

El motivo y propósito de mi viaje era mi gran actividad intelectual, mi afán por los descubrimientos y el deseo de averiguar qué era el fin del Océano y qué pueblos vivían en la otra orilla.1
Luciano, Historias verdaderas.
—Siempre he considerado un ser afortunado a quien tiene algún conocido o amigo, inteligente, con el cual intercambiar opiniones y puntos de vista. Relatar viajes, o contar experiencias a alguien afín, es una forma de objetivarlas, de darles la importancia que tienen, amén de pasar unos momentos agradables.
—Es decir, de relativizarlas —me respondió mi vecino atareado en el descorche de la botella de vino.
—Sí, desde luego. Pero todo depende de nuestra actitud.
—Muy bien. Y dígame, ¿cuál es la suya?
Mi único propósito, y muy pobre, era ver en la realidad aquello leído en los libros.
—La verdad —le dije sonriendo— es que, visto lo visto, me entran ganas de fabular, de contar historias inverosímiles. Quizás porque no sé contar mis experiencias de otra forma o porque me tropiezo con demasiadas limitaciones, demasiadas cosas no sabidas, ignoradas. Me inclino, pues, por la fantasía, por la mentira.
—Es una ventaja saber que va a fantasear. O a mentir.
—No estoy muy seguro de ello. No sé si voy a fantasear o no. Lo único que tengo claro es que mis viajes por sierras y montes, en busca de nuestros ancestros, ha sido un trabajo bastante inútil.
—Esa primera mentira es un poco floja. Y fácilmente desmontable. ¿Tenía usted algún proyecto en mente cuando fue a visitar ruinas y poblados iberos?
—Mi único propósito, y muy pobre, era ver en la realidad aquello leído en los libros.
—No se puede decir que sea un objetivo pobre. Es de alabar, por el contrario, reafirmar o desechar lo leído o estudiado en los textos, ¿no le parece?
—Sí. Y en un principio eso me satisfacía. Pero conforme fueron pasando los años, y los poblados ibéricos, o los campamentos romanos, ruinas y más ruinas, se me fue creando una desazón que no ha hecho más que crecer y aumentar.
—¿Y a que cree que se ha debido esa especie de tumor del desazón?
—A las limitaciones. Al llegar a un punto más allá del cual no hay más explicación que la fantasía, o la ciencia ficción. Verá. Soy una persona que necesita beber agua cada cierto tiempo. No muy distante un sorbo de otro. Cuando no bebo agua, todo mi cuerpo se rebela: ardor de estómago, un hipo muy molesto e incontenible, y malestar generalizado.
—Vaya —me dijo risueño—. Pues si quiere retiro el vino y saco una botella de agua.
—No —respondí reteniendo mi copa—. Cuando vengo a su casa, bajo bien hidratado para poder disfrutar del santo vino. No me prive de él.
Me llenó la copa de nuevo.
—Siempre que salgo —continué— a visitar poblados o campamentos, situados por regla general en lo alto de alguna inaccesible montaña, llevo en la mochila una o dos botellas de agua.
—Es muy saludable.
—En mi caso imprescindible. Y por eso mismo, la primera pregunta que hago, invariablemente, es de dónde sacaban el agua los habitantes de aquellos poblados. Nunca he visto pozos por allí, ni ríos o corrientes subterráneas. Estoy hablando de la cima de los montes, donde habitaban.
—Aprovecharían el agua de la lluvia —me contestó de la misma forma que me contestaban, invariablemente, los guías.
—Seguro que era eso. Lo cual me lleva a pensar que el agua no sería un bien muy abundante. Y que la higiene dejaría mucho que desear.
—La higiene, señor mío, es un invento moderno. Piense usted cuántos años llevamos teniendo agua corriente en las casas aquí en este país. Y cuánto tiempo hace que podemos disfrutar de una ducha de agua caliente.
—Está claro que la vida para aquellas personas no fue nada fácil. Quizás nunca lo ha sido… Pero, claro, también yo estoy haciendo aquello que no debe hacerse: nuestros antepasados, en sus altos e inaccesibles poblados, no añorarían aquello que desconocían. Y a su modo tal vez fueron felices.
En aquellos roquedales, sin médicos ni higiene, no llegaban a una edad muy longeva. Aunque, claro, no se debe medir por los años la felicidad de las personas.
—La vida no tiene mucho de agradable, desde luego. Pero algún rayo de felicidad caería sobre ellos de vez en cuando.
—Estirpe miserable, dijo Sileno en alguna parte, lo mejor para el hombre es no haber nacido, y ya que lo ha hecho, morir pronto.
—Por lo visto nuestros antepasados no hicieron mucho caso de la advertencia, y se dedicaron a procurarse los medios para que la vida no fuera tan dura. Y gracias a ellos estamos como estamos. Nada mal. Al menos en algunos aspectos.
—Era dura pero breve. En aquellos roquedales, sin médicos ni higiene, no llegaban a una edad muy longeva. Aunque, claro, no se debe medir por los años la felicidad de las personas.
—No. Por supuesto.
—No. Evidentemente —reafirmé—. Y allá en lo alto, tras la torre, que se mantiene medio en pie, he vuelto a hacer la pregunta pertinente: ¿de dónde sacaban al agua? De la lluvia, desde luego. Y ¿qué comían? Estos andurriales, imagino que, en aquellos siglos, serían terrenos de labranza…
—El paisaje debe de haber cambiado mucho…
—Por supuesto. Hace tiempo estuve en el santuario, a cielo abierto, de Peñalba de Villastar, en Teruel. Leí luego que aquel santuario agrupaba a muchos poblados iberos. Leí que desde Liria y Olocau, de donde vengo, se dirigían allí a adorar a sus dioses. Me pareció un tanto improbable. En aquellos tiempos, sin caminos, de Olocau a Peñalba tardarían una eternidad. Dejando de lado los peligros de los inexistentes caminos. Y los lobos y demás animales.
—No hace falta que se remonte tanto. Le recomiendo que se lea La Biblia en España, de Georges Borrow, más conocido por don Jorgito. Éste vino a esta tierra allá por los inicios del siglo XIX. Su misión era dar a conocer la Biblia a fin de que España dejara de ser papista… Una idea alocada. Pero no tienen desperdicio las descripciones que hace, caminar por montes y bosques sin caminos, y en manos de guías.
—El camino para acceder al poblado ibero de Olocau, el puntal dels llops, no es muy complicado. Ahora. No sé cómo sería cuando el poblado estaba habitado. Además, había lobos y todo tipo de bichos. El lobo —nos explicó el guía— ha desaparecido porque lo han hecho las cabras y los ciervos, sus alimentos naturales. Y los humanos por culpa de las legiones romanas… No lo tengo tan claro… Yo quiero creer que aparecieron por allí los lestrigones, y se los zamparon. Al faltar los lobos tiraron mano de los humanos, al igual que en la Odisea, y también éstos tuvieron que emigrar. Los lestrigones, como los lobos, murieron por falta de alimento. No eran muy inteligentes. Tenían que haber dejado alguna pareja de reserva.
—¿Han encontrado restos de lestrigones?
—No. Pero me llamó la atención, y así se lo dije al guía, no ver, en todo el trayecto, ni un vestigio romano, ni un hueso y ni una puñetera mascarilla por el suelo. La primera vez que me sucede esto, lo de las mascarillas, desde que se anunció su obligatoriedad. Tal vez quede por allí algún lestrigón y se meriende a cierto tipo de personas. Pudiera ser.
—Me va a hacer llorar de emoción. ¿De verdad no vio ni una mascarilla por el suelo?
—De verdad. En serio. Y el camino tiene una longitud de kilómetro y medio más o menos. Ahora bien, no se haga ilusiones. A la entrada del pueblo, cuando bajamos, comenzamos a ver planteles de mascarillas. El guía y una amiga suya las iban recogiendo y metiendo en una bolsa para el caso.
—Hay gente que está por civilizar.
—Me gustaría tener el ingenio de Luciano de Samósata y ser capaz de escribir una historia more suo. La iba a titular Joriópolis. Una sociedad de cerdos que vive tan ricamente en medio de pocilgas, excrementos y demás. Pero unos cerditos buenos se rebelan y tratan de imponer un poco de higiene…
—Y acaban sus días frente a un pelotón de fusilamiento. O como el doctor Semmelweis, que pretendió que los médicos de su época se lavaran las manos, y terminó en un manicomio donde lo mataron a palos.
He tenido una bonita polémica con el guía. La segunda vez en mi vida que me tropiezo con un guía que sabe lo que se lleva entre manos.
—Comentó alguien, allá arriba, en el poblado ibero, que las farmacéuticas han puesto manos a la obra y están experimentando con una línea de mascarillas comestibles. Mejor: al cabo de tres horas de llevarla puesta, se introduce por la boca, y desaparece en el estómago del porteador. Las hay con gusto a limón, piña, chorizo, jamón con chorreras…
—Eso estaría muy bien. Pero aún así, ¿qué quiere que le diga?
—Volvamos a lo nuestro. Para más intriga, la excursión ha terminado en la Casa de la Senyoria, donde han montado un pequeño museo. Lleno de maquetas. Me encantan. Y allí me he tropezado con la reproducción de un vaso de cerámica de la época. En él estaba representado un señor tocando el aulós griego. ¿Cómo llegaron allí los griegos o sus vasos? Olocau está lejos del mar… Muchas preguntas.
—Bueno. Pues ha tenido usted una mañana interesante.
—Sí. Y además he tenido una bonita polémica con el guía. La segunda vez en mi vida que me tropiezo con un guía que sabe lo que se lleva entre manos. Ha sido muy interesante hablar con él. Y me daba pena verlo ir recogiendo las mascarillas de los… que hay en todo tiempo y lugar.
—Los iberos, pese a no ducharse, no serían tan maleducados ni tan guarros.
—Vaya usted a saber. Esperemos que no. Y brindemos por ello y por ellos.
—Pues por los iberos.
—Y por el poblado de Olocau.
—Sea.
Otros textos de esta serie
jueves 30 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (y 58)
Una conversación vespertina
jueves 23 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (57)
La buena amistad
jueves 16 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (56)
Banalidades
jueves 9 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (55)
Desesperación
jueves 2 de junio de 2022

Diálogos en tiempos del virus (54)
Río Serpis
jueves 26 de mayo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (53)
Nostos
jueves 19 de mayo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (52)
Un olvido (Erasmo)
jueves 12 de mayo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (51)
Un árido camino
jueves 5 de mayo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (50)
Enclaustrado
jueves 28 de abril de 2022

Diálogos en tiempos del virus (49)
Palabras
jueves 21 de abril de 2022

Diálogos en tiempos del virus (48)
Un camino lleno de piedras
jueves 14 de abril de 2022

Diálogos en tiempos del virus (47)
La risa
jueves 7 de abril de 2022

Diálogos en tiempos del virus (46)
Nueve kilómetros bajo la lluvia
jueves 31 de marzo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (45)
Urbs
jueves 24 de marzo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (44)
Las leyes
jueves 17 de marzo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (43)
Un breve trayecto
jueves 10 de marzo de 2022

Diálogos en tiempos del virus (42)
La paz
jueves 17 de febrero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (39)
Melancolía
jueves 10 de febrero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (38)
Incomprensión
jueves 3 de febrero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (37)
Desorientados
jueves 27 de enero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (36)
La vacuna
jueves 20 de enero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (35)
Tempus fugit
jueves 13 de enero de 2022

Diálogos en tiempos del virus (34)
Bajo la lluvia (por la Vía Verde)
jueves 23 de diciembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (33)
Invitación para una cena
jueves 16 de diciembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (32)
Las Hoces del río Cabriel
(y el pasaporte del virus)
jueves 9 de diciembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (31)
Ruinosas ruinas (y la variante ómicron)
jueves 2 de diciembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (30)
Amigos
(Historia de un almuerzo)
jueves 25 de noviembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (29)
Efemérides
(elogio de la alcachofa)
jueves 18 de noviembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (28)
Versiones y visiones
jueves 11 de noviembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (27)
Paradojas
jueves 4 de noviembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (26)
Sueños
jueves 21 de octubre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (25)
Alejandro Magno
(un sábado de lluvia)
jueves 14 de octubre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (24)
Opinar por encima de sus posibilidades
jueves 7 de octubre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (23)
Solo
jueves 30 de septiembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (22)
Troya
(Heinrich Schliemann)
jueves 16 de septiembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (20)
Ocio
jueves 9 de septiembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (19)
Una historia de miedo
jueves 2 de septiembre de 2021

Diálogos en tiempos del virus (18)
Nimiedades
jueves 26 de agosto de 2021

Diálogos en tiempos del virus (17)
Una exuberante ignorancia
jueves 19 de agosto de 2021

Diálogos en tiempos del virus (16)
Una traducción
jueves 12 de agosto de 2021

Diálogos en tiempos del virus (15)
Bajo las farolas del barrio (Esparta)
jueves 5 de agosto de 2021

Diálogos en tiempos del virus (14)
Una larga espera
jueves 29 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (13)
Errores
jueves 22 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (12)
Maestros
jueves 15 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (11)
Peripateando
jueves 8 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (10)
Piedras
jueves 1 de julio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (9)
Un amigo
jueves 24 de junio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (8)
Abandonos
jueves 17 de junio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (7)
Encadenados
jueves 10 de junio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (6)
Dolor
jueves 3 de junio de 2021

Diálogos en tiempos del virus (5)
Continuidad
jueves 27 de mayo de 2021

Diálogos en tiempos del virus (4)
El semáforo (la muerte de un vecino)
jueves 20 de mayo de 2021

Diálogos en tiempos del virus (3)
Mi culto vecino
jueves 13 de mayo de 2021

Diálogos en tiempos del virus (2)
Ignorancia
jueves 6 de mayo de 2021

Diálogos en tiempos del virus (1)
Una breve carta
- Susana - jueves 8 de junio de 2023
- Pasos - jueves 1 de junio de 2023
- Solo y sin compañía - jueves 25 de mayo de 2023