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Diálogos con Julia (XXVI)
Julia y la objetividad

martes 4 de febrero de 2020
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“Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes” (1771), de Francisco de Goya
No conozco a ningún autor clásico que haya puesto en duda la existencia de Aníbal. “Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes” (1771), de Francisco de Goya
Diálogos con Julia, por Vicente Adelantado SorianoEl escritor español Vicente Adelantado Soriano nos presenta estas conversaciones con la lúcida y culta tía Julia, una mujer de alrededor de noventa años que igual discurre sobre temas universales como los prejuicios o las leyes, que sobre otros más cotidianos como los regalos, el cine o la moda. Una mujer, como declara el autor, de otros tiempos.
Y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y nonada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición no les hagan torcer el camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir.
Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

No solamente voy a casa de Julia porque es familia mía, porque es una persona encantadora, mayor, y porque vive sola. Lo hago, de muy buena gana, porque, dejando de lado todo lo anterior, me encanta su conversación, su afán por seguir leyendo, y aprendiendo, y por su eterna juventud y simpatía. Siempre ha sido una delicia estar con ella, así que no desaprovecho la más mínima ocasión. Aquella tarde pareció haberme leído los pensamientos pese a que los malinterpretó.

—¿No te cansas nunca de venir a verme? —me preguntó tras los besos de rigor—. No sé. Tal vez estarías mejor con gente de tu edad, con alguna que otra mujer…

Yo siempre he sospechado que aquello de Lope de Vega de hablarle al pueblo en necio era un subterfugio para no calentarse mucho el caletre.

—Los de mi edad viven muy atareados, Julia; además, se pasan el día hablando de partidos políticos y de elecciones, de lo que ha dicho el necio jefecillo de esta formación, y lo que ha negado el de la otra. Es muy aburrido. Y el otro asunto, las mujeres, mejor lo dejamos estar.

—Como quieras. No obstante, reconozco que no te falta razón: en la tele, las veces que la conecto porque no aguanto más horas leyendo, siempre están a vueltas con lo mismo: con los políticos y sus ocurrencias, a cual de todas más necia. Digo yo que podían montar algún programa científico, o cotidiano, y que apareciera algún médico contando avances en la medicina, o en la física… O alguien que hablara con un poco de sentido común.

—¿Y quién vería esos programas? ¿Dos chiflados como nosotros?

—Por algo se empieza —me replicó sonriendo—. Yo siempre he sospechado que aquello de Lope de Vega de hablarle al pueblo en necio era un subterfugio para no calentarse mucho el caletre. Y no es que sus comedias no tengan arte, artificio y todo cuanto quieras. Pero cansan. Sí, ya sé que tenía que alimentar a muchas mujeres, como también sé que la televisión tiene que ganar audiencia para pasar anuncios, y etc., etc., para dar de comer al personal. Siempre hay justificación para un crimen.

—Eso está claro. Y quizás el problema que tenemos nosotros es que pasamos demasiado tiempo leyendo.

—No. El problema es el deterioro de la persona, el cansancio de los ojos, o de la mente. Ese es el problema.

—Es una forma de verlo. Como sabes, hay otras.

—Sí, es verdad: siempre hay otra forma de ver las cosas. Y puede ser que una sea complementaria de la otra. Aunque a veces eso no es así. Sí. En algo, por ejemplo, de lo que dijiste el otro día, tienes toda la razón del mundo. Sin lugar a dudas. No hay discusión posible.

—Me estás asustando. Espero no haber dicho ninguna tontería.

—No. Afirmaste que Benito Pérez Galdós es un gran defensor del latín. Y sí, tienes razón. Tengo por ahí una revista de estudios galdosianos que dedica todo un capítulo al asunto. Es cierto. A lo largo de muchos Episodios nacionales demuestra su cariño e interés por el latín. En esa revista se repasan todas las ocasiones en las que habla de él, de la necesidad de su estudio, y son muchas. He releído, aprovechando la coyuntura, algunos de esos Episodios.

—¿Y te parece adecuado lo que dice? ¿Es fiable como historiador?

—Es un excelente novelista. Y por lo tanto, te diría que también refleja muy bien la sociedad del momento. Sí, creo que es enteramente fiable como cronista. Aunque sobre lo del latín, tengo mis dudas.

—Nunca le ha interesado mucho al común de los mortales, no es un secreto. Quizás no podía ser de otra forma.

—Tampoco le ha interesado mucho al clero, no creas, pese a que el latín ha sido, hasta hace poco, su lengua oficial y de cultura. Las palabras que tú citaste el otro día que, por cierto, son del discípulo de don Narciso Vidaure, un clérigo, les van a tener sin cuidado a muchísimos curas de este país.1 De hecho creo que no había clero peor preparado que el del suelo patrio durante el siglo XIX. Y Galdós lo denuncia una y otra vez.

Son cosas, además, eso de los negacionistas, que no tienen mucho interés. Me parece más interesante centrarnos en otros aspectos de la historia. En su objetividad, por ejemplo.

—¿Y no le ha salido ningún negacionista? —le pregunté sonriendo—. ¿Alguien que ponga en duda todo cuanto dice don Benito? ¿O su propia existencia?

—En su época tuvo sus detractores. Recuerda que no le dieron el premio Nobel por intrigas de unos y otros. Hoy quizás no tenga detractores ni negacionistas porque nadie, o muy pocas personas, lo leen.

—Hace tiempo tuve una conversación con un amigo sobre este tipo de personas. Me invitó al cine. Me llevó a ver una película en la que un pretendido historiador niega la existencia de las cámaras de gas nazis. Este amigo me invitó porque, al final de la película, aparece la estatua de una reina que luchó contra los romanos, Boudica, y quería saber qué pintaba en la película. Nada. Un guiño. Un pequeño homenaje de la abogada protagonista del film. Nada más. Y como no había mucho que rascar, dimos, al amor de la película, en hablar de los negacionistas.

—Es una moda que viene tras la Segunda Guerra Mundial, ¿no?

—No lo sé. No me he parado a estudiarlo. Pero, desde luego, no conozco a ningún autor clásico que haya puesto en duda la existencia de Aníbal, el asedio de Numancia, la destrucción de Sagunto o la dictadura de Sila.

—Quizás sea porque esas historias quedan muy lejanas, no les interesa más que a tres o cuatro y, desde luego, no va a levantar ninguna polvareda. Sin olvidar que se puede volver en contra de quien lo niegue.

—Son cosas, además, eso de los negacionistas, que no tienen mucho interés. Me parece más interesante centrarnos en otros aspectos de la historia. En su objetividad, por ejemplo.

—Con la iglesia hemos dado, Sancho. ¿Existe eso?

—Seguramente no. Pero, cuanto menos, debemos acercarnos a ello lo máximo posible, ¿no te parece?

—Partiendo siempre de la base de que existe eso de lo que vamos a discutir. No vayamos a debatir sobre el sexo de los ángeles.

—No. Dejemos a los sexadores tranquilos, que últimamente también han crecido como los hongos tras un día de lluvia.

—Pues adelante. ¿Crees que existe la objetividad?

—Tal vez no exista, o sea del todo imposible. Ahora bien, debemos hacer lo imposible por acercarnos a ella. Mira, recuerdo una vez, siendo muy joven, que fui al teatro a ver Antígona. Antes de la obra, el director de la misma, en una sala, nos habló de su montaje, y de lo que suponía para él la pobre muchacha.

—Yo siempre he creído, y me parece que Galdós también iba por ahí, que el teatro es una buena herramienta para mostrar la subjetividad de todas las opciones, y que todas tienen su parte de razón.

—Si lees los trágicos griegos con detenimiento es lo que aparece enseguida. Pero, según aquel bendito director, Antígona, y ya te puedes imaginar que no entendió nada, era una niña pija, una hija de papá que se subleva contra las leyes porque se estila o se lleva. Una contestataria con sombrero de paja.

—Un enfoque típico de aquella época.

—Efectivamente. Despojada de dioses, de sus leyes, de los muertos y de lo que significaban… No, Antígona no es lo que pretendió aquel director de escena… Hay que estar siempre en guardia… Yo también creí, durante muchísimo tiempo, que Catilina era muy malo, y que Cicerón era el no va más de los buenos gobernantes y republicanos.

—No me extraña: bien que se encarga él de anunciarlo a bombo y platillo.

—Él y Salustio. Tal para cual. Pero la historia de Catilina, y de las sublevaciones de aquellos años, es más que las opiniones de estos dos, que son más inteligentes que los negacionistas, ¿cómo negar la existencia de Catilina? Lo que hacen es tergiversar la historia. Sutil y arteramente.

—Y por supuesto lo hacen a favor suyo.

—No podía suceder de otra forma. Tanto Cicerón como Salustio, optimates, no van más allá de lo que consideran una conjura por parte de Catilina para hacerse con el poder. Nunca se plantean qué cosas o causas han originado que existan hombres como los Graco, los Catilina y demás, sin olvidar a Espartaco.

—¿Y no hubo ningún historiador en aquella época que diera otro enfoque?

¿No te parece que al final todo termina por saberse? Sí, ya sé que me vas a decir que qué más da.

—Ya sabes quién escribe la historia y quién hace las películas.

—Tienes razón. Por eso precisamente es interesante leer las novelas. Si son buenas, reflejan el ambiente de su época, y pueden dar muchas pistas sobre lo que piensan otras personas.

—En Roma no se escribían novelas. Pero tenemos la poesía, el teatro. Y la mitología. Pero, claro, hay que saber leer entre líneas.

—Siempre hay que hacer eso. No todo es tan fácil como negar los hechos o las evidencias.

—Sí, son muy burdos quienes lo hacen. Salustio es mucho más fino que ellos, y mucho más que Cicerón. Éste, como el pez, muere por la boca. Ahora bien, en ningún momento dice que, en la conjura de Catilina, descubrió los entresijos de la misma, por un rijoso, una adúltera y por todo un sistema de corrupciones y corruptelas al que tal vez, y digo tal vez, tanto los Graco como Catilina quisieron ponerle fin.

—¿No te parece que al final todo termina por saberse? Sí, ya sé que me vas a decir que qué más da. También Galdós descubre un reguero de corrupción, denuncia los pecados de una parte de la Iglesia, y ahí estamos. Como para llevar a los niños a catequesis.

—O para afiliarlos a un partido.

—Sancho diría que quien no quiera polvo que no vaya a la era.

—Esa es la ventaja de hacerse mayor, aunque te duelan los ojos si estás más de cuatro horas leyendo. Ya no hace falta desplazarse.

—Nada es fijo ni inmutable. Pero las cosas no son según el cristal con que se miran. ¿O sí?

—Pues por una parte qué quieres que te diga, y por la otra qué te voy a decir.

—En ese caso, hagamos la cena, que tripas llevan pies.

—Así sea.

 

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Notas

  1. Las palabras citadas son: “Me enseñó el latín a machamartillo, porque, según él, es el latín la madre de todas las enseñanzas, y única escuela segura del buen gusto. El latín, decía, no sólo hace hombres eruditos, sino buenos ciudadanos, personas sociables, finas y amenas…”. Benito Pérez Galdós, Mendizábal, capítulo VIII.
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