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Diálogos con Julia (XIV)
Julia y el cine

martes 22 de octubre de 2019
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“Mary, Queen of Scots” (2018), de Josie Rourke
La vida es muy breve y no da tiempo para ocuparse de tantas cosas interesantes como hay. En otras palabras, no tengo ni idea de María Estuardo, ni del conflicto que tuvo con Isabel de Inglaterra. Margot Robbie como la reina Isabel de Inglaterra en “Mary, Queen of Scots” (2018), de Josie Rourke
Diálogos con Julia, por Vicente Adelantado SorianoEl escritor español Vicente Adelantado Soriano nos presenta estas conversaciones con la lúcida y culta tía Julia, una mujer de alrededor de noventa años que igual discurre sobre temas universales como los prejuicios o las leyes, que sobre otros más cotidianos como los regalos, el cine o la moda. Una mujer, como declara el autor, de otros tiempos.
Alaben los poetas cuanto gusten la simplicidad de la naturaleza, las florecitas del campo y los frutos sin cultivo, pero la verdad es que la intemperie quema el cutis más aristocrático, que las rosas de los rosales apenas tienen cinco hojas y las manzanas silvestres amargan que rabian.
Gustavo Adolfo Bécquer, La mujer a la moda.

Aquella tarde llegué muy pronto a casa de Julia. El día anterior me había llamado por teléfono para pedirme que la llevara al cine, si no me importaba. Pese a mis reticencias a coger el coche, lo hice de mil amores. Me dijo que tenía mucho interés en ver una película, y que, además, quería verla en un cine de los más sofisticados de la ciudad. Cuando comenzó la película, en la sala apenas si había cuatro personas, contándonos a nosotros dos.

—¿Tú crees —me preguntó sonriendo en cuanto regresamos a casa— que a Cicerón lo hubiera gustado el cine?

Roma no era la ciudad que estamos acostumbrados a ver en el cine, ya que de él hablamos. Roma debió de ser una ciudad caótica, maloliente, muy poblada.

—No me cabe la más mínima duda —le respondí—. Incluso te diría que hubiera escrito algún que otro guion alabando la República, y la defensa que hizo de ella, por supuesto. ¿Te imaginas? Pantalla grande, Roma envuelta en brumas, música suave de fondo, y una voz de barítono increpando: Quousque tandem abutere, Catilina…?

—Sería interesante —añadió sin dejar de sonreír— que nos encontráramos algún documental, no sé, sobre una de las filípicas de Cicerón…

—Como ciencia-ficción no está mal. Podrías escribir algo sobre ello, un relato fantástico, o cosa similar.

—Seguramente sería decepcionante —reflexionó borrando su sonrisa—. Como sabes también me gusta mucho el teatro. Y hace algún tiempo pude ver una pequeña película sobre una obra interpretada por Margarita Xirgu, que pasa por ser la gran actriz de principios del siglo XX. Me quedé horrorizada: la dicción me pareció impostada, grandilocuente, falsa…

—Los tiempos cambian. Quizás en aquella época esa forma de hacer teatro era lo natural, lo que se esperaba.

—Sí, tienes razón. Siempre nos olvidamos de la traída teoría de la recepción, de cómo recibía aquello un espectador medio.

—Efectivamente. Has puesto el dedo en la llaga. Como sabes, Roma no era la ciudad que estamos acostumbrados a ver en el cine, ya que de él hablamos. Roma debió de ser una ciudad caótica, maloliente, muy poblada y llena de estatuas pintarrajeadas de arriba abajo, como Valencia durante las fallas. Las estatuas no estaban en los museos. Tenían una misión muy concreta, al igual que muchas películas de hoy en día.

—Sí. Tienes razón. Y hablando de la película que hemos visto, y tratando de meterme en la piel de Cicerón, ¿tú crees que a él le hubiera gustado dicha película?

—En algunos aspectos sí, puesto que trata un tema que le era muy querido: el poder como medio para mantener una forma de vida, y los privilegios de unos cuantos. El resto está excluido.

—También lo está en María Estuardo, reina de Escocia. ¿Se planteó ella alguna vez la felicidad de sus súbditos? ¿Se lo ha planteado algún monarca? Conocida es la frase, falsa o no, de María Antonieta, otra reina decapitada, cuando oyó rumores de revuelta, los prolegómenos de la Revolución francesa. Al preguntar lo que pasaba le explicaron que el pueblo se estaba rebelando porque no tenía pan para comer. “Pues —dicen que respondió—, que coma pasteles”.

—Desconozco esa anécdota. Pero desconfía de ella. Seguramente, como sucede con muchas de las biografías de los emperadores romanos, lo que se cuenta no es lo que sucedió, sino una justificación por haber acabado con su vida. Igual me equivoco, pero nunca he creído que Nerón ni Calígula fueran tan monstruosos como nos los han pintado. Es más, eso de que Calígula nombrara senador a su caballo siempre me ha parecido, visto lo visto, un rasgo de humor muy acertado. Cada día más. Humor del bueno.

No creo que un campesino escocés del siglo XVI o del XVII estuviera muy preocupado por si su reina era católica o protestante.

—A Cicerón no le hubiera hecho gracia esa salida de Calígula, desde luego. Pero está claro que la monarquía fue degenerando. Me ha parecido muy llamativo, en la película, que toda la vida de esta mujer quede reducida a intriga tras intriga: no hay ninguna preocupación por los súbditos, por cómo vivían o morían. Aunque está claro que los manipulaban: las prédicas del pastor protestante en contra de María Estuardo son muy gráficas. Pero también desconfío de ellas, de su eficacia.

—No te falta razón. No creo que un campesino escocés del siglo XVI o del XVII estuviera muy preocupado por si su reina era católica o protestante. Ni tampoco lo estaría uno hispano. Creo.

—Tampoco Cicerón habla nunca del bienestar de la población, o de la justicia con respecto a ellos… ¿Lo hacen los políticos de hoy en día? ¿No te da la impresión de que siempre es uno y lo mismo?

—Sí, muy a menudo tengo esa sensación. Por eso me llama la atención que haya gente dispuesta a lanzarse a la calle, a defender incluso lo que va en contra de ellos mismos: que no haya sanidad pública, ni enseñanza pública, menos libertades…

—Yo creo —me interrumpió Julia riéndose— que a estos políticos, cuando mueran, si es que lo hacen, los deberían enterrar como al primer emperador chino: rodeados de manifestantes portando infinidad de banderas y pancartas, hechas de arcilla, que el tiempo y la humedad maltrata a los trapos. Hacer tumbas así hoy en día es imposible, ya lo sé, pero pueden recurrir a los muñequitos de plástico, a las miniaturas… Perdona, perdona, te he interrumpido.

—Ya no recuerdo lo que te estaba diciendo.

—Mejor, volvamos a la película. ¿Qué te ha parecido?

—Que la vida es muy breve, y no da tiempo para ocuparse de tantas cosas interesantes como hay. En otras palabras, no tengo ni idea de María Estuardo, ni del conflicto que tuvo con Isabel de Inglaterra.

—Yo sí que estuve interesada en ella. Leí alguna que otra biografía. Una, por cierto, de un escritor que me gusta mucho: Stefan Zweig. Pero estaba tan pésimamente traducida que la abandoné. Me tienes que buscar alguna buena traducción. Por desgracia ya soy muy mayor para ponerme a estudiar alemán. Ya tengo bastante con Cicerón y compañía.

—Seguramente —le dije intentando desviar el asunto del tiempo y de la muerte— la película poco o nada tendrá que ver con la historia real. Casi siempre sucede lo mismo.

—Es muy posible que tengas razón. Pero yo no soy tan tiquismiquis como tú. Una cosa es el cine o la novela, y otra la historia. Y sea como fuere, a mí la película me ha parecido muy buena. Me ha gustado la actuación de las dos actrices. Mucho. Y la ambientación… No te imaginas cuánto me gustaría asistir no al rodaje de un película sino a todo el proceso, desde sus inicios hasta el final. Me encantaría. Pero sí, la vida es muy breve y está demasiado limitada. Y sea como fuere, la historia ha sido bella. Más que la realidad.

Eso de portar banderas es muy incómodo cuando sopla el viento. Aunque cuando hace sol o llueve, te puedes cubrir la sesera con el trapo.

—Sí, el arte suele ser más bello que la vida. No creo que Laoconte tuviera el cuerpo que la estatua del mismo nos ha transmitido, ni que los griegos tuvieran esos cuerpos tan perfectos, tan de otro mundo. Seguramente, la mayoría de ellos estarían calvos, mellados y un tanto derrengados y encorvados.

—Las estatuas son el ideal al que nunca arribaremos. Lo que has descrito tú está al alcance de todos.

—Desde luego. Y, además, sin esforzarnos, cosa que siempre es muy de agradecer. Y tal vez la ventaja de esto resida en que, gracias a nuestras imperfecciones, nunca formaremos parte de ningún ejército portando banderas en pos de algún que otro descerebrado. Sí, que les pongan muñequitos en sus tumbas.

—Eso de portar banderas es muy incómodo cuando sopla el viento. Aunque cuando hace sol o llueve, te puedes cubrir la sesera con el trapo. ¿Y tú crees, volviendo a la película, que valió la pena el enfrentamiento entre estas dos mujeres, María Estuardo e Isabel I de Inglaterra? ¿Para qué?

—Yo, querida Julia, siempre me he tenido por un cobarde. En el caso de María Estuardo, hubiera puesto pies en polvorosa abandonando el trono, a la familia y a Escocia. Y en el caso de Cicerón, hubiese dejado de ocuparme de la República, me hubiera refugiado en Atenas, y me hubiese dedicado a estudiar, a pasear y a visitar Delfos. No sirvo para intrigar, entre otras cosas porque no oigo bien. Ni me atraen las intrigas. Y además, al final todo sigue igual. O avanza por sus propios pasos.

—Y en el cesto quedan las cabezas cortadas. Dos más… No sé hasta qué punto estas personas se creían investidas o ungidas por la gracia de Dios. Son significativas las monedas de muchos reinos: Carolus rex gratia Dei… Ahora cualquier alcalde se cree que está en el ayuntamiento por su gracia o inteligencia. Todos olvidan de que son servidores públicos. Y todos se olvidan de cumplir con su deber. No hacen más que intrigar, provocar manifestaciones y mentir con tal de conservar el trono o la poltrona. Y encima la gente los sigue.

—Significativo es, en la película, el momento en el que María Estuardo encabeza el ejército que va a enfrentarse con su hermano. Sin bajar del caballo habla con un soldado de su propio ejército. Éste no la entiende, sólo habla y entiende el gaélico, pero está dispuesto a dar su vida por la reina… ¿Por qué?

—Porque quizás no tuvo otra opción. Esa escena me ha recordado otra de otra película, también ambientada en Escocia: un pobre campesino, obligado a ir al frente, durante la primera guerra mundial, es acusado de cobardía, parece que huye de las trincheras durante un ataque, y es fusilado por sus propios compañeros.1

—Eso también sucedía en el ejército romano: los compañeros estaban obligados a castigarse entre sí… Sería difícil tener amigos en una situación así por mucha guerra y enemigo que hubiese.

—¿Tú crees que las guerras son algo natural?

—No lo sé. Pero si es así, vale más que nos quedemos con el artificio de la paz.

—La verdad es que da pena María Estuardo. Decapitar a una persona…

—Como hicieron con Cicerón.

—Sí, como hicieron con Cicerón. Y con muchos más. Es triste, muy triste. ¿Y qué tal si cenamos?

 

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Notas

  1. En principio creí que Julia estaba hablando de Senderos de gloria, de Kubrick. Pero vista la película otra vez, vi que ésta no tenía mucha relación con sus palabras. Me aclaró, posteriormente, que la que tenía en mente, y que me recomendó encarecidamente, era Sunset Song, de Terence Davies.
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