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Las casas de los escritores

jueves 2 de febrero de 2017
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Los grandes escritores sin proponérselo en ocasiones terminan convertidos en atractivos turísticos de sus ciudades y países natales, al menos sus casas de residencia. Es un hecho que las personas destacadas en las letras, después de un tiempo, mucho o poco, resultan transformados no en monstruos cual cucarachas sino en emblemas nacionales, ¿o acaso uno puede pensar en Praga sin relacionarla con Franz Kafka? Sólo para mencionar un ejemplo.

Se puede realizar un mapa mundial con sus escritores nacionales (dejo la idea para un emprendedor curioso, aunque puede que esa relación geográfica-literaria ya exista). Es evidente que no sólo en la escritura sucede este fenómeno y que hay casas-museo de destacadas personalidades en otras disciplinas tanto políticas, científicas, militares, artísticas y deportivas, pero en el caso de los escritores parece que sus casas tuvieran un atractivo especial. Quizás sea la curiosidad que nos recorre a los seres humanos de hurgar en la intimidad de los demás, especialmente de quienes nos han estimulado la imaginación con sus palabras.

Incluso hay casas dedicadas a personajes ficticios, derivados de la mente de un escritor, lo que resulta aún más extraordinario.  

Un guía turístico chileno estaría incompleto en su formación si no es capaz de detallar las diferentes casas que habitó Pablo Neruda, explicar el motivo del nombre de la Chascona, residencia del poeta en Santiago, o abordar ese barco transformado en casa, encallado en Isla Negra, localidad que no es isla ni negra, pero que se baña en las aguas del Océano Pacífico y se ha convertido en sitio de peregrinaje obligado de lectores y curiosos, que recorren desde los espacios públicos en donde el poeta agasajaba con versos y vinos a sus visitantes, hasta los cuartos privados de Neruda y su gran amor, Matilde Urrutia.

Puede tratarse de las casas de veteranos escritores o de una joven que describió desde su escondite en Ámsterdam todo el miedo que puede experimentar un ser humano, así como también su capacidad de sacrificio, supervivencia y esperanza. Incluso hay casas dedicadas a personajes ficticios, derivados de la mente de un escritor, lo que resulta aún más extraordinario, como la dedicada al gran detective Sherlock Holmes, un encantador sitio en Londres en donde reciben diariamente cartas de admiradores y de algún potencial cliente que desea contratar los servicios de Holmes y del doctor Watson para resolver un misterio familiar.

Hay casas que han sido protagonistas de novelas inolvidables como lo es la finca El Paraíso, que forma un triángulo amoroso con Efraín y María. En la literatura colombiana, la casa aparece como protagonista y escenario de obras emblemáticas. Como lo decía en una reseña que escribí sobre La Oculta, obra y finca de Héctor Abad Faciolince, los colombianos estamos unidos a la literatura en espacios de cuatro paredes, pues aparte de aquellas moradas están La Casa de las dos Palmas y La Mansión de Araucaíma, y no en vano Cien años de soledad se iba a llamar La casa. Seguramente la lista inmobiliaria-literaria en Colombia está incompleta, pero algún piadoso lector puede continuarla.

En el caso de García Márquez, dada la dilatada trashumancia existencial de nuestro genio se podrían tener varias casas, aquí en Bogotá habría que reconstruir la posada en donde se hospedó en su etapa como estudiante de la Universidad Nacional, pero aparte de la mansión en Cartagena de Indias, todos apuntan a su casa natal en Aracataca. De hecho, María del Pilar Rodríguez, investigadora y allegada a los García Márquez, ha diseñado lo que ella llama las rutas macondianas, es decir los diferentes trayectos turísticos que se pueden hacer con el trasegar del escritor colombiano.

Resulta paradójico que una actividad intelectual que se desarrolla en soledad, en la intimidad familiar, termine siendo patrimonio colectivo.  

Una de las casas más entrañables del barrio La Candelaria es la del trágico poeta bogotano José Asunción Silva, en donde algunos aprendices en la resbaladiza disciplina poética nos hemos sentado para escuchar, leer e incluso, algunos osados, recitar algo parecido a la poesía. Hablando de poetas, en el caso del nicaragüense Rubén Darío, no sólo tiene casa sino ciudad, mejor dicho su casa natal, convertida en museo nacional y sitio de interés histórico, está situada en Ciudad Darío, Nicaragua, más explícito no puede ser.

Personalmente le profeso cariño a la actual sede de la Academia Diplomática del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, en donde tuve la bonita oportunidad de trabajar. Aquella casa entre otros dueños tuvo a una pareja de intelectuales sin par, José María Samper y Soledad Acosta Kemble, prolíficos escritores cuya casona era hogar habitual de tertulias y veladas literarias. Ahora son los estudiantes y aspirantes a diplomáticos de carrera quienes ejercitan la mente en sus salones.

Resulta paradójico que una actividad intelectual que se desarrolla en soledad, en la intimidad familiar, termine siendo patrimonio colectivo y en ocasiones, haciendo parte del circuito del entretenimiento de las masas. Así que señores escritores, piensen bien la próxima vez que reorganicen las cosas de su casa, es probable que en cincuenta años esos objetos de su cotidianidad se conviertan en reliquias para quienes disfrutan de la lectura de sus textos, o resulten artefactos curiosos para aquellos que siguen los puntos obligados de una guía turística, así no sepan exactamente de qué se trató su vida y obra.

Dixon Acosta Medellín
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