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Diálogos con Julia (XXXV)
Julia y la resaca

martes 7 de abril de 2020
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Julio César
Un imperio, y Roma lo era, se alimenta de sus propias guerras. Y César las emprendió. Busto de Julio César en el Museo Nacional de Arqueología de Nápoles. Fotografía: Carole Raddato
Diálogos con Julia, por Vicente Adelantado SorianoEl escritor español Vicente Adelantado Soriano nos presenta estas conversaciones con la lúcida y culta tía Julia, una mujer de alrededor de noventa años que igual discurre sobre temas universales como los prejuicios o las leyes, que sobre otros más cotidianos como los regalos, el cine o la moda. Una mujer, como declara el autor, de otros tiempos.
El propósito muda el sabio; el necio persevera. A nuevo negocio, nuevo consejo se requiere.
Fernando de Rojas, La Celestina.

Mi querida tía abuela Julia llevaba un ritmo de lectura que yo no podía seguir. Ella tenía todo el día libre, disfrutaba de una envidiable vista, y yo estaba ocupado, y se me cansan los ojos más de lo debido. Hablar con ella, pues, es, y era, un doble placer.

—¿Qué entiendes tú por resaca? —me espetó aquella tarde nada más abrirme la puerta, dándome los dos consabidos besos. Uno en cada mejilla.

—Así a bote pronto —le respondí caminando por el pasillo— te diría que es el malestar que se produce tras una noche de borrachera, o algo similar. No te habrás ido de picos pardos por ahí, ¿no? —bromeé.

Estamos demasiado viciados por esa manía de ver o buscar una sola causa para un acontecimiento, o varios. Y no, hay muchas.

—Sí —me dijo riéndose en tanto se sentaba en su butaca—, he llegado a casa a las siete de la mañana. He estado toda la noche de discoteca en discoteca mareando a muchos hombres. Pero en los ratos libres, fíjate si soy buena, leía los periódicos. Y pensaba en ese chico que me tiene comido el seso.

—¿Se llama Cicerón por casualidad?

—Sí y no, pues por su culpa he caído en brazos del otro, de Julio César, al que estoy siguiendo muy atentamente. Cicerón se ha quedado un poco olvidado, pese a las relaciones que tuvo con César. Y a pesar de ser él quien me lo ha presentado, por decirlo de alguna manera.

—Fue de los que se alegraron de su asesinato. Creo recordar que Bruto, alzando el cuchillo, con la sangre de César goteando por su hoja, gritó su nombre. Como si le ofreciera un sacrificio humano.

—No sé hasta qué punto aquella muerte, y las anteriores guerras, fueron inevitables. Pero está claro que ni Bruto ni Cicerón, ni otros muchos, quisieron enterarse de que los tiempos habían cambiando, y que la República, tal y como ellos la entendían, hacía años que estaba muerta y enterrada.

—Eso mismo, lo de la muerte de la República, comencé a sospechar yo. Aunque me he cansado de oír y de leer que fue la ambición de César la que terminó con ella. Y evidentemente cuando sucede algo así es porque ha habido una larga preparación. Y muchos hechos, grandes o pequeños, que han llevado a ese fin.

—Cierto. Estamos demasiado viciados por esa manía de ver o buscar una sola causa para un acontecimiento, o varios. Y no, hay muchas. Por supuesto que siempre hay ignorancias interesadas y cegueras buscadas, pero si se indaga un poco, la realidad es muy variada y muy diversa. Por ceñirnos a la literatura, habría que leer Guerra y paz, o La Celestina, para ver la variedad de enfoques, las caras del prisma si quieres. La realidad no es plana como un cristal de una ventana.

—Está claro. Pero eso tiene también una parte, no sé si negativa o positiva: después de haberlo analizado todo, de tener en cuenta mil y pico de circunstancias, no sabes a qué carta quedarte. Quizás nos falte tiempo o una mente distinta para comprender la complejidad de las situaciones. No lo sé.

—Sigo pensando, y aquí está el gran error de algunos sistemas educativos, que la literatura, la filosofía y el teatro son los grandes aliados para acercarse a esa complejidad. Y la historia, por supuesto.

—Estamos barriendo para casa.

—No es esa mi intención. Pero cierto es, como has dicho antes, que la mente tiene sus limitaciones, y la vida más. Y siempre, a lo largo de ésta, tenemos que escoger… Pero no te puedes ni imaginar la de veces que he lamentado no tener una buena base científica. Me he quedado con ganas de estudiar astronomía, de saber algo de física y de matemáticas y de…

—Es imposible. Por desgracia tenemos que escoger. Si algún día se consigue un elixir para llegar a los ochocientos años teniendo la mente despejada y el cuerpo en buen estado…

—Creo que aun así nos faltaría tiempo. Por lo tanto ciñámonos a lo que tenemos. Y vuelvo a la pregunta inicial. ¿Qué entiendes por resaca? Ya me has contestado antes. Yo lo he consultado en el diccionario de María Moliner. Me quedo con la cuarta acepción que es la que me interesa por ahora: “Sensación de aturdimiento o confusión que sigue a la experiencia de un acontecimiento que ha provocado alegría u otra emoción muy intensas (sic); la resaca de la victoria electoral”.

Cada día, leyendo y viendo cuanto acontece, entiendo más la famosa frase de Erasmo, te cito de memoria: “Vale más la peor de las paces que la mejor de las guerras”.

—¿Y de qué resaca me vas a hablar —le pregunté maliciosamente—, de la positiva o de la negativa?

—De la negativa, porque quienes han ganado las elecciones, astuta o sabiamente, están un tanto callados. Y aquí es donde entra César, y, una vez más, las limitaciones del tiempo y de la mente. Yo ahora necesitaría conocer el latín en profundidad para poder leerme sus libros. No es que desconfíe del autor de su biografía, que me parece un hombre muy competente. Te estoy hablando —matizó ante mi cara de perplejidad— de la que me regalaste el otro día.

—¿La de Jérôme Carcopino? —pregunté—. Si es esa, es una buena biografía, aunque, a veces, parezca un poco parcial y se incline hacia César.

—También lo critica cuando hace falta. Lo acusa de dureza y de unos cuantos miles de asesinatos.

—Sí. Debió de ser una época terrible.

—Como todas las épocas en las que ha predominado la guerra sobre la paz. Cada día, leyendo y viendo cuanto acontece, entiendo más la famosa frase de Erasmo, te cito de memoria: “Vale más la peor de las paces que la mejor de las guerras”.

—Sí, debe ser terrible estar todo el día sin poder leer ni estudiar. Y viéndote obligado a luchar y matar o morir. A personas a las que ni se conoce.

—Lamentable a más no poder. Pero un imperio, y Roma lo era, se alimenta de sus propias guerras. Y César las emprendió. Y las utilizó para llegar al poder. Sin descuidar, y esta es la parte que me interesa, hacerse publicidad. No son otra cosa sus libros. Por muy bien escritos que estén. Muy astutamente, como hacen todos, y como señala el mismo Carcopino, César calla o matiza aquello que le puede resultar perjudicial. Y, por supuesto, según sus propias apreciaciones, quienes son los culpables de que estalle la guerra civil son los otros, el senado y Pompeyo, de quien Cicerón era partidario. Cuando le interesaba.

—Eso es cierto. Yo sí que lo he leído en latín. Y ya me llamaron la atención todos los ofrecimientos de paz que hace, y que son ignorados, según él, por los senadores. Y aquí veo yo un punto de confluencia con Cicerón que no sé si tú lo has tenido en cuenta. Como sabes, César tenía una hija, Julia, a la que casó con Pompeyo por motivos políticos. No obstante, el matrimonio fue un matrimonio afortunado. Parece ser que ambos se amaron y mucho. Pero Julia, por desgracia, murió en el parto, como el niño… Y aquello distanció a los hombres. Creo que ambos, como hizo Cicerón con su hija Tulia, lloraron, y mucho, a aquella mujer que, de haber vivido, tal vez las cosas hubieran ido por otros derroteros. No lo sé. Pero me gusta pensar que hubiera sido así.

—A mí también. Aunque creo que el final de la República, con Julia o sin ella, estaba decidido desde hacía mucho tiempo. Claro, podían haberse unido Pompeyo y César, quedar uno en segundo plano, y evitar tanto derramamiento de sangre. Pero esto es hacer ciencia-ficción.

—Lo sé. Soy consciente de ello.

—A mí lo que me interesa, y de ahí la búsqueda del vocablo “resaca”, es que jamás hay una mínima autocrítica de por qué se llegó a aquella situación. O esto está ya implícito en los ataques al senado y a sus corruptelas. El senado había consentido muchas irregularidades e ilegalidades durante muchos años. Y César se sentía herido en su honra cuando éste reclamaba que entregara el ejército que tenía en las Galias.

Vale más una mala paz que una buena guerra. Mal que le pese a Cicerón.

—La situación es compleja. Y lo de hacer autocrítica…

—Ahí iba yo. Ha sido, y es, no te voy a decir sorprendente, pero sí cansino y bochornoso, soportar la resaca de los políticos derrotados después de las elecciones. Nadie ha hecho la más mínima autocrítica. Imagino que en las sedes de los partidos las sillas volarán por encima de las mesas buscando las duras testas de algunos. Pero en público, siempre son los otros quienes tienen la culpa de sus derrotas. Los elementos de Felipe II y la Armada Invencible son un claro ejemplo. No quiso enterarse el burócrata monarca de que había entregado el mando a un inepto. Tal como hicieron con el general Custer, y tantos y tantos otros. Lo cual demuestra, una vez más, lo poco que importan las personas, sean civiles o soldados, a quienes debían velar por ellos. Se entrega el mando a un cristiano o a un familiar, no al más adecuado para ejercerlo. Y lo imbéciles que nos consideran cuando, luego, reyes o políticos se justifican con tonterías y frases más o menos brillantes que se las creerán ellos, y aun así sería bochornoso.

—Decían los clásicos, no recuerdo quién, que lo lamentable no es equivocarse sino persistir en el error. Y estos politicastros, y tienes razón, persisten en que el público, pueblo o ciudadanía, como quieras llamarlo, es tonto del bote. Y se va a creer cualquier imbecilidad dicha por ellos.

—Cada uno juzga según lo que es. Y, siguiendo lo que dices tú, lo malo de la resaca, como de la necedad, es su duración, su enquistamiento.

—Sí. La vida cambia, la Roma imperial no es la Roma quadrata, la antigua Roma de Rómulo y Remo. Y su constitución también tenía que haber cambiado. Haberse hecho más justa y equitativa.

—Evidentemente. Sin olvidar jamás que vale más una mala paz que una buena guerra. Mal que le pese a Cicerón.

—Brindemos por que podamos seguir en paz y disfrutando de estos momentos.

—Brindemos por ello.

—Y que se mantenga durante muchos años, diis iuvantibus. Con la ayuda de los dioses.

—Y el concurso de las buenas personas.

—Dejémoslo ya, o de lo contrario nunca vamos a beber.

 

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