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Diálogos en tiempos del virus (26)
Sueños

jueves 4 de noviembre de 2021
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Sueños, por Vicente Adelantado Soriano
¿Es posible que, por el hecho de tener fe en una cosa, exista tal cosa? Es decir, de tanto buscar sueños que den respuestas, ¿es posible soñar todas las noches con una solución a un problema?
Diálogos en tiempos del virus, por Vicente Adelantado SorianoCon el virus, el coronavirus, su imparable expansión, y los deseos de atajarlo, se creó, y todavía persiste, un estado de histeria impropio de una sociedad que se dice avanzada. La expansión del virus ha puesto de manifiesto la fachada del hombre. En esta serie dialogal, el español Vicente Adelantado Soriano consigna, a través de las conversaciones entre unos vecinos, un vivo retrato de la época de incertidumbre en la que entró la humanidad como consecuencia de la pandemia de Covid-19.

 

En resumen, un hombre de bien no experimenta un ensueño ni ninguna otra fantasía carente de significado.
Artemidoro, La interpretación de los sueños.1

Pasamos una semana larga sin vernos. Por el calor, y por las molestias de la mascarilla, tampoco yo salía de casa. Pasaba, como mi vecino, muchas horas frente a los libros. Las mañanas las dedicaba a mis particulares traducciones. Las tardes a la lectura de esas obras, traducidas, y a oír diversas charlas o conferencias, a través del ordenador, cuando no a seguir leyendo.

—Una noche —le conté a los dos o tres días de haber regresado del viaje— me acosté muy cansado. Y sin haber cenado nada. Me duché y me fui a la cama. Llegué a ella a duras penas.

—No es conveniente —me dijo benévolo y sirviendo las copas de vino— forzar tanto las cosas.

Creo que la inmensa mayoría de las veces no quieren decir nada. Soñar quizás sea tan natural como tener sed o sudar en verano.

—No sé si fue debido a que las forcé, o a mis propias obsesiones con Delfos y el mundo de la adivinación. No lo sé. La cuestión es que aquella noche tuve un sueño que consideré como una orden de dios, de Asclepio, para remedar a Elio Arístides.

—¿Cree usted que los sueños tienen algún sentido o que llevan algún mensaje explícito? —me preguntó sonriendo benévolamente.

—Creo que la inmensa mayoría de las veces no quieren decir nada. Soñar quizás sea tan natural como tener sed o sudar en verano. Ahora bien, siempre me ha llamado la atención que en el mundo antiguo, según algunos textos, se les diera tanta importancia a los sueños. Y a las profecías.

—Esas cosas fueron cambiando conforme fue avanzando la ciencia. Hoy en día no son muchos quienes acuden a un adivino o a un templo cuando padecen una enfermedad.

—Es cierto. Pero lo que me interesaba saber es si era, o es posible que, por el hecho de tener fe en una cosa, exista tal cosa. Es decir, de tanto buscar sueños que den respuestas, ¿es posible soñar todas las noches con una solución a un problema, o con algo que se pueda interpretar como tal? De ser así, esos sueños tienen algún significado, ¿no?

—A saber. El hombre es capaz de creerse cualquier cosa por absurda que parezca. Hasta sus propias fantasías, a veces, son más reales para él que la misma realidad. Acuérdese de don Quijote.

—Con eso, querido amigo, volvemos al punto que me interesa mucho: ¿puede la interpretación de un sueño, o de una fantasía, hacer que ésta se haga realidad? ¿O simplemente refuerza aquello que se buscaba?

—De la fuerza de las palabras sabe usted más que yo. Pero si lo planteamos teniendo en cuenta la actualidad, observamos que una mentira repetida hasta la saciedad pasa a ser una verdad. Si esa falsedad la dice alguien que tiene una cierta autoridad, no hace falta repetirla una y otra vez. La televisión, por ejemplo.

—Sí, pero siempre hay ovejas negras. O descreídos. En Grecia y Roma hubo alguna que otra corriente que negaba la existencia de los dioses y los oráculos. Anaxágoras, Demócrito, Eurípides… Pese a todo, hay un cierto empeño en hacernos ver que el ciudadano medio, la inmensa mayoría, era creyente. Ésta no ha dejado textos. Así que tampoco conviene engañarse con respecto a los ciudadanos.

—Sí. Es como pensar que todos los españoles somos cristianos, y todos los chinos budistas o comunistas. Por otra parte, ¿conoce usted algún pueblo que no haya tenido religión?

—No he estudiado antropología. No le puedo responder. Dicen que no. Es ese un argumento que ha sido muy utilizado por los religiosos. Y a mí lo único que me demuestra no es la existencia de algún dios, como quieren ellos, sino la radical soledad del hombre, sus temores. No aceptar que no tiene más importancia que una brizna de hierba o un caracol o una hormiga. Y de ahí la existencia de la divinidad. Lo espera en el Más Allá con los brazos abiertos.

—No sea tan nihilista. Somos algo más que simples animalillos. La humanidad ha sido capaz de crear muchas y buenas cosas.

Siempre me ha parecido que queremos hacer lo de arriba un poco mejor que lo de abajo. Y creo que no lo hemos conseguido, pese a la maravilla que somos.

—Sí, es cierto. A menudo me olvido de aquellas hermosas palabras de Sófocles en Antígona: “Muchas son las maravillas, pero la más grande de las maravillas es el hombre. Impulsado por el impetuoso viento, recorre el espumoso mar a través de hinchadas olas que rugen a su alrededor…”.2 El principio de la civilización, inseparable de las guerras.

—Hasta entre los dioses hubo guerras, ¿no?

—¿Cómo no va a haberlas? Hay algunas filosofías que sostienen que lo de arriba es igual a lo de abajo. El mundo de las ideas de Platón, que luego revivificará san Agustín, La ciudad de Dios… Siempre me ha parecido que queremos hacer lo de arriba un poco mejor que lo de abajo. Y creo que no lo hemos conseguido, pese a la maravilla que somos.

—Entonces es absurdo pensar que los dioses mandan sueños y mensajes. Son creaciones nuestras. Como todo.

—Efectivamente. Eso, al menos, es lo que llevo pensando durante mucho tiempo. Sin olvidar el prestigio y el poder que adquirían sacerdotes y sabios, en aquellos tiempos, predicando cuándo se podía hacer una cosa y cuándo no.

—Sí, algunos de ellos, con el paso del tiempo y de una religión a otra, hasta se atrevieron a señalar el día en el cual fue creado el mundo. De la nada.

—Me parece que eso nunca ha funcionado del todo. Y lo otro tampoco. Famosa es la anécdota de Claudio Tiberio Pulcher. Durante la primera guerra púnica fue enviado, con la flota, a enfrentarse con los cartagineses. Los augurios no le fueron favorables: los pollos sagrados no quisieron comer. El valiente general romano los arrojó al mar: “Si no queréis comer, bebed”, dicen que dijo.3 Y salió en busca del enemigo.

—Hacía falta valor para rebelarse contra las profecías.

—Luego fue muy bien aprovechado el hecho, pues perdió en la batalla de Drépano. Ya se lo habían advertido los pollos.

—Imagino que sería una casualidad. O no dejaría de haber gente que lo viera así.

—Eso imagino yo también. Por eso estoy un poco obsesionado con la cuestión que le he planteado al principio: ¿podemos soñar aquello que queremos y deseamos advirtiéndonos a nosotros mismos?

—Un amigo mío le daría la razón de todas todas.

—¿Por qué?

—Este hombre perdió a su mujer en un accidente de tráfico. Pasado un tiempo, según me contó, comenzó a tener sueños eróticos con una amiga de la fallecida. No sabe por qué siempre la tenía que besar a través de una especie de gasa o sudario… Un día se rebeló: sintió tanto asco que nunca jamás volvió a soñar con ella, ni con nadie. Se lo prohibió terminantemente. Y lo logró. ¿Qué le pasó a usted si se puede saber?

—Aquella noche que me acosté tan cansado —comencé a contar— soñé que me veía, en un espacio sin definir, con una vieja amiga a la que hace algo así como veinte años que no veo. En una alargada y chata bandeja de madera llevaba tres pasteles. Quería que me comiera los tres. Me puso la bandeja en la boca. Una voz, venida de los cielos, me advertía, al mismo tiempo, que mi madre había sido diabética. Podía serlo yo también. Me desperté tras haberme comido el primero de los pasteles. Los otros desaparecieron, como mi amiga y la amiga de su amigo.

—¿Y cómo lo interpretó usted?

—De una forma muy sencilla: tres temas ocupan mis días durante estas largas vacaciones: traducción, lectura y charlas. Demasiada dulzura. Había que hacer algo. Y, casualmente, al día siguiente, me llamó un amigo para invitarme a ir con él a hacer un viaje.

Nunca nos han presentado a los dioses como bromistas o chistosos.

—Y usted lo vio todo —dijo sonriendo y elevando su copa— como un presagio y una orden encubierta.

—Sí, como casi todas las que envían los dioses.

—Y se fue de viaje.                

—Y me fui de viaje. Y subí a tantas almenas de castillos, y bajé a tantos fosos, recorrí tantas calles y visité tantos museos, que a los dos días estaba hecho polvo. Y añorando mi habitación, mis libros, y mis tres pasteles.

—Es decir, que el sueño, o su interpretación, fue una tomadura de pelo.

—O Asclepio —le dije sonriendo— estaba de buen humor, y decidió gastarme una agradable broma.

—Nunca nos han presentado a los dioses como bromistas o chistosos.

—Sí, hombre. Tiene usted la historia de Ares y Afrodita, pillados en la adúltera cama, y colgados del cielo en una red tal como su madre los trajo al mundo.

—Tuvo que ser digno de ver.

—Algún dios alabó sonriendo las bellas posaderas de la señora Afrodita…

—En fin, querido amigo, que como dijo Calderón, los sueños, sueños son.

—¿Hay acaso otra explicación? Pero conste, y me percaté de ello en el punto álgido de mi cansancio, que Asclepio no me mandó salir de viaje. Y salí. Y lo pasé muy bien.

—Dejémoslo ahí.

—Ahí se queda.

 

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Notas

  1. Artemidoro, La interpretación de los sueños. Alianza Editorial, Madrid, 2021. Traducción de Elisa Ruiz García.
  2. Sófocles, Antígona, v. 332 y ss.
  3. Suetonio, Vida de los doce Césares, III, 2.
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