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Diálogos en tiempos del virus (40)
Los ancestros

jueves 24 de febrero de 2022
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Los ancestros, por Vicente Adelantado Soriano
La torre del poblado ibero de Olocau, llamado el puntal dels llops, “la punta de los lobos”.
Diálogos en tiempos del virus, por Vicente Adelantado SorianoCon el virus, el coronavirus, su imparable expansión, y los deseos de atajarlo, se creó, y todavía persiste, un estado de histeria impropio de una sociedad que se dice avanzada. La expansión del virus ha puesto de manifiesto la fachada del hombre. En esta serie dialogal, el español Vicente Adelantado Soriano consigna, a través de las conversaciones entre unos vecinos, un vivo retrato de la época de incertidumbre en la que entró la humanidad como consecuencia de la pandemia de Covid-19.

 

El motivo y propósito de mi viaje era mi gran actividad intelectual, mi afán por los descubrimientos y el deseo de averiguar qué era el fin del Océano y qué pueblos vivían en la otra orilla.1
Luciano, Historias verdaderas.

—Siempre he considerado un ser afortunado a quien tiene algún conocido o amigo, inteligente, con el cual intercambiar opiniones y puntos de vista. Relatar viajes, o contar experiencias a alguien afín, es una forma de objetivarlas, de darles la importancia que tienen, amén de pasar unos momentos agradables.

—Es decir, de relativizarlas —me respondió mi vecino atareado en el descorche de la botella de vino.

—Sí, desde luego. Pero todo depende de nuestra actitud.

—Muy bien. Y dígame, ¿cuál es la suya?

Mi único propósito, y muy pobre, era ver en la realidad aquello leído en los libros.

—La verdad —le dije sonriendo— es que, visto lo visto, me entran ganas de fabular, de contar historias inverosímiles. Quizás porque no sé contar mis experiencias de otra forma o porque me tropiezo con demasiadas limitaciones, demasiadas cosas no sabidas, ignoradas. Me inclino, pues, por la fantasía, por la mentira.

—Es una ventaja saber que va a fantasear. O a mentir.

—No estoy muy seguro de ello. No sé si voy a fantasear o no. Lo único que tengo claro es que mis viajes por sierras y montes, en busca de nuestros ancestros, ha sido un trabajo bastante inútil.

—Esa primera mentira es un poco floja. Y fácilmente desmontable. ¿Tenía usted algún proyecto en mente cuando fue a visitar ruinas y poblados iberos?

—Mi único propósito, y muy pobre, era ver en la realidad aquello leído en los libros.

—No se puede decir que sea un objetivo pobre. Es de alabar, por el contrario, reafirmar o desechar lo leído o estudiado en los textos, ¿no le parece?

—Sí. Y en un principio eso me satisfacía. Pero conforme fueron pasando los años, y los poblados ibéricos, o los campamentos romanos, ruinas y más ruinas, se me fue creando una desazón que no ha hecho más que crecer y aumentar.

—¿Y a que cree que se ha debido esa especie de tumor del desazón?

—A las limitaciones. Al llegar a un punto más allá del cual no hay más explicación que la fantasía, o la ciencia ficción. Verá. Soy una persona que necesita beber agua cada cierto tiempo. No muy distante un sorbo de otro. Cuando no bebo agua, todo mi cuerpo se rebela: ardor de estómago, un hipo muy molesto e incontenible, y malestar generalizado.

—Vaya —me dijo risueño—. Pues si quiere retiro el vino y saco una botella de agua.

—No —respondí reteniendo mi copa—. Cuando vengo a su casa, bajo bien hidratado para poder disfrutar del santo vino. No me prive de él.

Me llenó la copa de nuevo.                                                                    

—Siempre que salgo —continué— a visitar poblados o campamentos, situados por regla general en lo alto de alguna inaccesible montaña, llevo en la mochila una o dos botellas de agua.

—Es muy saludable.

—En mi caso imprescindible. Y por eso mismo, la primera pregunta que hago, invariablemente, es de dónde sacaban el agua los habitantes de aquellos poblados. Nunca he visto pozos por allí, ni ríos o corrientes subterráneas. Estoy hablando de la cima de los montes, donde habitaban.

—Aprovecharían el agua de la lluvia —me contestó de la misma forma que me contestaban, invariablemente, los guías.

—Seguro que era eso. Lo cual me lleva a pensar que el agua no sería un bien muy abundante. Y que la higiene dejaría mucho que desear.

—La higiene, señor mío, es un invento moderno. Piense usted cuántos años llevamos teniendo agua corriente en las casas aquí en este país. Y cuánto tiempo hace que podemos disfrutar de una ducha de agua caliente.

—Está claro que la vida para aquellas personas no fue nada fácil. Quizás nunca lo ha sido… Pero, claro, también yo estoy haciendo aquello que no debe hacerse: nuestros antepasados, en sus altos e inaccesibles poblados, no añorarían aquello que desconocían. Y a su modo tal vez fueron felices.

En aquellos roquedales, sin médicos ni higiene, no llegaban a una edad muy longeva. Aunque, claro, no se debe medir por los años la felicidad de las personas.

—La vida no tiene mucho de agradable, desde luego. Pero algún rayo de felicidad caería sobre ellos de vez en cuando.

—Estirpe miserable, dijo Sileno en alguna parte, lo mejor para el hombre es no haber nacido, y ya que lo ha hecho, morir pronto.

—Por lo visto nuestros antepasados no hicieron mucho caso de la advertencia, y se dedicaron a procurarse los medios para que la vida no fuera tan dura. Y gracias a ellos estamos como estamos. Nada mal. Al menos en algunos aspectos.

—Era dura pero breve. En aquellos roquedales, sin médicos ni higiene, no llegaban a una edad muy longeva. Aunque, claro, no se debe medir por los años la felicidad de las personas.

—No. Por supuesto.                                     

—No. Evidentemente —reafirmé—. Y allá en lo alto, tras la torre, que se mantiene medio en pie, he vuelto a hacer la pregunta pertinente: ¿de dónde sacaban al agua? De la lluvia, desde luego. Y ¿qué comían? Estos andurriales, imagino que, en aquellos siglos, serían terrenos de labranza…

—El paisaje debe de haber cambiado mucho…

—Por supuesto. Hace tiempo estuve en el santuario, a cielo abierto, de Peñalba de Villastar, en Teruel. Leí luego que aquel santuario agrupaba a muchos poblados iberos. Leí que desde Liria y Olocau, de donde vengo, se dirigían allí a adorar a sus dioses. Me pareció un tanto improbable. En aquellos tiempos, sin caminos, de Olocau a Peñalba tardarían una eternidad. Dejando de lado los peligros de los inexistentes caminos. Y los lobos y demás animales.

—No hace falta que se remonte tanto. Le recomiendo que se lea La Biblia en España, de Georges Borrow, más conocido por don Jorgito. Éste vino a esta tierra allá por los inicios del siglo XIX. Su misión era dar a conocer la Biblia a fin de que España dejara de ser papista… Una idea alocada. Pero no tienen desperdicio las descripciones que hace, caminar por montes y bosques sin caminos, y en manos de guías.

—El camino para acceder al poblado ibero de Olocau, el puntal dels llops, no es muy complicado. Ahora. No sé cómo sería cuando el poblado estaba habitado. Además, había lobos y todo tipo de bichos. El lobo —nos explicó el guía— ha desaparecido porque lo han hecho las cabras y los ciervos, sus alimentos naturales. Y los humanos por culpa de las legiones romanas… No lo tengo tan claro… Yo quiero creer que aparecieron por allí los lestrigones, y se los zamparon. Al faltar los lobos tiraron mano de los humanos, al igual que en la Odisea, y también éstos tuvieron que emigrar. Los lestrigones, como los lobos, murieron por falta de alimento. No eran muy inteligentes. Tenían que haber dejado alguna pareja de reserva.

—¿Han encontrado restos de lestrigones?

—No. Pero me llamó la atención, y así se lo dije al guía, no ver, en todo el trayecto, ni un vestigio romano, ni un hueso y ni una puñetera mascarilla por el suelo. La primera vez que me sucede esto, lo de las mascarillas, desde que se anunció su obligatoriedad. Tal vez quede por allí algún lestrigón y se meriende a cierto tipo de personas. Pudiera ser.

—Me va a hacer llorar de emoción. ¿De verdad no vio ni una mascarilla por el suelo?

—De verdad. En serio. Y el camino tiene una longitud de kilómetro y medio más o menos. Ahora bien, no se haga ilusiones. A la entrada del pueblo, cuando bajamos, comenzamos a ver planteles de mascarillas. El guía y una amiga suya las iban recogiendo y metiendo en una bolsa para el caso.

—Hay gente que está por civilizar.

—Me gustaría tener el ingenio de Luciano de Samósata y ser capaz de escribir una historia more suo. La iba a titular Joriópolis. Una sociedad de cerdos que vive tan ricamente en medio de pocilgas, excrementos y demás. Pero unos cerditos buenos se rebelan y tratan de imponer un poco de higiene…

—Y acaban sus días frente a un pelotón de fusilamiento. O como el doctor Semmelweis, que pretendió que los médicos de su época se lavaran las manos, y terminó en un manicomio donde lo mataron a palos.

He tenido una bonita polémica con el guía. La segunda vez en mi vida que me tropiezo con un guía que sabe lo que se lleva entre manos.

—Comentó alguien, allá arriba, en el poblado ibero, que las farmacéuticas han puesto manos a la obra y están experimentando con una línea de mascarillas comestibles. Mejor: al cabo de tres horas de llevarla puesta, se introduce por la boca, y desaparece en el estómago del porteador. Las hay con gusto a limón, piña, chorizo, jamón con chorreras…

—Eso estaría muy bien. Pero aún así, ¿qué quiere que le diga?

—Volvamos a lo nuestro. Para más intriga, la excursión ha terminado en la Casa de la Senyoria, donde han montado un pequeño museo. Lleno de maquetas. Me encantan. Y allí me he tropezado con la reproducción de un vaso de cerámica de la época. En él estaba representado un señor tocando el aulós griego. ¿Cómo llegaron allí los griegos o sus vasos? Olocau está lejos del mar… Muchas preguntas.

—Bueno. Pues ha tenido usted una mañana interesante.

—Sí. Y además he tenido una bonita polémica con el guía. La segunda vez en mi vida que me tropiezo con un guía que sabe lo que se lleva entre manos. Ha sido muy interesante hablar con él. Y me daba pena verlo ir recogiendo las mascarillas de los… que hay en todo tiempo y lugar.

—Los iberos, pese a no ducharse, no serían tan maleducados ni tan guarros.

—Vaya usted a saber. Esperemos que no. Y brindemos por ello y por ellos.

—Pues por los iberos.

—Y por el poblado de Olocau.

—Sea.

 

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Notas

  1. Luciano, Historias verdaderas. Editorial Gredos, Madrid, 2021. Traducción de Andrés Espinosa Alarcón.
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