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Diálogos con Julia (XX)
Julia y sus inquietudes políticas

martes 3 de diciembre de 2019
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“2001, una odisea del espacio”, de Stanley Kubrick
Imagínate por un momento que el líder de la manada de los monos hubiera sido una persona con dos dedos de frente. Imagínate que los hubiera invitado a compartir el agua, había para todos, y a buscar, juntos, nuevas fuentes… Fotograma de “2001, una odisea del espacio”, de Stanley Kubrick
Diálogos con Julia, por Vicente Adelantado SorianoEl escritor español Vicente Adelantado Soriano nos presenta estas conversaciones con la lúcida y culta tía Julia, una mujer de alrededor de noventa años que igual discurre sobre temas universales como los prejuicios o las leyes, que sobre otros más cotidianos como los regalos, el cine o la moda. Una mujer, como declara el autor, de otros tiempos.
Andará el mundo cuerdo y en paz cuando cada uno sintiere solas sus culpas y no las ajenas, y aun tendrá enmienda.
Francisco de Quevedo, La cuna y la sepultura.

—Mira, ya sé —me dijo Julia aquella tarde nada más abrirme la puerta de su casa— que a ti te molesta hablar de esto; pero yo, últimamente, estoy muy preocupada por cuanto está sucediendo en el mundo.

—¿Y qué está sucediendo —le pregunté con cara de asombro— para que estés tan preocupada?

—Pues que estén llegando al poder los más cretinos de los cretinos; que estemos sin gobierno, que sean incapaces las llamadas izquierdas de formalizar pactos, de ceder; que muchas personas, que buscan una vida mejor, se están ahogando en el Mediterráneo, ese mar de culturas, con el consentimiento de los gobiernos todos; que haya guerras por doquier… ¿qué más quieres que te diga?

Me preocupan esas fuerzas retrógradas y esos cretinos que luchan por volvernos a aquellos momentos de barbarie.

—Nada nuevo bajo el sol. Ya sé que no es un consuelo; pero debes tener en cuenta que la historia no es una línea recta, en la que el hombre ha partido de cero, y va avanzando hacia la perfección, o algo así.

—¡Hombre! Eso ya lo sé…

—Sí, ya sé lo que me vas a decir: que vive mejor hoy cualquiera de nosotros que el más poderoso rey en la Edad Media. Es cierto. Pero no es menos cierto que, olvidando los electrodomésticos, no estamos tan alejados de ellos, y aun de los habitantes de las cuevas. Tú misma lo has puesto de relieve.

—No estoy de acuerdo contigo. Y por eso mismo estoy asustada. Yo sí que veo muchas diferencias entre el ayer y el hoy. La gente no va robando ni matando por la calle… Y eso es lo que me preocupa: me preocupan esas fuerzas retrógradas y esos cretinos que luchan por volvernos a aquellos momentos de barbarie.

—Si te sirve de consuelo, la Edad Media tampoco fue la edad de barbarie que nos han querido hacer creer. Hubo de todo. Como en todas las épocas…

—Tampoco eso es cierto. Reconocerás, al menos, que hemos sido unos privilegiados: ninguno de los dos hemos conocido ninguna guerra. Y ya es extraño que estamos tantos años disfrutando de paz y tranquilidad. Debe de ser horroroso vivir en medio de un conflicto armado. Creo que es lo peor que le puede pasar al hombre.

—En eso te doy la razón por completo. Estoy terminando de releer Guerra del Peloponeso, de Tucídides. Se me han puesto los pelos de punta, y he sentido un asco inmenso, al leer la retirada del ejército ateniense de Sicilia… No pudieron salir. Fueron masacrados sin piedad, aun cuando ya se habían rendido. Cierto es, siendo justos, o intentándolo, que los atenienses no tenían por qué haber invadido Sicilia… pero una vez derrotados.

—¿Venganza y desquite? Todos los ejércitos en retirada sufren lo mismo.

—De eso precisamente quería hablar contigo. El otro día, en el bar del instituto, comentando estas cosas con un compañero, le conté lo mismo que te acabo de decir a ti. Y él me habló de la retirada del ejército napoleónico cuando no logró conquistar Moscú. Citó una novela que tú has nombrado de vez en cuando, pues, a menudo, me has hablado de Tolstoi.

—Sí. Lo he hecho en varias ocasiones. Leí Guerra y paz siendo muy jovencita. Y me entusiasmó. Me encantó. He leído la novela varias veces y en distintas traducciones. Y cada vez que la leo, me gusta más y más. Te recomiendo que la leas.

—Tendré que hacerlo. Tal vez se pueda realizar un estudio sobre la crueldad humana hablando de la retirada de los ejércitos. Del ateniense de Sicilia, del francés de Moscú, y de los griegos en aquella famosa Anábasis.

—Y no olvides el ejército nazi en las estepas rusas, ni el español republicano camino del exilio… Claro, no vamos a pretender que a un ejército que huye, el enemigo le dé pan y agua, y le facilite la salida. Más que nada porque si se recuperan, pueden volver a atacar. Ahora, creo que tampoco hace falta llegar a esa crueldad tan extrema.

—El hombre es como es. Y mientras no cambie, no hay nada que hacer.

—Eso es lo que ha motivado que esta tarde te saludara como lo he hecho. El otro día estuve leyendo un periódico que, desde luego, no es de derechas. Y a decir verdad, lo mismo da: en todas partes cuecen habas, y en mi casa a calderadas. Julio Anguita, espero que te acuerdes de él, antiguo líder de Izquierda Unida, analizaba por qué no ha sido posible un acuerdo de Podemos con el PSOE para formar gobierno. Según él, uno de los culpables es el Ibex 35.

—Nunca he sabido muy bien qué es eso.

—Digamos que los poderes económicos. Ahora bien, ¿estaban éstos en la reunión? ¿De qué forma intervienen en estas cosas si es que lo hacen? ¿Y debo entender por lo mismo que fue el Ibex 35 quien facilitó que él, Anguita, hiciera la pinza al PSOE junto con el PP para acabar con aquél? ¿Te acuerdas de todo esto? Los inicios de la Transición.

—Muy vagamente. Sabes que nunca he prestado demasiada atención a estas cosas. Me parece una pérdida de tiempo.

—Bien, da lo mismo. Tampoco es tan importante. Lo que me importa resaltar ahora es que en la entrevista no había ni un atisbo de autocrítica. Al igual que sucede siempre, la culpa es del otro.

Habrá que cambiar cosas, dime algo humano que no sea mejorable. Pero de ahí a hacerlas saltar por los aires.

—¿Y todo eso es lo que te inquieta? Insisto: nada nuevo bajo el sol. Déjame, una vez más, que lleve la conversación a mi terreno. Y desde mi terreno te digo que uno de los graves problemas que tiene el hombre es el olvido, el desconocimiento del pasado. Y no, no soy ni retrógrado ni tradicionalista. Pero creo, y siempre he sido de ese parecer, que se debería representar el teatro griego. Y hacerlo sacando su verdadera esencia, no para que cualquier director de pacotilla luzca sus pretendidos conocimientos… Nada más terrible que oír los lamentos de las troyanas, si se quiere evitar la guerra; nada más descorazonador que presenciar hasta dónde puede llegar el poder absoluto de una persona viendo a Prometeo encadenado. Y nada mejor para ver la hipocresía de la gente que leer, en Tucídides, cómo los atenienses gritan y se revuelven contra los estrategas, el ejército y los arúspices cuando el ejército ha sido diezmado en Sicilia. El mismo Tucídides lo recalca: ellos habían avalado la guerra y la expedición con sus votos. ¿De qué nos espantamos? Gritando y recurriendo a la hipocresía nos eximimos de errores y responsabilidades. Nada nuevo bajo el sol. Llámese el Ibex, los arúspices o Santiago Matamoros.

—¿Crees que estamos condenados a repetir siempre lo mismo? No estoy de acuerdo, no puedo estar de acuerdo. Gracias a los horrores de la primera y de la segunda guerras mundiales, Europa se supo dotar de unos mecanismos para evitar que eso, o algo similar, pudiera suceder. Hasta ahora, al menos en ciertas zonas, ha funcionado. Y eso es lo que temo: que estos cretinos que están tomando el poder hagan saltar esos mecanismos por los aires, y volvamos a donde ya estábamos. No es de extrañar que algunos de ellos estén buscando argumentos para salir de esas instituciones o para dinamitarlas.

—Parece ser, y ahí te hablo yo con total desconocimiento de causa, que esas instituciones no han sido todo lo buenas que cabría esperar.

—No te digo que no. Pero no tenemos nada mejor. Habrá que cambiar cosas, dime algo humano que no sea mejorable. Pero de ahí a hacerlas saltar por los aires.

—Te insisto en que me coges fuera de onda. No sé qué decir. He oído, desde luego, que esas instituciones, como siempre, han caído en manos de los poderosos, y éstos, como siempre, las han utilizado en beneficio propio. Hemos pasado una crisis, que nunca he acabado de entender cómo se ha producido, y quienes han pagado el pato han sido los de siempre. Si se quieren evitar guerras, hay que comenzar por evitar injusticias. Aunque creo que nunca es el pueblo, la gente normal y corriente, quien comienza las confrontaciones. Las sufre y padece, que no es lo mismo. ¿Has pensado en lo que supone un ejército, sea de la época que sea, da lo mismo, entrando en una ciudad a saco y sin tener que rendir cuentas de nada? Los lamentos de las troyanas se quedan a la altura del betún. Robos, muertes, torturas, violaciones, abusos de todo tipo… ¿qué quieres que te diga?

—Nada. Solamente que me parece que me estás dando la razón. Que me sigue preocupando que esos cretinos lleguen al poder. Y movilicen a otros muchos tan cretinos como ellos y lleguemos otra vez a guerras, muertes e invasiones.

—Pues difícil lo tenemos. Si tú antes te quejabas de la falta de autocrítica de unos y de otros, imagínate lo que supone explicarle a alguien que tiene que compartir lo que posee con otras personas. Que la tierra que habita no es suya sino de todos, que tenemos que ser solidarios unos con los otros… Suena a cuento chino, ¿no? Si le quitas el coche o la casa a alguien, o le subes los impuestos para poder alimentar a gente que viene de fuera, esos mismos, y en contra de lo que yo mismo te he dicho hace poco, tomarán las armas y matarán a quien haga falta para no perder su casa o su coche. Y nos oiremos, como siempre, soflamas patrioteras con ondear de banderas. Y mucha fanfarria. No ha cambiado nada, Julia, nada.

—Sí ha cambiado. Hoy la ONU o la Otan, o quien fuera, te impediría llevar una guerra a cabo.

—No te engañes. Según dónde y cómo y cuándo. No impidieron la guerra de los Balcanes… Mira, una de las películas que me hiciste ver tú, y que a mí se me hizo un poco pesadita, la explica muy bien. Te hablo de 2001, una odisea del espacio.

—Sí la recuerdo, una película de Stanley Kubrick. A mí me gustó mucho.

Hay que hacer lo imposible para desenmascarar a esos cretinos, y para que las personas seamos un poquito más solidarias.

—Pues si recuerdas, el primer asesinato es porque un grupo de monos va a beber agua a la charca donde beben otros. Y en vez de compartirla se la disputan, y como consecuencia de la disputa, la muerte y la guerra. Lo dejó clarísimo.

—Más a mi favor. Imagínate por un momento que el líder de la manada de los monos hubiera sido una persona con dos dedos de frente. Imagínate que los hubiera invitado a compartir el agua, había para todos, y a buscar, juntos, nuevas fuentes… Pues eso es lo que deberían hacer los líderes políticos en vez de venirnos con sus zarandajas de ministerios, butacones, Ibex 35 y su santa madre, cuando no revolver a unos contra otros porque así, y, como siempre, a río revuelto, ganancia de pescadores.

—No tienes remedio, Julia —le dije sonriendo—. Eso sucederá cuando las ranas críen pelo, cuando el hombre deje de ser tal y pase a una instancia superior. Y llevamos dos mil años aquí, o más, y estamos igual: ¿cuánto dinero se gastan los países en armamento? ¿Y para qué lo quieren? Se levantan muros por doquier… en fin, para qué seguir.

—Hay que hacer lo imposible para desenmascarar a esos cretinos, y para que las personas seamos un poquito más solidarias.

—Muy bien. Lo tendré en cuenta. ¿Qué tal si hacemos algo de cenar?

—De acuerdo. ¿Sabes qué? He pensado que voy a donar todos mis libros…Tal vez…

—Eres incorregible. Yo me llevaré algunos. Guárdame Guerra y paz.

 

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