

Para José María Genes
Y es que, en efecto, incluso en pleno día, aunque el espectro ya se había retirado, el recuerdo del mismo permanecía presente en los ojos de todos, y así, el temor persistía más allá de las causas que lo originaban.
Plinio el Joven, Epistolario.1
Me sucedió aquella mañana lo que me viene sucediendo cada cierto tiempo. Comenzó siendo yo muy joven. Mi madre, entonces, me advirtió, como sólo ella lo sabía hacer: tirando mano del refranero. Al principio sus refranes me daban risa. Pero con el paso del tiempo comencé a comprender que, algunos, no estaban nada alejados de las sentencias del oráculo de Delfos. La primera vez, pues, que me quejé de las largas horas pasadas frente a los libros, sin levantarme, y de mi cansancio, me lo resumió con un refrán: el abuso trae la cuenta, me dijo. Cuando leí por primera vez la advertencia délfica, me acordé de mi madre: nada en demasía.
Me lo repetí aquella mañana en tanto me duchaba, y me preparaba, pese al calor, para irme a buscar libros. Dadas las fechas, las librerías estarían vacías. Antes de salir de casa, conecté el móvil. Había un mensaje, mandado a las tantas de la noche, de mi vecino de la puerta 33: necesitaba libros. Y él sí, él no tenía ningunas ganas de moverse. Lo llamé imaginándolo en la cama, dada la hora en la que me había enviado el mensaje. Pero no, contestó apenas sonó su teléfono. Estaba de pie. Me invitó a desayunar.
—Este calor —me dijo— y este sol tan abrumador, tan aplastante, me impiden hacer cualquier cosa. Claramente me he equivocado de lugar: debía haber nacido en el norte, en un país brumoso, con lluvias y con una luz más tamizada.
Hace años leí, no sé dónde, que las novelas de terror sólo podían nacer en países brumosos, donde los seres y los contornos se difuminan.
—Tiene razón —convine—, no sé si es por la edad o por el cambio climático, pero cada verano es más insufrible que el anterior.
—Debe de ser así. En caso contrario no entiendo cómo el bueno de don Quijote podía ir por esos campos de Dios, y con la armadura puesta. Se freiría dentro de ella. Sólo le faltaba el yelmo de Mambrino.
—Tampoco he entendido yo nunca que los antiguos lucharan en verano. Se deberían morir de sed.
—Dice Galdós que por eso, entre otras cosas, los británicos e hispanos ganaron la batalla de Bailén: ellos contaban con el agua proporcionada por los habitantes del pueblo, en tanto que los franceses tenían las bocas como estropajos.2
—El sol y la falta de agua. Mala compañía. Exceso de luz.
—Hace años leí, no sé dónde, que las novelas de terror sólo podían nacer en países brumosos, donde los seres y los contornos se difuminan. Aquí este sol tan implacable no deja lugar a la imaginación.
—Pero pueden surgir los espejismos —le dije apurando mi café con leche—. Y tenga en cuenta que la primera narración de miedo, por llamarla de alguna manera, la escribió Plinio el Joven, escritor nacido en el año 61 de nuestra era. La misma historia la narraría también Luciano el Samósata. Romano uno y griego el otro. Habitantes de países con sol. Con mucho sol.
—Es posible —dijo dubitativo— que el clima no condicione tanto la obra de arte. Tal vez dependa todo de llevar las historias al límite, o estirarlas hasta donde lo permite la verosimilitud, ¿no cree?
—Creo que eso, y no otra cosa, es la imaginación.
—De acuerdo. A eso cabría añadir el tono. Es decir, esa imaginación, si lo he entendido bien, puede ser realista o fantástica.
—O ambas cosas a la vez. Recuerdo cuando leí Ab urbe condita, de Livio. Me gustaban sobre todo las historias que contaba al principio de cada capítulo: lluvia de sangre, caída de piedras, estatuas llorando, nacimiento de seres monstruosos de dos cabezas…
—Yo, sin embargo, seguía pensando que las narraciones de miedo, Drácula y demás, sólo podían nacer en países brumosos, donde la realidad y la ficción no están tan definidas. El sol —volvió a repetir— aquí no deja lugar a la ensoñación: la realidad es aplastante.
—Es un tópico. Y puede surgir el espejismo, téngalo en cuenta. Y tal vez —añadí sonriendo— ni eso haga falta. Una broma, inocente, puede dar lugar a una novela de terror. Todo depende del autor.
—¿Usted cree?
—Cuando yo era un crío —comencé a contarle—, trajeron al pueblo el primer tractor que se vio allí. Por la noche lo dejaban aparcado junto a una tapia del cementerio viejo. Pues bien, una noche, un grupo de jóvenes entró en el cementerio; entre unos y otros sacaron un esqueleto de su tumba, y lo sentaron a los mandos del tractor. Le pusieron una boina y un cigarrillo entre los huesos que le quedaban de la boca. Ya se puede imaginar lo que sucedió al día siguiente.
Como ha dicho usted hace un momento, podemos estirar la anécdota, llevarla al límite.
—Espero que no hubiera por allí ningún santo varón de esos que demuestran su fe asando a los contrarios.
—No. No lo había. Le cayó algún que otro garrotazo a alguno de los jóvenes, pero la cosa no llegó a más. Eso sí, los obligaron a volver el esqueleto a su tumba.
—Pero eso, querido amigo —dijo sonriendo—, de terrorífico no tiene nada. Es una gamberrada. Nada más.
—Sí. De acuerdo. Pero como ha dicho usted hace un momento, podemos estirar la anécdota, llevarla al límite. Podíamos escribir la continuación de la historia haciendo que el esqueleto pusiera en marcha el tractor y se dedicara a derribar casas y a sembrar el pánico por el pueblo. Al final, igual que sucede en el texto de Luciano, o Plinio, alguien podría enfrentarse con el esqueleto, y preguntarle por qué hace tales maldades. Y éste exige, entonces, que su mujer, enterrada en el cementerio nuevo, sea llevada a su tumba, al cementerio viejo. Y ahí, cumplido su deseo, se termina la historia.
—Me gusta. No está nada mal —dijo a punto de aplaudirme.
—Homenaje a Luciano. Original mi cuento si no conoce al Samósata… Me recuerda una clase en la que un profesor de literatura, que no tenía mucha idea, nos contó, todo emocionado, que no sé qué poeta alababa la belleza de un coche, yendo a toda velocidad, por encima de la belleza del Partenón, pongo por caso. Evidentemente, ni poeta ni profesor habían leído a Safo. Para ella la belleza está, en contra de otros, no en un ejército de hoplitas, o en varias trirremes de guerra o en cualquier cosa de estas, sino en la contemplación del amado. Todo es relativo.
—También de la historia que ha contado usted podríamos hacer una novela costumbrista o realista.
—Por supuesto. Depende del tono que le dé usted. Ahora que se habla tanto de la España vacía y vaciada, hubiera estado muy bien que el esqueleto, en vez de arrasar el ayuntamiento y la casa del alcalde, se hubiera puesto a labrar los bancales. Y visto lo visto, los vecinos, en asamblea, deciden invertir sus ahorros, comprar más tractores y sacar más muertos. Y gracias a éstos, la agricultura y la economía del pueblo reverdece y florece.
—No está nada mal. Pero el pueblo seguiría sin contar con un hospital, escuelas y demás.
—Eso vendría después. Ahora bien, vamos a ser realistas. En mor de ello, entonces pueden suceder varias cosas: los esqueletos se sublevan un día, abandonan los tractores para volver a sus tumbas, dejando, eso sí, un cartelón con varios garabatos. “Ya os hemos señalado el camino”, vienen a decir éstos, “ahora nos toca descansar definitivamente. Ya sabéis lo que hay que hacer”.
—Igual los vecinos se sentían ofendidos y dejaban los tractores o los quemaban.
—Es una solución. Al fin y al cabo, están contaminados, los tractores. Otra solución, más realista, sería que los vecinos, envidiosos del desarrollo de este pueblo, los atacan una noche, y queman los esqueletos junto con los bancales y los tractores. Y el cementerio.
El sol comienza a apretar y no me gustaría ver en la puerta de casa a ningún esqueleto cargado con libros y libretas.
—Y estalla una guerra civil. Como aquella de los dos pueblos porque el alcalde de uno rebuznaba mejor que el del otro.3
—Nunca han tenido las guerras mejores justificaciones que esa.
—¿Sabe? —me dijo sonriendo y levantando los manteles—, usted y yo nos podríamos dedicar a escribir cuentos de terror.
—Olvídelo. Me voy ya a por los libros. El sol comienza a apretar y no me gustaría ver en la puerta de casa a ningún esqueleto cargado con libros y libretas.
—Igual no pueden ni llevar mochilas.
—No los tentemos, por si acaso.
Y sin más, me despedí y me fui. Hacía calor. Pero era soportable. No lo sería dentro de unas horas. Para entonces ya estaría en casa con mi esqueleto.
Otros textos de esta serie
jueves 30 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (y 58)
Una conversación vespertina
jueves 23 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (57)
La buena amistad
jueves 16 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (56)
Banalidades
jueves 9 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (55)
Desesperación
jueves 2 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (54)
Río Serpis
jueves 26 de mayo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (53)
Nostos
jueves 19 de mayo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (52)
Un olvido (Erasmo)
jueves 12 de mayo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (51)
Un árido camino
jueves 5 de mayo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (50)
Enclaustrado
jueves 28 de abril de 2022

Diálogos en tiempos del virus (49)
Palabras
jueves 21 de abril de 2022

Diálogos en tiempos del virus (48)
Un camino lleno de piedras
jueves 14 de abril de 2022

Diálogos en tiempos del virus (47)
La risa
jueves 7 de abril de 2022

Diálogos en tiempos del virus (46)
Nueve kilómetros bajo la lluvia
jueves 31 de marzo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (45)
Urbs
jueves 24 de marzo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (44)
Las leyes
jueves 17 de marzo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (43)
Un breve trayecto
jueves 10 de marzo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (42)
La paz
jueves 24 de febrero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (40)
Los ancestros
jueves 17 de febrero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (39)
Melancolía
jueves 10 de febrero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (38)
Incomprensión
jueves 3 de febrero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (37)
Desorientados
jueves 27 de enero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (36)
La vacuna
jueves 20 de enero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (35)
Tempus fugit
jueves 13 de enero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (34)
Bajo la lluvia (por la Vía Verde)
jueves 23 de diciembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (33)
Invitación para una cena
jueves 16 de diciembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (32)
Las Hoces del río Cabriel
(y el pasaporte del virus)
jueves 9 de diciembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (31)
Ruinosas ruinas (y la variante ómicron)
jueves 2 de diciembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (30)
Amigos
(Historia de un almuerzo)
jueves 25 de noviembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (29)
Efemérides
(elogio de la alcachofa)
jueves 18 de noviembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (28)
Versiones y visiones
jueves 11 de noviembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (27)
Paradojas
jueves 4 de noviembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (26)
Sueños
jueves 21 de octubre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (25)
Alejandro Magno
(un sábado de lluvia)
jueves 14 de octubre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (24)
Opinar por encima de sus posibilidades
jueves 7 de octubre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (23)
Solo
jueves 30 de septiembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (22)
Troya
(Heinrich Schliemann)
jueves 16 de septiembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (20)
Ocio
jueves 2 de septiembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (18)
Nimiedades
jueves 26 de agosto de 2021

Diálogos en tiempos del virus (17)
Una exuberante ignorancia
jueves 19 de agosto de 2021

Diálogos en tiempos del virus (16)
Una traducción
jueves 12 de agosto de 2021

Diálogos en tiempos del virus (15)
Bajo las farolas del barrio (Esparta)
jueves 5 de agosto de 2021

Diálogos en tiempos del virus (14)
Una larga espera
jueves 29 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (13)
Errores
jueves 22 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (12)
Maestros
jueves 15 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (11)
Peripateando
jueves 8 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (10)
Piedras
jueves 1 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (9)
Un amigo
jueves 24 de junio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (8)
Abandonos
jueves 17 de junio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (7)
Encadenados
jueves 10 de junio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (6)
Dolor
jueves 3 de junio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (5)
Continuidad
jueves 27 de mayo de 2021

Diálogos en tiempos del virus (4)
El semáforo (la muerte de un vecino)
jueves 20 de mayo de 2021

Diálogos en tiempos del virus (3)
Mi culto vecino
jueves 13 de mayo de 2021

Diálogos en tiempos del virus (2)
Ignorancia
jueves 6 de mayo de 2021

Diálogos en tiempos del virus (1)
Una breve carta
- La puja - jueves 7 de septiembre de 2023
- Imperium - jueves 31 de agosto de 2023
- Ambiciones - jueves 24 de agosto de 2023
Notas
- Plinio el Joven, Epistolario, libro VII, 22. Madrid, 2007, Cátedra Letras Universales. Traducción de José Carlos Martín.
- Benito Pérez Galdós, Bailén, cap. XXVII.
- Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, segunda parte, cap. XXVII.