

Decía, en efecto, que los que buscaban un mínimo de provecho arriesgando mucho eran semejantes a los que pescaban con un anzuelo de oro, cuya pérdida, si se rompía, ninguna pesca lo podría compensar.
Suetonio, Vida de los doce Césares (Augusto).
Yo, y no creo ser una excepción, nunca me he terminado de creer que las formas de gobierno actuales, implantadas en buena parte de muchos países, sean una democracia. Bien es cierto que deberíamos empezar por definir este sistema que, la verdad, nunca ha existido como tal; ni siquiera en Grecia en la época de Pericles. Pese a todo, es indiscutible, la democracia, más o menos perfecta, supuso un gran avance para la humanidad. Pero el hombre, como Midas, no hay cosa que toque que no convierta en algo inútil, o útil sólo para unos pocos.
La democracia radical ya sabes lo que engendra: todos nos creemos iguales y con los mismos derechos, hayamos hecho méritos o no.
Volviendo a la definición de democracia, se me ocurren muchas, y ninguna original. Quizás la que más me gusta es aquella, creo que la pronunció W. Churchill, que venía a decir que la democracia es el sistema político que te permite creer que cuando suena el timbre de casa, a las tantas de la noche, quien llama es el madrugador lechero, que no las SS o la policía o gente similar.
Algo así le expuse a la buena de Julia, preocupada y enfadada por todo cuanto está aconteciendo en el mundo y en nuestro país en particular.
—Sí, tienes razón —me dijo—, pero un político comienza a ocupar los primeros puestos porque lo han votado. Cosa que solamente sucede en una democracia.
—No, no es así: son los partidos políticos quienes los sacan a la palestra. Y luego sí, se vota a este o a aquel, y pasan a la vida pública o no… Un profesor que tuve en el bachillerato definía la democracia como escoger entre los dos cromos que él nos presentaba. No había más. Este o aquel.
—La democracia radical ya sabes lo que engendra: todos nos creemos iguales y con los mismos derechos, hayamos hecho méritos o no.
—Bueno, pero esa democracia radical es el cuento de la lechera: siempre es volverse los débiles contra los débiles: el padre contra el profesor, el trabajador contra el médico del ambulatorio, la manada contra el solitario…
—Mi suegro, que no había por dónde cogerlo, siempre decía que la mejor forma de gobierno es la dictadura: uno hace lo que tiene que hacer sin que nadie se lo estorbe. Y cuando empieza a enloquecer dicho dictador, se cambia, y se pone a otro.
—Sin palabras. Una pura necedad.
—¿Y qué forma de gobierno no lo es? Votamos a un candidato, y sale elegido. Pero luego hay infinidad de cosas a tener en cuenta…
—Y entonces se produce lo mágico: todo aquello que prometieron en campaña electoral se evapora como el perfume de una rosa.
—Vivimos en un mundo complejo.
—No te lo discuto. Creo que nunca ha sido sencillo el mundo. No lo fue ni en la fundación de Roma. Rómulo y Remo. Las bromas de un hermano, y el recurso a la violencia por parte del otro. Y allí quedó tendido y sin vida el bromista. Imagínate cuando hay grandes intereses por el medio.
—Cuando hay intereses por el medio, o frustraciones, o intentos desesperados por tapar la medianía de algunos, se produce lo que estamos hartos de ver aquí: políticos que parecen el gallo del campanario: se vuelven hacia donde el viento los lleva. Y siempre están en el mismo lugar: en la inanición, en el intentar llegar pero sin moverse. Eso sí, mientras tanto vamos viviendo bien sin hacer otra cosa que hablar más que un sacamuelas.
—Sí; como decía alguien, la esfera gira continuamente, y la cabeza es esférica.
—Y hueca en muchos casos.
También algún que otro político, cuando ha dejado el escaño, ha vuelto a su antiguo puesto de trabajo. Sin servirse de las puertas giratorias ni del poder acumulado.
—Esto me recuerda un famoso diálogo de una película de Fred Zinnemann, Un hombre para la eternidad, basada en la vida de Tomás Moro. El pretendiente de la hija de Moro va a hablar con éste para pedirle permiso. Quiere casarse con su hija Margaret. Moro le niega dicho permiso: el prometido, y su familia, eran cristianos papistas, ahora son anglicanos, él vuelve al seno de la iglesia para poder pasar su vida con Margaret, y Moro le pregunta que cuando su cabeza deje de dar vueltas, dónde estará.
—Eso aplicado a los políticos es muy fácil de dilucidar: estarán donde ellos se beneficien. Y siempre, salvo honrosas excepciones, antepondrán su beneficio al ajeno. Eso sí, lo disfrazarán como mejor puedan. Y mentirán con descaro, y se creerán sus propias mentiras. Y formarán una casta cada vez más alejada de los problemas de la gente. Porque, en el fondo, les tiene sin cuidado.
—Sin embargo, alguna vez debieron de ser honestos, y creer en lo que decían. Aunque también es cierto que la ideología no deja de ser una camisa que se quita y se pone…
—Mejor es una piel de serpiente, que se muda: nunca se vuelve a tener la piel anterior.
—¿Y eso —me preguntó con voz lastimera— no les produce angustia ni tristeza o desazón? Es posible que a las cuatro de la mañana no llame la policía, llame el inocente lechero; pero la voz de la conciencia, la gente abandonada por el camino…
—Hay terapias para eso: dinero, poder, casa, no tener que volver a las aulas, o al bufete…
—También algún que otro político, cuando ha dejado el escaño, ha vuelto a su antiguo puesto de trabajo. Sin servirse de las puertas giratorias ni del poder acumulado.
—Siempre hay personas honestas. Son las mínimas; pero como las brujas, haberlas, hailas.
—Tenemos un arduo problema por delante.
—Tal vez se debería cambiar el sistema de votación. El otro día me decía una persona que él no entendía por qué el voto en blanco no era un voto en blanco. Quería decir que si hay tantos miles de votos en blanco, que hubiera, en consecuencia, un sillón vacío en el congreso. Dinero que nos ahorrábamos los contribuyentes, y fracaso manifiesto de los políticos. Y si el congreso se llenaba de butacas vacías, ya espabilarían y buscarían otras soluciones. A lo mejor la solución es así de sencilla.
—Sí, porque pedir honestidad y compromiso.
—Es como la camisa de esa serpiente que se queda entre las dos piedras: lo que dije y lo que me interesa. Hay que tener en cuenta, además, que presentarse a unas elecciones supone mucho gasto. Son los bancos quienes corren con esos gastos. Y éstos, por supuesto, quieren recuperar el dinero invertido, o bien en metálico o bien a través de prebendas. Y el político ganador, que ha sido votado en democracia, hará no lo que prometía en su programa sino aquello que le pidan sus acreedores.
—¿Y tú crees que todo eso lo sabe una persona cuando se presenta a unas elecciones y pide el voto a sus conciudadanos?
—Nunca me he querido meter en un partido político para averiguarlo. Pero si no es un ingenuo, lo sabe. O lo intuye. Y caso de haber sido engañado, siempre se puede salir del partido. A no ser que éste sea una secta con todo lo que eso comporta.
Se podía definir una buena forma de gobierno, democracia si quieres, como aquella que permite a todos los ciudadanos, a todos, despertarte a las tantas de la mañana y no tener problemas de conciencia.
—A mí —me volvió a insistir Julia— no dejan de darme pena. Estoy convencida de que por la noche, en la soledad de sus habitaciones, algo les hará recordar lo que fueron y lo que son. Más de uno tendrá remordimientos de conciencia.
—Bueno. Si tú lo dices. En esta vida quien no se consuela es porque no quiere. Como ya te he dicho, existen antídotos para eso: dinero, poder, viajes, no volver a las aulas, al bufete. Y todo ¿a cambio de qué? Una mentira por aquí, dos necedades por allá, hipocresía. Y, por supuesto, gente que aplaude, siempre hay gente que aplaude. También se pueden comprar palmeros.
—A veces me da la impresión de que no hemos avanzado nada. Esto me recuerda la vida teatral madrileña del siglo XIX: había dos grupos, los chorizos y los polacos. Y unos y otros se dedicaban a reventar las obras de los contrarios. Voces, pataleos, riñas, puñetazos… Y la obra pasaba a mejor vida. A veces, un actor, o una actriz, pagaba a chorizos o a polacos para que reventaran la intervención de otro cómico que podía hacerles sombra… Penoso.
—Sería interesante analizar cómo se llega a ser el cromo que se presenta a las elecciones. No lo sé. Pero una cosa tengo clara: no es el mejor al que escogen, no tienes más que ver los gobernantes de muchos países, incluido el nuestro. Dan pena esos líderes. Y, desde luego, han llegado ahí porque el sistema democrático es imperfecto. Como todo en esta vida.
—Si por lo menos hubiera algo de honestidad. Yo creo que pierden y mucho: se lanzan a por muchas cosas, casas, poder, dinero… y pierden lo más importante, su conciencia, su virtud, su esencia de personas… Sí, ya sé, la piel de la serpiente. Y pese a todo, no les envidio la ganancia. También me parece que se podía definir una buena forma de gobierno, democracia si quieres, como aquella que permite a todos los ciudadanos, a todos, despertarte a las tantas de la mañana y no tener problemas de conciencia.
—Creo —le dije riéndome— que también hay reputados cirujanos que la extirpan. La conciencia, que no la piel.
—¿Y entonces?
—Entonces lo que dijo aquel: por una parte qué quieres que te diga, y por otra qué te voy a decir.
—¿Y si cenamos?
—Me parece una buena solución. Y allá cada cual con su conciencia.
—Si la tienen.
—Pues eso.
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