

¡Triunfe el bien, al fin, sin confusión alguna! Que de los muchos bienes que se ofrecen este es, sin duda, aquel que yo prefiero.
Esquilo, Agamenón.
—¿Sabes lo que te digo? —le dije a Julia aquella tarde sin apenas darle tiempo a que me saludara, como hacía siempre—, que tal vez tengamos razón; que tal vez Jacqueline de Romilly, cuando habla de Grecia, de la lucha de este pueblo contra la violencia, está idealizando la Grecia clásica y pintándola con bellos colores; pero, de verdad, en serio, te lo juro, prefiero con mucho sus posibles ensoñaciones a este vergonzoso mundo que nos ha tocado vivir.
—Hombre —me repuso ella—, comprendo, y me imagino que por ahí van los tiros, que estés irritado por todo cuanto está sucediendo con los emigrantes recogidos en alta mar, pero una cosa no justifica la otra.
—Yo no he dicho eso. Más bien estoy haciendo hincapié en que estoy harto de cuando está sucediendo, de la pasividad de unos y de otros; y, para acabarlo de arreglar, de las burlas de algunos mequetrefes políticos españoles, y no españoles, que deben tener tanta inteligencia como buenos sentimientos.
Estamos dejando morir cientos de personas en alta mar. Medea al lado de estos fue una aprendiz de bruja.
—Es un asunto del que ya hemos hablado en múltiples ocasiones: muchos de esos políticos se meten en los partidos porque no sirven para nada. Allí con llevar cafés y hacer fotocopias se va ascendiendo. E inútil hay que ha llegado a presidente del país sin más méritos que los descritos. Bueno, con eso y con un poquito de corrupción.
—Y lo más gracioso de todo —insistí yo— es la pasividad de la Unión Europea. Por la estupidez de un ministro sin más ideas que las que transporta el aire que recorre su escuálido cerebro, por los intereses criminales de otros, y las bromas de algún que otro descerebrado, estamos dejando morir cientos de personas en alta mar. Medea al lado de estos fue una aprendiz de bruja.
—No te exaltes. No vas a lograr nada.
—Yo creo —seguí centrado en mi obsesión— que la Unión Europea debería cambiar su himno. En vez de ser El himno a la alegría, música de Beethoven, deberían poner Dies irae, el día de la ira. Creo que es más apropiado.
—Si con eso se solucionara algo —me dijo Julia sonriendo bondadosamente.
—Tienes razón. Perdona. He llegado aquí como una fiera desbocada.
—Somos humanos. Es normal que te indignes. O que nos indignemos.
—¿Sabes? Estoy releyendo todas las tragedias griegas que tengo por casa. Me he comprado alguna versión nueva para estar seguro de lo que dicen; algunos pasajes son muy oscuros, no sé si por culpa de la traducción o por mi escasa inteligencia.
—Han pasado muchos años. Muchas veces se pierde el sentido de las palabras.
—Sí. Pero otras cosas, actitudes y razonamientos, parece que no pierden ni un ápice de actualidad. A raíz de las desgraciadas declaraciones de ese tipo, político él, cómo no, que hablaba de los emigrantes recogidos en alta mar como de personas bien alimentadas, y que parecía, en su desmesurada bocaza, que estaban haciendo un crucero por el Mediterráneo y no huyendo de la guerra, el hambre, la miseria y la muerte, me he tropezado con un fragmento de Áyax, tragedia de Sófocles. Y es curioso. Muy curioso. Me ha llevado a replantearme el concepto de humanismo y de humano.
—Habría que replantearse tantas cosas —respondió con tristeza Julia—. Recuerdo que cuando era muy jovencita me compré un pequeño librito, de color blanco, Rimas, de Gustavo Adolfo Bécquer. En la contraportada estaba la definición de clásico. Si no recuerdo mal era “aquello que es digno de imitación”. Y sí, pensé años más tarde, releyendo las Rimas, hay autores actuales que imitan a los pasados, pero es porque los problemas son los mismos o similares.
—Pero en algunos casos cambian las soluciones.
—Y en otros el elocuente silencio y el negro olvido, una forma como otra cualquiera de tapar las vergüenzas, lo cubre todo. No, no estoy desvariando. A mí siempre me ha producido una cierta inquietud la respuesta de Cervantes ante la expulsión de los moriscos entre 1609 y 1613. Me refiero concretamente a la respuesta del moro Ricote. Éste acepta el hecho de la expulsión… Tal vez Cervantes, con él, se estaba cubriendo las espaldas. Pero ¿has pensado alguna vez en lo que supuso aquello? Los moriscos eran tan españoles como el mismo Cid o don Quijote. Dejados en las costas de África era como si nos dejaran a nosotros ahora en Marte… Y eso cuando conseguían llegar a tierra. Desalmado hubo que los metió en barcos desahuciados que se hundieron nada más comenzar la travesía. Tras haberles cobrado el peaje, por supuesto. Esta es una historia de la que nadie habla. Murieron ahogadas millares de personas, otras fueron robadas y saqueadas en los caminos, pues todos debían dirigirse desde sus pueblos a Valencia para ser embarcados. En el camino sufrieron todo tipo de humillaciones… Por desgracia, nada nuevo bajo el sol.
Siempre habrá personas con un mínimo de piedad. No lo entiendas en sentido eclesiástico.
—¿Y no hubo ningún desalmado que se riera de la situación? ¿Que considerara aquello un peregrinaje con travesía por el mar incluido?
—No me consta. Debería haber seguido investigando. También me llamó la atención que la Iglesia no denunciara el hecho. Pero, claro, ésta estaría contentísima: se quitaba de encima a la oposición, a los enemigos de Dios.
—Se estaba cumpliendo el lema de los Reyes Católicos: un gobierno, una lengua y una religión.
—Desde luego. Esa manía de los políticos de unificarlo todo.
—Más que unificarlo, parece que su modelo es el de aquel bandido de los montes de Tesalia, Procusto. Todos iguales aunque sea a costa de deformar a unos y amputar a otros.
—Tarea vana: siempre habrá personas con un mínimo de piedad. No lo entiendas en sentido eclesiástico.
—No, no lo entiendo así. Más bien lo entiendo como filantropía, o la pietas romana.
—Me gusta más lo de la filantropía. Pero fíjate, otra cosa que me llamó la atención de la expulsión de los moriscos es que ésta se produce recién terminado el Renacimiento, con sus ideas de humanismo y todo lo demás. Aunque, claro, el humanismo hay que entenderlo como una actitud hacia las letras, latín y griego, que no hacia el hombre que sufre.
—Efectivamente. Aquello de Homo sum humani nihil a me alieno puto, queda muy bien para traducir en clase; pero nada más… Dejemos esto. Esa matización que has hecho sobre el Humanismo —dije asombrado ante las palabras de Julia— es la que establece Jacqueline de Romilly en uno de sus libros. Para ella, en contra de universidades, estudios y estudiosos, el Humanismo no fue una “invención” del Renacimiento. Fue una actitud que surgió en Grecia en el siglo V a. C. Y que hoy en día, creo, se ha perdido totalmente. Nos hemos vuelto muy egoístas. Los largos años de paz, muy mal aprovechados, un cierto bienestar, más la sociedad de consumo, nos han hecho creer que somos dioses, que todo lo controlamos, y que todo es nuestro, y no de los otros. El concepto de filantropía ha desaparecido.
—Como sabes —dijo hablando con una enorme dulzura— soy muy aficionada al cine. Y de rebote a alguna que otra serie televisiva. Pues bien, el otro día pude ver una serie que me ha gustado. Se titula La voz más alta. Habla del mundo de la televisión en Estados Unidos. Es ésta la que encumbra a Donald Trump a la presidencia… Hay una escena que me puso los pelos de punta, dejando de lado toda la hipocresía, los abusos sexuales por parte del cabecilla de la cadena televisiva, y algunas cosas más. En dicha escena el energúmeno de Trump, ante millares de personas, está clamando por elevar un muro entre Estados Unidos y México. Dicho esto por él se ve a la gente gritando y coreando que levante el muro. Esa escena, que apenas dura unos segundos, me dio una pena terrible. Y miedo.
—Creo que el concepto de filantropía nace cuando el hombre se percata de que nada humano le es ajeno porque todo le puede suceder a él. Es mejor, pues, ayudar a quien sufre porque el día de mañana puedes estar tú en su misma situación. Hécuba, Andrómaca, etc., pasan de ser reinas y princesas de Troya a unas simples esclavas obligadas a plegarse a los caprichos de sus amos, y de las señoras de éstos. Troya ya no existe más que en sus pobres mentes de viudas que, además, han visto morir, sacrificados, a sus propios hijos.
—Es terrible, desde luego.
Creemos que nuestra situación va a durar para siempre. Y le hemos entregado el poder a unos personajes que, en fin, esperemos que domine la sensatez.
—Por eso me ha llamado la atención, y he venido hecho una furia, enterarme de las declaraciones de ese necio politicastro español en contra de los emigrantes, que, según él, iban de crucero, y estar leyendo, al mismo tiempo, la tragedia de Sófocles.
—Cariño, hace largo tiempo que me tienes intrigada.
—Resumiendo: la diosa Atenea se lleva muy mal con Áyax, quien, a su vez, es enemigo declarado de Ulises. Cuando muere Aquiles, ante Troya, los héroes sortean su armadura, hecha por el dios Hefestos, y regalo de su madre Tetis. La armadura, por el valor demostrado en la guerra, debería corresponder a Áyax, pero es Ulises quien se la lleva con sus sempiternas añagazas. Áyax enloquece, se enfrenta con sus enemigos, y cuando cree haberlos matado, se percata de que ha estado luchando contra un ganado de vacas…
—Como don Quijote.
—Talmente. Pero éste, recuperada la razón, se suicida. Y aquí viene lo bueno: Atenea, diosa de la sabiduría, lo persigue más allá de la muerte. Y lo humilla y degrada en el Hades. Y es entonces, o antes, no recuerdo, cuando llama a Ulises, su protegido, para que se burle de su enemigo. Y en ese momento, en ese preciso momento, surge la filantropía. Dice Ulises: “No obstante su animadversión —leí en el libro que había sujetado en mis manos durante todo este tiempo— lo compadezco, desdichado, por cuanto que es víctima de un trastorno cruel, en el que no veo en absoluto su condición sino la mía propia. Pues compruebo que nosotros cuantos vivimos no somos otra cosa más que apariencias o sombra vana”.1
—Hermosas palabras. Y sí, es posible que tengas razón. Creemos que nuestra situación va a durar para siempre. Y le hemos entregado el poder a unos personajes que, en fin, esperemos que domine la sensatez.
—Lo dudo. Y cada día más. Pero esperemos. Y mientras, ¿qué te parece si hacemos algo de cenar?
—Me parece estupendo. Aliviemos un poco este negro pesimismo.
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