y leer, con apaciguamiento, los elementos de sus noches y de sus días, sentados ambos bajo un árbol entre dos muros y las canciones y otros textos que entonces estuviese él escribiendo alumbrarían cual un sol oscuro y de arena y los siglos nos inundarían con las enredaderas color del incendio para la lectura. Él no me permitía devolverme a mirar el verdor de lo escrito y el oleaje del aire me impulsaba a algún milagro entre líneas. La muerte le humedecía los labios hasta calcinárselos, pero en las estancias de sus libros se encontraban luces y silencios, éxodos y crecimientos. Entonces, yo procuraba, desde las distancias, que lo indecible fuera dicho, aunque saliese sólo un rumor y sin ceremonias. Mientras tanto, las hiedras trepaban a espaldas nuestras y el verano no consumía su aceite y el claror nunca humeaba. Y la obra de Pacheco poseía sus certidumbres y, al acecho, las aguaitaba yo, entre deliberaciones, para que el aroma de los pájaros y sus palabras se transformasen en una fugacidad destinada a la memoria. Por supuesto que sabíamos que todo lo empaña el tiempo y da al olvido. ¿Sólo las piedras leen, evocan, perduran transcritas? En tales circunstancias, ojeaba y sorbía, no sintiéndome náufrago, sino perentorio degustador de enigmas y escrituras. Y Pacheco lo sabía y alzaba sus manuscritos para que cayeran despacito dentro de mis ávidas pupilas.

 

4
Saint-John Perse

Sus primeros escritos los encontré sobre puertas de los equinoccios, mientras sobrevolaba yo su isla, Guadalupe, y un volcán en erupción incendiaba a cabalidad los cielos. Mis elogios alcanzaron hasta lo alto de su casa blanca que relumbraba contra un firmamento de zinc. El clamor de las campanas siguió conjurando mi itinerario y, al alba, desde mi asiento, comprendí que un largo día estaba naciendo para lecturas plácidas y gratificantes. Se proyectaron moradas de tejas entre los nubarrones y fue el presagio para que comenzara a cavar en el légamo de los tejidos textuales. Luego me dispensa un viernes la acogida a la ciudad de Peking y pronto empiezo a seguirle las huellas a Saint-John Perse en el antiguo barrio de las legaciones, con sus árboles centenarios y sus sombras invertidas para moverse en medio de sus libros y correspondencias. Y celebré su infancia con las palmeras y las mujeres con párpados inextricables. Y fuimos extranjeros caminando frente a la Catedral de Saint-Michel y él enarbolando su pluma sabia con alma de gran niña y yo recogiendo la Anábasis y sus impecables estaciones y sus caballos con mayorazgo y la sal de las audiencias y los espinos para las fogatas y el polvo confesor de pecados no establecidos y yo, ebrio en mi exilio buscado, muy sensible a sus poemas, con mi lengua de lagarto lamiendo mis axilas y el mismo hombre, Perse, habló frente a mi barba y dijo: “Te avisamos de la magnificencia de mis insectos bajo el follaje de la elocuencia”. Y así sucedió y ahora lo continúo leyendo en esta tarde que carece de límite y frontera conocida.

 

A mi modo leo y hojeo, por Wilfredo Carrizales

5
Fernando Pessoa

Él me confesó que “el poeta es un fingidor” y, sin embargo, encontré sus escritos en un libro abandonado en una estación de trenes. No traía nada y me llevé un caudal de lecturas para mis estaciones preferidas: primavera y otoño. A veces, lo percibo triste, como divagando por un jardín exento de hierbas; a veces, lo intuyo coloquial, reviviendo con cualidad en lo absorto de su creación. Sin duda, su poesía no es humo y, acaso, sí niebla que asombra para guiar sin gestos. Sus voces no envejecen y sus heterónimos asumen, con hidalguía, sus trajines, sus afanes de añoranza. En ocasiones, pasa rozando trepado encima de una flauta que suena con variables nexos. Muy útil saberlo viviendo tras las rayas de lo desconocido, impulsándonos a escudriñarlo con la lupa de la significación. Aquí, en este borde del habla, lo escucho queriendo distanciarse del tedio y remediarse con trinos que le brotan desde las penas. Da sorpresas su sed de escritura, aunque teme al yerro y al cambio oscuro de su espíritu. Mas en su conciencia está que Verlaine lo consiente y que le abona los instintos del estro. Sobre un andamio se vestía para desnudarse presto y atisbarse con las esperanzas de verdores y ediciones. Sus cantos nos recuerdan las esquinas por donde transitan las amarguras y las sombras que, súbitas, se destapan. Me inicié y continúo iniciándome en su destino de poeta y trato de despojar a sus muros de las enredaderas que duermen por no querer desprenderse.

 

6
Truman Capote

Un monstruo perfecto que se derramaba sobre sus plegarias atendidas. Está escribiendo sus cuartillas y lo espío por encima de sus hombros cubiertos por una chaqueta de pana. Afirma que es un cobarde y le creo. Mas la energía que despliega para recabar información destinada al desarrollo de sus historias es conmovedora. También asegura que es perverso y traicionero y uno termina por aceptarlo mientras esto no intervenga en el plan de lectura de sus escritos. Si sufría de espasmos durante sus sesiones de creación es algo que de ninguna manera me incumbe. Lo que más me importa es su oficio con la pluma o con el procesador de palabras. La felicidad parece que lo dejaba exangüe… y también la maledicencia y el chisme. Empero su estilo de escritura resultaba ser una bombilla que no se fundía y que lanzaba llamaradas a diestro y siniestro. Y se mofaba con frecuencia de los estudiantes de literatura que ignoraban en qué consistía la aliteración y no la halitosis. En algunas revistas estadounidenses hay muy buenos cuentos o relaciones o crónicas suyos que bien vale la pena volver a leer con novísima mirada. Los sarcasmos los lleva pegados a la lengua como timbres fiscales sin excepción. ¿Y comentaremos que era ambicioso? ¡Pues, claro que sí! ¡Y perspicaz y desconsiderado! Al principio, le costaba una barbaridad vender sus relatos, pero más tarde, con la llegada de la fama, ¡los editores se peleaban por incluirlo en sus publicaciones! Cuando se agotaba, agarraba una margarita mustia y empezaba a deshacerla y Nueva York le otorgaba un inusual atardecer. Capote, entonces, maliciaba frescos episodios para sus tramas y se carcajeaba.

 

7
José Antonio Ramos Sucre

Lo leo como poesía y también como relatos, encaramado al timón de una torre que me es familiar. Sus textos tienden hacia lo fugitivo, hacia la borrasca que no nos salva. Aunque atravesemos lodazales, siempre escuchamos las fronteras aun más lejos. El tiempo se retira en hogueras y percibimos tras ellas mármoles, cuerpos fluidos y lamentos de voces broncas. Los habitantes de sus ciudades vegetan como espantajos y nos hacen adentrarnos en sus maravillas de reinos difuntos con variaciones. Se perciben ruinas por doquier y nuestra visión se torna demente, a ratos. Ocurre, a menudo, que vírgenes nos lanzan sus calamidades con la intención de descalabrarnos la lógica habitual. Sobran cuitas en medio de zozobras y al margen de duelos sin amparos. De pronto, nos traslada al interior de mansiones donde encontramos a coros de niños gemebundos y esto nos incita a sentirnos desplazados hasta el olvido. Las venganzas suelen acaecer al ocaso, mientras las fieras se apegan a unos árboles que las mancillan y, de paso, nos pueblan de ignominias. El aire se enturbia en todos los ámbitos, a pesar de la claridad que los gobierna, pero a desmedro de nuestros prejuicios, la desesperación no se retira y se estanca para perdurar, párrafos tras párrafos. Ni que disimulemos, no agotamos la sensación de aseverarnos culpables. La lectura no se solemniza, mas ronda sobre nuestros cerebros un naufragio de fatigas y de cerrazones. No queremos que lo visualizado nos conduzca hacia la fuente que enceguece. En todo caso, sabríamos expiar, con inverosimilitud, nuestros raptos de voluptuosidad. Los vestigios de lo que hubiéremos leído permanecerán asentados como talismanes en nuestras neuronas y nunca jamás gozaremos del sedentarismo.

 

8
Marguerite Yourcenar

Posar la vista sobre sus ensayos breves y recorrerlos a beneficio de inventario y posicionarme para indagar en los secretos de su lengua y de su estilo: he aquí una clave de la cual no desconfío. Con tenacidad transcurren los espacios que florecen y la entera fidelidad al espíritu lector no decae. De un modo especial, me mantengo alerta por si un atisbo oscuro se presentase y, de cualquier manera, coloco a mi costado la antena que me ayude a declarar lo extraordinario. Desde una elevación del instinto oteo sus herramientas y sus técnicas y las valoro en su condición de maestrías para el cincelado. En apariencia existen desplantes en los giros idiomáticos, mas pronto me percato de la veracidad del propósito y entonces invierto mis momentos preciosos en acudir a la invitación a descifrar las caras de los milagros transcritos. Yourcenar sobresale igualando a los grandes y me colmo de alegría al recibir sus destellos de perspicacia y diafanidad. Mi alma se enriquece y esquiva lo sombrío y ella, la escritora, la ensayista, me proporciona la debida nitidez. Entonces penetro en sus cantatas y nada me lo impide, porque la curiosidad y el entusiasmo se aúnan a mí para conmoverme. En noches límpidas de verano la leo, cercado por helechos y sin interrumpir la tarea, y me acerco a admirar sus intervalos, sus distancias no difuminadas y visiono sus descripciones con el apego de una confesión. Ella misma me lo recuerda de continuo y su pluma diligente obra en consecuencia y frente a mí se deslizan las fuerzas invisibles que sostienen al hombre y al mundo. En realidad, me sorprenden todas sus imágenes y eso contribuye a que yo también sea un protagonista.

 

9
Malcolm de Chazal

Gracias al dodo me zambullo en los mares hablantes de la isla de Malcolm de Chazal. Mi vista se recrea en bahías tapizadas de placas de arcilla, donde existen vestigios de la existencia de dos lunas. El dodo nunca aprendió a volar para que Malcolm lo adiestrara en el arte de manejar las plumas y le sirviera de escribano a quien se le pudiera dictar lo que la mente imaginativa desease manifestar. Ahora es mediodía: resumen de todos los mediodías y el dodo cae del acantilado y suelta sus percepciones de fuego y de tinta. Y yo leo, desentraño y conozco. Me arrobo en una especie de estado letárgico o ¿angélico? El agua incitadora acude a mis labios y me induce a pronunciar palabras escogidas: las evidencias del idioma de un hombre ganado por el furor poético. Y Malcolm me exhorta: “¡Explícame!”. Entonces, a partir de gestos y hablas, voy eslabonando percepciones y vibraciones naturales y las ondulaciones de los azules móviles entrando van en correspondencias. Un panteísmo atraviesa toda la isla, de oeste a este, y la inmortalidad se patentiza a través de la hipnosis. Y la luz se vuelve plástica y pare los colores para la multiplicidad de danzas de los corpúsculos. Los oídos miran los sones de caderas y senos mientras los cocos engordan con arenas de pulsaciones nutricias. El hastío se rebela en contra de los relojes y los somete a un eterno presente. La redondez de las mareas se cuadra delante del orgullo coralino de los peces y mis retinas se ríen con una risa que se yuxtapone a las hojas de mariposas. Los manuscritos de Malcolm estornudan y debo convencerlos de que regresen a su libre prisión de cuerdas de arpa. Centelleo con las seducciones de los vocablos, al compás de panderetas pulsadas por monos intuitivos y profundamente sabios. La memoria avanza hacia mis silencios vibrátiles y Malcolm termina por desplegar sus álbumes y sus palimpsestos y el dodo aplaude, transfigurado, cantando en holandés.

 

A mi modo leo y hojeo, por Wilfredo Carrizales

10
Octavio Paz

Doy vueltas y vueltas alrededor de la abierta Paz de Octavio y termino sumido dentro de sus esquinas y dobleces, indagando los signos y los garabatos. Me configuro a las páginas que ascienden y se afilan, reconstruyendo silencios y papeles de raíces. Abro las ventanas y los poemas dicen lo que dijeron diciendo. Hay lumbre entre las arboledas que oscilan y las hojas llamean para no demolerse. Los horizontes acumulan disoluciones y espantan a los sacos de sombras. Paisajes inmemoriales ganan sus discursos elevándose con los verbos entre mugidos de las piedras. Dentro de las calles nadie conversa con la nieve, aunque sólo mis ojos observan. Ahora los arcos se ocultan para ser habitados por pendencias al revés. Vislumbro anotaciones hechas con cuchillos de sol y ellas se desnudan hasta las frases del pozo. Los carpinteros han regresado a las plazuelas y allí silban contra los muros para que abunden las buganvillas. No puede faltar el aire sin cuerpo ni las almohadas que golpean hacia atrás ni el asfalto con su convergencia de lepras. Y Octavio me aguaita desde su trono de visiones. Me licencio ante la vitrina con palabras que quisieron romperse, dispersarse en remotas tablillas. Doyme por enterado del edén subversivo que se perdió al nunca fluir del todo. En la mitad de las cláusulas giro sobre mí mismo y repito las imágenes de multitud de nombres. Antes debo repetir las reglas para los oráculos y las orientaciones que trasladan hasta los epitafios. Y los poemas no son susceptibles de petrificarse, aunque los ronden silabarios de arena. Al cabo, la luna orza su ombligo para que la lengua se allegue a él y cueza su sangre de torbellinos.

 

11
Eliseo Diego

Me alejo para acercarme a la obra de Eliseo Diego y toco su puerta y no me siento extraño. Entonces los textos se vuelven cálidos: están prendidos de un parhelio que no se solapa y quema desde su asimetría caribeña. Rindo viaje entre y a través de sus papeles narrativos y poéticos. Infinitos cangrejos se convierten en mis baquianos y portan fanales por si solloza la bruma del puerto. Escucho el borbotar de los manglares en una localidad que está por inventarse. Aflora la barba de Eliseo y más atrás sus términos expresivos. Lo capto sentimental y la posibilidad de abundar en los territorios donde fantasea, salta y se le engancha a los dedos. Una penumbra de los lunes para todas las semanas se acopla a mi escalinata de troncos de palmas y desde allí rugen unos cortos animales con texturas del papiro, con los colores de las ascuas y las astillas rumorosas. Y los divertimentos hallan su hora de excelencia. Debajo de los tapices su voz balbucea con avidez y yo la esparzo por los jardines atestados de transparencias. Vamos ambos oyendo los ratos del golpetear de las olas y aunque pueda quedarme solo, su despedida permanece y diluvia y subraya estrofas que se amparan bajo escenas que desconciertan al principio, pero que luego atrapan como un caracol con inocencia de viento. Apunto hacia la hierba y desaparece el vacío; sugiero una eternidad y acude un gato dormido y despierto. Ya Eliseo no está a mi lado: ahora va en un ómnibus veteado de oscuridad y corre su risa y con el dedo índice me apunta: “¡Gracias por la fiesta reunida y por la piñata de espejos!”.

 

12
Guillaume Apollinaire

Arrellanados en el sofá amplio de mi biblioteca, con unos alcoholes exquisitos degustados al compás de la fruición, conversamos y leemos en voz alta. Apollinaire llegó con la cabeza vendada y una medalla colgando del pecho. Se cansó del mundo viejo y partió para la guerra y un casco de obús lo deja fuera de combate y el fin del conflicto bélico fue también su final… Mas de eso no quiere acordarse y no desea oír el ulular de las sirenas. Me ruega que hable yo y trastoque sus poemas. A la sazón, lo complazco… Eres azul sin tus compañeros y engendras cenizas que te suben por el gaznate y doran el fondo mediterráneo de tu corazón que crepita entre plegarias. Puedo dibujar tu rostro sobre ágatas y hacer que el espanto se pinte en tus labios hasta el colmo del sollozo. Tú anhelas amamantar a los niños sin fe, aunque tu amante te insulte llamándote crápula. Si llegas a regresar a tu país, hazlo por la acera de enfrente, donde aguardan bidones de gasolina. La esperanza de que contuvieran aguardiente se esfumó. Es preciso recordarlo con asiduidad. El agua corriente ya no suena porque la vida no se le asemeja. Busca en tus bolsillos los antiguos lamentos y arrójalos contra las fachadas de los edificios en ruinas. Después penetra en una taberna y acaricia a la primera puta que te guiñe un ojo. Te advierto que podrías sentirte desgraciado. Tus noches han sido tristes, empero las martirizadas auroras han resultado una buena compensación. (Apollinaire me ha seguido con suma atención y con un gesto de su quijada me recomienda que continúe). La alborada no tardará en temblar y tus ídolos partirán de inmediato y te sentirás impotente y añorarás pasados aquelarres en compañía de desnudas enamoradas con culos de asno. Estás contento en este tiempo y en este sitio y tu destino perecerá cuando el otoño se deshoje por completo, cosa que ocurrirá, más o menos, en unos minutos desenvainados que te halarán junto a tu demencia… No me percaté cuando se puso de pie. Únicamente escuché el portazo que dio al abandonar la biblioteca y salir centelleando tras sus pensamientos que lo ahorcaban.

 

13
Edgar Allan Poe

Mes tras mes parecía estar loco y la enfermedad no le auguraba convalecencia alguna. Poco a poco retorna a mi cubículo y se expresa con amplitud, se desahoga. Admite que la disposición de su espíritu no es lo opuesto al aburrimiento. (El cuentista dice que le han hecho un retrato en un café). Desearía afirmar algún apetito moral para que su mente no se empantane en la lucha espiritual y su capacidad ordinaria para la creación regrese límpida y fervorosa. Respirar con toda la capacidad de sus pulmones es un disfrute inefable. (El cigarro en su boca se bambolea y casi chamusca la punta de su nariz). La gente promiscua se le atraviesa en la calle y él la difumina con la vista. Le parecía que la preocupación no era tan acuciante como para conducirlo de prisa, la impaciencia lo tiraniza de continuo y en ocasiones se siente tan confuso. Mas él se provee como un hombre que supera la impiedad. (Su sonrisa lo distrae y le exagera la fisionomía. Su manera de mirar es similar a la de Charles Baudelaire). No recordaba haber acertado con un modelo de cuento perfecto, aunque el significado abstruso de ello le importaba un bledo. El misterio en las aceras, en las calzadas, en los edificios de habitación, lo enfila a desplazarse hacia la zona oscura del existir. (Un hombre solitario como él circunda siempre la soledad y la amansa hasta convivir con ella). Las noches le resultan variablemente largas y les saca punta para construir un sumario de horrores y siniestros. En una época consideraba a los enanos inciviles y le hubiera gustado trasladarlos a un texto ilegible. Mas no se pudo o no lo intentó. Cree, a pie juntillas, en los destinos fatales y en la sinuosidad de los arcanos y sus fronteras inapresables. Él sabía organizar con esmero el entusiasmo del relato y lo crucial de su ambiente y su desarrollo. La voluntad de dominar sus proyectos literarios lo consumía hasta casi perderlo. “El mal está en el hombre”, recalcaba Poe y él busca el abismo para fundamentar lo grotesco de la existencia humana y la tentación de palpar la putrefacción. Poe lanza un postrero clamor y galopa hacia la aurora de macadam sin haber dulcificado su parla.

 

14
Olga Orozco

Al pie de sus letras se recorre un silencio que farfulla y es elocuente y se repite. Ella entreabre sus días para que no la desampare el olvido. Nuestro encuentro no fue señalado por preguntas, sino por respuestas. Respuestas que descendieron de sus manos a guisa de leyendas con nieblas y con sombras. Esperaba lustros para aferrar el rocío y restituir sus lágrimas abandonadas sobre rocas temerosas. El roce de los musgos le hacía doler las entrañas y la infancia de los muertos. Detrás de las puertas se coronaba de flores y así la invadía el fulgor de imágenes atávicas y un desdén por los árboles frágiles. Después de los mediodías, las primaveras se tornaban lentas y una guarida, dulcemente amarilla, la acogía con todas sus huellas y sus estatuas. En una casa que fue volvimos a dialogar sobre las regiones del alma y sobre los despojos que abandonan los agonizantes. Dentro de los sueños, sus dichas se adentraban en lo remoto y no había pesos ni estertores. Entonces, cuando se trataba del amor escapaban muy pronto las melodías y daban ganas de estar a solas con la tierra. Me confesó que para ella misma era una desconocida, la hija de lo inmutable, que todo lo oía. Nunca se le remuneró el descubrimiento de un reino de fantasmas y además se la quiso sumir en el oprobio. Se lee para ser un extranjero múltiple, ardiendo por sus párpados hambrientos, callando los esplendores de la emoción. La cartomancia jamás advino como sucedánea de la creación y había suficiente tiempo para cazar mariposas y desgarrar sus enigmas. Y la señal de partida puede devorar la quietud, la necesaria paz para la conversa. Carnes desconocidas se trizan de golpe y velan la eternidad de sus combates. Los talismanes se anuncian y arrancan los asientos de piedra. Por los momentos, el ritual es impedido de continuar y acaso llegue una tormenta y entren perros y lobos a la habitación cerrada y debamos acostarnos sin máscaras y con el ruido externo de zarzas.

 

A mi modo leo y hojeo, por Wilfredo Carrizales

15
René Char

Matinales noticias: René Char anda por el campo y desea verme y entregarme sus libros. Llego tarde a la cita, pero encuentro los ejemplares sobre las hierbas, envueltos en furor y misterio. Comienzo a leer mientras un aroma cazador se esparce en torno. Permanezco ante el mundo talando las trashumancias y sedimentando la sangre con gestos. La humedad distingue su sacrilegio de la espalda del poniente. Hay violencias que amenazan con la lobreguez, pero los hierros hurgan dentro de los peligros. Echado, quisiera trenzarme de mimbres y bejuquillos hasta lograr una forma confiable. La frecuencia de la imaginación no me apresura. Entretanto un hechizo me impide envejecer y hallo cobijo debajo de la piel de criaturas del terreno. Mi juventud quedó colgada de una verja que alguien olvidó cerrar. No creo mentir si afirmo que hubo muñecas que acosaban el tránsito de los equinoccios y luego palidecían con los brazos colmados de picaduras. (Un alivio para mi perseverancia: regalo extraído de un extremo de la horizontalidad). Los cuchillos me abordan para que palpe sus filos y después pruebe la inocencia de las frutas. Entonces se acaloran las almendras y un aniversario más se aproxima e ingresa. ¿Cómo alzar el medallón de mi cuerpo hasta la ingravidez absoluta? Desde lo vacuo leyeron lo que leía y ascendieron viajes y persecuciones de libélulas con olores de alfalfa. Los meteoros traerán sus lámparas cuando acabe el día que ahora ignoran. Por todas partes puedo entrever idiotas, egoístas y tiranos. Mas son los viajeros que permanecen invisibles, gracias a su fragilidad, los que me atraen. Hemos de conocer a los ciegos de felicidad, porque sus minutos son puros como poemas erguidos, como anillos sobre los almiares. Los ausentes duermen cobijados por sus paradojas y sueñan con hornos que no traicionan. Acá, al lado de espigas transparentes, las vocales adquieren una preciosidad de flechas y, por eso, se dirigen hacia las alcobas donde las mujeres se confunden entre nacimientos de lozanía y deseos. No se oyen las campanas. Hace calor y los lectores se multiplican y revuelan las hojas con los caracteres bellamente impresos.

Wilfredo Carrizales
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