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Diálogos con Julia (XXXIV)
Julia y las biografías

martes 31 de marzo de 2020
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Miguel de Cervantes cautivo en Argel
Es una verdadera necedad seguir a quienes acusan a Cervantes de homosexualismo porque se escapó no sé cuántas veces de sus raptores. Cautiverio de Cervantes en Argel. Imagen: Centro Virtual Cervantes
Diálogos con Julia, por Vicente Adelantado SorianoEl escritor español Vicente Adelantado Soriano nos presenta estas conversaciones con la lúcida y culta tía Julia, una mujer de alrededor de noventa años que igual discurre sobre temas universales como los prejuicios o las leyes, que sobre otros más cotidianos como los regalos, el cine o la moda. Una mujer, como declara el autor, de otros tiempos.
No hay cosa manoseada que no se desluzca.
Juan de Zabaleta, Día de fiesta por la tarde.

Llegué a casa de Julia cargado con un par de libros. Seguía ella con su interés por Cicerón. Éste, como es sabido, chocó con César y se plegó a él. Tuvo problemas con aquel triunvirato en la sombra, César, Craso y Pompeyo, y con muchos senadores. Julia estaba un tanto intrigada por las actuaciones de Cicerón. No le importaba que hubieran pasado dos mil años y pico de todo aquello. Decía que siempre se pueden sacar enseñanzas del pasado.

—Yo creo además —me dijo cogiendo los libros— que toda biografía se actualiza por sí misma. Quiero decir, que hay hechos tal vez incontrovertibles; pero otros, la inmensa mayoría, siempre son cuestionados. Y cada época los ve de una forma distinta. Te diría incluso que aquellos que parecen inamovibles son criticados y juzgados.

Siempre queda, como mínimo, el esqueleto de ese algo. Y sí, cada época lo reviste con las carnes y los atuendos que son propios de ella.

—Eso es lo que han aprovechado algunos estudiosos para decir que nada existe, que todo es creación del momento y que, desaparecido el momento, desparece esa realidad y se crea otra distinta. Todo es ficción, por lo tanto.

—Yo no sería tan radical. Creo que siempre queda, como mínimo, el esqueleto de ese algo. Y sí, cada época lo reviste con las carnes y los atuendos que son propios de ella, pero nunca puede olvidar los huesos que hay bajo los nuevos trajes.

—Ese es el problema que siempre me ha angustiado a mí: la poca memoria, o el gran esfuerzo que supone tener una mínima noción de algo. Por regla general, cuando lees un libro, una biografía por ejemplo, y luego añades otra, del mismo personaje, se te olvida la primera, y te quedas con lo que dice la segunda. Ojalá se pudieran retener todas, y ser capaz de contrastarlas en tanto vas caminando, por ejemplo.

—Seríamos unos fenómenos.

—Sí. Tal vez. Siguiendo con tu metáfora de los vestidos, sería algo así como ver al mismo tiempo el esqueleto y todos los ropajes que le han puesto. Lo cual, insisto, nos daría una idea aproximada de la época que los ha confeccionado, y hasta del esqueleto en sí.

—El esqueleto te puede informar, es increíble cómo ha avanzado esta ciencia, de lo que comía la persona, del trabajo que realizaba, y hasta de la enfermedad de la que murió. Pero, claro, si buscamos saber qué pensaba, qué sucedió en realidad cuando dice esto o hizo aquello, comienzan los pareceres.

—Y tantos son los bachilleres, tantos son los pareceres. ¿Tú crees que habrá alguna forma de saber la verdad?

—Yo creo que sí, aunque sea por aproximación. Además, ten en cuenta que si una persona se contradice, mucho más lo va a hacer quien lleva una vida pública, y tiene que adecuar ésta al momento y a las circunstancias.

—Por eso lo mejor es no creerse nada de cuanto dicen los políticos.

—Creo que deberían aprender a estar más tiempo callados y en sus despachos. Pero la tiranía del voto, de la democracia, les exige estar en el candelero sempiternamente.

—Es cierto. Y de verdad me asombra, cada vez más, cómo los tiempos se parecen unos a otros. En la época de la república romana, a quien ansiaba hacerse con el poder, llegar a una magistratura, al consulado por ejemplo, no le interesaba lo más mínimo alejarse de Roma, hacerse cargo de cualquier provincia lejana, pues alejado de Roma, y más en aquella época, dejabas de existir, te convertías en un desconocido sin más opciones que el anonimato.

—También hay personas que dicen, actualmente, que si no estás en las redes sociales, no existes.

—Efectivamente. Ahora bien, todo es relativo. Quiero decir que según lo que quieras hacer, “vivirás” esta vida o aquella. Es decir, estarás vivo para estos o para aquellos.

¿Sirve la tendencia sexual de Cervantes o de César para explicar su obra?

—Y serán ellos quienes te juzgarán.

—Por supuesto. Y añade a eso que dejas tú, caso de Cicerón o de César, una obra escrita. Entonces el lector del futuro se enfrentará al texto, a su interpretación, a lo que dijeron los contemporáneos, y a lo que han ido añadiendo las distintas épocas. Y entonces, surge la pregunta final: ¿quién fue Cicerón?, ¿quién Julio César?

—A pesar de cuanto digas tú, yo creo que sí que podemos tener una idea bastante aproximada de los personajes. Se puede contestar a esa pregunta. Tal vez haga falta un punto de escepticismo, no dejarse arrastrar por nada, y reconocer que toda visión y toda época, por supuesto, tiene sus intereses, y sus puntos de mira.

—Eso es innegable.

—Bueno, pues hay que saber colocarse por encima de los montones de tierra, o alejarse de ellos. Mira, hoy en día es difícil, muy difícil, ver una película o leer una novela en la que no aparezcan escenas de sexo, homosexuales, lesbianas y de todo. Ayer empecé a ver una serie, y no era de ciencia-ficción, o sí, vete a saber, en la que un policía, del FBI para más señas, se hace amante del sospechoso, y provoca los celos de otro policía… La forma de llevarlo todo me pareció penoso. Eso mismo me ha hecho pensar que es una verdadera necedad seguir a quienes acusan a Cervantes de homosexualismo porque se escapó no sé cuántas veces de sus raptores y, en contra de la costumbre de éstos, no recibió ningún castigo. ¿Fue Cervantes el amante de algún aprendiz de sultán? Yo siempre lo he dudado.

—Era otra época, pero de eso mismo acusaron a César, “el marido de todas las mujeres, y la mujer de todos los maridos”. Como ya hemos dicho en más de una ocasión, no te puedes fiar de estas cosas.

—Independientemente de que te fíes o dejes de hacerlo, hay otra cuestión: ¿sirve la tendencia sexual de Cervantes o de César para explicar su obra?

—No. Creo que no. Por lo menos en el caso de César no tiene ninguna relevancia.

—En el caso de Cervantes tampoco. Hay otros elementos más curiosos, más discutibles, pero que no nos van a llevar a ningún puerto seguro. Por ejemplo, ¿estaba Cervantes de acuerdo con la expulsión de los moriscos decretada por el rey? El morisco Ricote, en la obra, defiende esa expulsión. Pero, ¿no te resulta extraño que un morisco defienda que lo expulsen de su patria?

—Hay gente que muerde la mano que le da de comer, y viceversa. También muchos galos, hispanos incluso, lucharon a favor de los romanos y en contra de sus aldeas y vecinos. Ahora bien, habría que analizar por qué lo hicieron. Y aquí comienzan las interpretaciones, y, a veces, las falsedades interesadas. Recuerdo que leí, hace muchos años, que hubo una reunión para dirimir si Numancia se debía entregar a las legiones o debía seguir luchando. Pues bien, en una de esas reuniones se cuenta que estuvo presente Viriato. Y éste dijo que con tanta discusión las tribus se estaban pareciendo a aquel hombre de media edad que se casó con dos mujeres, una joven y otra mayor. La joven le arrancaba las canas para que no pareciera viejo, y la vieja le esquilmaba los pelos negros para lo contrario. Entre una y otra lo dejaron pelado.

Quizás sea éste quien tenga razón: las personas no somos de una pieza.

—Muy agudo.

—Sí, muy agudo. Pero ¿dijo eso Viriato? Es una sátira de época romana…

—Podía ser algo así como los cuentos propios del folklore. Pero, además, vuelvo a insistir: ¿es eso importante para conocer la vida de Viriato? Su obra habla por él: luchó contra Roma hasta la muerte. ¿Leer en aquella época un pastor lusitano o de Jerez? Lo dudo. Lo dudo mucho.

—¿Cómo era entonces Cicerón, o cómo era César? Con tanto manosearlos, los hemos deslucido. Hay autores, Mommsen por ejemplo, que lo desprecia hasta límites indecibles. Otros lo consideran bastante bien, y en esa biografía que te he traído, de Carcopino, hay una cierta objetividad: César y Cicerón aparecen en claroscuros.

—Quizás sea éste quien tenga razón: las personas no somos de una pieza. Aunque debo reconocer que Cicerón se pone un poquito pesado con sus pretendidas aportaciones a la República.

—Es publicidad, autopublicidad. La misma que se hace César cuando escribe sobre la guerra civil o la guerra de las Galias. Él es siempre el bueno y el inteligente. Y la verdad es que masacró a poblaciones enteras.

—Cosa que han hecho todos los imperios, por otra parte. Yo nunca he entendido tanta alabanza hacia Alejandro Magno. Muertes, muertes y más muertes. Los imperios se alimentan de las guerras. Además, los tiempos van cambiando. Y no se puede pretender gobernar Roma como si todavía fuera el pueblacho de pastores comandado por los hermanos criados por la loba. Y mejor hubiera sido… pero no podemos cambiar la historia.

—Sí. Ahí se equivocó Cicerón. O, mejor dicho, luchó y se esforzó por quienes no iban a ocupar el poder. Y no lo hizo por el senado, ni por la República, sino por los caballeros, por los banqueros y demás…

—¿Es eso así —me preguntó sonriendo— o una interpretación tuya?

—Buena pregunta. Sinceramente, creo que fue así, pero no te lo puedo decir con rotundidad, ni mucho menos.

—Cojámoslo todo con pinzas. Y deleitémonos con una breve y sencilla cena.

—Sí, que empiezo a tener hambre.

 

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