Les ordenaba que con osadía atacaran y ofendiesen con calumnias, enseñando que, si el ofendido se curaba la herida, quedaría la cicatriz de la calumnia.
Plutarco, Moralia (Cómo distinguir a un adulador de un amigo).
De forma más bien tácita que explícita, Julia y yo habíamos decidido no hablar ni de política ni de los políticos que, como en una rifa de barracón pobre y con pretensiones, nos han tocado en suerte. No lo hacíamos porque estábamos convencidos de que el asunto no daba mucho de sí. Pero a veces, y con gran disgusto por mi parte, resultaba inevitable sacarlos a colación.
—Yo creo —me dijo a modo de prólogo una calurosa tarde de julio— que los temas pueden ser banales o trascendentes según quién los toca y los maneja. Se puede hablar de todo, y hacerlo con elegancia y con sentido común. Siempre hay que situarse por encima del enemigo. O del asunto o tema.
—Tienes razón, sin duda. Lo único que sucede es que, en otros campos, yo me manejo mejor que en este, tan zafio, de la política española. No estoy tan enterado como para sostener un debate. Y, por otra parte, no acaba de despertar mi interés. Me parece una pérdida de tiempo tratar de enterarme de lo que dice este o se le pasa por la cabeza a aquel, cuando ni el uno ni el otro tienen nada interesante que decir. ¿Por qué ocuparme de Boris Johnson o de Trump, de Vox o del PP, o del maleducado de Rivera, y no te digo nada de los absurdos devaneos de las izquierdas, cuando existen Tucídides, Séneca, Platón o Jacqueline de Romilly?
—Porque esto nos atañe más. Y porque espero que eso no haga que te desentiendas de la política por muy mezquina que ésta sea.
Los periodistas y los analistas se olvidan de algo muy importante: de las personas. Y son éstas las que, en última instancia, marcan las orientaciones de sus partidos…
—¿Qué quieres decir? Sí, leo algún que otro periódico; leo artículos de opinión de gente que, parece, está enterada de todos los movimientos de los partidos y de sus líderes, de la Unión Europea y del FMI y de no sé cuántas cosas más. Y cuanto más leo, menos entiendo. ¿Y qué puedo hacer?
—Me parece que sucede así porque, a menudo, los periodistas y los analistas se olvidan de algo muy importante: de las personas. Y son éstas las que, en última instancia, marcan las orientaciones de sus partidos…
—¿Tú crees? De todas formas, es un tema interesante el que acabas de señalar. Y que siempre me ha interesado. ¿Nace un líder político porque es un hombre de valía y se impone al resto de los humanos o porque asume las inquietudes, buenas o malas, de una sociedad en un tiempo determinado? ¿Determina una forma de gobierno las inquietudes y las ansias de una sociedad o son otras las fuerzas las que la mueven?
—Tema difícil y apasionante. Yo te diría, a grandes trazos, que hay un sentir común, no de todos, de una mayoría, si quieres, y que el líder que surge en ese momento es la expresión de esa mayoría, o de esa minoría, que ha sabido imponerse.
—Sí. Lo que alguien llamó la filosofía no escrita: aquello que no se pronuncia, pero que todo el mundo da por bueno. Por ejemplo, y en ciertos momentos de la historia, la aceptación de los dioses, de la guerra, de la inquisición… Nadie lo cuestiona.
—No es cierto. No conviene olvidar que siempre hay una minoría que está en desacuerdo. Y que esa minoría será el motor que hará que cambien las cosas. Sí que se cuestiona. Lo escrito y lo no escrito.
—¿Tú crees? A mí me parece que el cambio se produce más bien por el hartazgo. Cuando las lanzas bipotentes se colman de sangre, se vuelven a convertir en arados. Y los arados en lanzas cuando la guerra parece divertida o capaz de lograr lo que no se ha podido alcanzar mediante la palabra y la paz.
—Digamos que una cosa no excluye a la otra. Aunque no entiendo cómo una persona se puede cansar de la paz.
—¿No has oído nunca decir eso de no te jubiles? ¿O qué vas a hacer después de jubilado? Hay gente que termina su vida laboral, y se hunde. No saben qué hacer con su tiempo libre, con sus interminables horas. Y les da por pensar que ya no son útiles… Necesitan que alguien les de órdenes, como a muchos otros que no están jubilados, por cierto.
—Sí, lo he oído más de una vez. La falta de imaginación es terrible. Como también he oído, más de una vez, y con esto vuelvo a los orígenes de la discusión, que muchas personas, demasiadas, se han metido en política porque era, y es, el camino más fácil para lograr un trabajo sin estudiar, esforzarse ni hacer nada, salvo llevar cafés y decir a todo que sí. O estar detrás del líder, o al lado, agitando banderitas y globitos. Sin estudios ni oposiciones se logra un buen empleo bien remunerado. No hay más que pedir.
—Lo cual explica la nula preparación de estos políticos de pacotilla. No saben nada de nada. A raíz de la lectura de los libros de Jacqueline de Romilly, he vuelto a leer Guerra del Peloponeso, de Tucídides. E inmediatamente me ha surgido la pregunta: ¿es cierto que los discursos y las arengas que hay en el libro las pronunciaron los políticos y estrategas del momento o son creación de Tucídides? Aunque sean creación del historiador, ¿cómo entendían esos discursos los griegos del momento y los propios hoplitas? ¿Te imaginas algún político de hoy en día lanzando unos discursos similares? ¿O a algún escritor actual poniendo en boca de cualquiera de estos políticos de pacotilla semejantes palabras? Creo que la osadía sonaría a relato de ciencia ficción. O a sarcasmo.
—No recuerdo dónde leí que las arengas de los antiguos generales, las de la época clásica, quedaron luego sustituidas por tragos y tragos de ron antes de la batalla. Si hay discursos de generales o estrategas de la primera y la segunda guerras mundiales, yo no los conozco.
—Y tal vez sea mejor así. Los imagino llenos de improperios y…
—Y de esas cosas —me interrumpió sonriendo— que Miguel de Unamuno decía que eran el órgano de volición de los españoles.
—Que por cierto, se han vuelto a poner de moda, aunque ahora en su versión femenina. La preparación de algunos de nuestros políticos es de tal categoría que la discusión ha quedado centrada en si una mujer se depila o no las axilas. Bueno, en boca de ese energúmeno, la mujer ha quedado reducida a “la tipa esa”.
Viendo a los políticos en el Congreso, me pregunto, muy a menudo, si es cierto que ellos representan la educación de una buena parte del país.
—Creo que también fue don Miguel de Unamuno quien dijo que, cuando dos personas no tienen nada que intercambiar, intercambian cartas de la baraja, que si fuera de las otras aún habría algún atisbo de salvación. En la misma medida, cuando no hay más que serrín entre oreja y oreja, no queda sino el rebuzno, el insulto y la descalificación.
—Sí sigues citando a Unamuno te van a decir que eres de extrema derecha. Ahora lo citan ellos. Como aquellos que leen la Biblia en tanto azotan a un semejante. Y en eso de la mala educación hay algunas personas y algunos partidos que son mucho más proclives que los otros. Es todo de una vaciedad que espanta. Todo son jarrones chinos, florituras… así que no me tires en cara que no me ocupe de semejantes personajes. Hay cosas, te lo repito, mucho más interesantes en esta vida.
—No te digo que no. Pero también me parece un buen medio para conocer al país, o, al menos, a una buena parte de él. Yo, viendo a los políticos en el Congreso, me pregunto, muy a menudo, si es cierto que ellos representan la educación de una buena parte del país. Me parecen unos maleducados: está hablando alguien en la tribuna, y muchos se dedican a mandar mensajes con los móviles, a jugar, cuando no a hacer gestos propios de un adolescente de catorce años, que, en el aula, pasa del profesor y de sus explicaciones.
—Pues añádeles los insultos al contrario, y tienes el panorama completo. Sin olvidar la osadía de algún que otro partido de meterse en un baile de pueblo a predicar que los mozos no saquen a bailar a las mozas. Luego, si los tiran a pedradas de la villa, se quejan y se rasgan las vestiduras. Y ese, y eso es lo más grave, es todo su ideario político. Unos y otros quieren el poder seguramente para seguir viviendo sin hacer nada. No se comprende, de otra forma, que no se pueda pactar.
—No sé hasta qué punto la prensa es también culpable de todo esto. Creo que también refleja muy bien la vaciedad y zafiedad del momento: una buena parte de las noticias se ocupa en lo que ha dicho fulanito, una memez, y lo que le ha contestado menganito, otra memez, rivalizando con la anterior. No hay forma de elevar mínimamente el debate. Y se puede hacer. Creo recordar que cuando Flaubert publicó Madame Bovary, aparte del juicio que tuvo que soportar porque, según un lector, en Francia no había adulterios, también hubo muchas señoras bien intencionadas que le escribieron al escritor. Él, con una paciencia infinita, contestaba a las cartas. Y sus respuestas se convirtieron en teorías literarias, en obras de arte que, con toda probabilidad, no entendieron sus confidentes.
—Entonces, querida Julia, me estás dando la razón. El nivel cultural del país es el que es. Y estos políticos lo representan a la perfección. Son zafios, vacuos, maleducados, embusteros y necios. No te puedes fiar ni de sus programas, pues hoy sostienen una cosa y mañana la contraria, y la defienden con unos argumentos que pasman, por sus bobadas, hasta a un niño de teta. Pero consiguen que la gente les vote. Porque han salido en la tele o en alguna manifestación… Es una pena que elijan a semejantes personajes, quienes además, y lo digo en serio, se mueven, la inmensa mayoría de las veces, por rencores y por el juguete que les han quitado, no porque tengan una visión del país y una política que contrastar con nadie. De ahí que no haya debate político, no les llega para eso el serrín que tienen entre oreja y oreja, así que hay que recurrir al insulto y a la descalificación, a la mentira. A la mentira una y otra vez. Y a la mala educación en la que algunos se graduaron con nota muy alta.
—Estás pintando un panorama muy negro. Sí, ya sé que no te falta razón. Pero no es conveniente generalizar de esa forma. También hay gente honesta y buena.
—Es posible. Pero tampoco olvidemos que son incapaces, entre ellos, de llegar a acuerdos sobre políticas, de pactar, de asumir compromisos, y de saber lo que eso supone. Nos falta cultura democrática, si es que eso existe. Como dice uno de los estrategas de la Guerra del Peloponeso, son los fuertes quienes imponen sus condiciones a los débiles. Entonces estaban las armas para refrendarlo. Ahora son las urnas. Algo hemos avanzado. Esperemos que, pese a unos y a otros, y al calor, no tengamos que sufrir, como la Atenas de Pericles la peste y la guerra, y otras elecciones.
Estos políticos son seguidores de aquello de la filosofía no escrita porque no creo que hayan leído a los clásicos.
—A menudo he pensado —me dijo conciliadora— que para ser político habría que hacer oposiciones, superar unos mínimos…
—Y entre esos mínimos debería haber una buena dosis de educación y buenas maneras, o mundología, como se llamaba en mi época. En el fondo estos políticos son seguidores de aquello de la filosofía no escrita porque no creo que hayan leído a los clásicos: sin ser conscientes de ello, se guían por el viejo precepto de Alejandro de Macedonia: insultar, desprestigiar, herir. Difama que siempre queda algo. Se sorprenderían, a veces, de lo clásicos que son, o de lo poco que han cambiado algunas cosas.
—Entonces, ¿no te parece una buena idea que tengan que hacer oposiciones para dedicarse a la política?
—Habría que lograr que los tribunales fueran imparciales, cosa un tanto difícil de lograr, y que nos retrotrae, una vez más, a la vieja Roma, cuando los tribunos de la plebe exigían que no fueran los senadores quienes juzgaran a los senadores por los delitos de corrupción. Aquí ha pasado eso, y sigue pasando lo mismo. Yo te coloco a ti como juez, y tú me “juzgas” cuando me sorprendan en algo ilegal.
—Parece que siempre estamos en el mismo punto de partida. Es desesperante.
—Por eso te he dicho que no habláramos del tema. No vale la pena.
—Has hecho bueno aquello de peor es meneallo. Sí, un hatajo de irresponsables maleducados. Salvos contadas excepciones. Y yo que quería convencerte de… no sé qué.
—Déjalo, Julia. Cuéntame cosas de tu juventud.
—¿Hacemos algo de cenar?
—No hay problema. Pero háblame de tu época de estudiante.
—Había una vez una chica un tanto ingenua que quiso hacerse maestra…
Otros textos de esta serie
martes 24 de noviembre de 2020
Diálogos con Julia (y LXVIII)
Julia y el tormento de ser reina
martes 17 de noviembre de 2020
Diálogos con Julia (LXVII)
Julia y las ilusiones
martes 10 de noviembre de 2020
Diálogos con Julia (LXVI)
Julia y todos los santos
(Sobre urnas y tumbas)
martes 3 de noviembre de 2020
Diálogos con Julia (LXV)
Julia y la misantropía
martes 27 de octubre de 2020
Diálogos con Julia (LXIV)
Julia y el realismo
martes 20 de octubre de 2020
Diálogos con Julia (LXIII)
Julia y la justicia
martes 13 de octubre de 2020
Diálogos con Julia (LXII)
Julia y Heráclito
martes 6 de octubre de 2020
Diálogos con Julia (LXI)
Julia y el latín
martes 29 de septiembre de 2020
Diálogos con Julia (LX)
Julia y los dioses
martes 22 de septiembre de 2020
Diálogos con Julia (LIX)
Julia y Héctor Priámida
martes 15 de septiembre de 2020
Diálogos con Julia (LVIII)
Julia y la piel de la serpiente
martes 8 de septiembre de 2020
Diálogos con Julia (LVII)
Julia y la ética
martes 1 de septiembre de 2020
Diálogos con Julia (LVI)
Julia y los pactos
martes 25 de agosto de 2020
Diálogos con Julia (LV)
Julia y la memoria
martes 18 de agosto de 2020
Diálogos con Julia (LIV)
Julia y el fracaso escolar
martes 11 de agosto de 2020
Diálogos con Julia (LIII)
Julia y la monarquía
martes 4 de agosto de 2020
Diálogos con Julia (LII)
Julia y la educación
martes 28 de julio de 2020
Diálogos con Julia (LI)
Julia y el amor a la vida
martes 21 de julio de 2020
Diálogos con Julia (L)
Julia y la filantropía
martes 14 de julio de 2020
Diálogos con Julia (XLIX)
Julia y el teatro (II)
martes 7 de julio de 2020
Diálogos con Julia (XLVIII)
Julia y el teatro (I)
martes 30 de junio de 2020
Diálogos con Julia (XLVII)
Julia y el confinamiento
martes 23 de junio de 2020
Diálogos con Julia (XLVI)
Julia y la confianza
martes 16 de junio de 2020
Diálogos con Julia (XLV)
Julia y la añoranza
(Cualquier tiempo pasado no fue mejor)
martes 9 de junio de 2020
Diálogos con Julia (XLIV)
Julia y el sentido del humor
martes 2 de junio de 2020
Diálogos con Julia (XLIII)
Julia y Jacqueline
martes 26 de mayo de 2020
Diálogos con Julia (XLII)
Julia y las traducciones
martes 19 de mayo de 2020
Diálogos con Julia (XLI)
Julia y el mundo al revés
martes 12 de mayo de 2020
Diálogos con Julia (XL)
Julia y la democracia
martes 5 de mayo de 2020
Diálogos con Julia (XXXIX)
Julia y las noticias
martes 28 de abril de 2020
Diálogos con Julia (XXXVIII)
Julia y la tranquilidad
martes 21 de abril de 2020
Diálogos con Julia (XXXVII)
Julia y los libros
martes 14 de abril de 2020
Diálogos con Julia (XXXVI)
Julia y la publicidad
martes 7 de abril de 2020
Diálogos con Julia (XXXV)
Julia y la resaca
martes 31 de marzo de 2020
Diálogos con Julia (XXXIV)
Julia y las biografías
martes 24 de marzo de 2020
Diálogos con Julia (XXXIII)
Julia y la felicidad
martes 17 de marzo de 2020
Diálogos con Julia (XXXII)
Julia y los muertos
martes 10 de marzo de 2020
Diálogos con Julia (XXXI)
Julia y la feria del libro
martes 3 de marzo de 2020
Diálogos con Julia (XXX)
Julia y la tristeza
martes 25 de febrero de 2020
Diálogos con Julia (XXIX)
Julia y el relativismo de las situaciones
martes 18 de febrero de 2020
Diálogos con Julia (XXVIII)
Julia y el silencio
martes 11 de febrero de 2020
Diálogos con Julia (XXVII)
Julia y la consolatio
martes 4 de febrero de 2020
Diálogos con Julia (XXVI)
Julia y la objetividad
martes 28 de enero de 2020
Diálogos con Julia (XXV)
Julia y las tradiciones
martes 21 de enero de 2020
Diálogos con Julia (XXIV)
Julia y la melancolía
- Remordimientos - jueves 18 de abril de 2024
- Frustraciones - jueves 11 de abril de 2024
- Una tarea propia de un hombre - jueves 4 de abril de 2024