

Ni el parentesco ni la consanguineidad unen a las almas con lazos de amistad tan estrechos y firmes como lo hace el compartir unos estudios honorables.1
Erasmo de Róterdam, Adagios del poder y de la guerra y Teoría del adagio.
—He estado pensando —me espetó mi vecino de la puerta 33 nada más sentarnos con nuestras respectivas copas de vino en las manos— en la imposibilidad de abarcarlo todo, saberlo todo y hablar de todo.
—Por supuesto —le concedí risueño—. Y ¿a santo de qué vienen ahora esas obviedades?
—Tal vez a causa de la soledad. Verá —me confesó bajando la voz—, anoche, no sé por qué, me entraron ganas de polemizar con usted. De hablar, mejor dicho. Y busqué un tema, un revulsivo, compartir algún estudio más, provocarlo… Oí algo respecto a los estudiantes y al programa Erasmus. Se me ocurrió pensar, y me pareció mentira entonces, no haber tenido una charla sobre Erasmo. Usted ni lo ha mencionado a lo largo de estas semanas de encierros y mascarillas. Y fue un eminente filólogo, ¿no? Un olvido imperdonable —añadió sonriendo abiertamente, como quien ha logrado su objetivo.
—Sí. Tiene razón. No lo he mencionado a lo largo de nuestros encuentros. Como tampoco le he hablado de Luis Vives, de Rodríguez Adrados, de García Gual, de Jacqueline de Romilly… ¿sigo? Es imposible abarcarlo todo y hablar de todo. En eso estamos de acuerdo.
Muy pocos protestan hoy en día porque se prohíba o elimine el latín y el griego. No sucede lo mismo con otros dialectos de estas lenguas.
—No obstante —dijo siguiendo con su afán de hacerme hablar—, habrá leído usted algunos libros de Erasmo.
—Sí. No tantos como hubiera deseado. No es fácil conseguir libros suyos. Como tampoco lo fue hacerme con las obras de su amigo Luis Vives.
—Pues es raro, ¿no? Siendo éste valenciano y estando tan de moda los nacionalismos…
—Todo en esta vida tiene sus límites. Y los límites siempre los marcan la pereza mental y todo tipo de intereses. Ahí entran Luis Vives y muchos otros. Y Erasmo, por supuesto. Ambos escribían en latín. No sirven para reivindicar nada capaz de movilizar a las masas. Muy pocos protestan hoy en día porque se prohíba o elimine el latín y el griego. No sucede lo mismo con otros dialectos de estas lenguas. Ojo avizor, pues: no pierda el sentido de la crítica.
—Así es. Dejemos las masas y las reivindicaciones de lado. No me interesa eso, por ahora. ¿Qué opina usted de Erasmo? Hábleme de él. Echemos un vistazo a su persona.
—Poco le puedo decir. Y ese poco es bastante interesado. Como usted sabe cada uno se fija en aquello que le atañe o es de su interés.
—Eso lo hacemos todos. Ya lo advirtió Cervantes resaltando en qué partes de la historia se fijaba cada uno de los lectores de las novelas de caballería.2 Se trata, pues, de tener una visión amplia. Lo cual, querido amigo, no es fácil de conseguir.
—Así es. Meta difícil de lograr, desde luego. Vamos a Erasmo. En más de una ocasión me ha oído decir que, cuando me enfrenté con la Ilíada, no entendí por qué profesores y libros de texto la alababan tanto. Yo no podía con el dichoso libro. Me aburría.
—Sí, lo recuerdo.
—Erasmo de Róterdam fue un firme partidario de la paz. Se revolvió en contra de san Agustín y de una buena parte del cristianismo. Unos y otros defendían la llamada guerra justa. En boca de Erasmo no existe tal cosa. ¿O hay alguien que considere que su guerra no es justa? Tan justo será para unos matar musulmanes por infieles, como para otros masacrar cristianos por renegar de Mahoma.
—Todo en esta vida es relativo.
—No. No lo es considerar a la guerra como el peor de los males de la humanidad. Erasmo conocía a la perfección la literatura clásica. Y fue él quien me recordó un verso de Horacio. Viene a decir, más o menos: “La lucha de Grecia contra Troya está llena de reyes locos y de pueblos necios”.3
—¿Es eso la Ilíada? ¿En serio? No tenía, entonces, ningún sentido leer estupideces. Le dio la razón Erasmo.
—Así lo entendí yo. Máxime si tiene en cuenta que Agamenón, el jefe de la escuadra griega, lo subraya Erasmo, fue capaz de sacrificar a su hija Ifigenia, una niña. Lo hizo para tener vientos favorables, llegar pronto a Troya, y comenzar la masacre. No. La poesía no dignifica la guerra. Ni de lejos. De ahí nació mi primera simpatía por Erasmo. Y por supuesto la guerra la promueven dirigentes locos y pueblos y popes necios y estúpidos. Pero Erasmo no solamente es eso. Hay más. Mucho más.
—¿Habla de sus traducciones? ¿De su labor como filólogo?
—No las conozco como debiera. Me interesé, también, por su labor como docente. Al parecer era muy apreciado por sus alumnos. Era mi modelo a seguir. No pude hacerme con sus libros. Pero sí con los de su amigo y seguidor Luis Vives, Las disciplinas.
Es imposible, desde luego, leer todos los libros y recorrer todos los caminos.
—Otro autor de quien no hemos hablado. Sí, ya sé, la vida es muy limitada.
—Mire, el sábado pasado, caminando con José Luis por un monte cercano y educado, en un descanso, coincidimos con unos senderistas. Ya de entrada no me cayeron bien: no les faltaba un detalle: brújulas, relojes, grandes planos, linternas, cuchillos de monte… Me parecieron superfluos y vanos. Pues bien, al poco de saludarnos comenzaron a contar que habían estado caminando por los Apalaches… Trataban, creo, de ganarse nuestra admiración o causar envidia… ¿Me entiende? Ellos, sin embargo, no han ido por la senda de los contrabandistas de mi pueblo, por ejemplo.
—Entendido. Y le pido disculpas. Deseaba hablar con usted, nada más. Es imposible, desde luego, leer todos los libros y recorrer todos los caminos. No hemos hablado de Erasmo, hasta ahora, como tampoco lo hemos hecho de otras muchas personas, ya lo ha dicho usted. Está claro. Pero sigamos con él.
—Erasmo —le dije llenando las copas— debería ser materia obligatoria de estudio en los colegios y universidades. Máxime en estos tiempos tan nefastos, con una guerra en la misma Europa. Las consideraciones de Erasmo sobre la guerra deberían estar grabadas en las puertas de todas las facultades de todas las universidades.
—¿Y usted cree que serviría para algo?
—No lo sé. Seguramente no serviría de nada… Como le he dicho, leí y releí Las disciplinas, de Luis Vives. Es un tratado que debería conocer al dedillo todo profesor. Pero, claro, cuando hay profesores de lengua y literatura que ni leen ni han leído un libro, y se atreven a entrar en las aulas, creo, de nada sirve cuanto dicen Vives y Erasmo. El Elogio de la locura: la enseñanza está en manos de negociantes, de desalmados, de necios y petulantes. Algunos hasta se visten con faldas para reivindicar no sé qué frente a sus alumnos.
—Unos necios. Ganas de llamar la atención. Lo mismo sucede con los semáforos: plantifican ahora siluetas de mujeres con faldones cuando hasta las monjas visten pantalones.
—Cierto.
—Pero siga. Cuénteme más cosas de Erasmo.
—También —le dije tras beber un sorbo de vino— me crearon algún que otro problema. Tanto él como Vives y Moro.
—No hay rosa sin espina.
—No entendía, sobre todo en el caso de Vives, que siguiera teniendo fe. Creyendo en Dios, tras la ejecución de su padre por la Santa Inquisición, guerreros de otra causa justa, por seguir judaizando, como se decía entonces. Y no entendía la encendida fe de Erasmo, siendo tan inteligente, y con tantos ataques de la Iglesia a su espalda. Destrozaron sus obras. Las censuraron. Y lo hicieron con una rabia y un celo muy poco cristianos. Y ninguno de los dos, ni Moro en el cadalso, al parecer, perdieron la fe.
—Un cura algo rebelde, duró dos meses en el instituto, nos dijo en una clase de religión, en el bachillerato, que una cosa es la Iglesia y otra muy distinta la fe o Dios.
—En su época, en el Renacimiento, se decía que quien no ama a Erasmo o es fraile o es asno.
—No sé, nuestras conversaciones no hacen sino abrirme puertas e interrogantes, si Pérez Galdós leyó o no a Erasmo. Le hubiera encantado si no lo hizo. Galdós también ataca a los frailes, en algún episodio nacional.4 Y luego está, para vergüenza de quien lo escribió, aquel negro poema de “Guerra clamó el sacerdote ante el altar”…5 Penoso. Patético. Pero, claro, luchaban por su sopa boba. Esa era su fe.
Erasmo dice, en algún lugar, que la guerra siempre nace de la ambición y de la estupidez.
—Idéntica a la de los frailes y obispos enemigos de Erasmo. La enemistad y el odio siempre nacen de poner al descubierto las hipocresías y falsedades de quien sea. No digamos nada de qué le hubiera sucedido a Erasmo de poner al descubierto los abusos sexuales, actuales, de algunos curas y obispos.
—Lo habrían santificado.
—Sin duda.
—Creo que Jesús era contrario a la guerra. Erasmo dice, en algún lugar, que la guerra siempre nace de la ambición y de la estupidez. Comenta el famoso dicho de dulce bellum inexpertis, es decir, la guerra es agradable para quien la desconoce. Aunque yo la desconozco, y me gustaría seguir con esta mi santa ignorancia. No por ello dejo de aborrecerla con toda mi alma.
—Brindemos, pues, por la paz. Y por quienes la promulgan.
—Erasmo. Por Erasmo de Róterdam. Nunc et semper.
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Notas
- Erasmo de Róterdam, Adagios del poder y de la guerra y Teoría del adagio, en La guerra atrae a quien no la ha vivido, p. 203. Alianza Editorial, Madrid, 2008. Traducción de Ramón Puig de la Bellacasa.
- Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, I parte, cap. XXXII.
- Horacio, Epístolas, I. II, 6-8.
- Benito Pérez Galdós, Napoleón en Chamartín, véase en especial cap. XXII.
- Bernardo López, Oda al dos de mayo.