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Diálogos con Julia (LXI)
Julia y el latín

martes 6 de octubre de 2020
Julia y el latín, por Vicente Adelantado Soriano
El latín y el griego nos enseñan elegancia en la dicción y en la escritura, amén de un conocimiento más cabal de nuestra lengua y de nuestros fundamentos.
Diálogos con Julia, por Vicente Adelantado SorianoEl escritor español Vicente Adelantado Soriano nos presenta estas conversaciones con la lúcida y culta tía Julia, una mujer de alrededor de noventa años que igual discurre sobre temas universales como los prejuicios o las leyes, que sobre otros más cotidianos como los regalos, el cine o la moda. Una mujer, como declara el autor, de otros tiempos.
No hace tanto tiempo que el Latín era la lengua culta universal y la lengua de la Iglesia. En Latín escribieron Newton y Linneo, en Latín se enseñaba en las Universidades. Colón y los misioneros llevaron el Latín a América. Y del Latín viene la lengua española por antonomasia, el Castellano, y las otras lenguas españolas, el Catalán y el Gallego. Y el Griego está vivo en el vocabulario científico y, en realidad, en todas las lenguas de cultura. Y ello porque la Ciencia comenzó hablando en Griego.
Francisco Rodríguez Adrados, Humanidades y enseñanzas.

Hay cosas, yo también tengo mis manías o prejuicios, sobre las que no me gusta discutir: no conducen a nada. No obstante, como he observado en repetidas ocasiones, lo importante no es el tema de la discusión sino con quién se produce ésta. La polémica, entonces, puede resultar enriquecedora. Presté oídos, pues, a cuanto me dijo Julia, aunque el asunto, lo confieso abiertamente, no me atraía lo más mínimo.

—Una vieja compañera del instituto —me dijo sonriendo— me ha enviado un artículo sobre el latín, sobre la polémica que su desaparición está generando de nuevo.

—Ya sé —le respondí de mala gana— a qué artículo te refieres.

—¿Lo has leído?

—Muy por encima encima. Me molesta que se insulte a la gente. Y este autor encabeza el artículo soltando la lindeza que no podía faltar.

—Sí. Tienes razón: está a la orden del día faltar el respeto al contrincante o a quien no piensa igual que nosotros.

Lo malo de hoy en día es que a nadie, al parecer, le interesa la lengua o la literatura. Y cuando les interesa, a veces, es peor.

—En el fondo lo que oculta tamaña actitud es la falta de argumentos. Y hay muchos argumentos, muchísimos, para luchar por el latín y por el griego. Sin necesidad de insultar a nadie.

—Me imagino que el enfado de este hombre vendrá por la supina ignorancia de los ministros y de quienes dirigen las consejerías de educación.

—No es una justificación.

—Tienes razón. No lo es. Sí, hay muchas formas de decir las cosas. Cuando yo era joven había un programa en la televisión, en blanco y negro en aquella época, que se titulaba Encuentro con las artes y las letras. El programa estaba bastante bien. Recuerdo que un día entrevistaron a Camilo José Cela. Quiso saber el entrevistador porqué Cela utilizaba tantos tacos en sus escritos. Éste respondió que no se imaginaba a un sargento de la Legión diciendo mecachis o algo parecido.

—Valiente tontería. En todos los libros de Tito Livio, centrados en guerras y más guerras, en los de Julio César, más guerra, Tucídides, Heródoto y demás, no leerás, nunca, ni una palabra mal sonante. El arte es una convención, claro que lo es. Y mímesis. Pero, como dice Aristóteles, hay que imitar a los mejores. No hace falta soltar lindezas para hablar de las bestialidades de la guerra.

—Me llamó la atención, por eso mismo, que en todos los Episodios nacionales de Galdós no haya más que un taco.

—Hay muchas formas de decir las cosas, como has dicho tú. Y de escribirlas. Y sin duda el latín y el griego nos enseñan elegancia en la dicción y en la escritura, amén de un conocimiento más cabal de nuestra lengua y de nuestros fundamentos.

—Lo malo de hoy en día es que a nadie, al parecer, le interesa la lengua o la literatura. Y cuando les interesa, a veces, es peor. He oído opiniones, tópicos más bien, sobre la lengua, que hacen que te sangre el corazón.

—Te podría llenar varias libretas con todas las impropiedades que se han dicho sobre el estudio o no del latín y del griego. Pero no vale la pena. No vamos a perder el tiempo con estas cosas.

—¿No crees que le deberíamos dedicar algo de atención?

—¿A ti te parece que el estudio del latín y del griego es importante?

—Sí, claro que sí. Y me gustaría saber astronomía y música…

—¿Para qué vamos a discutir entonces? Yo pienso igual que tú. A mí todo esto me recuerda el famoso mito que narra Protágoras. Cuenta éste que los hombres, en un principio, eran presa de los animales, que los devoraban. Se reunieron entre ellos para defenderse, pero al no tener noción de la política, se atacaban unos a otros matándose entre sí. Entonces Zeus ordenó a Hermes que les diera a éstos el sentido del pudor y de la justicia. A todos por igual. Así nadie se podía librar de sus obligaciones para con la ciudad… No dijo Zeus que ese pudor fuera extensible a otros ámbitos.

Por aquí, por este pedazo de tierra, todo el mundo hablaba de lenguas y dialectos como si en toda su vida no hubiera hecho otra cosa que estudiar lingüística.

—Ya. Y aquel mandato a Hermes se ha ido degradando con el tiempo. Sin embargo, no veo mucha participación ciudadana en los asuntos del Estado. Quizás por eso mismo, por la escasa calidad de nuestra democracia, es por lo que han surgido todo tipo de voces…

—Puede ser esa una explicación. Otra es que se están confundiendo muchos términos. Y sí, democracia quiere decir que todos los votos valen lo mismo. No que fulanito o menganito estén capacitados para opinar de aquello que ni conocen. Ya sabes que aquí hay gente que se lee la solapa de un libro de Kant, y te habla de él como si lo conociera de toda la vida.

—Sí, así es —me concedió Julia sonriendo.

—Pues ahí tienes la Gran Explicación de por qué el latín y el griego han dejado de ser importantes, o los quieren eliminar de la enseñanza.

—Explícate, por favor.

—Lo que te voy a decir no sirve para ninguna polémica, ni discusión ni para nada. Es lo que me sucedió a mí, y que está muy alejado de cuanto se busca y se promociona. El estudio del latín y del griego, ya llevo algún tiempo metido en harina, me ha enseñado no sólo los fundamentos de la lengua, sino también otra cosa no menos importante: la humildad. Por cierto, la raíz de humildad es humus, en latín, la tierra. No voy por el éter. Para qué te voy a contar las horas de rabia, de lágrimas contenidas porque no conseguía entender una frase, una oración. La insistencia, la búsqueda por diccionarios, gramáticas, y la frustración de no entender nada… Y el empecinamiento. Quería saber latín y griego. Y sabía, y sé, que no se me iba a dar por ciencia infusa. Todo eso me hizo comprender la vastedad de una lengua, la imposibilidad de llegar a conocerla a la perfección, lo poco que somos…

—Y mientras por aquí, por este pedazo de tierra, todo el mundo hablaba de lenguas y dialectos como si en toda su vida no hubiera hecho otra cosa que estudiar lingüística. Qué pena que el sentido del pudor y de la justicia, que nos infundió Hermes, no se extendiera también a estos términos. A hacernos comprender que hay cosas sobre las que no sabemos nada, y que es mejor callarse o estudiarlas. Ahora, en los tiempos que corren, todos son epidemiólogos.

—Eso, saber, requiere esfuerzo. Como el estudio del latín, del griego, o de cualquier otra disciplina. Vivimos, además, en una sociedad falsamente hedonista. Abocada a un necio Carpe diem que, precisamente, le hace olvidar las cosas más importantes de la vida.

—Esa es una hermosa contradicción. Gozar, gozar por encima de todo. Y gozar es hacer aquello que no me supone ningún esfuerzo.

—Vuelvo a insistir que ahí es donde reside el error. Si ves, por ejemplo, los exámenes de latín de la famosa prueba de acceso a la universidad, te entrará la risa: a los alumnos les dan el vocabulario para que no se molesten en buscar en el diccionario, con lo cual la traducción casi la tienen hecha. Añade a esto que el examen está plagado de erratas, pese a que lo han revisado tres o cuatro universidades…

—¡Dios mío! ¿A dónde hemos llegado?

—A un sitio donde todo lo placentero consiste en no hacer nada. O en hacer lo mínimo. Al enorme desconocimiento del diálogo de Herakles con las dos mujeres: una le promete comer sin estar saciado; la otra le ofrece hacerlo cuando esté rendido de sudar en busca de la areté. Ya sabes el camino que se ha escogido, y para el cual hay todo tipo de justificaciones.

—Imagino que así se darán cuenta de que no vamos a ninguna parte.

—Pero para entonces quien ha diseñado esta historia, que le ha dado tan buenos resultados, ya habrá desaparecido. Y, ya sabes, después de mí, el diluvio.

—¡Qué falta de solidaridad! Me recuerdan a esos constructores faltos del más mínimo de los escrúpulos. Edifican en secos barrancos o viejas torrenteras, basándose en que las previsiones de lluvia dicen que éstas van a ser escasas durante los cien próximos años. Pero si fallan los pronósticos, como ha pasado con el coronavirus, entonces nadie quiere saber nada de los destrozos, los muertos y los desaparecidos.

—Siempre he pensado que la educación y la virtud son las que nos hacen huir de estas cosas. Pero, claro, éstas, como el latín, no están de moda, no se llevan.

—Pues que se apliquen las leyes.

—¿Qué leyes? Pleitos tengas y los ganes. A mí, francamente, me horroriza caer en manos de la ley. Se ha dicho, literatura clásica, que el gobernante debería legislar para conseguir buenos ciudadanos. Pero con las leyes no se consigue eso. Eso se logra mediante la educación. En un sentido amplio. Y ahí griegos y romanos tienen mucho que decir y mucho que aportar. Pero no interesa.

Los antepasados están un tanto desprestigiados. Ahora, querido, se lleva la juventud. Como si ésta no fuera a pasar.

—Todo cuanto está sucediendo es verdaderamente ridículo. En vez de reivindicar el legado de los romanos, se van ahora, un partido político, al menos, a celebrar la batalla, ni más ni menos, que de las Navas de Tolosa.

—Una pena que no se hayan leído la Ilíada y les dé por celebrar la caída de Troya.

—Eso no lo celebrarán porque nada tiene que ver con este sufrido país.

—Bueno, pues pueden celebrar la batalla de Munda, de Illerda, o las que quieran. O la llegada a Valencia de Pompeyo, alias Carnifex, el carnicero. Dejó una buena muestra del porqué de su nombre. No sé por qué tenemos que celebrar nosotros la llegada de nuestros tatarabuelos a América, y no la de los romanos a la península. Gracias a ellos, le pese a quien le pese, hablamos como hablamos y pensamos como pensamos. Y ya sabes, Roma conquistó a Grecia y, a su vez, Roma fue conquistada por Grecia. Toda nuestra civilización, la que recordamos, y la que quieren que olvidemos, viene de ahí.

—Los antepasados están un tanto desprestigiados. Ahora, querido, se lleva la juventud. Como si ésta no fuera a pasar.

—Es raro, además, el joven con el que se puede discutir: no atienden a razones. Son más dogmáticos que la Inquisición en plena Edad Media.

—Es una forma de defenderse, ¿no crees?

—Sin lugar a dudas. Por eso yo ya no discuto con ellos. Bueno, ni con ellos ni con nadie.

—¿No te han preguntado sobre la importancia o no del latín?

—Muchas veces. Al principio me enardecía y lanzaba mil y un argumentos. Era inútil. Hoy cuando me preguntan para qué sirve el latín, les contesto que para nada. Es como estudiar integrales o números irracionales, añado. Yo no he oído nunca en el mercado que una docena de huevos valga la raíz cuadrada de 4,50, verbigracia.

—Pero si queremos tener puentes y edificios sólidos…

—Y si queremos tener una sólida y buena cultura…

—¿Y para qué sirve eso?

—Tal vez para generar buenas personas. Algo que tampoco está muy bien visto.

—Bien. Pues hagamos una buena cena para dos simples mortales.

—Que me place.

 

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