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Diálogos con Julia (LXIII)
Julia y la justicia

martes 20 de octubre de 2020
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Edipo en Colono
Edipo es el héroe inocente que carga con una maldición. No obstante, hay un momento en que podía haber roto con ella. Edipo en Colono (1788), de Jean-Antoine-Théodore Giroust
Diálogos con Julia, por Vicente Adelantado SorianoEl escritor español Vicente Adelantado Soriano nos presenta estas conversaciones con la lúcida y culta tía Julia, una mujer de alrededor de noventa años que igual discurre sobre temas universales como los prejuicios o las leyes, que sobre otros más cotidianos como los regalos, el cine o la moda. Una mujer, como declara el autor, de otros tiempos.
Tal como ahora están las cosas, todo va bien, incluso lo que va menos bien.
Sófocles, Electra.

—A mí —le conté a la paciente Julia aquella calurosa tarde, sin más miras que hablar con ella— lo que me inclinó a la lectura fue la soledad.

—Ya sabes —me respondió sonriendo— que los caminos del Señor son infinitos.

Las conversaciones con Julia podían derivar en serias reflexiones. Me animé un poco.

—Dejando de lado a la divinidad, yo veo que el hombre, en realidad, no es nada. Algo parecido a un puñado de paja: va a donde el viento lo lleva.

—Siempre le queda la última palabra.

—¿Tú crees? Si me das a escoger entre el libre albedrío, tan predicado por los cristianos, y el destino humano, en manos de los dioses, según los griegos, me quedo con esto último.

No creo que matar a alguien sea un destino, ni algo descontextualizado. Se escoge el asesinato por infinidad de causas o de cosas.

—Entonces —me dijo sorprendiéndome— la justicia no tiene razón de ser. O en todo caso, se tendría que aplicar a los dioses, y no a los pobres mortales.

—¿Y qué otra cosa enseña la tragedia griega? Ni a Edipo, Electra, Orestes, Egisto, etc., los juzga ningún tribunal: son ellos mismos quienes se imponen los castigos y los aceptan. Unos castigos, además, dignos de dioses: sobrepasan, con mucho, al que podían imponer unos jueces.

—Hay algunos, es cierto, que cogidos en falta se suicidan. Y tal vez su delito no era para tanto. No obstante, la inmensa mayoría de los humanos se justifica y se perdona los crímenes más atroces. Las tragedias son cosas de familias no muy bien avenidas, pero poderosas. Yo hablo del común de los mortales.

—Siempre me ha resultado difícil meterme en la cabeza de un suicida. Y de un corrupto. No es la pena de cárcel, es la vergüenza ante amigos, parientes, el público, el hartazgo… O no sabían dónde se metían, o bien pensaban que lo suyo era algo sin importancia, una travesura de críos. Hasta que se han percatado de lo contrario.

—No creo que los corruptos se puedan comparar con los niños. Es algo más serio, menos inocente, más de idiotas. De descerebrados incluso. De corruptos hasta la médula. Nada de inocentes. Malas personas.

—A mí estos asuntos me desconciertan. Te lo digo en serio… Creo que no se puede juzgar a un hombre fuera de su época. Hay que contextualizarlo.

—Mira, corrupción y engaños, crímenes y asesinatos, han existido siempre. Y no creo que matar a alguien sea un destino, ni algo descontextualizado. Se escoge el asesinato por infinidad de causas o de cosas. Igualmente se podía haber escogido otra vía, otra salida. Y por lo tanto el castigo, por muy duro que nos parezca, está bien impuesto. Y dejémonos ya de pamplinas.

—No lo sé. Tengo mis dudas. La tragedia griega…

—Lo mismo se plantea, o se decía, falsamente, que se planteaba, en la novela naturalista: Emilia Pardo Bazán arremetió contra Émile Zola porque no entendió, o no quiso entender, lo que era el naturalismo. Sí, aquella necedad de que en un medio determinado, y con unos padres determinados, no podía salir nada bueno. Los hijos eran herederos de las taras de los padres. De una prostituta y un borracho, no podía salir más que un ser degenerado. No había elección. Las novelas de Zola, mal que le pese a Pardo Bazán, no son eso. Son mucho más profundas. Pardo Bazán entendió lo que le interesó. Y la tragedia griega, también.

—¿Te parece que son visiones interesadas? ¿El naturalismo de Pardo Bazán y la tragedia griega?

—Es lo que siempre me ha parecido el libro de esta mujer, La cuestión palpitante. No es comparable, desde luego, con la tragedia griega. Ni de lejos. Pero…

No conozco ese libro. No creo, no obstante, que Edipo sea una visión interesada. O por llevarlo al cine, ya que tanto te gusta, todas esas películas ambientadas en barrios marginales donde la pobreza, el desarraigo y la falta de perspectivas están a la orden del día. Y que necesariamente llevan al robo, al crimen y la silla eléctrica. No veo la visión interesada por ninguna parte.

—Yo borraría lo de necesariamente. No conozco la literatura griega con tanta profundidad como la puedas conocer tú. Pero a veces tengo la impresión de que centrados en una tesis, no veis o no podéis ver otras cosas. Sí, de acuerdo, Edipo es el héroe inocente que carga con una maldición. No obstante, hay un momento en que podía haber roto con ella. Me refiero a la escena en la que se encuentra con su padre en un camino. No lo conoce. Discuten y lo mata. Es la típica discusión que se puede producir en cualquier semáforo entre dos conductores. Edipo se deja llevar por la ira, por la rabia, por la desmesura, y termina matando al rey y a los soldados que lo acompañan.

Yo creo que siempre, todos, tenemos una noción del bien y del mal.

—¿Y si estaba predeterminado a ello?

—¿Por quién? ¿Por los dioses, por Sófocles o por el Naturalismo? Sí, de acuerdo. Hay medios de los que es difícil salir, como pintan algunas películas de las que señalas tú. Y es ahí donde debería actuar la justicia. Ésta se debería preocupar, como la medicina preventiva, por la justicia social, por el reparto equitativo de la riqueza, por que todo el mundo tenga lo necesario para vivir y para poder mandar a sus hijos al instituto y a la universidad. No lo hace. De forma que la justicia sólo es punitiva.

—Si desde pequeño te acostumbran a la violencia, ves a tus padres pegarse, gritarse, incluso agredirse, ¿cómo vas a reaccionar de mayor?

—Me estás saliendo tú muy determinista. Yo creo que siempre, todos, tenemos una noción del bien y del mal.

—De acuerdo. No te digo que no. Pero en algunos casos es muy difícil hacer aflorar esa distinción.

—¿Tú crees que existe el mal? No me refiero al mal metafísico, sino a las personas malvadas. Y por ellas entiendo aquellas que hacen el mal a sabiendas, que anteponen su interés a todo lo demás, que perjudican al prójimo en beneficio propio. Léase políticos y demás.

—Claro que existe. No es que crea en él, es que lo veo todos los días. Por regla general cuando ciertos políticos abren la boca. ¿Cómo pueden consentir, ellos y el rey, tener los sueldos que tienen mientras hay gente que se está muriendo de hambre? ¿Cómo pueden mentir tanto?

—Sabes que muchos de ellos no nacieron en esos medios. Se han enriquecido con la política o con turbios negocios, o robando directamente. Nadie los ha empujado a ello. Se han corrompido en un medio nada marginal.

—Es un decir. Sabes que la sociedad premia…

—¡Por Dios! No me salgas con esas justificaciones.

—Lo siento. Perdóname. Pero no olvidemos lo que premia la sociedad…

—Es posible —dijo Julia sonriendo con dulzura— que sea ahí donde esté el problema. Y no, no me malinterpretes: no te estoy acusando a ti. Quizás todo sea debido a un problema de ignorancia, entendiendo por tal la interpretación errónea de los hechos, o interesada, que para el caso es lo mismo.

—¿Y nos olvidamos del medio?

—Hagámoslo por un momento. ¿No te parece que lo prudente en Edipo hubiera sido, ya que le ha dicho el oráculo que matará a su padre, abstenerse de matar a nadie? Él tira por el camino fácil, por abandonar a quienes cree sus padres, que, en realidad, no lo son. Está bien. Es un primer paso, un tanto absurdo si hubiera comenzado por el final. El final, el importante, lo que cuenta, debería haber sido vivir sin matar, reprimir la ira, contenerse. Y no lo hace. No lo hace.

—A veces resulta difícil hacerlo.

—Claro. Por supuesto. Es un aprendizaje, como todo. Y aquí es donde aparece el destino. Que no es otra cosa que una elección, como todo en esta vida. Si un día te detienes, piensas en lo que vas a hacer, y eres capaz de contener la ira, el odio, la rabia, al siguiente día te será más fácil hacerlo. Y llegará un momento que tú mismo te habrás hecho de una determinada forma. Habrás creado tu propio destino. Tu forma de ser.

—Sí, pero el medio…

—¿El medio te ha obligado a ti a leer? El otro día me dijiste que te aburriste soberanamente leyendo la Ilíada. ¿Por qué seguiste leyendo? Nadie de nuestra familia se ha leído un libro en su vida. Nadie te empujó a hacerlo.

—¿Nací con una cierta predisposición para ello?

—Y para matar a tu padre. Nadie nace con predisposición a nada.

—De ahí la importancia del medio… Lo malo, y perdona por la insistencia, es que hay gente que no puede salir de él o que, cuando lo hace, es ya demasiado tarde. Sí, debería haber una justicia preventiva, pero ¿tú crees que con los politicastros que tenemos se puede lograr eso?

—Yo creo que lograremos eso, y más, el día que nos olvidemos de los políticos. Si ello es posible, que me temo que no.

—Sí, pero habrá que legislar.

—¿Eso no lo hacen los jueces? Hay que cambiar el sistema. Y es muy fácil, déjame que sueñe: se puede regir un país igual que se rige una junta de vecinos. Una gestora… es muy complicado, evidentemente. Yo tampoco sé darte soluciones. Pero eso no quiere decir que cada uno de nosotros no sea capaz de solventar sus problemas, de distinguir entre el bien y el mal y de obrar en consecuencia. Eres tú quien elige entre este camino o aquel sendero. Y nadie más. Bien es cierto que algunas personas lo tienen más fácil que otras, pero siempre se puede escoger. Aunque a veces es terriblemente complicado. Lo sé. Y tanto que lo sé. Tuve alumnos que terminaron muy mal.

—No hay animal más pobre y mísero que el hombre… Cada vez soy más partidario de Paris: éste abandona el campo de batalla, en los momentos en los que se está decidiendo el destino de Troya, y se va en busca de Helena para llevársela a la cama. Mientras, los demás, invocando a los dioses, con la ayuda de unos y de otros, se están despedazando y haciéndose trizas ante los muros de la ciudad. Eso, hoy en día, le hubiera costado a Paris un consejo de guerra. Y el paredón. Es difícil, y a veces muy peligroso, abandonar lo que todos creen que se debe de hacer. Pero lo curioso del caso es que Homero no reprocha la acción a Paris. Ni tampoco le preguntan a Helena si quiere quedarse en Troya o volver a Esparta.

Educación libre y gratuita. Es la mejor justicia que hay. Pero, claro, hay muchos intereses de por medio.

—Claro que no se lo preguntan. Los griegos lo que quieren, y desean, como muchos ahora, es la guerra: estar allí banqueteando, de juerga y francachela, y muriendo por una estupidez llamada honor o memoria o posteridad. Y mueren los de siempre, no lo olvides. Evidentemente sobraban esclavos en Grecia y en Roma: si aquellos reyezuelos hubieran tenido que trabajar sus tierras, otro gallo nos cantara. Además, dime, ¿reconocerías a Aquiles si lo vieras por la calle?

—No, no lo reconocería. Y si interpreto bien lo que quieres decir, es cierto que éste luchó y murió por la gloria. La gloria. Valiente entelequia. ¿Quién se acuerda hoy de Aquiles? Y aunque me acuerde, o deje de hacerlo, ¿de qué le sirve a él? ¿Y de qué le sirve a la patria la sangre derramada en tantas y tantas guerras?

—Los molinos de viento y los descomunales gayanes son más viejos que el mismo don Quijote. A veces la humanidad parece el burro persiguiendo la zanahoria.

—Sí. Pero siempre es la misma zanahoria, muerte y destrucción. Más nos valdría ser un poco más virtuosos y perseguir otras metas. Hablo de la virtud en el sentido griego.

—Ni guerras ni imposibilidades de salir de ningún destino. Educación libre y gratuita. Es la mejor justicia que hay. Pero, claro, hay muchos intereses de por medio. Y siempre hay alguien que pone la zanahoria, y legiones que van tras ella embobados. No les llega para más. O no quieren llegar a más.

—En eso te doy la razón. Pero una educación más humanitaria y menos falsamente pragmática. Aprender a apretar tornillos es cuestión de unas pocas horas, y hacerse persona es cuestión de toda una vida.

—Efectivamente. Así que sigamos cultivando el jardín. Quiero decir que cenemos un poco y bebamos con moderación. Y que vaya todo bien, incluso lo que va menos bien.

—Los dioses te oigan. Pero hay fuerzas, muchas y potentes fuerzas, que se van a oponer a ello.

—Sabido es. Pero nunca nos podrán quitar nuestra paideia.

—Ni el dolorido sentir. Cenemos zanahorias.

—Alguna hay por la nevera.

 

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