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Diálogos con Julia (XL)
Julia y la democracia

martes 12 de mayo de 2020
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Julia y la democracia, por Vicente Adelantado Soriano
Votaron a Hitler, igual que ahora votan a Trump, o a los impresentables que tenemos en este corralón lleno de sol, Valle-Inclán dixit.
Diálogos con Julia, por Vicente Adelantado SorianoEl escritor español Vicente Adelantado Soriano nos presenta estas conversaciones con la lúcida y culta tía Julia, una mujer de alrededor de noventa años que igual discurre sobre temas universales como los prejuicios o las leyes, que sobre otros más cotidianos como los regalos, el cine o la moda. Una mujer, como declara el autor, de otros tiempos.
Cuando Demarato el espartano fue invitado a pedir un regalo, y pidió entrar en Sardes coronado con una mitra igual que los reyes, Mitropaustes, que era sobrino del rey, dijo tocando la tiara de Demarato: “Esta mitra no tiene cerebro que cubrir; y tú no serás Zeus aunque cojas un rayo”.
Plutarco, Vidas paralelas (Temístocles)

Acompañé en su día a Julia a votar, tal y como me lo había pedido. Depositadas las papeletas en las urnas, ni camino de casa, ni nunca jamás, hablamos de a quién habíamos votado cada uno de nosotros. Era un asunto que no tenía la menor importancia. Aparte de eso, confiaba tanto en Julia como ella conmigo. Los necios, eso lo sabíamos sin hablarlo, quedaron excluidos de nuestras opciones. Por otra parte, rara vez hizo algo Julia sin pensarlo ni meditarlo concienzudamente. Con cierta frecuencia, además, se cuestionaba muchas cosas.

Tal vez sea mejor pensar en la democracia como una forma de gobierno en la que los ciudadanos, el pueblo, el demos, vota una vez cada cuatro años a unos determinados sujetos, y luego estos sujetos hacen lo que les da la gana.

—¿Tú crees —me preguntó aquella tarde nada más entrar en su casa— que hoy en día es posible la democracia?

—Yo creo —le respondí sonriendo— que nunca ha sido posible. O tal vez lo fue en un primer momento, cuando se pasó de una situación a otra, de la tiranía a la democracia, que, dicen, era más justa.

—¿No te parece irónico que hoy, cuando nadie utiliza la palabra pueblo, puesto que ahora no se habla de él, sino de la ciudadanía, se siga utilizando el término democracia? ¿No sería mejor utilizar ciudacracia o algo así?

—Es un chiste muy flojo, Julia —le respondí sonriendo.

—Tienes razón: es muy malo. Y suena muy mal, además. Pero lo que trato de decir es que ha cambiado la situación, pero no la palabra. No sé. Quizás aquí la etimología no sirva de nada. Tal vez sea mejor pensar en la democracia como una forma de gobierno en la que los ciudadanos, el pueblo, el demos, vota una vez cada cuatro años a unos determinados sujetos, y luego estos sujetos hacen lo que les da la gana.

—Tal y como lo planteas, nada tiene que ver con la etimología, pero sí con lo que sucede. Como ya hemos dicho en más de una ocasión, las palabras se desplazan. Y, a veces, de poco o de nada sirve la etimología. Por ejemplo, ahora que estamos en un momento en que todo se tiene que poner en femenino: todas y todos, bienvenidos y bienvenidas, los ciudadanos y las ciudadanas, etc., nadie ha caído en la cuenta de que la palabra virtud tiene en su raíz el término vir, hombre en latín. El día que se den cuenta igual nos hablan de feminitud, o de algo parecido. Vete a saber.

—Y, sin embargo, la etimología sigue siendo importante, ¿no te parece?

—Por supuesto que lo es. Y también el conocimiento de la historia, el momento en el que nació dicha palabra. No hace mucho leí que la democracia nació como consecuencia de las guerras. La aristocracia, como sucedía en un principio, por sí sola no podía sostener ya unas guerras cada vez más largas y más costosas. Tuvo que participar más gente. Y éstos, como consecuencia de esa participación, arrancaron a los aristócratas parcelas de poder. Y de ahí surge la democracia. El clásico do ut des.

—Evidentemente fue un avance. Participaban más personas en el gobierno de la ciudad. Y en la guerra.

—Sí, si lo examinamos teniendo en cuenta la cantidad, fue un avance. Pero pronto, muy pronto, se pusieron de manifiesto las limitaciones de este nueva forma de gobierno. Y se hizo a través de una votación. Se reunió el pueblo para votar el ostracismo de Arístides. Éste se hallaba entre los reunidos en el ágora. Y escribió su nombre en el óstrakon, o trozo de teja, a petición de un labrador que no sabía ni leer ni escribir, ni falta que le hacía. Preguntado de por qué pedía el ostracismo para Arístides, el labrador le respondió que estaba harto de oír hablar de sus bondades.1

—¡Qué pena que la gente no se harte de oír hablar de las necedades de otros! A lo mejor, así desaparecían ciertos nefastos programas de la televisión.

—Eso no lo vas a conseguir nunca en la vida. Toda creación humana es mejorable. Nada hay inmutable por muy bueno que, en un momento dado, nos lo parezca. Y a mí, nacido bajo una dictadura militar, me pareció una maravilla la democracia española nacida en 1978, creo. Me reí entonces de Sócrates y de su negativa a que su voto tuviera el mismo valor que el de un zapatero. Pero entonces, cómo no, estábamos ilusionados. El pueblo, en aquella época todavía se utilizaba esa acepción, iba a votar, iba a escoger a sus dirigentes, que no eran otra cosa que unos administradores de la cosa pública. Y administraron tan bien que comenzó la corrupción, o siguió. ¿Qué, no te da risa?

—Sí. Ya me la dio en su momento. Sabes que siempre he tenido un toque de escepticismo. Aunque los momentos dramáticos vividos en aquellos momentos, asesinatos y muertes varias de dirigentes o abogados laboralistas, hicieron que se me helara la risa en la garganta.

—Los extremos se tocan: a la ingenuidad de unos respondió la bestialidad de otros, no menos ingenua por muy blasfemo que ahora esto te pueda parecer. Ni una cosa ni otra ha servido para nada. El pueblo, salvo contadas excepciones, sigue siendo tan bestia e ignorante ahora como lo era entonces. Y a los otros animales se les pasó la época de las asonadas.

—No obstante, ha habido cierta tendencia a santificar al pueblo. A exculparlo de cuanto ha acontecido. No hace mucho estuve viendo un documental sobre la II Guerra Mundial. Me llenó de congoja ver cómo un campesino ruso apaleaba a un judío por el simple motivo de ser un judío, y porque aquello, en aquel momento, estaba bien visto por las autoridades y lo podía hacer impunemente. Un imbécil. Y como él, no lo olvidemos, hubo millones. Votaron a Hitler, igual que ahora votan a Trump, o a los impresentables que tenemos en este corralón lleno de sol, Valle-Inclán dixit.

—Eso es cierto. Se le echa la culpa a los gobiernos, cuando son los gobernados quienes los escogen o votan. Además, desde la instauración de la democracia en el país, siempre me he hecho cruces de la gente que llega al poder. ¡Dios! Por regla general son un hatajo de memos, con tanta preparación académica, tanta cultura y tanta educación como el más animal de los sargentos chusqueros que me tocó soportar en la mili.

—Creo sinceramente, siguiendo tu razonamiento, que muchas de las personas, por llamarlas de alguna forma, que están en política, lo están porque saben que ni van a sacar una oposición de nada, ni van a ocupar ningún lugar de relevancia, y que allá donde vayan, en busca de un trabajo, no van a pasar, en el mejor de los casos, de chico de los recados. Así que ver a un chico de los recados de alcalde o de concejal, cuando no ocupando cargos de más enjundia, no hace sino traer a la memoria un refrán que firmaría el bueno de Sancho: “El que de servilleta sube a mantel, no te fíes de él”.

—Sí, pero lo gracioso, o lo que a mí me asombraba, utilizo el imperfecto, es que en los partidos políticos dejen medrar a semejantes inútiles. Claro, yo mismo me respondo, colubra non parit restem. Es decir, ya que te gustan los refranes, de tal palo, tal astilla.

Si tienen ambiciones y no tienen ganas de hacer nada, ¿qué mejor que un partido político donde hasta se pueden falsificar currículos y decir enormes sandeces y tonterías que luego defenderán tus conmilitones a capa y espada?

—¿Y literalmente?

—Que una serpiente no pare una cuerda.

—Efectivamente. Y dicho a mayor abundamiento, por si acaso, no con quien naces, sino con quien paces. Y aquello, en la inmensa mayoría de los casos, debe de ser un gallinero donde todos se colocan para vivir de la teta del Estado. Muchos sin más méritos que ser hijos de o hermanos de o queridos de… Creo que me comprendes.

—Totalmente.

—¿Y qué solución le ves al asunto?

—Ninguna. No veo ninguna salida. Todos los sistemas de gobierno son imperfectos porque lo es el hombre. Y éste, salvo contadas ocasiones, es lo más mezquino, cruel y vengativo que se mueve sobre la faz de la tierra. Y además está contento y satisfecho de serlo.

—¿Tú crees? A mí, a veces, me dan pena algunos políticos cuando salen por la televisión defendiendo cosas que son indefendibles, mintiendo y desmintiéndose… Imagino que acabarán todos con úlcera de estómago o con un cáncer de caballo.

—No creas. Tienen las entrañas como la cara: de cemento armado. De no ser así, tienen una fácil salida: se renuncia al cargo, y ya está.

—Claro. Y se va de chico de los recados.

—¿Y qué problema hay? ¿No puede ser feliz un chico de los recados? ¿No puede ser virtuoso un conductor de tren o de autobús?

—Por supuesto. Eso nadie lo niega. Pero si tienen ambiciones y no tienen ganas de hacer nada, ¿qué mejor que un partido político donde hasta se pueden falsificar currículos y decir enormes sandeces y tonterías que luego defenderán tus conmilitones a capa y espada?

—Ese el otro problema: en este país tenemos demasiada gente luchando por el bien común. Por regla general, ineptos que jamás se cuestionan a ellos mismos.

—¿Y qué podemos hacer? Ya, ya lo sé: nada, seguir viviendo, leyendo y estudiando. Y soportarlos como una vaca soporta a una mosca cojonera.

—Te iba a contestar que, de vez en cuando, la vaca le encuentra utilidad a su rabo y logra una cierta tranquilidad. Supongamos que éste puede ser la educación. Pero tanto tú como yo hemos sufrido varias reformas educativas. No han servido más que para bajar los niveles. Añade a eso que los padres quieren que los hijos aprueben, y que no les compliquen la existencia. Y que éstos son hijos de aquéllos… Yo pondría a Salustio, entre otros, como lectura obligatoria. Provocaría la protesta de padres, madres, abuelos y directores varios. Ni lo leerían ni lo entenderían. No hay nada que hacer. Y una vez más, querida Julia, me vas a permitir que te traiga a colación a Séneca, un autor que los de extrema derecha califican de español, pero que no leen ni leerán porque ni escribía en español, ni aun así lo comprenderían: Nemo est casu bonus: discenda virtus est. Es decir: nadie es bueno por azar: hay que aprender la virtud.2

—Lo mismo se puede decir de la honestidad y de la educación.

—Tú lo has dicho. Y Salustio.

—Es decir, tenemos democracia para rato.

Habemus papam. Y el Señor esté con nosotros.

—Pues vayamos todos a la cocina, y yo la primera.

 

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Notas

  1. Plutarco, Vidas paralelas, Arístides.
  2. Séneca, Epistulae ad Lucilium, 123, 16.
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